Tema: Respuesta a la carta 135
Agustín saluda en el Señor a Volusiano, señor ilustre y justamente insigne a la vez que excelentísimo hijo.
Hipona. Poco después de la anterior.
1 1. Leí tu carta y en ella vi el esquema de un diálogo muy bien resumido. Tengo, pues, que responder sin dar dilaciones ni excusas. Has sido, además, muy oportuno, puesto que ahora estoy un tanto libre de negocios ajenos. Y aunque había determinado emplear mi descanso en contestar a otros, no he creído digno dejar sin contestación a quien yo mismo había provocado a preguntar. Nadie de los que administramos, según nuestras fuerzas, la gracia de Cristo, se contentaría, al leer tus palabras, con ofrecerte la instrucción cristiana suficiente para tu salud. No me refiero a la salud de esta vida, que aparece durante un instante, semejante a un vapor, y luego se desvanece y esfuma, según se cuidó de avisarnos la divina Palabra1, sino a aquella salud por cuya adquisición y conservación eterna nos hicimos cristianos. Sería pobre darte la instrucción que necesitas para salvarte tú mismo. Porque tienes un ingenio y estilo tan excelentes y brillantes, que deben ponerse al servicio de esos tardos y perversos contra los que hay que defender con la mayor propiedad la dispensación de tan alta gracia. La menosprecian esos pobrecillos orgullosos, que se jactan de su capacidad y no tienen poder alguno para curar sus vicios o cohibirlos.
2. Me preguntas, pues, «si el Señor y Gobernador del mundo ocupó el seno de una mujer inmaculada; si la madre toleró durante diez meses tan dilatado trabajo, y, sin embargo, dio a luz en un parto solemne, siendo virgen y conservando sin mancilla su virginidad después del parto. También, si en aquel cuerpecito del niño, que emitía los primeros vagidos, se encerraba el universo, maravilla sin ejemplo; si toleró los años de la infancia, de la adolescencia, y se perfeccionó en la juventud; si permaneció el gran Rey durante tanto tiempo fuera de su trono, y el gobierno de todo el universo se trasladó a aquel cuerpecillo; si dormía, si se nutría con alimentos; en fin, si sentía todas las afecciones de los mortales; si no se manifestaban con señales apropiadas los indicios de tan alta majestad. En realidad, su extraña purificación, los cuidados que prodigó a los débiles, los muertos que resucitó, son poca cosa para Dios, si pensamos en esas otras maravillas». Me dices, pues, que, en una reunión de amigos, uno de los muchos que estaban presentes planteó la cuestión, y que vosotros le detuvisteis, porque seguía preguntando, y que levantasteis la sesión, dando tregua para consultar a otro más entendido, para no incurrir en culpa por error sin malicia lanzándoos a explicar los misterios con poca cautela.
3. Luego me presentas la intención de tu carta, y, después de la confesión de tu ignorancia, me sugieres que reconozca lo que se echa de menos en parte de los nuestros. Añades que mi fama está interesada en contestar a vuestra consulta, pues aunque pudiera tolerarse la falta de preparación en otros sacerdotes sin detrimento del culto divino, cuando se trata de mí, que soy obispo, tanto habrá de culpa cuanto haya de ignorancia. En primer lugar, te ruego que depongas esa opinión que tan fácilmente adoptas acerca de mi persona; que dejes y abandones esa creencia, aunque esté llena de benevolencia para conmigo. Cuando se trata de mí, has de creerme a mí antes que a ningún otro, si quieres corresponderme con amor. Porque es tal la profundidad de las Escrituras cristianas, que mi adelantamiento no tendría fin, aunque me ocupara en estudiarlas a ellas solas desde la primera infancia hasta la decrépita senectud, con holgura completa, con extremo afán y con mejor ingenio. No es tanta la dificultad cuando se trata de saber las cosas que son necesarias para la salvación. Pero una vez afianzada la fe, sin la cual no se puede vivir piadosa y rectamente, quedan para los eruditos tantos problemas, tan velados entre múltiples sombras misteriosas; hay tan profunda sabiduría no sólo en las palabras en que los problemas se presentan, sino también en los problemas reales que se pretenden desvelar, que a los más animosos, agudos, ardientes en el afán de conocer, les acaece lo que la misma Escritura dice en cierto lugar: Cuando el hombre termina, entonces empieza2.
