Tema: Donatistas convertidos a la Iglesia católica
Agustín, obispo, a los ciudadanos de Cirta, independientemente de su cargo público, señores honorables y hermanos amadísimos y deseadísimos, justamente dignos de ser acogidos.
Hipona. ¿Anterior a la Conferencia de Cartago?
1. Si ya ha desaparecido de vuestra ciudad lo que tanto nos entristecía; si el endurecimiento del corazón humano, que se negaba a la verdad evidente y en cierto modo pública, se ha rendido a la fuerza de la misma verdad; si se gusta la dulzura de la paz y el amor de la unidad no hiere los ojos enfermos, sino que ilumina y vigoriza a los que ya están sanos, todo eso no es obra nuestra, sino de Dios. Yo no lo atribuiría en absoluto a diligencias humanas, aunque una tal conversión de la muchedumbre hubiese acaecido cuando yo os estaba hablando y exhortando, cuando me encontraba entre vosotros. Esto lo obra y realiza aquel que se vale de sus ministros para amonestar desde fuera con señales de la realidad, pero que enseña desde dentro por sí mismo con las realidades mismas. No deberé sentir pereza para visitaros, porque esa obra laudable que se ha realizado entre vosotros no es obra mía, sino de aquel, el único hace maravillas1. Porque con mayor afán debemos correr a contemplar las obras divinas que las nuestras. Si nosotros mismos somos obra de bien, lo somos de Dios, no de los hombres. Por eso dijo el Apóstol: Ni el que planta ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento2.
2. Según vosotros me escribís y yo recuerdo de mis lecturas, Senócrates convirtió a las buenas costumbres, hablando de los frutos de la templanza, a Polemón. Este no sólo solía embriagarse, sino que en aquel momento estaba borracho. Con verdad y prudencia habéis entendido que no fue conquistado para Dios, sino tan sólo librado de la esclavitud de una vida disoluta; pero, aun así, yo no atribuiría esa buena mudanza a la intervención humana, sino a la divina. Los mismos bienes de nuestro cuerpo, íntima parte de nuestra persona, como, por ejemplo, la hermosura, las fuerzas y la salud o cualesquiera otros de esta especie, no son sino de Dios, que crea y perfecciona la naturaleza. ¡Cuánto menos podrá dar ningún hombre los bienes del espíritu! ¿Puede haber actitud más orgullosa e ingrata de la humana malicia que el pensar que es Dios el que da la hermosura de la carne del hombre, y, en cambio, es el hombre el que da la castidad al espíritu? En el libro de la Sabiduría cristiana está escrito así: Pues si sabía que nadie puede ser continente si Dios no se lo da, esto mismo era debido a la sabiduría, es decir, el conocer quién era el dador de tal don3. Si Polemón, al convertirse de disoluto en temperante, hubiese sabido de quién era ese don para ofrecerle una piadosa adoración, reprobando las supersticiones de los gentiles, no sólo hubiese sido temperante, sino también verdaderamente sabio y saludablemente religioso. Lo cual le hubiese valido no sólo para la honestidad de la presente vida, sino también para la inmortalidad de la futura. Mucho menos deberé yo arrogarme esa conversión vuestra o de vuestro pueblo que ahora me anunciáis. Sin duda se ha realizado por eficiencia divina, cuando ni yo os hablaba ni siquiera estaba presente, en los que de verdad os habéis convertido. Sabedlo, pues, bien; pensadlo piadosa y humildemente. A Dios, hermanos, a Dios hay que dar las gracias. Temed a Dios para que no decaigáis. Amadle para que progreséis.
3. Si hay algunos de vosotros a quienes ocultamente el amor humano los separa, aunque el temor humano los haya reunido en apariencia, piense que la humana conciencia está patente a Dios; que no engañarán a este testigo ni escaparán de este juez. Y si es que todavía, solícitos de su propia salvación, tienen alguna duda respecto a ese problema de la unión, creo que es perfectamente justo que se decidan a creer acerca de la Iglesia católica, difundida por todo el orbe, lo que las divinas Escrituras dicen, más bien que lo que las humanas lenguas maldicen. Respecto a la disensión que se originó entre los hombres, sepan que la calidad de éstos no sienta prejuicio contra las promesas de Dios. El dijo a Abrahán: En tu linaje serán benditas todas las naciones4. ¡Eso fue creído cuando fue anunciado, y ahora pretende negarse cuando se ve cumplido! Entre tanto, mediten esto, que a mi juiciono admite objeción: o bien fue fallada esta causa ante el tribunal de la Iglesia transmarina o bien no fue fallada. Si allí no fue fallada, es inocente la sociedad cristiana de la Iglesia transmarina, con la cual comulgamos gozosos; por lo tanto, se han separado de ella los donatistas por una división sacrílega. Y si allí fue fallada esta causa, ¿quién no entenderá, sentirá y verá que los donatistas fueron allí derrotados, pues su comunión quedó separada? Elijan, pues, si prefieren creer lo que fallaron los jueces eclesiásticos o lo que murmuran los litigantes vencidos. Considerad con vuestra prudente diligencia que nada serio puede alegarse contra ese argumento tan breve de decir, tan fácil de entender. Ahí tenéis al malo de Polemón, que se rinde más bien a la verdad que a la embriaguez de su inveterado error.
Perdonadme que esta carta sea más prolija que alegre, porque, a mi juicio, es más útil que aduladora, señores honorables, justamente dignos de ser acogidos, muy queridos y deseados hermanos. Respecto a mi visita a vuestra ciudad, el Señor realice nuestro común deseo. No puedo explicaros con palabras cuán inflamado me siento por el ardor de la caridad para visitaros, pero estoy seguro de que benignamente me creéis.