Tema: Respuesta a la anterior.
Agustín, obispo, siervo de Cristo y de su familia, saluda en el señor a Hilario, hijo amadísimo.
Hipona. Después de la anterior.
1 1. Por tu carta vi no sólo tu bienestar, sino también tu afán religioso acerca de la palabra de Dios y el piadoso cuidado que tienes de tu salvación, que reside en Cristo nuestro Señor. Por lo que di gracias a Dios y me apresuré a contestar.
2. Preguntas si en esta vida puede alguien vivir tan adelantado en la perfección de la justicia que viva sin pecado alguno. Mira lo que dice el apóstol Juan, a quien el amor del Señor distinguió entre los discípulos: Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos, y la verdad no está en nosotros1. Si, pues, esos a quienes mencionas en tu carta dicen estar sin pecado, se engañan a sí mismos, y la verdad no está en ellos, como ves. Si confiesan ser pecadores para poder obtener la misericordia del Señor, renuncien a engañar a otros a quienes tratan de afianzar en esa altivez. A todos es necesaria la oración, que el Señor entregó a los mismos carneros del rebaño, es decir, a los apóstoles, para que cada uno digaa Dios: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores2. Si alguien no necesita de tales palabras en la oración, diremos de él que vive acá sin pecado. Mas si hubiese previsto el Señor que habían de darse hombres tales, sin duda mejores que los apóstoles, les hubiese enseñado alguna otra plegaria, en la que no pidiesen perdón de sus culpas, pues todas se les han perdonado en el bautismo. El santo Daniel oró, no delante de los hombres, como exhibiendo una engañosa humildad, sino delante de Dios, es decir, en su plegaria dirigida a Dios. Y confesaba no sólo los pecados de su pueblo, sino también los propios, como por medio de sus labios verídicos quedó consignado. Por lo tanto, creo que a ésos debo decirles lo que el Señor pregunta a un orgulloso por medio del profeta Ezequiel: ¿Eres acaso más sabio que Daniel?3
3. Supongamos que alguien, con la ayuda de la misericordia y gracia de Dios, se abstiene de los pecados que llamamos también crímenes y se preocupa de purificar con otras obras de misericordia y piadosas oraciones los pecados veniales, sin los que acá no se vive. Ese merecerá salir del mundo sin pecado, aunque mientras aquí vive tenga algunos. Si éstos no faltan, tampoco faltan remedios de purificación. Y supongamos que alguien, al oír que nadie vive acá sin pecado a pesar de la libertad, toma ocasión de ese descubrimiento para rendirse a la concupiscencia y se hace reo de crímenes graves y mantiene las costumbres pecaminosas y criminales hasta su último día. Ese vive acá infelizmente y acaba más infelizmente, por muchas limosnas que mezcle con sus vicios.
2 4. Esos han de ser tolerados de algún modo cuando afirman que, fuera del Santo de los santos, hay o hubo aquí algún justo exento de todo pecado. Pero hemos de anatematizar plenamente y detestar con las mayores imprecaciones esa afirmación de que le basta al hombre la libertad para cumplir los preceptos del Señor, aunque la gracia divina y el don del Espíritu Santo no le ayuden a ejecutar el bien. Los que tal cosa afirman se apartan del todo de la gracia de Dios porque como dice el Apóstol refiriéndose a los judíos: Ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se someten a la justicia divina4. En efecto, la plenitud de la ley no es sino la caridad5, y la caridad se derrama en nuestros corazones, no por nosotros mismos ni por las energías de la propia voluntad, sino por el Espíritu Santo que se nos ha donado6.
5. La libertad vale para obrar bien, si Dios la ayuda, lo que se realiza en la oración y en la confesión humildes. Mas quien fuere abandonado por el auxilio de lo alto, por mucha ciencia de la ley que ostente, no tiene la solidez de justicia, sino la hinchazón de orgullo impío y un tumor ruinoso. Es lo que nos enseña la misma oración del Señor. En vano diríamos a Dios en nuestra plegaria: No nos dejes caer en la tentación7, si eso dependiera de nuestras fuerzas y pudiéramos realizarlo sin ayuda alguna de Dios. Cuando se dice no nos dejes caer en la tentación, se entiende: no permitas, abandonándonos, que caigamos. Dice el Apóstol: Fiel es Dios, y no permitirá que seáis tentados más de lo que podéis, sino que con la tentación os proporcionará una salida para que podáis resistir8. ¿Por qué dijo que eso lo hará Dios, si depende exclusivamente de nuestras fuerzas sin la ayuda divina?
6. La misma ley se dio para ayudar a los que usan legítimamente de ella. Por ella conocen, o bien la justicia que han recibido, para ser agradecidos, o bien lo que les falta, para que lo pidan con insistencia. Pero si, al oír que la ley dice no tendrás deseos perversos9, estiman que con saberlo ya se bastan a sí mismos y no creen que por la ayuda de la gracia de Dios se les ha de dar la virtud para cumplir el mandamiento, y no la piden, se les aplica a ellos lo que se dijo de los judíos: La ley se estableció para que abundase el delito10. Poco es que no cumplan lo que la ley manda: No tendrás deseos perversos. Lo peor es que se enorgullecen, e ignorando la justicia de Dios, es decir, la que da Dios, que es quien justifica al impío, quieren establecer la propia como obra de las fuerzas de su voluntad, y no se subordinan a la justicia divina. El fin de la ley es Cristo, que justifica a todo creyente11. Y Cristo vino para que donde abundó el delito sobreabunde la gracia12. Y si los judíos fueron enemigos de esa gracia por ignorar la justicia de Dios y querer establecer la propia, ¿por qué éstos se hacen enemigos, siendo así que creen en aquel a quien los judíos crucificaron? ¿Pretenden que sean premiados aquellos que después de matar a Cristo confesaron su propia impiedad y se subordinaron a la gracia de Dios ya conocida, y que sufran la condenación estos que quieren creer en Cristo, pero de modo que se esfuerzan por dar muerte a su divina gracia?
7. Los que creen rectamente, para eso creen en él: para sentir hambre y sed de justicia y saciarse con la divina gracia. Porque escrito está: Todo el que invocare el nombre del Señor, obtendrá la salud13. Tal salud no es del cuerpo, pues muchos están sanos sin invocar el nombre del Señor. Es aquella salud de la que Cristo dice: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. A continuación se explica diciendo: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores14. Llama, pues, sanos a los justos y enfermos a los pecadores. No presuma de sus fuerzas el enfermo, porque no hallará la salud en la muchedumbre de su fuerza15. Si presume de ello, cuide no sea que sus fuerzas no sean las propias de los sanos, sino la de los frenéticos; tales insanos se reputan sanos y así no buscan al médico, y aun le atacan como importuno. También estos herejes atacan en cierto modo a Cristo con su altivez insana, cuando afirman que, una vez promulgado el precepto de la ley, ya no es necesario ese benigno auxilio de la divina gracia para ejecutar la justicia. Dejen, pues, su locura y entiendan que tienen la libertad, por muy grande que sea, no para rechazar con soberbia voluntad el auxilio, sino para invocar con piadosa voluntad al Señor.