2 4. ¿Para qué detenerme más en esto? Pasemos mejor al punto que me presentas. En primer lugar quiero que sepas que la doctrina cristiana no dice que Dios quedase incorporado a la carne, con la que nació de la Virgen, de manera que abandonase o perdiese el cuidado de gobernar el universo, o que hubiese trasladado al cuerpo suyo ese cuidado, como si se tratase de una materia que se condensa y recoge. Ese es un modo de sentir muy humano, propio de quien no puede pensar sino en los cuerpos, ya sean pesados, como el agua y la tierra, o ya sean ligeros, como el aire y la luz. Tratándose de cuerpos, no pueden estar enteros en todas las partes, pues las tienen innumerables y han de colocarlas en respectivos lugares. Por pequeño que sea el cuerpo o el corpúsculo, ha de ocupar un espacio local, y debe ocuparlo siempre de modo que en ningún punto esté íntegro. Por lo tanto, condensarse y enrarecerse, contraerse y dilatarse, reducirse a la mínima expresión o crecer hasta formar una mole, son expresiones que no se aplican sino a los cuerpos. Muy distinta de la del cuerpo es la naturaleza del alma. ¡Cuánto más lo será la de Dios, que es el Creador del cuerpo y del alma! Decimos que Dios llena el mundo. Pero no lo llena como el agua o el aire, o la misma luz, de suerte que con una pequeña parte de su sustancia llene un pequeño espacio y con una grande un espacio mayor. Puede estar íntegro en todas partes sin quedar contenido en ningún lugar; puede venir sin alejarse del lugar en que estaba; puede alejarse sin abandonar el que tenía.
5. Esto le causa maravilla al humano entendimiento, y, porque no lo comprende, quizá no lo cree. Empiece en su ingratitud por contemplarse a sí mismo, y, si puede, levántese un poquito de la materia y de aquellas cosas que suele percibir por medio del cuerpo. Vea la índole propia de su alma, que utiliza al cuerpo. Quizá ni eso puede ver. Porque, como alguien ha dicho, el apartar la mente de los sentidos y el arrancar el pensamiento de su costumbre es ya fruto de un gran ingenio. Examine, pues, con alguna mayor fijeza y vigilancia los mismos sentidos corporales. Hay cinco sentidos, que no pueden darse sin el cuerpo o sin el alma. Porque el sentir es propio del animal vivo, y el vivir lo recibe el cuerpo del alma. Por otra parte, no podemos ver ni oír, ni usar de los otros tres sentidos, si nos faltan los instrumentos, vasos u órganos corpóreos. Vea esto el alma racional y examine los sentidos del cuerpo, pero no con los sentidos del cuerpo, sino con la mente o razón. El hombre no puede sentir si no vive, y vive en carne mientras sus dos elementos no se separen por la muerte. Pues ¿cómo el alma, que no vive sino en su carne, siente las cosas que están fuera de su carne? ¿Acaso no están muy lejos de su carne las estrellas del cielo? ¿Acaso no ve el sol en el cielo? ¿Acaso la vista no es un sentido, cuando es el más noble de los cinco? ¿Acaso vive el alma en el cielo, pues siente en el cielo, y no puede darse el sentido allí donde no hay vida? ¿Acaso puede sentir allí también donde no vive? Quizá vive solamente en su carne, pero puede sentir también en aquellos lugares exteriores que contienen los objetos que ella puede tocar con la vista. ¿Ves el gran misterio que se esconde en este sentido tan manifiesto que llamamos la vista? Pues atiende ahora al oído. Porque también él se derrama en cierto modo fuera de la carne. ¿Por qué decimos: «Suena allá afuera», sino porque sentimos allí donde suena? ¿Luego vivimos allí fuera de nuestra carne? ¿O acaso podamos sentir allí donde no vivimos, siendo así que sin la vida no hay sentido?
