Tema: Agradece la preocupación por él
Agustín a Proba, señora insigne e hija justamente ilustre y excelentísima
Hipona, año 412 ó 413
Tienes razón al decir que el ama instalada en un cuerpo corruptible se ve constreñida por cierto contagio terreno, y que oprimida en cierto modo por este peso queda encorvad. Por eso imagina y codicia las cosas múltiples de acá abajo con mayor facilidad que la única de allá arriba. Respecto a eso dice también la Sagrada Escritura: El cuerpo que se corrompe abruma al alma y la morada terrena oprime a la mente que piensa en muchas cosas1. Pero vino nuestro Salvador y con una palabra salvadora enderezó a aquella mujer del Evangelio que llevaba dieciocho años encorvada2 y que quizá era un símbolo para que el alma cristiana no oiga en vano: «Levantemos el corazón», y para que no conteste en vano que ya lo tiene elevado hacia el Señor. Pensando en esto, obras bien en soportar los tolerables males de este mundo con la esperanza del futuro. Así, con el buen uso se convierten en bienes, no acrecientan nuestra concupiscencia y ejercitan nuestra paciencia. Sobre esto dijo el Apóstol: Sabemos que para los que aman a Dios todas las cosas cooperan al bien3. Dice todas, no sólo aquellas que se apetecen como suaves, sino también aquellas que se rehúyen como molestas, cuando aceptamos las unas sin ser prisioneros de ellas y soportamos las otras sin quebrar, y en conformidad con los preceptos divinos, damos gracias por todo a Dios, de quien decimos: Bendeciré al Señor en todo tiempo, siempre estará su alabanza en mi boca4; y también: Es un bien el que me hayas humillado, para que aprenda tus preceptos5. La verdad es que, si siempre nos sonriera aquí el reposo de la engañosa prosperidad, señora insigne, justamente ilustre y excelentísima hija, no apetecería el alma humana aquel puerto de la auténtica y cierta seguridad. Te devuelvo, pues, el obsequioso saludo que se debe a tu excelencia y te doy gracias porque tienes una tan solícita preocupación por mi salud. A Dios le pido para ti los premios de la vida futura y los consuelos de la presente, y me encomiendo a la caridad y oración de todos vosotros, en cuyo corazón habita Cristo por la fe.
(Con otra mano:) El Dios verdadero y veraz consuele de veras tu corazón y proteja tu salud, señora insigne, justamente ilustre y excelentísima hija.