Tema: Pide las actas de un proceso contra criminales donatistas y suplica mansedumbre en el comportamiento con ellos.
Agustín saluda en el Señor a Marcelino, señor justamente insigne a la vez que hijo muy amado y deseado.
Hipona. Enero-febrero de 412
1. Espero impaciente las actas que me prometió tu excelencia. No veo la hora de que se lean en la iglesia de Hipona y, si es posible, en todas las iglesias erigidas en esta diócesis. Todos oirán y reconocerán a los confesores de la iniquidad, a quienes no mueve a penitencia el temor de Dios, pero cuya dureza y crueldad de corazón se ha puesto de manifiesto con las diligencias judiciales. Se han delatado, tanto los que confesaron haber muerto a un presbítero y cegado y malherido a otro como los que confesaron que lo sabían, aunque aseguran que les desagradó. Desecharon la paz católica para no mancillarse con crímenes ajenos y se mantuvieron entre tanto en él sacrilegio del cisma entre tanta muchedumbre de criminales sanguinarios. También se han delatado otros que aseguraron que no mudarían de opinión aunque se les demostrase la verdad católica y la perversidad donatista. No es poco lo que Dios ha querido obtener por medio de tus diligencias. Ojalá tengas que oír con asiduidad pleitos parecidos de esa gente y se hagan notorios cada día sus crímenes, su loca obstinación. Las actas públicas llegan a conocimiento de todos. Escribió tu eminencia que dudaba si debería hacer fijar las actas en la iglesia de Teoprepia. Hágalo si allí ha de confluir una muchedumbre numerosa; en otro caso, hay que pensar en lugar más concurrido. Pero en ningún caso se ha de dejar de hacer.
2. Te ruego que la pena de ésos, aunque han confesado tantos crímenes, no sea de muerte, tanto por nuestra conciencia como para recomendar la mansedumbre católica. Ya nos llegan los frutos de la confesión de esa gente, pues ya puede la Iglesia católica guardar y ejercitar la caridad hacia sus sanguinarios enemigos. Con gente tan atroz ha de parecer suave cualquier castigo que se les imponga fuera de la muerte. En la actualidad, a algunos de los nuestros, conmovidos por esa atrocidad, esto les parece indigno, y lo asemejan a la dejación y a la incuria; pero ya pasará la excitación que suele despertarse violentamente ante los hechos recientes, y aparecerá en su esplendor la más noble bondad; entonces les agradará más aún el leer y mostrar esas actas, señor justamente insigne y muy amado y deseado hijo. Ahí está mi santo hermano y coepíscopo Bonifacio. Por él y por el diácono Peregrino, que fue con él, te he dirigido uninforme. Acéptalo como si fuese mi propia persona. Y lo que hagáis de común acuerdo para la utilidad de la Iglesia, hágase con la ayuda de Dios, que es poderoso para asistirnos misericordiosamente entre tantas calamidades. Ahora Macrobio, obispo de los donatistas, acompañado con grupos armados de ambos sexos, recorre el país y se hace abrir las basílicas, que el miedo de sus dueños había cerrado. Mientras estuvo presente Espondeo, procurador del nobilísimo varón Céler, a quien recomendé con fervor a tu caridad y le recomiendo otra vez, su audacia se frenaba de algún modo. Pero ahora, después de abandonar Cartago, las hace abrir en los campos de su propiedad y reúne en ellas a la gente. Con él está también Donato, aquel diácono rebautizado cuando era colono de la Iglesia, y que fue el principal agente de aquella matanza. ¿Qué criminales no estarán con él, cuando con él va una tal persona? Si el procónsul o ambos a la vez vais a dictar sentencia contra ellos, si él persiste en querer castigarlo con la muerte, aun siendo cristiano y no siendo inclinado por su naturaleza a esas crueldades, en cuanto he podido comprobar en ese caso, si fuera necesario, mandad que en las actas se aleguen también las dos cartas que consideré que debía enviaros sobre este asunto. Porque suelen decirme que en las facultades del juez está el suavizar la sentencia y castigar con mayor blandura que lo exigido por las leyes. Y si no he logrado convenceros con mis cartas, acceded por lo menos a retenerlos en prisión; nosotros nos ocuparemos de lograrlo de la clemencia del emperador, para que el martirio de los siervos de Dios, que debe ser glorioso dentro de la Iglesia, no sea mancillado con la sangre de sus enemigos. Sé que en el proceso de los clérigos del Valle de Non, asesinados por los paganos, y ahora honrados como mártires, el emperador accedió fácilmente a las preces que se le presentaron para que no fueran condenados a un castigo semejante los criminales que ya estaban detenidos.