6. Los otros tres sentidos sienten en sí mismos, aunque respecto del olfato puede caber la duda. Sobre el gusto y el tacto, nadie duda de que no sentimos las cosas que gustamos y tocamos, sino en nuestra carne. Dejemos, pues, esos tres sentidos fuera de la controversia, y detengámonos en ese maravilloso problema del oído y de la vista: ¿Cómo puede el alma sentir donde no vive, o cómo vive donde no está? Porque no está fuera de su carne y, en cambio, siente fuera de su carne. Siente donde ve, pues ver es sentir; siente donde oye, pues oír es sentir. Luego o también vive fuera, y así siente fuera o siente donde no vive, o vive donde no está. Todo esto es maravilloso. Ninguno de esos extremos puede afirmarse sin que se siga un absurdo. Y ya ves que hablamos de un sentido mortal. ¿Qué será la misma alma, si la consideramos, no ya en el sentido corporal, sino en la misma mente con que hace estas consideraciones? Porque el juicio que pronuncia respecto a los sentidos corporales no lo pronuncia con un sentido corporal. Y ¿pensaremos que se dice algo increíble acerca de la omnipotencia de Dios, cuando se afirma que el Verbo de Dios, por quien fueron creadas todas las cosas, tomó el cuerpo de una Virgen y apareció ante los sentidos corporales, sin corromper su inmortalidad, sin alterar su eternidad, sin disminuir su poder, sin abandonar el gobierno del universo, sin apartarse del seno del Padre, es decir, del sagrario en que está con Él y en Él?
7. No entiendas al Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, como si pasase alguna parte de Él, como si algo se convirtiese de futuro en pasado. Permanece como está y está íntegro en todas partes. Viene cuando se manifiesta, y se retira cuando se oculta. Pero, oculto o manifiesto, siempre está presente, como la luz está presente ante los ojos de los que ven y de los ciegos, aunque para el que ve está presente y para el ciego está ausente. La voz está presente ante los oídos de los que oyen y de los sordos; sin embargo, para unos está presente y para otros latente. ¿Hay maravilla mayor que la que se produce en nuestras voces y palabras o verbos sonantes, es decir, en una cosa que tan vertiginosamente pasa? Cuando hablamos, no se daría lugar a la segunda sílaba si no pasase antes la primera; y, sin embargo, si alguien las oye, oye todo lo que decimos. Y si son dos los que oyen, ambos lo oyen todo, pues cada uno lo oye todo. Y si escucha una muchedumbre silenciosa, no se reparten las partículas de sonido, como se repartirían la comida, sino que todo lo que suena va íntegro a todos e íntegro a cada uno. Pues si eso acaece en el verbo transitorio del hombre, que se dirige a los oídos, ¿será ya increíble que acaezca en el Verbo permanente de Dios, que se dirige a las cosas, de modo que, como el sonido es percibido íntegro por cada uno, así el Verbo esté íntegro en todas partes?
8. Por lo tanto, no hay que temer que en el cuerpecito de un infante haya padecido Dios esas angustias que parecen temerse. Dios no es grande por su masa, sino por su poder. Con su providencia dotó de mejores sentidos a las hormigas y a las abejas que a los asnos y a los camellos. Del grano mínimo de una semilla forma la magnificencia de una higuera, mientras que otras plantas menores nacen de mayores semillas. Dotó a las pupilas de tal golpe de vista, que irradian de los ojos y en un instante iluminan casi la mitad del cielo. De un punto, como de un centro del cerebro, deriva y distribuye los otros cinco sentidos. Reparte el movimiento vital por todo el cuerpo con sólo el corazón, que es un miembro bien pequeño. Por estas y otras semejantes maravillas nos permite Dios adivinar cosas muy grandes en las mínimas. El, que no es pequeño en las pequeñas, porque la energía de su poder no padece angustia alguna en los lugares más estrechos, fecundó el seno virginal para lograr un parto espontáneo y no adventicio. Ese poder unió consigo un alma racional, y mediante ésta un cuerpo humano también; es decir, asumió un hombre íntegro mejorándolo, no se unió con elementos deteriorados. Asumió de él por misericordia el nombre de humano, y le otorgó generosamente el de divino. Ese mismo poder sacó los miembros del infante de las virginales entrañas de su madre, como más tarde introdujo los miembros de un adulto por las puertas cerradas3. Si se pide un ejemplo, dejará de ser singular. Concedamos que Dios puede hacer algo que nosotros somos incapaces de comprender. En tales materias, la razón del hecho es el poder del agente.
