Tema:Intelectuales paganos ante la religión cristiana.
Volusiano al obispo Agustín, señor verdaderamente santo y padre justamente digno de veneración.
Finales del 411 o comienzos del 412.
1. Me pides, ¡oh modelo de probidad y de justicia!, que te anote algunos puntos oscuros que requieren aclaración en mis lecturas eruditas. Acepto la merced de ese favor que me ofreces, y me entrego espontáneamente a tu magisterio, recordando la autoridad de la antigua fórmula, según la cual ninguna edad basta para aprender todo. Con razón el sabio no pone término ni fin al estudio de la sabiduría, puesto que en sus principios la virtud, remota, no se descubre a los que se le acercan, de modo que se manifieste al instante plenamente y pueda ser reconocida. Señor verdaderamente santo y padre justamente digno de veneración, esfuérzate por conocer la conversación que hemos tenido poco ha entre nosotros. Reunidos en un pequeño círculo de amigos, íbamos emitiendo opiniones según el ingenio y erudición de cada uno. El tema general era la división retórica. Hablo a un entendido, ya que poco ha enseñaste estas cosas. Se trataba de definir cuál es la fuerza de la invención, qué esfuerzo requiere la disposición, qué encanto le presta la metáfora, cuál es la hermosura de las comparaciones y, finalmente, qué estilo se acomoda al ingenio y a la naturaleza del tema. Otros, por su parte, exaltaban y se ponían de parte de la poesía. Tampoco dejas tú sin voz o sin honor esta parte de la elocuencia, de modo que dijo bien el poeta:
Para ti se encarama la yedra a los victoriosos laureles.
Se anotaba, pues, cuánto ornamento presta a un poema la armonía de sus partes, cuál es la belleza de sus metáforas, la sublimidad de sus comparaciones; se hablaba de los versos leves y fáciles y, por decirlo así, de la variación modulada de las cesuras. Luego se desvió la conversación hacia la filosofía, tan familiar para ti, que tú solías cultivar al modo de Aristóteles como algo esotérico. Nos preguntábamos qué había aportado el preceptor del Liceo; qué la duda múltiple y continuada de la Academia; qué aquel dialéctico del Pórtico; qué la ciencia de los físicos; qué el placer de los epicúreos; qué, finalmente, el infinito afán de discutir entre todos, y el hecho de que la verdad es más ignorada, después de haber presupuesto que puede ser conocida.
2. Así marchaba nuestra conversación, cuando uno de los muchos dijo: ¿Quién posee una sabiduría perfecta sobre el cristianismo que pueda explicarme algunas ambigüedades en que yo me atasco, y reforzar mis asentimientos dudosos con una fe verdadera o verosímil? Nos quedamos estupefactos y callados. Pero él añadió espontáneamente: «Me pregunto cómo el Señor y Gobernador del mundo llenó el cuerpo de una mujer virgen, cómo la madre soportó ese largo martirio de los diez meses, cómo esa virgen le dio a luz según es habitual y, después de esto, se considera intacta su virginidad». A esto añadió todavía: «Aquel que es más grande que el universo, late en el cuerpecito de un niño que llora; padece los años de la infancia, de la adolescencia, y se robustece en la juventud. Ese Rey se aleja por largo tiempo de su corte; su cuidado de todo el mundo queda reducido a un cuerpecillo; además, se entrega al sueño, se alimenta de comida, experimenta todos los sentimientos de los mortales. No hay señal competente alguna que sirva de indicio para revelar tan alta majestad; porque el arrojar los demonios, el curar a los enfermos, el devolver la vida a los muertos, y si algo más puedes pensar, son cosas pequeñas para Dios».
Interrumpimos al que hacía las preguntas y se disolvió la reunión. Tratamos de remitirnos a los méritos de alguien de mayor erudición, no fuera que, por escrutar incauta y temerariamente los misterios, nuestro inocente error se hiciese culpable. Aquí tienes, varón capaz de toda gloria, una confesión de ignorancia. Interesa a tu fama que conozcamos la respuesta a estas preguntas. En los demás sacerdotes puede tolerarse la ignorancia sin detrimento del culto divino; pero cuando se trata del obispo Agustín no está aún escrito en la Ley algo que él ignore. La suma Divinidad proteja incólume tu veneración, señor verdaderamente santo y con justicia venerable padre.