8. Tanto será más libre cuanto más sana la libre voluntad. Y tanto más sana cuanto más subordinada a la misericordia y gracia divina. Ella es la que ora fielmente y dice: Dirige mis caminos según tu palabra, y no me domine toda iniquidad16. ¿Cómo es libre, si la domina la iniquidad? Mira a quien invoca, para que la iniquidad no la domine. No dice: «Dirijo mis caminos según mi libre albedrío, porque no me dominará ninguna iniquidad», sino que dice: Dirige mis caminos según tu palabra y no me domine ninguna iniquidad. Suplica, no garantiza; confiesa, no profesa; pide la libertad plenaria, no se jacta de la fuerza propia. Porque no obtendrá la salud nadie el que confía en sus fuerzas, sino todo el que invocare el nombre del Señor. Y añade el Apóstol: ¿Y cómo invocarán a aquel en quien no creyeron?17 Para eso creen los que realmente creen, para invocar a aquel en quien creyeron y poder ejecutar lo que en los mandamientos de la ley se les intimó. Es que lo que la ley manda, la fe lo demanda.
9. Dejemos de momento a un lado muchos preceptos de la ley, y citemos el que prefirió el Apóstol para su cita. Cuando dice la ley: No tendrás deseos perversos, ¿qué otra cosa parece exigir sino la continencia en los deseos ilícitos? Adondequiera que el alma es llevada, es llevada por el amor como por un peso de balanza. Se nos manda, pues, que sustraigamos algo al peso de la concupiscencia y lo añadamos al peso de la caridad hasta que aquél desaparezca y ésta sea plena, pues plenitud de la ley es la caridad18. Pero ahora mira lo que está escrito acerca de la continencia: Guando supe que nadie puede ser continente si Dios no se lo da y que la sabiduría consiste en saber cuyo es ese don, me puse en presencia de Dios y le supliqué19. ¿Acaso dijo: «Cuando supe que nadie puede ser continente sino por el propio libre albedrío y que la sabiduría consiste en saber que un tal bien procede de nosotros mismos»? No dijo lo que algunos en su vanidad repiten, sino lo que había de decir conforme a la verdad de la santa Escritura: Cuando supe que nadie puede ser continente si Dios no se lo da. Dios, pues, exige la continencia y la otorga. La exige por la ley y la otorga por la gracia. La exige por la letra, la otorga por el Espíritu. La ley sin la gracia hace que abunde el delito20, y la letra sin el Espíritu mata21. Nos manda para que, empeñados en ejecutar lo preceptuado y fatigados bajo la ley por nuestra debilidad, aprendamos a pedir el auxilio de la gracia, para que, si podemos ejecutar alguna obra buena, no seamos ingratos con quien nos ayuda. Eso es lo que hizo el Sabio, pues la sabiduría le enseñó cuyo era este don.
10. Ayudar a la libertad de la voluntad no es suprimirla. Precisamente se la ayuda porque no se la suprime. Quien dice a Dios: Sé tú mi apoyo22, confiesa que quiere cumplir el divino mandamiento, pero pide a aquel que dio el precepto ayuda para poder. Así el sabio, al saber que nadie podía ser continente si Dios no lo daba, se presentó al Señor y le suplicó. Voluntariamente se presentó, voluntariamente suplicó, y no pidiera si no tuviera voluntad. Pero, si no pidiera, ¿cuánto habría podido la voluntad? Aunque pudiera antes de pedir, ¿qué le aprovecharía si no da gracias por lo que puede a aquel a quien ha de pedir lo que aún no puede? Aun el que ya es continente no tendría continencia si no tuviese voluntad; pero si nada hubiese recibido, ¿qué tendría la voluntad? El Apóstol dijo: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieses recibido?23 Como si dijera: «¿Por qué te glorías como si tuvieses de tu cosecha lo que ni aun podrías tener de ti propio si no lo hubieses recibido?» Así habla para que el que se gloría no se gloríe en sí mismo, sino en el Señor24, y para que el que aún no tiene de qué gloriarse, no lo espere de sí mismo, sino que lo pida a Dios. Y mejor es carecer de algo y pedírselo a Dios que sobresalir en algo y atribuírselo a sí propio. Porque mejor es subir de la sima que caer de la cumbre, y así está escrito: Dios resiste a los soberbios, mientras da su gracia a los humildes25. La ley nos enseña lo que hemos de querer: multiplica los delitos si no ayuda la gracia para poder lo que queremos y para cumplir lo que podemos. Y nos ayudará si no alardeamos de alta sabiduría, prefiniendo de nuestras fuerzas, sino que nos acomodamos a lo humilde26, si damos gracias por las cosas que podemos y suplicamos humildemente a Dios con ardorosa voluntad por las que aun no podemos. Así nuestra oración prepara las fértiles obras de misericordia, dando para que se nos dé y perdonando para que se nos perdone27.
3 11. Otro punto. Dicen que si un niño muere antes del bautismo, no puede padecer, ya que nace sin pecado. Pero eso no lo dice el Apóstol, y es menester que creamos al Apóstol antes que a ésos. Aquel Doctor de los Gentiles, en quien hablaba Cristo28, dice así: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en quien todos pecaron. Y poco después añade: Porque el juicio proviene de un único delito para condenación; pero la gracia, de muchos delitos, para justificación29. Si ésos pudieren hallar un niño no procreado de la concupiscencia de aquel primer hombre, digan que él no es reo de condenación ni ha de eximirse de ella por la gracia de Cristo. Pues ¿qué significa de un único delito para condenación, sino de aquel delito que cometió Adán? ¿Y qué significa de muchos delitos para justificación, sino que la gracia de Cristo limpia, no sólo de aquel delito que afecta a todos los niños procreados de aquel primer hombre, sino también los muchos delitos que, ya adultos, añaden los hombres con sus malas costumbres? Con todo, dice el Apóstol que para la condenación basta el pecado con el que va ligada la generación carnal procedente de aquel primer hombre. Por eso no es superfluo el bautismo de los niños: si por la generación quedan sujetos a aquella condenación, de ella se sustraen por la regeneración. Y como no se halla hombre engendrado carnalmente fuera del linaje de Adán, así no se encuentra tampoco hombre regenerado espiritualmente fuera de Cristo. La generación carnal está sujeta a aquel primer delito y a su condenación; en cambio, la regeneración espiritual limpia no sólo de aquel primer pecado, por el que son bautizados los niños, sino también de los muchos que los hombres con su mala vida añadieron a aquel en el que fueron engendrados. Por eso sigue diciendo el Apóstol: Si por el delito de uno la muerte reinó por el uno, con mayor razón los que reciben la abundancia de la gracia y justicia reinarán en la vida por el único Jesucristo. Y así como el delito de uno afectó a todos los hombres para condenación, así la justificación de uno afectó a todos los hombres para justificación de vida. Porque como por la desobediencia de un hombre muchos se hicieron pecadores, así por la obediencia de uno muchos quedaron justificados30.
