CARTA 126

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: El conflicto entre Piniano y los fieles de Hipona

Agustín saluda en el Señor a Albina, señora santa y venerable sierva de Dios.

Hipona. Comienzos del 411

1. Es muy justo consolar y no aumentar el dolor de tu alma, que, según dices, no puedes expresar. Trataré, pues, de curarte, si es posible, de tus sospechas sin irritarme contra ellas en favor mío. No quiero alterar más todavía tu corazón venerable y consagrado a Dios. Ningún hiponense infundió miedo de muerte a nuestro santo hermano e hijo tuyo Piniano, aunque quizá él llegó a temer por su vida. También yo temí que algunos malvados, que nunca faltan en una muchedumbre, tramaran una conspiración secreta y se lanzasen a una temeraria violencia al presentarse una oportunidad que ellos podrían aprovechar con indignación aparentemente justa. Mas, como luego averigüé, nadie dijo o tramó cosa semejante. Únicamente lanzaron muchas injurias e indignidades contra mi hermano Alipio. Ojalá merezca yo ser absuelto de esa grave responsabilidad por las oraciones de él. Terminados los primeros clamores del pueblo, advertí a todos que yo estaba ligado con la promesa de no ordenar a Piniano contra su querer. Añadí que si, violando mi lealtad, querían tener a Piniano por presbítero, no me tendrían a mí por obispo. Luego me volví a mi sede, apartándome del pueblo. Este, temeroso, se turbó un tanto por mi repulsa inopinada, como una llama que se debilita momentáneamente por un golpe de viento. Pero después comenzó a excitarse con mayor violencia, pensando que era posible obligarme a mí a no cumplir mi promesa o a hacer que ordenase a Piniano otro obispo, si yo me empeñaba en mantener la fidelidad prometida. Repetí a cuantos pude, a los más graves y honorables que subieron a estar conmigo en el ábside, que ni podrían moverme a quebrantar la fidelidad que prometí, ni podría Piniano ser ordenado por un obispo extraño, en una iglesia a mí confiada, sin mi asentimiento y permiso; y si lo permitía, quebraría del mismo modo mi fidelidad. Les añadí que ordenarle contra su voluntad era tanto como obligarle a que se ausentase una vez ordenado. Ellos opinaban que eso no podría hacerlo él. Entre tanto, la multitud, situada en sus graderías respectivas, se cerraba en su opinión con horrendos, constantes y coléricos clamores, sin dejarnos tomar partido o consejo cierto. En esta ocasión se lanzaron aquellas injurias contra mi hermano Alipio, y yo llegué a temer peores cosas.

2. La iglesia se estremecía con tan furioso alboroto popular y con tamaño motín. Pero yo nada dije a la comisión sino que yo no podía ordenar a Piniano a la fuerza. Tampoco me obligaron a inducir a Piniano para que se dejase ordenar de presbítero, pues también había prometido no hacerlo; si yo le hubiese podido persuadir, ya no hubiese sido ordenado contra su voluntad. Mantuve la fidelidad a ambas promesas, no sólo a la que manifesté al pueblo, sino también a la otra que me ligaba ante un solo testigo, por lo que atañe a los hombres. Guardé, digo, en medio de tan claro peligro, la fidelidad a una promesa, no a un juramento. Aunque el peligro era sólo aparente, como después se vio, a todos en común nos sobrecogía lo que podía suceder; el miedo era común. Yo temí que, si me ausentaba, podría cometerse el atropello que yo temía, por ser menor la reverencia del pueblo y el dolor más vivo. Además, si me retiraba con el hermano Alipio por en medio del pueblo apiñado, era de temer que alguien osara hacerle violencia. Y si me retiraba sin él, ¿no podría pensarse en una traición, si por casualidad le ocurría algo? ¿No daría yo la impresión de haberle abandonado para entregarle al pueblo enfurecido?

