CARTA 162

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Respuesta a las anteriores.

Yo, Agustín, y los que me acompañan, te saludamos en el Señor a ti, santo Evodio, señor beatísimo, venerable hermano y colega en el episcopado, y a los hermanos que están contigo.

Hipona. Poco después de las anteriores.

1. Muchos problemas planteas a un hombre harto ocupado, y, lo que es más grave, piensas que debo precipitarme a dictar cosas tan difíciles, que, aunque se escriban o dicten con la mayor diligencia, apenas se hacen comprensibles aun a hombres como tú. Además, he de pensar que no solamente tú y otros como tú vais a leer lo que escribo. Hay otros menos dotados de agudeza mental y de entendimiento ejercitado que, con mala o buena intención, procuran conocer mis cartas con tanto empeño, que no les pasarán inadvertidas en modo alguno. Ya ves cuánta preocupación ha de sentir al escribir quien así piensa, máxime tratándose de problemas tan graves, en los que aun los grandes ingenios se fatigan. Si interrumpo y difiero lo que traigo entre manos para contestar a las nuevas consultas que se me hacen, ¿qué haré, si al contestar sobrevienen otras nuevas? ¿Será bien que interrumpa las viejas consultas para ocuparme en las nuevas, dando la preferencia a las últimas, y no dé fin sino a las que no tienen otras nuevas consultas que vengan a interrumpir? Difícil sería que este último caso se me diera. Pero, además, ciertamente no pienso que esto te plazca a ti. Luego no he debido interrumpir otras consultas cuando han llegado las tuyas, como tampoco si me llegasen otras nuevas. Y, con todo, no se me permite mantener esta justa forma de actuar. Ya ves: para redactarte esta carta y esta amonestación, he tenido que interrumpir mis trabajos y desviar mi atención de otra gran empresa.

2. Fácil era, a mi ver, enviarte por escrito esta excusa, que no es mala. Lo que ya no es tan fácil es el contestar a tus preguntas. Si Dios me favorece, creo que en los opúsculos que ahora me roban toda la atención no han de faltar pasajes en que solucionaré eso mismo que tú preguntas. A muchas de las demandas que ahora me envías, he contestado ya en los libros, aún no publicados, acerca de la Trinidad y del Génesis. Bien es cierto que conoces, o conociste, si no me engaño (pues acaso lo hayas olvidado ya), loque escribí estudiando y discutiendo contigo tanto en La grandeza del alma como en El libre albedrío. Si lorelees, hallarás con qué disipar tus dudas aun sin ayuda mía, aunque, naturalmente, has de emplear algún esfuerzo mental para deducir las consecuencias de lo que allí llegamos a entender con claridad y certeza. También tienes el libro La verdadera religión. Sirecordaras y le hubieses dado un vistazo, nunca te hubiese parecido que la razón obliga a Dios a existir o que por raciocinio se deduce que Dios debe existir. Así, por ejemplo, cuando en las relaciones numéricas, que sin duda son de uso cotidiano, decimos que siete y tres deben ser diez, hablamos con impropiedad. No deben ser diez, sino que son diez. En los libros que te he citado ya discutimos bastante, a mi ver, de qué cosas se dice que deben ser, ya tengan existencia de hecho, ya para que la tengan. El hombre, por ejemplo, debe ser sabio. Si lo es, para que siga siéndolo; si no lo es, para hacerse sabio. Dios, en cambio, no debe ser sabio, sino que lo es.

3. Recuerdas lo que poco ha te escribí acerca de las visiones. Dices que es harto sutil y que te ha enredado en más graves dudas. Pero repásalo una y otra vez, medítalo con mayor diligencia; no dejes que tu atención pase de largo, sino que more detenidamente en ello; y quizá por lo que yo te dije averigües de alguna manera cómo está el alma presente o ausente. Porque en el sueño el alma está presente en las visiones y ausente del sentido corporal y de la presencia visual que ella da a los ojos en vigilia. Cuando dormimos, el alma está ausente de los ojos, que son como ventanas del cuerpo; si una fuerza mayor aumentase la ausencia, tal ausencia se llamaría muerte. No pasa el alma con cuerpo alguno del sentido corporal a la visión de los sueños. A no ser que digamos que esas imágenes corporales que vemos en sueños, y nosotros mismos entre ellas, son llevadas aquí y allá con un cuerpo. Supongo que no lo creerás. Pues del mismo modo no hemos de pensar que, cuando se arranca y aparta totalmente en la muerte, se lleve cuerpo alguno al salir del cuerpo. Si se lo llevara, entonces, cuando dormimos y el alma se aparta de los ojos camales, puesto que los abandona, se llevaría consigo otros ojos corporales, aunque más sutiles. No ocurre tal cosa, y, sin embargo, lleva consigo unos ojos muy semejantes a los corporales, pero incorporales, y con ellos ve en sueños cosas muy semejantes a los cuerpos, pero incorporales.