12. ¿Qué van a decir a esto? ¿O qué les queda sino tachar de error al Apóstol? El Vaso de elección, Doctor de los Gentiles, trompeta de Cristo, clama: De uno solo procede la sentencia de condenación. Y éstos levantan una y otra vez su voz aseverando que no van a la condenación, aunque estén privados del bautismo en Cristo, esos niños que, según su propia confesión, son engendrados de aquel hombre primero del que el Apóstol habla. De uno solo procede la sentencia de condenación. ¿Qué quiere decir de uno, sino por un delito? Así añade: Pero la gracia libera de muchos delitos para justificación. Luego el juicio es fruto de un delito que conduce a la condenación, y así la gracia libra de muchos delitos para la justificación. Si no osan resistir al Apóstol, expóngannos por qué el juicio de un solo delito lleva a la condenación, siendo así que los condenados van al juicio por muchos delitos. Quizá opinen que se dijo así porque en Adán tuvo principio ese pecado que los demás imitaron, y así por aquel primer delito son arrastrados al juicio y a la condenación los que por imitación cometieron muchos pecados. Y entonces, ¿por qué no se dice lo mismo de la gracia y de la justificación? ¿Por qué no dijo: «Y la gracia, libera de un delito para justificación»? En efecto, supongamos que son muchos delitos de los hombres cometidos en el espacio que existe entre el primer pecado y el juicio con que son castigados; de un delito primero pasan a los muchos, y así son arrastrados por los muchos al juicio y a la condenación. Pero entonces y de igual modo esos muchos delitos han tenido lugar entre el primer pecado, a cuya imitación se cometieron, y la gracia con que son remitidos. Por el primer pecado vinieron a los muchos, para pasar luego de los muchos a la gracia de ser justificados. Una sola y misma razón se da en ambos extremos, es decir, en el juicio y en la gracia, por lo que atañe al primer pecado y a los muchos. Dígannos, pues, por qué dice el Apóstol que el juicio por un delito lleva a la condenación, mientras la gracia lleva a la justificación a partir de muchos delitos. O bien concedan que habló así porque en este pleito se proponen dos hombres: Adán, de quien arranca la generación carnal, y Cristo, de quien viene la regeneración espiritual. Mas aquél era sólo hombre, y éste es hombre y Dios; por eso aquella generación liga con el solo delito de Adán, y ésta limpia de ese delito de Adán. Sin embargo, en la generación basta la presencia de un delito para condenar, ya que todo lo que los hombres añaden luego con sus malas obras no pertenece ya a esa generación, sino a la vida humana; así en la generación no basta limpiar de aquel delito que heredamos de Adán, sino también de lo que luego se ha añadido con las malas obras de la vida humana. Por eso de uno solo procede la sentencia de condenación; pero la gracia libera de muchos delitos para la justificación.
13. Si por el delito de uno reinó la muerte por el uno, y de ese delito se eximen los niños mediante el bautismo, con mayor razón los que reciben la abundancia de gracia y justicia reinarán en la vida únicamente por Jesucristo. En efecto, con mayor razón reinarán en la vida; porque será un reino de vida eterna, mientras que la muerte pasa por ellos temporalmente, no reinará para siempre. Así como el delito de uno afectó a todos los hombres para su condenación, y de esa condenación han de ser librados los niños mediante el sacramento del bautismo, así la justificación de uno afectó a todos los hombres para justificación de vida. En un miembro y en el otro se dice todos. Y no porque todos alcancen la gracia de la justificación de Cristo, siendo tantos los que, apartados de ella, mueren para siempre, sino porque todos los que renacen para justificación no renacen sino por Cristo. Del mismo modo, todos los que nacen para la condenación no nacen sino por Adán. Nadie pertenece a aquella generación fuera de Adán; y nadie a esta generación fuera de Cristo. Por eso en ambos miembros se dice todos, y esos todos se denominan muchos, cuando añade: Como por la desobediencia de un hombre se hicieron pecadores muchos, así por la obediencia de un hombre quedaron justificados muchos. ¿Quiénes son esos muchos sino los que poco antes se denominan todos?
14. Mira cómo nos presenta a uno y a uno; a Adán y a Cristo. Al primero, para la condenación; al segundo, para la justificación, pues que, según la carne, Cristo vino mucho después de Adán. Así nos hace saber que los antiguos justos, cuantos pudo haber, no se redimieron sino por la misma fe por la que nos redimimos nosotros, a saber, por la fe en la encarnación de Cristo, que a ellos se les profetizaba como a nosotros se nos narra realizada. Por eso llama hombre a Cristo, aunque es también Dios, para que nadie piense que los antiguos justos pudieron redimirse por Cristo exclusivamente Dios, es decir, por el Verbo, que existía en el principio31, y no por la fe en su encarnación, por la que Cristo es llamado también hombre. No puede destruirse esa afirmación, de la que en otro lugar dice: Por un hombre la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos. Pues como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán justificados32. Habla de la resurrección de los justos, en donde la vida será eterna; no de la resurrección de los inicuos, donde la muerte será eterna. Por eso dice serán vivificados, ya que los inicuos serán condenados. Por eso en los antiguos ritos se ordenó la circuncisión de los niños en el día octavo33, porque Cristo resucitó en domingo, día octavo después del sábado, que es el séptimo, y en Cristo se realiza la liberación del delito carnal, simbolizada en la circuncisión. Tal era la fe de los antiguos justos, y por eso dice también el Apóstol: Teniendo el mismo espíritu de fe, por lo que está escrito: Creí, y por eso he hablado; también nosotros creemos, y por eso hablamos34. No diría el mismo espíritu de fe sino para hacernos saber que los antiguos justos tuvieron el mismo espíritu de fe, es decir, en la encarnación de Cristo. A ellos se les anunciaba futura, a nosotros se nos anuncia realizada; en los tiempos del Antiguo Testamento estaba velada; en los del Nuevo, revelada. Por eso se cambiaron los sacramentos, pues unos son los del Antiguo Testamento y otros los del Nuevo; pero la misma fe no cambió, sino que es única y verdadera: Como todos mueren en Adán, así todos son vivificados en Cristo.
15. A esas palabras que aquí tocábamos añade: La ley se introdujo para que abundase el delito35. Pero esto ya no se refiere a aquel delito que se hereda de Adán, del que antes decía: La muerte reinó por uno36. Por ley podemos entender ya la natural, que aparece en los adultos dotados de uso de razón, o también la escrita, que se dio por Moisés. Pero ni una ni otra pudieron vivificar y librar de la ley del pecado y de la muerte37, heredada de Adán, sino que, por el contrario, aumentó la prevaricación. El Apóstol dice: Donde no hay ley, tampoco hay transgresión38. Hay una ley en la razón del hombre, que usa ya de su libertad y va escrita por la naturaleza en el corazón: nos sugiere que no hagamos a otro lo que no queremos padecer. Según esa ley, son prevaricadores todos, aun los que no recibieron la ley dada por Moisés; de ellos dice el salmo: He juzgado como transgresores a todos los pecadores de la tierra39. Ahora bien, no todos los pecadores de la tierra han trasgredido la ley dada por Moisés; pero, si no hubiesen quebrantado ninguna, no serían prevaricadores. Porque donde no hay ley tampoco hay trasgresión. Una vez quebrantada la ley que se dio en el paraíso, nace de Adán el hombre con la ley del pecado y de la muerte40, de la que se dice: Veo en mis miembros otra ley que contradice la ley de mi mente y me lleva prisionero en la ley del pecado, que está en mis miembros41. Si esa ley no se fortifica después con la mala costumbre, se la vence con facilidad, pero no sin la gracia de Dios. Quebrantada la otra ley, que hay en el uso de razón del alma racional en los adultos que ya la usan, son prevaricadores todos los pecadores de la tierra. Y quebrantada la ley que se dio por Moisés, abunda mucho más el delito. Porque, si se hubiese dado una ley que pudiese vivificar, la justicia vendría totalmente de ella. En cambio, la Escritura lo encerró todo bajo el pecado para que se diese a los creyentes la promesa por la fe de Jesucristo42. Estas palabras son del Apóstol, si las reconoces. De la misma ley vuelve a decir: La ley fue establecida para que apareciese la trasgresión, hasta que viniera la «descendencia» a la que se hicieron las promesas, y establecida por los ángeles en mano del Mediador43. Así nos recomienda a Cristo, por cuyo favor se salvan todos; los niños que se salvan de la ley del pecado y de muerte con que hemos nacido; los mayores que, usando mal de su libertad, quebrantaron la ley natural de la misma razón; los que recibieron la ley dada por medio de Moisés y al quebrantarla fueron muertos por la letra44. Cuando el hombre quebranta los preceptos evangélicos, es como un muerto de cuatro días, que ya hiede; pero no hay que desesperar de él, gracias a aquel que no susurró sin chispa, sino que clamó con gran voz: "¡Lázaro, sal afuera!"45.