3 9. El hecho de que Cristo se entregue al sueño, se nutra de aumentos y experimente todas las afecciones humanas, persuade a los hombres de que es hombre y de que no aniquiló, sino que asumió a ese hombre. Así se ejecutó. No obstante eso, ciertos herejes han tratado de alabar su potencia y de admirarse perversamente de ella. Se niegan en absoluto a reconocer en El la naturaleza humana, en la que reside toda la gracia con que salva a los que creen en El, que contiene los profundos tesoros de sabiduría y ciencia4 que infunde en nuestras mentes la fe para llevarlas a la eterna contemplación de la verdad inalterable. ¿Qué hubiese acaecido si el Omnipotente no hubiese formado aquel cuerpo en el seno de una madre, sino que lo hubiese creado en cualquier parte y lo hubiese presentado de repente a las miradas? ¿Qué hubiese acaecido si no se hubiese hecho adulto de infante, cambiando la edad; si no hubiese necesitado de alimentos y de sueño? ¿No sería eso dar firmeza a la opinión errónea de los que creen que en modo alguno había tomado un verdadero hombre? De ese modo, por hacerlo todo maravillosamente, nos habría privado de lo que hizo misericordiosamente. Mas he aquí que apareció del modo dicho el Mediador entre los hombres y Dios, uniendo en una única persona amibas naturalezas, sublimando lo ordinario con lo extraordinario y templando lo extraordinario con lo ordinario.
10. ¿Pero no sería maravilloso todo lo que ejecuta Dios en todos los movimientos de las criaturas, si con la costumbre no dejase de asombrarnos lo cotidiano? ¡Cuántas cosas ordinarias son desdeñadas y causarían estupor si se consideraran! Por ejemplo, la fuerza de las semillas. ¡Qué números tienen, cuán vivaces, cuán eficaces, cuán ocultamente poderosos, cuán capaces de obrar cosas grandes en su pequeñez! ¿Quién lo comprenderá y quién sabrá expresarlo? Dios hizo para sí un hombre sin simiente, pues El es el que en la naturaleza no necesitó de semillas para crear las semillas. En su cuerpo cumplió los números temporales y guardó el orden de la edad. El, que sin alterar su inmutabilidad, tejió la ordenada trama de los siglos. Creció en el tiempo, lo que comenzó con el tiempo. El Verbo, por quien todas las cosas fueron hechas, eligió en el principió el tiempo en el que había de tomar la carne, pero no se sometió al tiempo para convertirse en carne. Es que el hombre se unió a Dios sin que Dios se apartase de sí mismo.
11. Algunos piden que se les dé razón de cómo Dios pudo mezclarse con el hombre para formar la única persona de Cristo, cuando fue menester que eso tuviese lugar una sola vez. Como si ellos diesen razón de lo que acaece cada día, a saber, cómo se mezcla un alma con un cuerpo para formar la única persona. Porque así como en la unidad de la persona un alma se une con un cuerpo y tenemos un hombre, del mismo modo en la unidad de la persona Dios se unió con un hombre y tenemos a Cristo. En la persona humana tenemos una composición de alma y cuerpo; en aquella persona divina tenemos una composición de hombre y de Dios. Sin embargo, cuide el lector de alejarse de lo que suele suceder en los cuerpos: cuando se mezclan dos licores, de modo que ninguno de los dos conserva su integridad, si bien aun en los mismos cuerpos la luz se mezcla con el aire sin corromperse. Luego la persona humana es una mezcla de alma y cuerpo; la persona de Cristo es una mezcla de hombre y de Dios. Cuando el Verbo de Dios se unió a un alma que ya tenía su cuerpo, tomó conjuntamente el alma y el cuerpo. Lo uno se realiza cada día cuando se engendra un hombre; lo otro acaeció una vez para libertar a los hombres. Con todo, la mezcla de dos cosas incorpóreas debió creerse con mayor facilidad que la de una cosa corpórea con otra incorpórea. Si el alma no se engaña respecto a su propia índole, comprenderá que es incorpórea; pues mucho más incorpóreo es el Verbo de Dios. Por lo tanto, debió creerse que era más fácil la mezcla del Verbo de Dios y del alma que la del alma con el cuerpo. Sólo que esto lo experimentamos en nosotros mismos, mientras que se nos manda que aquello lo creamos realizado en Cristo. Pero si se nos mandase creer ambas cosas, sin tener experiencia de ellas, ¿cuál de las dos sería creída antes? ¿Cómo dejaríamos de confesar que dos cosas incorpóreas pueden mezclarse con mayor facilidad que una corpórea y otra incorpórea? Aunque quizá sea indigno emplear para expresar estas cosas los términos mezcla y composición, debido al trato habitual con las realidades corporales, que son en sí muy diferentes y de distinto origen.