4. Si alguien concede que los objetos vistos en sueños, tan semejantes a los cuerpos, no son sino cuerpos, dice, a su parecer, algo importante, y no es fácil probar que sólo se trata de torpeza de entendimiento. Porque eso defienden autores nada mediocres, que no reflexionan sobre la eficacia de esas imágenes de los cuerpos que se producen en la imaginación, y que no son cuerpos. Cuando los obligamos a reflexionar, aunque sepan apreciarlas rectamente y descubran que no son corpóreas, sino muy semejantes a los cuerpos, no saben de momento explicar ni por qué causas se producen, ni cómo, ni en qué naturaleza subsisten, ni en qué sujeto están. ¿Se producen en el alma como letras de tinta sobre un pergamino? Aquí hay dos sustancias, a saber, el pergamino y la tinta. ¿O acaso están como un sello o cualquier otra imagen en la cera, siendo la cera el sujeto y estando la figura en el sujeto? ¿O se producen de ambos modos las imágenes en nuestra imaginación, ya de un modo, ya de otro?

5. Nos impresiona el que pensamos en aquellos casos que están ausentes de nuestro sentido corporal y se encuentran depositadas en nuestra memoria, o en las imágenes que nosotros a nuestro albedrío fabricamos, disponemos, aumentamos y disminuimos, cambiándolas de sitio, de figura, de movimiento y de mil cualidades y formas. En esta clase entran también quizás aquellas imágenes que nos burlan cuando dormimos, cuando no son avisos divinos, si bien éstas las padecemos sin querer y aquéllas las manejamos a voluntad. Nos impresionan, pues, estas imágenes que algunos, y no sin razón, piensan que se producen en el alma de la misma sustancia del alma, aunque esto acaezca por causas ocultas y a esas causas se deba el que se presenten a la vista de la imaginación unos objetos más bien que otros. Pero impresiona también lo que dice el profeta: Y me dijo el ángel que hablaba en mí1. Noes creíble que llegasen a los oídos del profeta voces externas, pues no dice «que me hablaba», sino que hablaba en mí. ¿Eran acaso voces formadas en la imaginación, semejantes a las corporales, cuales las producimos cuando en silencio vamos diciendo o cantando algo de memoria, si bien producidas por el ángel, que veía que de modos extraños se las sugería otro distinto de sí? Es lo que está escrito en el Evangelio: He aquí que el ángel del Señor se le apareció en sueños diciendo2. A Abrahán se le aparecieron, estando despierto, los ángeles y, al lavarles los pies, los tocó y sintió3. ¿Cómo se le apareció el ángel a José y advirtió el cuerpo angélico con los ojos cerrados? ¿Apareció el espíritu ante el espíritu del dormido en alguna especie semejante a un cuerpo, como a nosotros, cuando estamos soñando, nos parece que nos movemos por ciertos sitios en una determinada figura corporal, muy distinta de la que en esos momentos adoptan los miembros tendidos en el lecho?

6. Todo esto causa impresión y es maravilloso tan sólo porque es más difícil de explicar de lo que los hombres pueden ver o decir. Tales causas son dignas de admiración cuando su explicación es oculta o cuando la cosa es extraordinaria por ser singular o por ser rara. Por ese motivo de una explicación muy oculta, y respondiendo a los que niegan que se ha de creer que una virgen haya parido a Cristo permaneciendo virgen, dije en esa carta que mencionas haber leído: «Si hallas una razón, yano será maravilloso». Dije eso no porque el acontecimiento carezca de razón, sino porque esa razón la ocultó Dios a los hombres, a fin de que el acontecimiento fuese para ellos maravilloso. Por el segundo motivo de admiración, a saber, porque el acontecimiento es insólito, está escrito que el Señor se maravilló de la fe del centurión. No se le podía ocultar a Cristo razón alguna, pero se escribe que admiró lo que alabó, porque el centurión no tuvo semejante en el pueblo hebreo. Así se indica suficientemente la admiración cuando dice el Señor: En verdad, en verdad os digo, no hallé fe tan grande en Israel4.

