CARTA 159

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Contestación a la anterior.

Yo, Agustín y los hermanos que me acompañan, te saludamos en el Señor a ti, Evodio, señor beatísimo, hermano venerable y deseado y colega en el sacerdocio, y a los hermanos que están contigo.

Hipona. Poco después de la anterior.

1. Este hermano, que se llama Bárbaro, se ha establecido ya en Hipona como siervo de su Señor y oye con afán y fervor la palabra de Dios. Me ha pedido para tu santidad carta mía. En ella te lo recomiendo en el Señor, y por él, como es debido, te saludo. El contestar a las cartas de tu santidad, en las que planteaste gravísimos problemas, es empresa fatigosa aun para los desocupados y harto mejor dotados que yo de la facultad de expresarse y de la penetración intelectual. De esas dos cartas tuyas, llenas de preguntas múltiples y grandes, una la perdí, no sé cómo; aunque la he buscado durante largo tiempo, no ha parecido. Hallé otra, en la que evocas el dulcísimo recuerdo de ese casto adolescente, siervo bueno de Dios, pintándome su tránsito y los testimonios de lo que presenciaron los hermanos con los que pudiste hacerte una idea su mérito. Con esa ocasión me planteas y suscitas un oscuro problema acerca del alma: si sale del cuerpo con otro cuerpo, con el que pueda pasar de lugar a lugar espacial y ocupar sitios espaciales. El estudiar ese problema, si es que un hombre como yo puede llegar a algo claro y definitivo, exige una preocupación y un trabajo intensos, y, por lo tanto, exige un pensamiento libre de mis ocupaciones. Pero, si en pocas palabras quieres saber mi opinión, opino que de ningún modo el alma sale del cuerpo con otro cuerpo.

2. ¿Cómo se explican las visiones y predicciones del futuro? Trate de explicarlas quien conozca la potencia con que surgen en todo espíritu tantas cosas cuando imagina. Vemos y contemplamos claramente que en el alma se forman innumerables imágenes de mil cosas visibles y sensibles para los demás sentidos del cuerpo. No interesa conocer el orden o desorden con que surgen. Pero, como es notorio que surgen (pues todo esto es cotidiano y continuo), quien pudiere explicar la potencia y el modo con que se elaboran, podrá pretender definir algo acerca de tan raras visiones. Tanto menos me atrevo a hacerlo yo, cuanto menos alcanzo a explicarme la naturaleza de todo eso que, durmiendo y velando, experimentamos en nosotros mismos en la continuidad de la vida. Mientras dictaba esta carta, te estaba contemplando en mi imaginación, ausenta tú, y me imaginaba cómo podían moverte mis palabras en conformidad con el conocimiento que en mi interior tengo de ti. No puedo comprender ni investigar cómo se realiza esto en mi imaginación, pero estoy cierto de que no se ejecuta con masas ni cualidades corporales, aunque tan semejantes son las imágenes a los cuerpos. Conténtate con esto, y recíbelo como dictado por un hombre sumamente ocupado y apresurado. En el libro duodécimo del comentario al Génesis1 trato con ahínco esa cuestión, y toda la disputa va zurcida con mil ejemplos de sucesos experimentados y oídos a testigos fidedignos. Ya verás, cuando lo leas, lo que allí he pretendido o logrado. Dígnese el Señor concederme ya el poder editar esos libros, convenientemente corregidos según mis fuerzas, y que sea ya breve el afán con que mantengo suspensa la expectación de muchos hermanos.

3. Te voy a narrar un breve ejemplo para que lo medites. Casi todos conocen a Gennadio, nuestro hermano, queridísimo médico mío, que ahora vive en Cartago y se señaló en Roma en el ejercicio de su arte. Conoces a ese varón religioso y su benignidad, que con diligente misericordia y ánimo fácil se ha ocupado en atender a los pobres. Según me contó, siendo adolescente, pero entusiasta limosnero, dudaba si habría otra vida después de la muerte. Y como Dios no podía abandonar su buena intención y sus obras de misericordia, se le apareció en sueños un joven elegante y atractivo que le dijo: «Sígueme». En pos de él llegó a una ciudad. A la derecha empezó a oír la melodía de un canto suavísimo, superior a las armonías acostumbradas y conocidas. Gennadio preguntó qué era aquello, y el joven contestó que eran los himnos de los bienaventurados y santos. No recuerdo bien lo que había visto a la izquierda. Se despertó, se desvaneció el sueño y no le dio más importancia que la que se da a un sueño.

4. Pero he aquí que a la noche siguiente se apareció el mismo joven y le preguntó si le conocía bien y plenamente. Entonces el joven preguntó a Gennadio dónde le había visto. Gennadio recordó y le narró la visión y los himnos de los santos que había oído bajo su guía con suma facilidad, pues era tan reciente su sensación. Preguntó el joven si lo que acababa de narrar lo había visto en sueños o despierto. Gennadio respondió que en sueños. «Bien lo recuerdas-añadió el joven-; lo viste en sueños; pero vas a saber que también ahora ves en sueños». Al oír eso, Gennadio creyó que así era, y lo confirmó con su respuesta. Entonces el joven instructor añadió: «¿Dónde está ahora tu cuerpo?» «En mi habitación», respondió Gennadio. «¿Sabes-dijo el joven-que tus ojos están ahora en tu cuerpo ligados, cerrados y ociosos, y que nada puedes ver con ellos?» «Lo sé», dijo Gennadio. «Pues ¿qué ojos son esos con que ahora me ves?», interpeló el joven. Gennadio, no hallando qué responder, enmudeció. El joven, que trataba con sus preguntas de instruir a Gennadio, al verle vacilante, le dio al momento la explicación, diciendo: «Esos ojos de tu carne están ociosos mientras duermes y yaces en tu lecho, y ninguna actividad ejercen. Sin embargo, tienes otros ojos con los que me contemplas y utilizas su vista. Pues del mismo modo, cuando mueras, tendrás una vida con que vivir y un sentido con que sentir, aunque nada hagan los ojos de la carne. Cuida de no dudar en adelante de la existencia de otra vida después de la muerte». Narra el varón creyente que de ese modo le quitaron la duda acerca de tal punto. ¿Quién lo instruía sino la providencia y la misericordia de Dios?

5. Alguien dirá que con esa narración no he resuelto, sino complicado el problema. Todos son libres para creer o rechazar esas palabras, pero todos tienen en su interior problemas profundísimos en que ejercitarse. Cada día el hombre vela, duerme e imagina. Diga, pues, de dónde proceden esas imágenes tan semejantes a las formas, calidades y movimientos de los cuerpos, ya que no proceden de materia corporal. Dígalo, si puede. Y, si no puede, ¿por qué ha de precipitarse a lanzar una sentencia que quiere aparecer como definitiva acerca de asuntos tan raros y nunca experimentados, cuando no soluciona este punto tan continuo y cotidiano? Por mi parte, no sé explicar con palabras cómo se fabrican sin cuerpo estas imágenes que parecen corporales. Sé que no se fabrican con el cuerpo. Ojalá supiera yo cómo se disciernen las cosas que a veces se ven con la imaginación, y parece que se ven con los ojos corporales; cómo se reconocen visiones de los que con tanta frecuencia se ven alucinados por el error o la impiedad, siendo así que se nos narran tantas visiones semejantes de varones piadosos y santos. Si tratara de ponerte ejemplos, me faltaría tiempo, pero no materia. Que la misericordia de Dios te haga fuerte, señor beatísimo, hermano venerable y deseado. Acuérdate de mí.