3. En medio de estas angustias y tristezas, en que no tenía holgura para tomar consejo, he aquí que de pronto y de un modo inopinado nuestro santo hijo Piniano envió un siervo de Dios a decirme que estaba dispuesto a jurar ante el pueblo que, si se le ordenaba contra su voluntad, se marcharía del África definitivamente. Pensaría él que, al obligarse y no poder ser perjuro, dejarían ellos de vociferar con inútil obstinación, sabiendo que ahuyentaban a un hombre a quien por lo menos deberían tener cerca. Mas yo, pensando que el pesar del pueblo crecería con eso y sería más temible después del juramento, me quedé pensativo. Como Piniano me rogaba que fuese a verle, no lo diferí. Me repitió lo dicho, y aun añadió al juramento lo que me había mandado decir por otro siervo de Dios, cuando yo iba a verle, a saber: que se quedaría aquí si nadie le imponía la carga del presbiterado contra su voluntad. Esto fue como el soplo de una brisa que me refrescó en medio de tantas angustias. Nada le respondí, pero inmediatamente fui en busca de Alipio y le referí lo que Piniano me dijera. Alipio, temiendo que se le creyera responsable de algo que pudiera significar ofensa vuestra, según yo creo, respondió: "En adelante nadie pida mi parecer". Al oír esto, me dirigí al pueblo alborotado y, mandando hacer silencio, manifesté lo que Piniano había anunciado con promesa juramentada. Mas el pueblo, que sólo pensaba en el presbiterado de Piniano y lo anhelaba, no recibió como yo supusiera la oferta. Comenzaron todos a susurrar entre sí y pidieron que a la promesa y al juramento se añadiese esta cláusula: que si alguna vez le placía a Piniano aceptar libremente la clericatura, no lo hiciera sino en la iglesia de Hipona. Se lo dije a él, y asintió sin dudar. Se lo comuniqué a todos y se regocijaron, exigiendo al punto el juramento prometido.

4. Volví a nuestro hijo Piniano. Le hallé fluctuando sobre las palabras con que había de formular su promesa juramentada; recapacitaba las necesidades inopinadas que podrían obligarle a ausentarse. Manifestó asimismo su temor de una invasión enemiga que fuese preciso esquivar con la fuga. La santa Melania, por su parte, quería que se añadiese el peligro de la insalubridad del aire, pero fue reprendida por esta cláusula. Yo dije que podría ser considerada como grave y justa causa de necesidad la que podría obligar a emigrar a todos los ciudadanos. Pero advertí que, si le decían estas cosas al pueblo, era de temer que creyesen todos que estábamos haciendo fatídicos augurios. Y si se mencionaba una excusa bajo el nombre genérico de necesidad, creerían que estábamos preparando una necesidad fraudulenta. Me plugo explorar los sentimientos del pueblo sobre este punto, y constaté lo que yo temía. En efecto, las palabras recitadas por el diácono llegaron a todos y las recibieron con agrado. Pero en cuanto salió a relucir el término necesidad, todos protestaron, la promesa desagradó, y se recrudeció el alboroto, creyendo el pueblo que le engañábamos con un fraude. Viendo eso nuestro santo hijo Piniano, mandó que se borrase el término «necesidad», y de nuevo manifestó el pueblo su contento.

5. Quise excusarme con mi cansancio, pero Piniano, repitiendo de nuevo todo lo que había dictado, no quiso acercarse al pueblo sino en mi compañía. Juntos nos acercamos. Dijo Piniano que todo lo que había recitado el diácono lo había mandado escribir él, lo había jurado y había de cumplirlo. El pueblo contestó con un «gracias a Dios». Le pidieron que firmara todo lo escrito. Despedimos a los catecúmenos, y al momento firmó Piniano. Luego el pueblo nos pidió a los obispos, no a gritos, sino por intermedio de algunos fieles honestos, que firmásemos nosotros también. Pero, cuando yo empezaba a estampar mi firma, se opuso la santa Melania. Me causó extrañeza el que se pensase que por la ausencia de nuestra firma, cuando ya era tarde, pudieran quedar sin valor la promesa y el juramento. Con todo, obedecí. Así quedó sin terminar mi firma, y nadie pensó que debía insistir en que suscribiéramos el escrito.

