Tema: Intercesión a favor de criminales donatistas
a Marcelino, señor eximio, justamente insigne, queridísimo hijo, salud en el Señor.
Hipona. Finales de 411
1. Supe que ya has juzgado a aquellos circunceliones y clérigos del partido de Donato que fueron llevados de Hipona a tu tribunal para responder de sus fechorías ante la guardia de disciplina pública. Sé que muchos se han confesado reos del homicidio cometido contra Restituto, presbítero católico; de la muerte de Inocencio, otro presbítero católico, y del ojo que le arrancaron y del dedo que le cortaron. Me ha sobrecogido una breve preocupación: temo que tu eminencia juzgue que deben ser castigados con la severidad de las leyes de modo que sufran lo mismo que hicieron sufrir. Mediante esta carta recurro a la fe que tienes en Cristo, por la misericordia del mismo Señor, para que ni lo hagas ni lo permitas. Podríamos disimular, pues no han sido llevados al tribunal por acusación nuestra, sino por notificación de aquellos a cuyo cuidado pertenece velar por el orden público. Pero no queremos que los padecimientos de los siervos de Dios sean castigados con semejantes suplicios, como si se aplicara la ley del talión. Con esto no impedimos que se reprima la licencia criminal de esos malhechores. Queremos que se conserven vivos y con todos sus miembros; que sea suficiente el dirigirlos, por la presión de las leyes, de su loca inquietud al reposo de la salud, o bien que se les ocupe en alguna empresa útil por sus iniquidades. También esto se llama condena, pero todos entenderán que se trata de un beneficio más bien que de un suplicio, al ver que no se suelta la rienda a su audacia ni se les impide la medicina del arrepentimiento.
2. Tú, juez cristiano, cumple el oficio de piadoso padre. Encolerízate contra la iniquidad de modo que no te olvides de la humanidad. No satisfagas contra las atrocidades de los pecadores un apetito de venganza, sino más bien haz intención de curar las llagas de esos pecadores. No pierdas la paterna diligencia que empleaste en las averiguaciones, cuando les arrancaste la confesión de tantos delitos con solos los azotes de varas, sin extenderlos en el potro, sin rasgarles la piel con losgarfios, sin emplear el fuego. Ese modo de coacción lo emplean los maestros de artes liberales, los padres, y con frecuencia los mismos obispos lo emplean en los pleitos. Lo que has descubierto tan suavemente, no lo castigues atrozmente. En realidad es más necesaria la investigación que el castigo. Para averiguar el crimen oculto examinan el caso con diligencia y perseverancia sujetos sosegados; así descubren a quienes perdonar. De ahí que, por lo general, es preciso que las averiguaciones sean amargas, para que los crímenes aparezcan y también aparezca en qué ejercitar la mansedumbre. Los que viven a la luz aman todas las obras buenas, no por apetito de gloria humana, sino, como dijo el Señor, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos1. Por eso no le basta al Apóstol el amonestarnos a que guardemos la mansedumbre, sino que nos exhorta a manifestarla a todos: Vuestra mansedumbre, dice, sea notoria a todos los hombres2. Y en otro lugar: Manifestando la mansedumbre a todos los hombres3. No hubiese resaltado la nobilísima mansedumbre de David, cuando perdonó con clemencia al enemigo que se le venía a las manos4, si no se viera al mismo tiempo su potestad. No te encolerices, pues, por tu potestad de castigar. La necesidad de averiguar no te dispensa de la moderación. Ya has descubierto el crimen. No busques ahora un verdugo, pues para descubrir el crimen no quisiste hacer uso del sayón.
3. Ten en cuenta, además, que fuiste enviado para utilidad de la Iglesia. Te aseguro que esto es lo que conviene a la Iglesia católica, o, para que no parezca que excedo los límites de la jurisdicción a mí confiada, eso es lo que conviene a la iglesia que pertenece a la diócesis de Hipona. Si no escuchas a un amigo que te suplica, escucha a un obispo que te aconseja. No será arrogancia, máxime en este caso, pues hablo a un cristiano, si afirmo que te conviene obedecer a un obispo que te manda, señor eximio, justamente insigne y queridísimo hijo. Sé que de un modo especial se han asignado a tu excelencia los pleitos eclesiásticos; mas porque creo que esta misión pertenece también al clarísimo varón y noble procónsul, le envío también a él una carta, que te incluyo. Te suplico que se la entregues y la alegues, si fuere menester. No os parezca importuna, por favor, mi intercesión, sugestión o solicitud. No desvirtuéis, castigando con el talión a los enemigos que les dieron tormento, los padecimientos a los siervos de Dios católicos. Tales padecimientos de los santos católicos deben serles útiles a los débiles para su edificación espiritual. Frenando la severidad judicial, mostrad más bien vuestra fe y la mansedumbre de la Iglesia, pues sois hijos de tal madre. El Dios omnipotente acreciente a tu excelencia con todos los dones, señor eximio, justamente insigne y queridísimo hijo.