16. La ley se introdujo para que abundase el delito46. Eso acontece cuando los hombres desdeñan los mandamientos de Dios, cuando presumen de sus fuerzas y no imploran el auxilio de la gracia, cuando añaden la altivez a la debilidad. Mas a veces por vocación divina entienden a quién han de gemir, e invocan a aquel en quien rectamente creen, diciendo: Ten piedad de mí, Señor, según tu gran misericordia47. O también: Yo dije: Señor, ten piedad de mí, sana mi alma, que pecó contra ti48. O también: Vivifícame en tu justicia49. O también: Aparta de mí el camino de iniquidad, y de tu ley ten piedad de mí50. O también: No venga a mí pie del soberbio, ni me mueva la mano de los pecadores51. Y también: Dirige mis caminos y no me domine ninguna iniquidad52. Porque el Señor dirige los pasos del hombre y escoge su camino53, y muchas otras cosas que están escritas precisamente para amonestarnos a cumplir lo que Dios nos manda, pero pidiendo ayuda a aquel que manda. Cuando el hombre llega hasta ahí y gime de ese modo, se realiza lo que sigue a continuación: Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia54; y también: Se le perdonan muchos pecados porque amó mucho55. Y entonces se difunde en el corazón la caridad de Dios, por donde se logra la plenitud de la ley56; pero no por las fuerzas de la libertad que tenemos en nosotros, sino por el Espíritu Santo que se nos ha donado. Conocía la ley aquel apóstol que decía: Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior. Pero añadía: Veo en mis miembros otra ley que contradice a la ley de mi mente y me lleva prisionero en la ley del pecado, que está en mis miembros. Infeliz hombre yo, ¿quién me libertará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor57. ¿Por qué no dijo: «Por mi libre albedrío, sino porque la libertad sin la gracia no es libertad, sino contumacia»?
17. El Apóstol dice, pues: La ley se introdujo para que abundase el delito; pero donde abundó el delito, sobreabundó la gracia. Después añadió: De manera que así como reinó el pecado en la muerte, así reine la gracia por la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor58. Al decir como reinó el pecado en la muerte, no dice «por un hombre» o «por el primer hombre», o «por Adán»; ya había dicho que la ley se introdujo para que abundase el delito, y la abundancia del delito no pertenece a la generación del primer hombre, sino a la trasgresión de la vida humana, que los adultos, por abundancia de iniquidad, añadieron a aquel único y solo delito al que están sujetos los niños. Todo ello, aun lo que no pertenece a la propagación de aquel único delito, puede redimirlo la gracia del Salvador. Por eso, al decir: Así la gracia reine por la justicia para la vida eterna, añadió: Por Jesucristo nuestro Señor.
18. Ninguna tesis formulada contra esas palabras del Apóstol impida a los niños recibir la salud, que se obtiene en Jesucristo nuestro Señor. Tanto más debemos hablar en su favor, cuanto menos pueden ellos hablar por sí mismos. Por un hombre, entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte, y así pasó a todos los hombres por quien todos pecaron. Como los niños no pueden desligarse de aquel primer hombre, así tampoco están inmunes del primer pecado si no se libertan de su reato por el bautismo de Cristo. Porque hasta la ley hubo pecado en el mundo59. No se dice eso porque después no haya pecado en nadie, sino porque no podía suprimir la letra de la ley lo que únicamente puede suprimirse con el espíritu de la gracia. Para que nadie, fiado de las fuerzas, no digo de su voluntad, sino de su vanidad, piense que el libre albedrío tiene bastante con la ley y se burle de la gracia de Cristo, dice el Apóstol: Hasta la ley hubo pecado en el mundo; y no se reputaba como pecado cuando no había ley60. No dice que no lo había, sino que no se reputaba tal; porque no había una ley que arguyese y pusiese el pecado en evidencia, ni una ley de la razón en los niños, ni una ley escrita en el pueblo.
19. Dice el Apóstol: Sino que reinó la muerte desde Adán hasta Moisés. Tampoco la ley dada por medio de Moisés pudo suprimir el reino de la muerte, pues sólo la gracia de Cristo lo suprimió Pero observa en quiénes reinaba: Aun en aquellos que no pecaron a semejanza de la trasgresión de Adán61. Reinó, pues, también en aquellos que no pecaron Y nos explica por qué reinó cuando nos dice: A semejanza de la trasgresión de Adán. El mejor modo de entender esas palabras es: cuando dice: Reinó la muerte aun en aquellos que no pecaron, como si nos intrigase por qué reinó en los que no habían pecado, añadió: A semejanza de la trasgresión de Adán, es decir, porque llevaban en los miembros la semejanza de la prevaricación de Adán. También puede entenderse de otro modo: Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en aquellos que no pecaron en la semejanza de la trasgresión de Adán. En sí mismos habían ya nacido, pero no tenían aún uso de razón, de la que Adán usaba cuando pecó; no habían recibido el precepto que Adán quebrantó, y sólo les afectaba el vicio original, por el que el reino de la muerte los arrastraba a la condenación. Ese reino de la muerte no se da tan sólo en aquellos que, renacidos por la gracia da Cristo, pertenecen a su reino; porque la muerte temporal aunque es también herencia del delito original, hace que en ellos perezca el cuerpo, pero no arrastra al alma al castigo con que se indica el reino de la muerte. Así el alma, renovada por la gracia, ya no muere para el infierno, es decir, no se enajena ni desvía de la vida divina. En cambio, la muerte temporal del cuerpo la heredan en este mundo aun los que son redimidos por la muerte de Cristo para ejercicio de su fe y prueba de la lucha actual, en la que también los mártires pelearon; al fin también esa muerte será suprimida en la renovación del cuerpo que nos promete la resurrección. Porque entonces en absoluto será absorbida la muerte en la victoria62, mientras que ahora la gracia de Cristo quita el reino a esa muerte para que no arrastre las almas de los suyos a las penas del infierno. Algunos códices leen: en aquellos que pecaron en la semejanza de la transgresión de Adán, en lugar de: en aquellos que no pecaron; pero en esas palabras se conserva el mismo sentido. Se entiende que pecaron a semejanza de la transgresión de Adán, como más arriba dijo: En quien todos pecaron63. En todo caso, los códices griegos, de los que se tradujo al latín la Escritura, leen en su mayor parte lo que antes dijimos.
