CARTA 142

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Donatistas que pasan a la Iglesia católica

Agustín, obispo, saluda en el Señor a los amadísimos señores y hermanos en el presbiterado Saturnino y Eufrate, y a los clérigos que con ellos se han convertido a la unidad y paz de Cristo.

Hipona. Hacia el 412.

1. Nos ha regocijado vuestra llegada, pero no os entristezca a vosotros nuestra ausencia. Porque por la gracia de Dios estamos en aquella Iglesia que, aunque está difundida por todo el mundo, es tan sólo un gran cuerpo de una gran Cabeza, pues su Cabeza es el mismo Salvador1, como dice el Apóstol. Acerca de la glorificación de esta Cabeza, que había de realizarse después de la resurrección, anunció muchos siglos antes el profeta: Levántate sobre los cielos, ¡oh Dios! Y porque después de su exaltación por encima de los cielos había la Iglesia de llenar toda la tierra con su prodigiosa fecundidad, el mismo salmo añadió a continuación: Y sobre toda la tierra tu gloria2. Por lo tanto, carísimos, mantengámonos con firmeza de pensamiento y fortaleza de corazón bajo tan excelsa Cabeza en tan glorioso cuerpo, en el que somos miembros recíprocos. Por eso, aunque me separan de vosotros tan largas distancias, mantengámonos juntos en aquel de cuyo cuerpo único no debemos separarnos. Si habitásemos en la misma casa, diríamos que estábamos juntos. ¡Cuánto más juntos estamos unidos en el mismo Cuerpo! Además, la Verdad misma nos afirma que estamos en la misma casa; la Sagrada Escritura, que asegura que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo3, asegura también que la misma Iglesia es la casa de Dios.

2. Pero esta casa no se edifica en un ángulo del globo terráqueo, sino por toda la tierra. Por lo que un salmo, cuyo título es Cuando se edificaba la casa, después de la cautividad, comienza así: Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra4. En la decadencia del hombre viejo había cautivado el diablo a toda la tierra. Cuando se edifica la casa, después de la cautividad, la renovación de los fieles queda simbolizada en el hombre nuevo. Por eso dice el Apóstol: Despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo, que ha sido creado según Dios5. Esto es lo que por toda la tierra se realiza en la unidad católica, como se dice en otro salmo: Y por toda la tierra tu gloria. Del mismo modo, cuando en este salmo se dice: Cantad al Señor un cántico nuevo6, para dar a entender el tiempo en que esta casa se edifica con este cántico nuevo, se añade a continuación: Cantad al Señor toda la tierra. El mismo salmo anima a los obreros que edifican esta tan grande casa, añadiendo a continuación: Anunciad bien de día en día su salvación; anunciad en todos los pueblos su gloria, en todos los pueblos sus maravillas. Y poco después dice: Ofreced al Señor, ¡oh pueblos de los gentiles!, ofreced al Señor gloria y honor7.

3. Con estos y otros testimonios que la Sagrada Escritura consigna acerca de esta gran casa en abundancia, se rindieron sus enemigos, hasta el punto de confesar que contra la Iglesia transmarina no tenían pleito, pues era católica. Con ella comulgamos nosotros para merecer ser miembros de Cristo, unidos con un fiel afecto de caridad a la trabazón de su Cuerpo, puesto que todo el que vive mal en la unidad de esta Iglesia, come y bebe su propia condenación8, según dice el Apóstol. En cambio, cuando uno vive bien, no sienta prejuicio contra él ni la causa ni la persona ajena. Por eso, cuando se les estrechó a los donatistas con la causa de Maximiano, se vieron obligados a confesar con su propia boca que «ni una causa sienta prejuicio contra otra, ni una persona contra otra». Pero vivimos solícitos unos de otros, como miembros de un Cuerpo, de manera que todos los que con la ayuda de Dios pertenecemos al futuro granero hemos de tolerar entre tanto la paja de la era, no sea que por esa paja, destinada al fuego futuro, abandonemos la era del Señor9.

4. Cumplid fiel y alegremente los oficios eclesiásticos que tenéis asignados, y ejerced dignamente vuestro ministerio, según vuestra jerarquía, por aquel Dios bajo el cual somos consiervos, y a quien pensamos tener que dar cuenta de nuestras acciones. Por eso debéis tener muchas entrañas de misericordia, porque quien no ejerciere la misericordia será sometido a un juicio sin misericordia10. Por eso habéis de orar con nosotros por aquellos que todavía están tristes, para que se cure la debilidad carnal de su espíritu, contraída y crónica por la inveterada costumbre. ¿Quién no entenderá cuán bueno y agradable es que los hermanos moren en uno11, si esta suavidad llega a tocar sus labios para que el alma que ama la dulzura de la caridad se anime a rechazar la amargura de la división? Dios, a quien suplicamos por los donatistas, es poderoso y misericordioso para atraerlos a la salud con cualquiera ocasión. El Señor os conserve en paz.