3. He olvidado por qué me devolvió tu excelencia los libros del bautismo de los niños, que te había enviado. Al examinarlos, hallé hartas faltas, y quizá fue por eso; he querido corregirlos, pero, impedido por no sé qué lindezas, no lo he realizado aún. Había determinado escribirte otra carta y añadirla a ésta; estando todavía ahí, comencé a dictarla, pero, aunque he añadido un poco más, te hago saber que no la he terminado. Si pudiera darte cuenta de todos los días y las noches empleados en otras necesidades, te contristarías y admirarías de los negocios que me distraen. No puedo en absoluto diferirlos, ni me permiten trabajar en estos otros que tú me pides, reclamas y exiges. Yo quiero atenderte, pero tengo que lamentar mi negativa inexplicable, porque no puedo. Cuando me dan alguna tregua los asuntos de los donatistas, que a tal modo me retienen que no puedo evitarlos en modo alguno, ni puedo despreciarlos, no faltan materias urgentes que dictar, y van tan ceñidas a las circunstancias del tiempo, que no admiten dilación. Así, por ejemplo, tuve que compendiar fatigosamente las actas de nuestra conferencia al ver que nadie se avenía a leer tanto fárrago de páginas. Asimismo, tuve que escribir otra carta a los donatistas laicos acerca de esa misma conferencia, y ahora acabo de terminarla con algunas consideraciones. De igual modo hube de escribir otras dos cartas, una a tu caridad y otra al ilustre varón Volusiano; creo que ya las habréis recibido. Además, traigo ahora entre manos un libro a nuestro Honorato, acerca de cinco cuestiones que me remite y me impone por carta; ya ves que por necesidad tengo que contestarle al momento. Porque la caridad, que alimenta a sus hijos como una nodriza, no se atiene al orden del amor, sino al de la necesidad. Antepone los más débiles a los más fuertes, pues quiere que aquéllos sean como éstos. Así deja de momento a los fuertes, no porque los desprecie, sino porque confía en ellos. Nunca pueden faltarme esas necesidades de dictar puntos que me distraen de esos otros que yo anhelo dictar, pues apenas me queda espacio alguno entre la muchedumbre de ocupaciones en que me sumergen los ajenos apetitos y necesidades. Realmente no sé lo que he de hacer.
4. Ahí tienes por lo que has de rogar conmigo al Señor. Pero no quiero que omitas, pues algo logras, esos requerimientos que con tanta frecuencia me envías. Por mi parte recomiendo a tu excelencia la iglesia de Numidia, por cuyas necesidades fue enviado por los hermanos y coepíscopos míos que con él trabajan y peligran, mi hermano y coepíscopo Delfín. No te escribo más sobre este asunto, pues le has de oír a él de viva voz. Lo demás lo hallarás en losinformes que envié al presbítero, ya ahora, ya antes por medio del diácono Peregrino, para no verme en la precisión de repetir lo mismo tantas veces. Mantenga siempre tu corazón su vigor y gozo en Cristo, señor justamente insigne, muy querido y deseado hijo. Encomiendo a tu eminencia a nuestro hijo Rufino, primera autoridad de Cirta.