20. El Apóstol añade acerca de Adán: que es forma del futuro64. Eso tiene varias interpretaciones. Puede ser forma de Cristo por antítesis; como en Adán todos mueren, así en Cristo todos son vivificados; como por la desobediencia de Adán muchos se constituyeron pecadores, así por la obediencia de Cristo son constituidos justos65. O pudo llamarle forma del futuro porque imprimió la forma de la muerte en sus descendientes. Pero la mejor interpretación es creer en la dicha forma por contraste, ya que tanto la recomienda el Apóstol. Mas para que en esa forma los contrarios no se coloquen en plano de igualdad, añade: Pero el don no fue como el delito; pues si por el delito de uno murieron muchos, con mayor razón abundará en muchos la gracia de Dios y el don por la gracia del único hombre Jesucristo66. Aquíel más no afecta al número, ya que los inicuos que han de ser condenados son más en número; se entiende que abundará más, porque en los redimidos por Cristo rige ahora la forma de la muerte por Adán, pero eternamente regirá la forma de la vida por Cristo. Así viene a decir: «Aunque Adán sea la forma del futuro por contraste, Cristo favorece a los regenerados mucho más que Adán perjudica a los generados». Y el don no fue igual que el pecado, porque el juicio para la condenación procede de un solo delito, mientras que la gracia libera de muchos para justificación67. Es decir, la forma es desigual, no sólo porque Adán perjudicó temporalmente a los que Cristo redimió para siempre, sino también por otra razón: los descendientes de Adán son arrastrados a la condenación, si no son redimidos por Cristo, por el delito único de Adán; pero la redención de Cristo borra muchos delitos añadidos a aquel primero por la abundancia de la iniquidad pecadora. Esto ya lo vimos arriba.
21. Con nadie convengas contra esas palabras y sana interpretación del Apóstol, si quieres vivir para Cristo y en Cristo. Según ellos, el Apóstol hubiese dicho todo esto para indicarnos que los pecadores pertenecemos al primer hombre, no en cuanto heredamos su delito con el nacimiento, sino en cuanto le imitamos pecando. Pero, si fuese así, mejor nos hubiese presentado al diablo, que pecó el primero y de quien el género humano no heredó ningún linaje sustancial, y a quien siguió con sola la imitación. Por eso se le llama padre de los impíos68, como Abrahán es llamado padre nuestro por la imitación de la fe, no por la transmisión de la carne69. Por ende, se dijo del diablo: Le imitan los que son de su partido70. Además, si sólo por ese motivo de la imitación hubiese el Apóstol citado al primer hombre, porque fue el primer pecador entre los hombres, y así se entendiera que todos los pecadores le pertenecían, ¿por qué no citó al santo Abel, que fue el primer justo entre los hombres y a quien pertenecerían todos los justos por la imitación de la justicia? Puso a Adán, y frente a él no puso sino a Cristo. Porque, como Adán con su delito vició a su posteridad, así el Dios hombre con su justicia salvó a su heredad. Adán transmitió la inmundicia carnal, cosa que no podía hacer el diablo impío, y Cristo donó la gracia del Espíritu, cosa que no podía hacer el justo Abel.
22. Sobre estos temas he hablado harto en mis otros opúsculos y sermones predicados en la iglesia. También por acá hubo algunos que sembraban donde podían estas nuevas semillas de su error. La misericordia de Dios sanó de esa peste a varios de ellos por mi ministerio y el de mis hermanos. Creo que aún hay algunos, especialmente en Cartago. Pero ya andan musitando por los rincones por miedo a la fe, bien consolidada, de la Iglesia. Uno de ellos, llamado Celestio, había comenzado ya a introducirse furtivamente los honores del presbiterado en esa Iglesia. La fidelísima libertad de los hermanos le empujó hasta el tribunal del obispo por esas mismas disputas contra la gracia de Cristo. Al fin se vio obligado a confesar que los niños tienen también necesidad de una redención, pues que han de ser bautizados. Si bien se negó a expresarse con mayor precisión acerca del pecado original, sentó no pequeño prejuicio contra sí mismo al utilizar el vocablo redención. ¿De qué han de ser redimidos esos niños sino del poder de Satanás, bajo el cual no podrían estar sino por el lazo del pecado original? ¿O con qué precio son redimidos sino con la sangre de Cristo, de la que está evidentemente escrito que fue derramada en remisión de los pecados?71 Sin embargo, convencido y detestado por la Iglesia, más bien que corregido y sosegado, se ausentó. Por eso temo que sea él mismo quien pretende perturbar vuestra fe. He aquí por qué he juzgado que debía mencionar su nombre. Bien sea él, bien otros consortes de ese error, pues son más de los que podíamos esperar, y donde no se les combate seducen a otros y se engrosa la secta, de modo que no sé dónde van a terminar, yo prefiero curarlos dentro del organismo de la Iglesia antes que amputarlos de ese organismo como miembros incurables, si es que lo permite la necesidad. Porque también hay que temer que por perdonar lo podrido se pudran otros muchos elementos. Con todo, es poderosa la misericordia de Nuestro Señor y puede librarlos de esa peste. Y lo hará si ellos reflexionan y mantienen con lealtad lo que está escrito: Quien invocare el nombre del Señor, será salvo72.
4 23. Escucha ahora algo acerca de los ricos, que es lo que tú me preguntas en tu carta a continuación. Dicen esos herejes según tus palabras: «El rico que se queda con sus riquezas no podrá entraren el reino de Dios si no vende todas sus propiedades, y no le ha de aprovechar aunque con sus riquezas guarde los mandamientos». Han escapado a su crítica nuestros padres Abrahán, Isaac y Jacob, que emigraron de la vida hace ya tanto tiempo. Todos ellos tenían grandes riquezas, como lo atestigua la fidelísima Escritura. Pero el mismo que por nosotros se hizo pobre, siendo verdaderamente rico73, anunció con una fiel promesa que muchos vendrían del oriente y del occidente a descansar en el reino de los cielos74, no por encima de ellos o separados de ellos, sino con ellos. Bien es verdad que el epulón soberbio, que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día, padeció desde su muerte los tormentos del infierno. Pero hubiese merecido también él misericordia si se hubiese apiadado del pobre ulceroso que yacía olvidado ante su puerta. Y si el mérito de aquel pobre hubiese sido su pobreza y no su justicia, no le hubiesen llevado los ángeles al seno de Abrahán, pues Abrahán fue acá rico. No honró Dios la pobreza por ella misma, ni condenó en el rico las riquezas, sino que en aquél la piedad y en éste la impiedad tuvieron su merecido. Para mostrarnos eso, el rico impío cayó en el tormento del fuego, pero el pobre piadoso cayó en el seno de un rico75. Sólo que el rico Abrahán vivía aquí con sus riquezas y las tenía en tan poco, en comparación de los mandamientos de Dios, que hasta quería inmolar a su propio hijo antes de ofender al Dios legislador; y eso que esperaba y deseaba que su hijo había de ser heredero de sus riquezas76.