6. Me cuidé de poner en conocimiento de vuestra santidad, por medio de un informe, hasta donde lo juzgué conveniente, las agitaciones y comentarios habidos, al día siguiente, en cuanto supieron todos que Piniano se había ido. Cualquiera que os haya contado quizá algo contrario a lo que yo os comuniqué, o miente o se engaña. Confieso que pasé por alto algunos pormenores, que a mi juicio no tenían importancia, pero nada falso conté. Por lo tanto, es verdad que nuestro santo hijo Piniano juró en mi presencia y con mi permiso; es falso que jurara por mi mandato. Lo sabe él, lo saben los siervos de Dios que él me envió: primero el santo Bernabé y luego Timasio, por quien además me garantizó la promesa de su presencia. El pueblo gritaba y le obligaba a aceptar el presbiterado, pero no a jurar. Cuando al pueblo se le ofreció el juramentó, fue admitido con la esperanza de que, si Piniano habitaba entre nosotros, le naciera la voluntad y consintiera en su ordenación. No querían que se fuera, como había jurado, si le ordenaban contra su voluntad. Por eso clamaron y también por la gloria de Dios, ya que la ordenación de un presbítero es obra de Dios. Después le rechazaron la misma promesa de quedarse, si no se añadía que la ordenaciónhabía de tener lugar en la iglesia de Hipona,dado que alguna vez consintiera en ordenarse, salta a la vista que esperaban que se quedase a habitar con ellos y por eso no desistieron de aquel deseo de que se entregase a la obra de Dios.

7. ¿Cómo dices que ellos obraron con torpe apetito de dinero? En primer lugar, eso no atañe en absoluto al pueblo que gritaba. El pueblo de Tagaste se regocijó por vuestra buena obra cuando beneficiasteis a esa iglesia. Pues del mismo modo pudo alegrarse la de Hipona o la de otro cualquier lugar en que hayáis cumplido el precepto del Señor acerca de la mammona de iniquidad1, o donde en el futuro lo cumpláis. El pueblo miró por su iglesia deseando con ardor la adquisición de tan excelente sujeto, no pretendió de vosotros su interés pecuniario. Cuando se trató de mi persona, les gustó saber que yo había desdeñado unas tierrecillas paternas al convertirme a la libre servidumbre de Dios. En esto nada envidiaron a la iglesia de Tagaste, que es mi patria carnal. Como Tagaste no me había impuesto la clericatura, éstos se lanzaron a apoderarse de mí en cuanto pudieron. ¡Con cuánto mayor motivo les habrá podido gustar en Piniano el que ha superado y pisoteado en su extraordinaria conversión tanta codicia de este mundo, tanta riqueza, tanta esperanza! En opinión de muchos que se comparan consigo mismos, parece que yo no abandoné las riquezas, sino que vine a ellas; en comparación de los predios de la iglesia que ahora parece que poseo, apenas pudiera estimarse mi herencia paterna como una vigésima parte. En cambio, en cualquiera iglesia, máxime si es africana, en que Piniano fuese, no digo nuestro presbítero, sino nuestro obispo, será paupérrimo, si se compara con sus antiguas riquezas, aunque se porte como amo del patrimonio de la iglesia. Mucho más clara y seguramente puede amarse la cristiana pobreza en este hombre, en quien no puede suponerse apetencia de mayores bienes. Eso es lo que inflamó los ánimos del pueblo, lo que les llevó a obstinarse en su violento clamor. No los acusemos de torpe apetencia, antes bien hemos de permitirles que amen en otros inculpablemente el bien que ellos no tienen. Aunque en aquella muchedumbre se encontraran pobres y hasta mendigos, que, al levantar el alarido, esperasen que vuestra venerable opulencia habría de suplir su indigencia, ni aun entonces sería torpe su deseo, a mi entender.

