Tema: Intercesión a favor de los criminales donatistas
Agustín a Apringio, señor insigne, justamente sublime y nobilísimo hijo.
Hipona. Finales de 411.
1. No dudo de que en esa dignidad sobre los hombres que Dios te dio, siendo hombre, tienes en cuenta el juicio divino, al que los jueces también han de asistir a dar cuenta de sus sentencias. Porque sé que estás educado en la fe cristiana. Por eso tengo mayor confianza no sólo para pedir, sino también para amonestar a tu excelencia, por razón de aquel Señor en cuya familia te cuentas con nosotros por derecho celeste, en el cual estriba de igual modo nuestra esperanza de la vida eterna y a quien invocamos en vuestro favor en los sacrosantos misterios. Por eso, señor insigne, justamente sublime y nobilísimo hijo, te suplico en primer término que no me tengas por un importuno que se mezcla de pronto en tus acciones, pues debo vivir harto solícito, procurando el bien de la iglesia a mí confiada, cuyos intereses sirvo, en la que no tanto deseo presidir como beneficiar. Luego te ruego que te dignes tener en cuenta lo que te suplico, aviso o ruego, y que no vaciles en cumplirlo.
2. El celo de los encargados de mantener el orden llevó a los tribunales, después de publicado el bando, a ciertos circunceliones y clérigos donatistas. Vio la causa mi hijo Marcelino, varón clarísimo, eminente tribuno y hermano tuyo en el notariado, y no tuvo necesidad de recurrir a las uñas y al tormento de fuego. Con solos unos azotes de varas, confesaron haber perpetrado horrendos crímenes contra hermanos y compresbíteros míos, a saber: a uno le secuestraron en una emboscada y le asesinaron; a otro le saquearon la casa, le sacaron un ojo, le cortaron un dedo y le malhirieron. Al saber que habían confesado y que, por lo tanto, iban a caer bajo la jurisdicción de tu autoridad, me apresuro a enviar a tu excelencia esta carta. En ella te ruego y por la misericordia de Jesucristo te suplico (ojalá podamos recrearnos con tu mayor y más cierta felicidad) que no se les haga sufrir penas iguales, aunque ya sé que las leyes no pueden cortar un dedo a golpes de piedra o sacar a nadie un ojo, que es lo que estos criminales hicieron. Estoy, pues, bien seguro de eme los que cometieron un tal atropello no sufrirán lo que hicieron sufrir. Pero tanto ellos como los otros homicidas confesos pueden ser condenados a muerte por ti, y eso es lo que temo. Ruego como cristiano a un juez y amonesto como obispo a un cristiano para que no suceda.
3. Leemos que a vosotros se refería el Apóstol al decir que no lleváis en vano la espada y que sois ministros y vengadores contra aquellos que obran mal1. Pero son distintos los intereses de la provincia y los de la Iglesia. La administración de la provincia hay que llevarla con rigor. La mansedumbre de la Iglesia hay que ponerla en evidencia. Si yo hablase a un juez no cristiano, lo haría de otro modo, aun buscando el interés de la Iglesia. Le instaría, en cuanto me lo permitiese, para que los padecimientos de los siervos católicos de Dios, que han de ser modelos de paciencia, no fuesen empañados con la sangre de sus enemigos. Si no me hacía caso, sospecharía que rechazaba mi sugerencia con ánimo hostil. Pero, puesto que se trata de ti, mi alegación y mi invitación son distintas. Veo que eres el presidente de una jerarquía elevada, pero sé que eres un hijo piadoso y cristiano. Deja que se sometan tu autoridad y tu fe. Contigo trato una causa común, pero tú tienes en esta causa unos poderes que yo no tengo. Hazte partícipe de mi consejo y dame tu auxilio.
4. Se obró con diligencia para que los enemigos de la Iglesia se viesen envueltos en sus propias declaraciones y confesaran los horrendos crímenes que cometieron contra los clérigos católicos. Cabalmente suelen ellos atraerse la simpatía de los indoctos con sus vanos discursos, jactándose de que padecen persecución, gloriándose de ella. Ahora serán leídas las actas para que se curen las almas que con esa pestífera seducción fueron envenenadas. ¿Acaso te agradará que temamos llegar leyendo hasta el fin de las actas, si a éstos se les castiga con suplicio sangriento, puesto que recurrimos a la conciencia, para que no parezca que los católicos martirizados han devuelto mal por mal?2 Si no hubiese otro recurso para frenar la malicia de los malhechores, quizá pudiésemos vernos en la extrema necesidad de darles la muerte. Por lo que toca a mí, aun en ese caso preferiría dejarlos libres, si ningún otro castigo podía imponerles, antes que castigar los padecimientos de nuestros hermanos derramando la sangre de sus verdugos. Pero en el caso presente hay otro recurso para que quede patente la mansedumbre de la Iglesia y se corte la audacia de los temerarios y crueles. ¿Por qué no has de inclinarte a la parte más blanda y a la sentencia más benigna, pues puedes hacerlo aun en causas no eclesiásticas? Teme, pues, conmigo el juicio de Dios Padre y deja patente la mansedumbre de la madre Iglesia, ya que, cuando obras tú, obra ella, pues obras tú por ella y como hijo suyo. Rivaliza en bondad con los malos. Ellos, con crueldad criminal, arrancan los miembros de un cuerpo vivo; haz tú con una obra de misericordia que conserven íntegros esos miembros que emplearon para sus criminales acciones, y que los empleen en alguna obra de utilidad. Ellos no perdonaron a los siervos de Dios que les predicaban el arrepentimiento; perdónalos tú ahora que están .cogidos prisioneros y convictos. Ellos derramaron la sangre cristiana con sus espadas impías; no derrames tú, por el amor de Cristo, la sangre de ellos con tu espada jurídica. Ellos, al dar muerte a un ministro de la Iglesia, le negaron el espacio vital; deja tú a los enemigos de la Iglesia, todavía vivos, el espacio del arrepentimiento. Así debes comportarte como juez cristiano en una causa de la Iglesia a mi petición, a mi aviso, a mi intercesión. Cuando los hombres ven que a sus enemigos se les da una sentencia más benigna, suelen apelar para que sea más rigurosa la condena. Pero nosotros amamos tanto a nuestros enemigos, que, si no estuviésemos seguros de tu obediencia cristiana, apelaríamos de tu severidad. Dios omnipotente conserve a tu excelencia, aumente tu dicha y dignidad, señor insigne, justamente sublime y nobilísimo hijo.