24. A esto dicen ellos que los antiguos padres no vendieron sus posesiones y las repartieron a los pobres porque eso no se lo había mandado a ellos el Señor. Aun no se había revelado el Nuevo Testamento, ni convenía que se revelase sino en la plenitud de los tiempos77; por ello no se había revelado su virtud. Dios, que veía sus corazones, sabía que ellos con esa virtud podían fácilmente ejecutarlo, por lo que dio de ellos tan insigne testimonio, que, a pesar de ser Dios de todos los santos, se digna referirse a ellos como a sus amigos predilectos diciendo: Yo soy el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob: tal es mi nombre para siempre78. Mas después el gran sacramento de piedad se manifestó en carne79, y la venida de Cristo resplandeció para todas las gentes que iban a ser llamadas. En esa venida también aquellos padres habían creído, aunque ocultaban como en la raíz del árbol de que habla el Apóstol80 la oliva de esta fe que iba a manifestarse a su debido tiempo. Y entonces se le dijo al rico: Ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme81.
25. Si eso dicen, parece que sugieren alguna cosa racional. Pero escúchenlo todo, atiendan a todo; no abran los ojos a una parte y los cierren a otra. ¿A quién dio el Señor ese precepto? A aquel rico que para conseguir la vida eterna quería recibir un consejo. Eso había dicho él al Señor: ¿Qué haré para conseguir la vida eterna? Pero Cristo no le contestó: «Si quieres venir a la vida, ve y vende todo lo que tienes», sino: Si quieres venir a la vida, guarda los mandamientos. Al decir el joven que los había guardado, según el Señor los consignaba en la ley, y al preguntar qué le faltaba aún, recibió esta respuesta: Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres. Y para que no creyera que de ese modo perdía lo que mucho amaba, añadió: Y tendrás un tesoro en el cielo. Después añadió: Y ven y sígueme. Así, nadie piense que le aprovechará el ejecutarlo si no sigue a Cristo. Pero el joven se alejó triste82: él vería cómo había guardado los mandamientos de la Ley. Yo opino que respondió que los había guardado con más arrogancia que verdad. Con todo, el buen Maestro distinguió entre los mandamientos de la Ley y esa perfección más excelente. De los primeros dijo: Si quieres venir a la vida, guarda los mandamientos. Y de la segunda: Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes. ¿Por qué hemos de negar que los ricos vienen a la vida eterna, aunque se excluyan de la otra perfección, con tal de que guarden los mandamientos, y den para que se les dé, y perdonen para que se les perdone?
26. Creemos que el apóstol Pablo fue ministro del Nuevo Testamento cuando dice escribiendo a Timoteo: Manda a los ricos de este mundo que no alardeen de soberbia, que no esperen en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo, que nos lo otorga todo abundantemente para nuestro deleite. Hagan el bien, sean ricos en buenas obras, con den facilidad y comuniquen y se atesórense un fundamento bueno para el futuro, para que consigan la vida verdadera83. De ella se dijo a aquel adolescente: Si quieres venir a la vida. Opino que el Apóstol, al mandar eso, instruía a los fieles y no los engañaba. No dijo: «Manda a los ricos de este mundo que vendan todo lo que tienen, que lo den a los pobres y sigan al Señor», sino que no alardeen de soberbia ni esperen en lo incierto de las riquezas. Esa soberbia y esa esperanza en lo incierto de las riquezas, por las que se juzgaba feliz a causa de la púrpura, el lino y los festines espléndidos, y no las riquezas, son las que llevaron a los tormentos del infierno a aquel rico que despreciaba al justo pobre tendido a su puerta84.
27. El Señor continúa diciendo: En verdad os digo: «Difícilmente entrará el rico en el reino de los cielos»; y vuelvo a deciros: «Más fácilmente entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos»85. Quizá por eso opinan ellos que no puede entrar en el reino de los cielos un rico, aunque haga todo lo que el Apóstol manda en su escrito a los ricos. ¿Qué decir? ¿Es que el Apóstol habla contra el Señor, o que éstos no saben lo que hablan? Elija el cristiano, cuál ha de elegir de esas dos alternativas. Me parece que el creer que éstos no saben lo que hablan es mejor que admitir que Pablo hable contra el Señor. Por otra parte, escuchen al mismo Señor, que poco después dice a sus discípulos, entristecidos por la miseria de los ricos: Lo que es imposible para los hombres es fácil para Dios86. ¿Por qué no lo escuchan?
28. Esto se dijo, replican ellos, por lo que había de suceder: los ricos oirían el Evangelio, venderían su patrimonio y lo darían a los pobres, para seguir al Señor y entrar en el reino de los cielos, y así se realizaría lo que parecía difícil. No conseguirían la vida eterna quedándose con sus riquezas y guardando los preceptos del Apóstol, es decir, no alardeando de soberbia ni esperando en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo; haciendo el bien y distribuyendo y comunicando sus bienes a los indigentes. Al vender todas sus cosas, cumplirían también esos mismos preceptos apostólicos.
29. Si eso dicen, y bien sé que lo dicen, no advierten ante todo cómo el Señor recomienda su gracia contra la doctrina que defienden ellos. Porque no dijo: «Lo que a los hombres parece imposible, es fácil para ellos si quieren», sino: Lo que es imposible para los hombres es fácil para Dios. De este modo muestra que, cuando eso se ejecuta rectamente, no se ejecuta por el poder humano, sino por la gracia de Dios. Atiendan, pues, y si reprenden a los que se glorían en sus riquezas, cuiden de no confiar ellos en su propia virtud. Porque ambos vicios son reprendidos juntamente con un salmo: Los que confían en su virtud y los que se glorían de la abundancia de sus riquezas87. Oigan los ricos: Lo que es imposible para los hombres es fácil para Dios. Y ya se queden con sus riquezas y hagan con ellas buenas obras, ya las vendan y distribuyan entre los pobres desheredados para entrar en el reino de los cielos, atribuyan su bien a la gracia de Dios y no a sus propias fuerzas. Porque lo que es imposible para los hombres es fácil no para los hombres, sino para Dios. Óiganlo también éstos. Y si han vendido ya todos sus bienes y los distribuyeron a los pobres, o lo están tratando de realizar y de este modo se disponen a entrar en el reino de los cielos, no lo atribuyan a su propia virtud, sino a la misma gracia de Dios. Porque lo que es imposible para los hombres es fácil no para ellos, pues son hombres, sino para Dios. Eso es lo que les dice el Apóstol: Con temor y temblor obrad vuestra propia salud. Porque Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar conforme a la buena voluntad88. Precisamente dicen que han recibido del Señor un consejo de perfección, el vender sus posesiones para seguir al Señor, porque en ese pasaje se añadió: Y ven y sígueme89. Entonces, ¿por qué presumen de sola su voluntad en los bienes que hacen, y no oyen al Señor, aunque dicen que le van siguiendo, que les increpa y advierte: Sin mí nada podéis hacer?90
30. Manda a los ricos de este mundo no alardear de soberbia ni esperar en lo incierto de las riquezas. Supongamos que el Apóstol dijo eso para que vendan todo lo que poseen y, distribuyendo su precio a los pobres, ejecuten lo que dice a continuación: Sean fáciles en dar, comunicar, y atesoren un fundamento bueno para el futuro91, porque de otro modo cree que no podrán entrar en el reino de los cielos En ese caso engaña a aquellos cuyas cosas ordena con toda diligencia en la sana doctrina. Porque con avisos y preceptos establece cómo deben comportarse las esposas con sus maridos y los maridos con sus esposas, los hijos con sus padres y los padres ton sus hijos, los siervos con los señores y los señores con los siervos92. ¿Cómo podría realizarse eso si no tuviesen casa y algún patrimonio familiar?
