CARTA 152

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Intercesión de los obispos en favor de los reos

Macedonio a Agustín, señor justamente venerable y padre que merece ser honrado de modo particular.

Cartago. Año 413 ó 414

1. Por Bonifacio, obispo de la Ley venerable, recibí la tan deseada carta de tu santidad. Al recibirle, le amé tanto más cuanto que me traía lo que yo tanto deseaba, palabras y noticias de la buena salud de tu santidad, señor merecidamente venerable, padre digno sólo de veneración. Consiguió, pues, sin demora lo que deseaba. Mas, puesto que se me presenta la ocasión, no quiero quedarme sin recompensa por la merced que otorgué, sea cual fuere, amonestado por ti. Quiero, pues, para mí una recompensa que me ayude y al donante no le dañe, o más bien que a mí me favorezca y a él le dé gloria.

2. Decís que es deber de vuestra función sacerdotal intervenir en favor de los reos, y consideraros defraudados cuando no tenéis éxito, como si no lograrais lo que era de vuestro oficio. Pero yo dudo mucho de que esto toque a la religión. Porque si Dios prohíbe los pecados hasta el punto de rehusar una segunda penitencia después de la primera, ¿cómo podemos pretender en nombre de la religión que se nos perdone el crimen, sea cual fuere? Sin duda, cuando lo dejamos sin castigo, lo aprobamos. Y si consta que en materia de pecado la responsabilidad recae no menos sobre el que aprueba que sobre el que peca, sin duda contraemos el vínculo de la culpa siempre que deseamos dejar impune al que es reo de culpa. A eso hay que añadir otra cosa más grave. Todos los pecados parecen perdonables siempre que el reo prometa corrección. Mas ahora, tal como van nuestras costumbres, los hombres desean que se les perdone la culpa de su crimen, dejándoles gozar de aquello que ocasionó su crimen. Y vosotros, sacerdotes, estimáis que debéis intervenir también en favor de éstos: están tan lejos de ofrecer una esperanza sobre el futuro, que ya en el presente perseveran en su pensamiento criminal. En efecto, quien tan obstinadamente retiene el fruto de su crimen, demuestra que volverá a cometerlo si le dan licencia.

3. Por eso consulto a tu prudencia y deseo liberarme de esa duda que me fatiga. No pienses que te consulto por otra razón. Por lo demás, estoy decidido a otorgar gracia a los intercesores, sobre todo si tienen méritos semejantes a los tuyos. Con frecuencia no quiero dar la sensación de que hago espontáneamente lo que hago, para que una dejación de la severidad no dé a otros armas para el crimen. Por eso deseo atender a los buenos intercesores, para que el indulto, que yo concedo gustosamente, se atribuya a los méritos de otro, dejando a salvo la severidad del juicio. La eterna divinidad proteja incólume a tu santidad en una vida larga, señor venerable y padre digno de respeto. Tu santidad me había prometido algunos escritos tuyos, y no los he recibido. Te ruego que me los envíes al menos ahora y respondas a esta carta mía; ya que por ahora no puedo ver a tu santidad, podré por lo menos gustar tus palabras.