12. El Verbo de Dios, Hijo de Dios y al mismo tiempo Virtud y Sabiduría de Dios5, llegando desde la cima de la criatura racional hasta la sima de la corporal con fortaleza, y disponiéndolo todo con suavidad6, presente y latente, ni encerrado ni dividido en ningún lado, nunca aumentado, pero íntegro en todas partes sin corpulencia, y en un cierto modo muy alejado del que usa para estar presente en las criaturas, asumió al hombre y con él y su propio ser hizo al único Jesucristo. El es el único Mediador entre Dios y los hombres, igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la carne, es decir, según el hombre; inalterablemente inmortal según la divinidad, en que es igual al Padre, y al mismo tiempo mudable y mortal según la debilidad, en que es igual a nosotros. Ese Verbo, en el tiempo más oportuno que El conocía y había dispuesto antes de los siglos, vino a los hombres, vino como maestro y ayuda de los hombres para que alcanzasen la eterna salvación. Maestro para confirmar con su autoridad, en la carne con que se presentaba, todas las verdades útiles que dijeron, no sólo los profetas, que siempre dijeron la verdad, sino también los filósofos y los mismos poetas y cualesquiera otros letrados, que, como todos saben, mezclaron muchas cosas verdaderas con las falsas. Y eso lo hizo en beneficio de aquellos que no pueden ver y discernir lo verdadero en su intimidad. El, antes de asumir al hombre, era la Verdad para todos los que pudieron participar de ella. Pero se sirvió sobre todo del ejemplo de su encarnación, a fin de persuadirnos de algo saludable. Los hombres están, por lo general, ávidos de divinidad, y pretendieron alcanzarla valiéndose de las potestades celestes, a las que juzgaron dioses, por medio de diversos ritos ilícitos no sagrados, sino sacrílegos. En ello había más orgullo que piedad, puesto que los demonios, por la parentela de la soberbia, se colocan en lugar de los santos ángeles de Dios. Pues bien, el Verbo se sirvió del ejemplo de su encarnación para persuadirlos, en beneficio nuestro, de que Dios, por su piedad, está muy próximo a los hombres; tan próximo, que, mientras ellos ambicionaban llegar hasta El valiéndose de potestades intermedias, como si estuviese muy distante, El se dignó asumir al hombre y se unió con él en cierto modo, logrando una unión como la del cuerpo con el alma. Sólo se exceptúa la mutabilidad; vemos que la tienen el cuerpo y el alma, mientras Dios no se sometió a ella.
También les prestó auxilio, pues, sin la gracia de la fe, que El nos da, nadie puede vencer las concupiscencias viciosas. Y si quedan algunas que no han podido ser subyugadas, queden purificadas con la remisión y el perdón. Por lo que toca a su magisterio, ¿quién será tan rematadamente necio, o qué mujercilla tan abyecta quedará que no crea que el alma ha de recibir la inmortalidad y la vida después de la muerte? Al defender este punto el sirio Ferécides, por primera vez entre los antiguos griegos, convirtió de atleta en filósofo a Pitágoras Samio, emocionado por la novedad de aquella doctrina. En cambio, como dice Marón y todos vemos, «el amomo sirio nace en cualquier parte». Y por lo que toca al auxilio de la gracia, que es Cristo, a Él se le aplica del todo aquello: "Si quedan aún huellas de nuestro crimen, con esta guía quedarán borradas y las tierras se verán libres de un miedo permanente".