31. Quizá les impresiona lo que dice el Señor: El que dejare todas sus cosas por mí, recibirá en este mundo el céntuplo y en el futuro poseerá la vida eterna93. Pero una cosa es dejar y otra vender. Entre las cosas que se han de dejar cita a la esposa: ninguna ley humana permite venderla, y la ley de Cristo ni siquiera permite dejarla, a no ser por causa de fornicación94. Si esos preceptos no pueden ser contrarios entre sí, ¿qué significan sino que a veces puede darse un caso de necesidad en el que hemos de abandonar a la esposa o a Cristo? Supongamos, para omitir otros ejemplos, que un marido cristiano desagrada a su esposa, y esta le propone elegir entre ella o Cristo. ¿Qué ha de elegir él sino a Cristo, dejando laudablemente a su esposa por Cristo? A ambos, si son cristianos, mandó el Señor que nadie deje su esposa, exceptuada la causa de fornicación. Cuando uno de los cónyuges no es creyente, atiéndase al consejo del Apóstol: Si la esposa no creyente consiente en habitar con un marido creyente, no la abandone. Igualmente, la esposa creyente no abandone al marido si él consiente en habitar con ella95. Y añade el Apóstol: y si el no creyente se va, que se vaya; en este caso, el hermano o la hermana no está sujeto a la servidumbre96; es decir, si el no creyente no quiere vivir con el cónyuge creyente, tenga el creyente conciencia de su libertad y no se considere sometido a servidumbre, de modo que pierda la fe misma para no perder al cónyuge no creyente.
32. Lo mismo ha de entenderse de los hijos y padres, hermanos y hermanas. Hay que dejarlos a todos por Cristo, siempre que se interponga la condición de abandonar a Cristo si se desea retenerlos a ellos. Otro tanto se ha de entender en ese pasaje de la casa, campos y demás bienes que se poseen con derecho pecuniario. Tampoco acerca de esos bienes dijo el Señor: «Quien vendiere por mí todo lo que puede lícitamente vender», sino: Quien dejare. Puede acaecer que una autoridad le diga al cristiano: «O dejas de ser cristiano o, si quieres seguir siéndolo, tienes que renunciar a tu casa y a tus posesiones». En este caso, aun aquellos ricos que estaban determinados a retener sus riquezas para emplearlas en buenas obras y merecer a Dios, dejen todo por Cristo antes que dejar a Cristo por todo eso. Y entonces en este siglo recibirán el céntuplo, número perfecto que significa totalidad, porque del hombre fiel es todo el mundo de las riquezas97. De ese modo se realiza que, no teniendo nada, lo poseen todo98 y en el siglo futuro poseerán la vida eterna. Pues, si dejan a Cristo por sus bienes, se precipitarán en la muerte eterna.
33. Esa ley o condición no afecta tan sólo a aquellos que en la excelencia de su intención abrazaron el consejo perfecto de vender y dar a los pobres sus bienes y llevar la suave carga de Cristo en unos hombros libres de toda la pesadumbre de este siglo99. Afecta también a los que son más débiles y menos idóneos para aquella gloriosísima perfección, pero que recuerdan que son cristianos de verdad. Cuando oyen que se les propone el abandonar a Cristo si quieren seguir con esos bienes, tienen que atenerse a la torre de fortaleza frente al enemigo100. Cuando la edificaron en su fe, calcularon el coste de la edificación perfecta101, es decir, vinieron a la fe con intención de renunciar a este siglo con algo más que con palabras. Si algo compraron, vivían como si no poseyeran102, y si utilizaban el mundo, vivían como si no lo utilizaran, porque no esperaban en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo103.
34. Todo el que renuncia a este siglo, sin duda renuncia a todo lo que implica, para poder ser discípulo de Cristo. El mismo Cristo, después de adelantar las metáforas de los gastos necesarios para edificar la torre y preparar la guerra contra otro rey, añadió: Quien no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo104. Luego renuncia también a sus riquezas, si las tiene: o bien porque, desdeñándolas, las distribuye a los indigentes y se libera de cargas superfluas, o bien porque ama más a Cristo y traslada su fe en ellas a Él. Así las utiliza de modo que, siendo fácil en dar y comunicar, atesora en el cielo105. Está dispuesto a dejarlas, del mismo modo que a los padres, hijos, hermanos y esposa, si se le propone la condición de abandonar a Cristo para retenerlas. Porque si, al venir al misterio de la fe, renuncia a este siglo de otro modo, hace lo que el bienaventurado Cipriano dice de los cristianos caídos en la apostasía, gimiendo: «Renuncian al siglo con meras palabras, no con hechos». Cuando llega la tentación y el rico teme más el perder sus riquezas que el negar a Cristo, se dice de él: Mirad un hombre que empezó a edificar y no pudo acabar106. Él es quien, cuando todavía el enemigo estaba lejos, envió legados a pedir la paz; es decir, todavía no le afligía la tentación, sino que le amenazaba y urgía a quedarse con las cosas que más amaba, y ya consintió en abandonar y negar a Cristo. Y hay muchos así que hasta piensan que la religión cristiana debe servirles para aumentar sus riquezas y multiplicar los deleites terrenos.
35. Pero no son así los ricos cristianos, que, aunque poseen bienes, no son poseídos por ellos hasta el punto de anteponerlos a Cristo. Porque renunciaron al siglo con intención tan leal, que no ponen esperanza alguna en esos bienes. Instruyen con sana doctrina a sus esposas, hijos y entera familia para que retengan la religión cristiana. Sus casas están cálidas de hospitalidad, y reciben al justo por el nombre de justo para conseguir el premio del justo107. Parten su pan con el hambriento, visten al desnudo, redimen al cautivo108 y se atesoran un fundamento bueno para el futuro con intención de alcanzar la verdadera vida109 . Cuando por la fe de Cristo han de padecer daños pecuniarios, odian sus riquezas. Si el mundo les amenaza con la separación o supresión de los suyos por Cristo, odian a los padres, hermanos, hijos y esposas110. En fin, si entra en cuestión con el enemigo la misma vida temporal para que Cristo, abandonado él, no los abandone, entonces odian su propia vida. Porque sobre todo eso se les dio precepto bajo pena de no ser discípulos de Cristo.
36. Se les ha ordenado que odien hasta sus vidas por Cristo. No por eso deben venderlas o quitárselas con mano violenta. Basta que estén prontos a perderlas muriendo por el nombre de Cristo para no vivir muertos negando a Cristo. Aunque no estaban dispuestos a vender esas riquezas por la amonestación de Cristo, deben estar prontos a perderlas por Cristo para no perecer con ellas perdiendo a Cristo. Por eso tenemos eminentísimas personas ricas de ambos sexos sublimadas con la gloria del martirio. Muchos que habían sido anteriormente remisos para alcanzar la perfección vendiendo sus bienes, se hicieron de repente perfectos imitando la pasión de Cristo; con sus riquezas mantuvieron alguna condescendencia con la carne y la sangre, pero de pronto lucharon por su fe contra el pecado hasta la sangre. Los hay que no alcanzaron la palma del martirio ni aceptaron el grande y noble consejo de perfección de vender sus bienes, y, sin embargo, se mantuvieron inmunes de crímenes mortales, alimentaron a Cristo hambriento, le abrevaron sediento, le vistieron desnudo, le hospedaron peregrino; éstos no se sentarán en lo excelso a juzgar con Cristo, pero estarán a su diestra para ser misericordiosamente juzgados111. Pues bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia de Dios112. Se juzgará sin misericordia a quien no tuvo misericordia, aunque la misericordia excede al juicio113.
