Tema: Súplica para que Agustín responda a las objeciones de los paganos a la fe cristiana
Marcelino A Agustín, señor muy digno de veneración y padre a quien se ha de honrar con todo el afecto.
Contemporánea de la anterior.
1. El ilustre varón Volusiano me ha leído una carta de tu beatitud, y yo le he obligado a que la lea a muchos: y he admirado en todos los sentidos lo que dices, aunque todo lo tuyo es verdaderamente admirable. La gracia de la palabra divina, con su humilde excelencia, logró encantarnos con facilidad. Nos agradó en extremo tu empeño en robustecer y confirmar con la exhortación a hacer un buen propósito los pasos un tanto vacilantes de ese hombre. Yo discuto con él casi cada día según mis fuerzas y la pobreza de mi ingenio. Movido por los ruegos de su santa madre, me preocupo de saludarle más frecuentemente, si bien él se digna, a su vez, devolverme las visitas. Al recibir la carta de tu venerable persona, aunque muchos sujetos que abundan en esta ciudad se esfuerzan en apartarle de la estabilidad de la verdadera fe, se emocionó tanto, que, como él mismo aseguró, hubiese expuesto todas sus dudas a tu beatitud de no haberle retraído la prolijidad de una carta. A pesar de ello, te pide que le resuelvas algunas cosas, en un estilo, como tú mismo podrás comprobar, culto y atildado, con toda la brillantez de la elocuencia romana. Se trata de un problema ya sobado en el que aparece bastante clara la malicia de los que tratan de difamar la dispensación de la encarnación del Señor. Mas, por eso mismo, puesto que confío en que lo que tú escribas va a ser de gran provecho para muchos, me sumo a su ruego, para que te dignes contestar con especial atención a esas mentiras que propalan, diciendo que el Señor no hizo nada más que lo que pudieron hacer otros hombres. Suelen sacar a plaza ante nosotros a su Apolonio, a Apuleyo y a otros especialistas de la magia, tratando de mostrar que éstos hicieron milagros aún mayores.
2. Este ilustre varón antes mencionado dijo a algunos presentes que eran muchas las preguntas que hubieran podido añadirse, como antes dije, si no hubiera juzgado deber limitarse a la brevedad de la carta. Pero, aunque no quiso escribirlo todo, no pudo callarlo. Decía, pues, que, aunque hoy le dieran una razón de la encarnación del Señor, apenas podrían ponerle en claro por qué ese Dios, que se dice era también Dios en el Antiguo Testamento, despreciando los antiguos sacrificios, ha preferido otros nuevos. Aseveraba que nada puede corregirse, a no ser que se vea que lo anterior no estaba bien hecho; lo que ha sido bien instituido no deberá corregirse en modo alguno. Decía que el cambiar las cosas que han sido bien instituidas es una injusticia; especialmente cuando esa vanidad podría demostrar inconstancia en Dios. Añadía que la predicación y doctrina del Señor no puede adaptarse en parte alguna a las costumbres de la república: por ejemplo, como muchos dicen, ese indiscutible precepto de que no hemos de devolver a nadie mal por mal, poner la otra mejilla al que nos abofetea, dar el palio al que nos quiere robar la túnica, caminar doble espacio con aquel que nos quiere hacer llevar una carga. Aseguraba que todo eso es contrario a las costumbres de la república. ¿Quién permitirá que el enemigo le robe algo, o quién no replicará con el mal por derecho de guerra al que saquea una provincia romana? Ya entiende tu venerable persona lo que puede decirse de todo lo demás. El estima que todo esto puede añadirse a su pregunta, hasta el punto de que, seguramente, cree (aunque sobre esto se calla) que es manifiesto que han venido tan grandes males a la república por los príncipes cristianos, los cuales siguen la religión cristiana en su mayoría.
3. Como tu beatitud se digna admitir conmigo, hay que ofrecer una plena, clara y bien pensada solución a todos los problemas, puesto que sin duda correrá por muchas manos la respuesta que se desea de tu santidad. Especialmente porque, cuando esto se discutía, estaba presente un eximio potentado y terrateniente de la región de Hipona, el cual alababa a tu santidad con adulación irónica, pero advirtiendo que, cuando había preguntado estas cosas, tú no le habías convencido. Yo, a todo esto, no olvido, sino que reclamo tu promesa: te pido que escribas algunos libros que han de aprovechar increíblemente a la Iglesia, especialmente en estos tiempos.