4 13. «No aparecieron-dices tú-indicios manifiestos de una tan alta majestad, puesto que su extraña purificación, la curación de los enfermos y la resurrección de los muertos, son poca cosa para Dios, si pensamos que también otros las hicieron». En efecto, confieso que los profetas hicieron algo parecido. El mayor de esos prodigios, sin duda, es la resurrección de los muertos, y la realizaron Elías7 y Eliseo8. Tocante a los milagros de los magos, si también han resucitado muertos, allá los que se esfuerzan por refutar a Apuleyo, no acusándolo, sino elogiándolo; él trata de defenderse con toda su erudición de esos crímenes de las artes mágicas. Nosotros leemos que los magos de Egipto, muy prácticos en la magia, fueron vencidos por el siervo de Dios Moisés, cuando ellos obraron algunas maravillas con sus artes nefandas y él con sólo invocar a Dios desbarató todas sus maquinaciones9. Moisés y los demás profetas veracísimos profetizaron al Señor Jesucristo y le dieron mucha gloria, anunciando su venida no como igual a ellos ni simplemente superior en la potestad de hacer milagros, sino absolutamente como Señor y Dios de todos y como hecho hombre por amor a los hombres. Quiso Cristo hacer tales milagros para que no se diese el absurdo de que no hiciese personalmente lo que había hecho por medio de ellos. No obstante, debió hacer algo exclusivamente propio: nacer de virgen, resucitar de entre los muertos, subir a los cielos. Si alguien dice que esto es poca cosa para Dios, ignoro qué es lo que espera.
14. Me imagino que se pedirán cosas que debería haber hecho el Verbo unido al hombre, pues en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios, y todas las cosas fueron hechas por El10 . ¿Acaso, al asumir al hombre, debió crear otro mundo para que creyésemos que era El por quien fue hecho el mundo? Pero en este mundo no puede hacerse ningún otro mayor y ni siquiera igual. Y si hiciera otro mundo inferior a éste y por debajo de éste, entonces se juzgaría también que era poca cosa. Y puesto que no convenía fabricar un nuevo mundo, hizo cosas nuevas en el mundo. Fue engendrado como hombre por una virgen, resucitó de entre los muertos para la vida eterna, se elevó sobre los cielos, y esto es quizá mayor empresa que un mundo. Me dirán que no creen que eso se haya realizado. ¿Qué podrá hacerse con hombres que desprecian lo pequeño y no creen lo grande? Creen que pudo dar la vida a los muertos, porque lo hicieron otros, y eso es poca cosa para Dios; pero que haya formado su propia carne de una virgen y que la haya levantado sobre los cielos desde la muerte hasta la eterna vida, eso no lo creen, porque nadie lo hizo y es propio de sólo Dios. Es decir, que «se acepta con ánimo tranquilo lo que cada cual tiene por fácil» de entender, no «de hacer; lo que pasa de ahí se tiene por falso, como si se inventase». Por favor, no te hagas semejante a ellos.
15. Podría extender la disputa y tratar de aclarar con la discusión y el estudio todos los senos de esos necesarios problemas. Pero la fe abre la puerta al entendimiento, mientras la incredulidad se la cierra. ¿Quién no se determinará a creer, al contemplar un orden tan perfecto de sucesos desde el principio, una conexión tan oportuna de tiempos, en la cual lo pasado afirma la fe en lo futuro y con lo antiguo confirma lo reciente? Se elige un sujeto de raza caldea, dotado de fidelísima piedad. A él se le hacen las promesas divinas, que habrán de cumplirse después de una larga serie de siglos en los últimos tiempos. Se anuncia que en su descendencia serán benditas todas las generaciones11. El adora al único y verdadero Dios, Creador del universo. Ya en su ancianidad engendra un hijo de una esposa a quien la esterilidad y la edad habían quitado toda esperanza de dar a luz12. Por ese hijo se propaga un pueblo numerosísimo, que se multiplica en Egipto, adonde la divina Providencia, aumentando sin cesar sus promesas y realidades, había trasladado la familia desde las regiones orientales. Es sacada de la servidumbre de Egipto una nación ya fuerte con maravillas y milagros que causan estupor. Se les lleva a la tierra antes prometida y se les instala en ella, después de destruidos los reinos impíos. Se constituye un reino. Luego domina el pecado; se atreven a ofender con sacrilegios al verdadero Dios, que tan grandes y frecuentes beneficios les había prodigado. Flagelados con diversas desventuras y consolados con algunas Venturas13, continúan hasta la encarnación y manifestación de Cristo. Todas las promesas hechas a este pueblo, todas las profecías, sacerdocio, sacrificios, templo y todos los acontecimientos habían anunciado a Cristo, Verbo de Dios, Hijo de Dios, Dios que había de venir en carne, que había de morir, resucitar, subir al cielo, subyugar con su poderoso nombre en todos los países a los pueblos que eran su herencia, mientras que los creyentes habían de obtener en El la remisión de los pecados y la salvación eterna.