7. En esa misma carta añadí: «Si se pide unejemplo, no será único». En vano crees haber encontrado un ejemplo en el gusanillo que nace en la manzana o en la araña, que de susolo cuerpo forma el hilo de la tela. Con alguna agudeza pueden apuntarse ciertas semejanzas, más remotas o más cercanas; pero sólo Cristo nació de una virgen. Creo que ya has entendido por qué dije que para ese acontecimiento no había otro ejemplo. Tienen su causa y su razón recta e irreprochable todas las cosas que Dios hizo, ya sean ordinarias, ya extraordinarias. Cuando esas causas y razones se nos ocultan, nos maravilla el acontecimiento. Cuando se nos descubren, decimos que el acontecimiento es lógico o conveniente; no nos maravillamos de que acaezca lo que por exigencias de la razón debía acaecer. Si nos admiramos, lo hacemos como alabando su excelencia, no extrañando su realidad. Por ese linaje de asombro fue alabado el centurión. No por eso es reprensible la afirmación en que dije: «Si se busca la razón, ya no será maravilloso», pues hay otro linaje de admiración: cuando se admira, aunque se explique bien el acontecimiento. Por eso no se reprende la sentencia que dice: Dios a nadie tienta5, aunque hay otro género de tentación por el cual se dice también rectamente: El Señor vuestro Dios os tienta6.

8. Nadie piense por eso que puede decirse propiamente que el Hijo ve al Padre con sus ojos corporales y no más bien del mismo modo que el Padre ve al Hijo. Los que eso piensan, cuando ya no tengan razones que alegar, podrían decir: «Si se busca la razón, ya no será maravilloso». Pero yo lo dije, no porque ya no haya razón, sino porque esa razón nos es oculta. Quien se oponga a refutar a los que así opinan debe mostrar que no hay razón alguna, no para ese milagro, sino para ese error. No hay razón alguna por la que la naturaleza divina muera, se corrompa o peque. Cuando decimos que Dios no puede eso, no disminuimos su poder, sino que loamos su eternidad y verdad. Pues del mismo modo, cuando decimos que Dios no puede ser visto con ojos corporales, no se oculta razón alguna, sino que es bien patente a los que bien entienden que Dios no es un cuerpo, y que no puede verse con ojos corporales sino aquello que puede ser contemplado a alguna distancia de los ojos, y eso tiene que ser un cuerpo, una sustancia que es menor en la parte que en el todo. Pensar eso de Dios es un crimen aun para aquellos que no alcanzan todavía a entender tales razones.

9. Hay muchos cambios de rapidez y lentitud en los movimientos de los cuerpos y en las cualidades corporales, cuya razón se nos oculta, y de ahí procede la selva de todas las maravillas visibles. Pero ¿acaso por eso se nos oculta que son cuerpos, que nosotros tenemos cuerpo, que no hay corpúsculo mínimo que no ocupe un espacio según su tamaño, y que en ese espacio que ocupa no está todo en todas partes, sino menos en una parte que en el todo? Todo eso nos es patente. De ello deduciremos las consecuencias (ahora sería demasiado largo el realizarlo) por las que se ve, no que hay ahí una razón oculta, sino que no hay razón alguna por la que debamos creer o podamos entender que pueda ser contemplado Dios con ojos corporales. Está todo en todas partes, no se extiende por sitios y lugares como volumen corporal, según el cual constaría necesariamente de partes mayores y menores. Más te diría, si en esta carta me hubiese planteado el tema. Me he ido alargando sin sentir, olvidado del todo de mis ocupaciones. Así, aun sin pensarlo, quizá habré satisfecho tus deseos, ya que tú con pocos avisos puedes explicarte lo que es menester, aunque quizá no he satisfecho los de aquellos a cuyas manos podría venir con utilidad esta carta, si el tema se tratara con mayor extensión y diligencia. Los hombres se fatigan en aprender, pero lo breve no lo pueden entender y lo prolijo no lo quieren leer. Se fatigan igualmente en enseñar, pero en vano dan resúmenes a los torpes y largas exposiciones a los perezosos. Envíame un nuevo ejemplar de aquella carta, que se me ha extraviado y no he podido encontrar. Deseo que te halles bien en el Señor y con salud. Acuérdate de mí.