37. Por lo tanto, dejen ya esos de hablar contra las Escrituras, y en sus exhortaciones exciten a pretender lo más perfecto, de modo que no condenen lo inferior. ¿Acaso no pueden recomendar en sus pláticas la santa virginidad, si no condenan el vínculo conyugal, siendo así que, según la doctrina del Apóstol, cada uno tiene su propio don de Dios, quién de un modo, quién de otro?114 Caminen, pues, por la senda de la perfección, después de vender todas sus posesiones y distribuirlas a los pobres. Poro si de verdad son pobres de Cristo y recogen no para sí, sino para Cristo, ¿por qué condenan a sus miembros más débiles antes de recibir asiento en el tribunal? Pueden ser tales que a ellos se refiera el Señor al decir: Os sentaréis sobre doce sillas a juzgar a las doce tribus de Israel115. También dice el Apóstol: ¿Ignoráis que hemos de juzgar a los ángeles?116 Pero, si son tales, prepárense más bien a recibir en los eternos tabernáculos117 a los ricos religiosos, no a los dignos de reproche, pues los ricos ganaron su amistad con la mammona de iniquidad. Pienso, en efecto, que algunos de ésos, que con tamaña impudencia e imprudencia parlotean tales inepcias, se mantienen en sus necesidades a expensas de los ricos cristianos y piadosos. La Iglesia tiene en cierto modo sus soldados y sus proveedores. Por eso dice el Apóstol: ¿Quién milita jamás a sus propias expensas? Tiene su viña y sus cultivadores, su grey y sus rabadanes, y por ello dice el mismo Apóstol: ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta las ovejas y no participa de su leche?118 Aunque la verdad es que el disputar como éstos lo hacen no es militar, sino sublevar; ni plantar la viña, sino desarraigarla; ni reunir las reses para apacentarlas, sino separarlas de la grey para perderlas.
38. Algunos son alimentados y vestidos por los piadosos donativos de los ricos, puesto que algo reciben para sus necesidades, y no precisamente de manos de los que vendieron sus posesiones; sin embargo, no los condenan ni juzgan a otros más nobles miembros de Cristo que viven de su trabajo con mayor virtud119, tal como lo recomienda con encarecimiento el Apóstol. Pues del mismo modo, no deben condenar a los cristianos de mérito, inferior, a cuyas expensas se mantienen. Por el contrario, viviendo rectamente y enseñando rectamente, deben más bien decirles: Si hemos sembrado en vosotros lo espiritual, ¿es mucho que recojamos de vosotros lo carnal?120 Menor impudencia tienen los siervos de Dios que viven de la venta del fruto de su honesto trabajo cuando condenan a éstos, pues no reciben nada de ellos, que los que por algún achaque corporal no pueden trabajar, cuando condenen a aquellos a cuyas expensas viven.
39. Yo, que esto escribo, amé ardientemente la perfección de la que habló el Señor cuando dijo al adolescente: Ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme121. Pero no por mis fuerzas, sino que lo hice con ayuda de la gracia divina y no por ser pobre se me tendrá menos en cuenta. Tampoco eran ricos los mismos apóstoles que lo hicieron antes que todos. Todo el mundo abandonó quien abandona lo que tiene y desea tener. Cuánto haya yo progresado en este camino de perfección, lo sé mejor que otro hombre alguno; pero mejor lo sabe Dios que yo. Con el ahínco que puedo exhorto a otros a ese compromiso, y en nombre del Señor tengo compañeros que lo han aceptado, convencidos por mi ministerio. Pero el punto principal de ese compromiso es mantener la sana doctrina, sin condenar por vana contumacia a los que no obran como nosotros. No afirmamos que de nada les vale vivir con pureza, aunque ésta sea conyugal, ni el gobernar cristianamente sus casas, sus familias, ni el crearse un tesoro para el futuro con obras de misericordia, no sea que con estas disputas nos convirtamos en detractores y no en expositores de la Sagrada Escritura. Te explico esto porque esos herejes suelen replicar a los seglares que no cumplen el consejo perfecto del Señor cuando éstos les prohíben hablar en esa forma: «No queréis discutir porque tratáis de favorecer vuestro vicio y os negáis a aceptar los preceptos del Señor». Omitiendo a los que, si bien débiles, administran religiosamente sus riquezas, hay algunos codiciosos y avarientos que las administran mal, y ponen su corazón de lodo en el tesoro terreno, porque también, a ellos ha de retenerlos la Iglesia hasta el fin, como la red evangélica retenía los peces hasta llegar a la playa122. Pero aun éstos son más tolerables que los que quieren exhibirse como héroes en sus predicaciones y doctrinas, porque, siguiendo el precepto del Señor, vendieron sus riquezas o cualesquiera patrimonios, para luego dedicarse a perturbar y arruinar con su dañada doctrina la heredad del Señor, que se dilata y difunde hasta el fin de la tierra.
5 40. Con esta ocasión, aunque brevemente, he declarado también mi opinión acerca de la Iglesia de Cristo en este mundo: es menester que hasta el final de este siglo retenga a buenos y a malos. Eso me preguntabas entre los demás puntos. Pero voy a terminar de una vez esta prolija carta.
Evita cuanto puedas el juramento. Mejor es no jurar, ni aun con verdad, que por la costumbre de jurar caer con frecuencia en el perjurio y siempre acercarse al perjurio. Pero ellos, en cuanto he podido oír a ciertos de sus elementos, ignoran en absoluto qué es jurar. Piensan, por ejemplo, que no juran cuando dicen: Dios lo sabe123, Dios es testigo124, invoco a Dios por testigo sobre mi alma125, porque en esos casos no se dice: "¡Por Dios!" y porque esas expresiones se hallan en el apóstol Pablo. Pero, en contra de su opinión, bien claro es que jura verdaderamente el Apóstol cuando dice: ¡Por vuestra gloria, hermanos, la que tengo en Jesucristo nuestro Señor, yo cada día muero!126 En los códices griegos se evidencia que es un juramento. No ha de entenderse en el latín cuando se dice por vuestra gloria como cuando se dice por mi vuelta a vosotros127, y otras semejantes expresiones, en las que se dice «por tal cosa», y que no son juramentos. Mas no porque el Apóstol haya jurado en sus libros debe el varón que está firme en la fe convertir en una frivolidad el juramento. Por eso, cuanto toca a nosotros, es mucho más seguro no jurar, como dije. Digan siempre nuestros labios: Sí, sí; no, no128, como Cristo nos aconseja. Porque, aunque no es pecado jurar con verdad, es un gravísimo pecado jurar sin verdad, y en ese pecado cae más pronto quien tiene costumbre de jurar.
41. Ahí tienes mi parecer. Los que sepan más, expónganlo mejor. Pero no esos cuya sentencia conozco y repruebo, sino otros. Más pronto estoy para aprender que para enseñar, y me harás un gran favor si me das a conocer lo que los santos hermanos publican ahí contra las charlatanerías de esos herejes. Vive rectamente y fielmente en el Señor, queridísimo hijo.