16. Y llegó Cristo. Todos los anuncios de los profetas se van cumpliendo en su nacimiento, vida, dichos, hechos, pasión, muerte, resurrección, ascensión. Envía al Espíritu Santo, llena a los fieles reunidos en una casa14, que esperaban con la oración y el anhelo el cumplimiento de esa misma promesa. Llenos del Espíritu Santo, hablan de pronto en la lengua de todos los pueblos, atacan con valentía los errores, predican la verdad salvadora, exhortan a la penitencia por la pasada vida culpable, prometen el perdón con la divina gracia. A la predicación de la piedad y de la verdadera religión acompañan oportunos signos y milagros. Se promueve contra ellos una persecución de los incrédulos. Ellos toleran lo que se les había anunciado, esperan lo que se les había prometido, enseñan los mandamientos. Pocos en número, se diseminan por el mundo, convierten a los pueblos con una facilidad admirable, se multiplican entre sus enemigos, crecen en la persecución, se van dilatando hasta el cabo del mundo a pesar de las aflicciones y angustias. Ellos son ignorantes, plebeyos, escasos, y, no obstante eso, iluminan, ennoblecen a los mayores ingenios y oradores, someten a Cristo la admirable pericia de los sabios elocuentes y maestros y les obligan a predicar el camino de la piedad y de la salvación. Mientras los sucesos adversos y prósperos se alternan, ellos ejercitan con cuidado la paciencia y la templanza. Cuando el mundo se inclina hacia su fin y con el cansancio de sus seres da señales de haber llegado a la última edad, ellos esperan con mayor seguridad la eterna dicha de la ciudad celeste, porque también esto se les había anunciado. Y entre tanto, la infidelidad de los impíos y gentiles brama contra la Iglesia de Cristo. Ella vence padeciendo, profesando una fe inalterable frente a la crueldad de los perseguidores. Se impone el sacrificio de la verdad revelada, que durante mucho tiempo apareció velada en promesas simbólicas. Los sacrificios múltiples, en que el sacrificio único estaba simbolizado, son proscritos con la desaparición del templo. El pueblo judío, réprobo por su infidelidad, es arrancado del país y dispersado por todas las regiones del mundo. Así lleva por todas partes los códices santos, y los mismos enemigos propagan el testimonio de la profecía en que estaban anunciados Cristo y la Iglesia, para que no se crea que nosotros lo habíamos amañado después. Pero en esos códices se anunciaba también que los judíos no habían de creer. Los templos, simulacros de los demonios y ritos sacrílegos van poco a poco desapareciendo en conformidad con los anuncios proféticos. Pululan las herejías contra el nombre de Cristo, pero bajo la protección del nombre de Cristo, para acendrar la doctrina de la santa religión, como estaba predicho. Vemos que todo se ha cumplido, como leemos que todo estaba escrito. Y por todo esto, tanto y tan grande, esperamos que se cumplirá lo que resta. ¿Qué entendimiento, ávido de eternidad y conmovido por la brevedad de la vida presente, se obstinará contra la luz y la cima de esta divina autoridad?
5 17. ¿Qué estudios, qué doctrina de cualesquiera filósofos, qué leyes de cualesquiera ciudades se podrán comparar con estos dos nuestros mandamientos15 de los que dice Cristo que penden la ley y los profetas: Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo?16 Aquí está toda la cosmología, ya que todas las causas de todas las criaturas residen en Dios creador. Aquí también la ética, ya que la vida buena y honesta se forma cuando se ama a las cosas que deben ser amadas y como deben ser amadas, es decir, a Dios y al prójimo. Aquí está la lógica, puesto que la verdad y la luz del alma racional no es sino Dios. Aquí está igualmente la salvación de la república laudable, porque no puede fundarse ni mantenerse la ciudad perfecta sino sobre el fundamento y vínculo de la fe, de la concordia garantizada, cuando se ama el bien común, que no es otro que Dios, y en El se aman sincera y recíprocamente los hombres cuando se aman por aquel a quien no pueden ocultar con qué intención se aman.
18. En cuanto al estilo de expresión con que la Sagrada Escritura está compuesta, ¡cuán asequible es a todos, aunque a pocos es dado penetrar en ella! Como un amigo familiar, expresa sin rodeos al corazón de doctos e indoctos las verdades manifiestas que contiene. Pero aun esos misterios que oculta no los enreda con lenguaje orgulloso, a donde no se atreva a acercarse el entendimiento algo torpe o falto de preparación, como un pobre que se acerca a un rico. Por el contrario, invita a todos con humilde palabra, no sólo para nutrirlos con verdades manifiestas, sino también para ejercitarlos con verdades ocultas. Lo mismo nos dice en las expresiones claras que en las obscuras. Mas para que las verdades claras no engendren fastidio, las encubre, y así excita nuestro deseo. Así con el deseo se renuevan en cierto modo, y por la renovación nos resultan más íntimas y suaves. Por este medio, los ingenios malos se corrigen, los modestos se nutren, los grandes se deleitan y todo se hace saludablemente. Sólo es enemiga de esta doctrina aquella alma que por error ignora que ésta es la doctrina salvadora o por enfermedad odia la medicina.
19. Ya ves cuán prolija me ha salido la carta. Si hay algo que te cause extrañeza y tienes interés en que lo dilucidemos, no te preocupes lo más mínimo por la costumbre que se usa en las cartas ordinarias. Bien sabes lo largas que las escribían los antiguos cuando se trataba de un asunto que no se podía explicar brevemente. Y aunque fuese distinta la costumbre de los autores profanos, más digno será que imitemos a los nuestros, cuya autoridad aceptamos. Fíjate, pues, en las dimensiones de las epístolas apostólicas o en las de los expositores de esos divinos escritos. No te duela el preguntar muchos puntos, si son muchos los que te causan extrañeza, o el demorarte un tanto en exponer lo que quieres saber, para que ninguna nube de duda quede obscureciendo el resplandor de la verdad, en cuanto nos es posible, a los que contamos con fuerzas tan modestas.
20. Sé que tu excelencia sufre las obstinadas contradicciones de algunos que piensan o quieren que se piense que la doctrina cristiana no conviene a la utilidad de la república. No quieren establecer la república sobre la firmeza de las virtudes, sino sobre la impunidad de los vicios. El pecado de muchos queda sin castigo ante un rey humano o un príncipe de la ciudad, pero no ante Dios. La misericordia divina y la gracia que se predica a los hombres por Cristo hombre, y la da Dios y el mismo Jesucristo, Hijo de Dios, no abandona a aquéllos que viven de su fe y le adoran con piedad, tanto cuando toleran los males de esta vida y los sufren con fortaleza como cuando usan delicada y misericordiosamente de sus bienes. En ambos casos recibirán un premio eterno en aquella ciudad de arriba, en la que ya no habrá que tolerar con molestias la calamidad ni habrá que sofrenar con trabajo la concupiscencia, sino que se retendrá la caridad de Dios y del prójimo sin dificultad y con la mayor libertad. La misericordiosa omnipotencia de Dios te conserve incólume y dichoso, señor ilustre, justamente insigne y nobilísimo hijo. Saludo con toda cortesía, según vuestros méritos, a tu santa madre, digna de las mayores honras en Cristo. Dios escuche las plegarias que le ofrece por ti. Mi santo hermano y coepíscopo Posidio saluda con afecto a tu excelencia.