8. Sólo queda que este apetito torpe del dinero recaiga indirectamente en los clérigos, y principalmente en el obispo. Hay quien piensa que nosotros somos los señores de los bienes de la iglesia, los que disfrutamos las riquezas. Pues bien, todos los bienes que hemos recibido, o los poseemos aún, o los hemos repartido como nos plugo. Nada hemos dado al pueblo, que está fuera de la clericatura y del monasterio, sino a un número reducidísimo de pobres. No digo, pues, que no debieran decirse estas cosas contra nosotros, máxime por vuestros labios; digo que sólo contra nosotros pudieron decirse con algún viso de credibilidad. ¿Qué haremos, pues? ¿Qué razón nos excusará, por lo menos ante vosotros, si no podemos hallar excusa ante nuestros enemigos? Esa razón pertenece al alma, que está dentro, completamente oculta a los ojos de los mortales, sólo notoria a Dios. ¿Qué he de hacer, pues, sino poner por testigo a Dios, para quien es patente mi pensamiento? Cuando tal opinión tenéis de mí, no sólo me mandáis, cosa que es mucho mejor y que tú creíste deber echarme en cara como pecaminoso en tu carta, sino que me obligáis decididamente a jurar; y no por ese miedo de que muera mi carne, miedo que, según se dice, infundió el pueblo de Hipona, sino por miedo de que muera mi fama, la cual tengo que anteponer a la vida misma de la carne en beneficio de los débiles, a quienes quiero presentarme en todos mis tratos como modelo de bien obrar.

9. Aunque me forzáis a que jure, no me irrito contra vosotros como vosotros os irritáis contra los hiponenses. Sois hombres que opináis acerca de hombres, y suponéis cosas que no hay en mí, cosas que, sin embargo, pudiera haber en mí. Por ello tengo que curaros y no acusaros; he de acrisolar ante vosotros mi fama, si está acrisolada ante Dios mi conciencia. Quizá Dios hará, como mi hermano Alipio y yo teníamos hablado antes de que ocurriera esta prueba, que no me mancille con apetito alguno de dinero en los asuntos eclesiásticos; y eso quede en evidencia, no sólo a vuestros ojos, carísimos miembros de Cristo como yo, sino a los de mis peores enemigos. Mientras eso llega, si Dios nos otorga que llegue, voy haciendo lo que exigís de mí para no diferir lo más mínimo la cura de vuestro corazón. Dios es testigo de que toda esta administración de los bienes eclesiásticos, por los que se piensa que yo amo el señorío, la tolero, y no la amo, por razón de la servidumbre que debo a mis hermanos y al temor de Dios. Tanto es así, que desearía carecer de ella, si pudiese hacerlo sin menoscabo del oficio. Otro tanto pienso de mi hermano Alipio, poniendo al mismo Dios por testigo. Por opinar acerca de él otra cosa, el pueblo, y lo que es más grave, el pueblo de Hipona, se abalanzó a injuriarle tan feamente; y por creer acerca de mí otro tanto vosotros, santos de Dios y llenos de las entrañas de misericordia, os lanzasteis a tocar mi honra y a amonestarme como a representante del pueblo, que en este pleito de codicia no tuvo parte alguna. Lo hicisteis, sin duda, para corregirme, y no por odio, Dios os libre de él. Por eso no debo irritarme, sino daros las gracias: no pudisteis obrar con mayor respeto y libertad, cuando no echasteis afrentosamente en cara a un obispo lo que sentíais de él, sino que se lo dejasteis entender de un modo indirecto.

10. No os resulte molesto el sentiros responsables del juramento que he querido pronunciar. No se sintió molesto el Apóstol, ni dejaba de amar intensamente a aquellos a quienes dijo: No traté con vosotros con palabras aduladoras, como sabéis, ni en ocasión de codicia, Dios es testigo2. Para una cosa manifiesta, les adujo a ellos mismos por testigos; mas para una cosa oculta, ¿a quién iba a apelar sino a Dios? Pablo temió, con razón, que la humana ignorancia opinase una cosa como ésta de él, cuando su trabajo estaba a la vista de todos, cuando para uso privado nada tomaba de los pueblos a los que brindaba la gracia de Cristo, sino en extrema necesidad, ganándose el resto con sus manos para vivir. ¡Cuánto más he de esforzarme yo en que se me crea, pues soy muy inferior a él en méritos de santidad y fortaleza de espíritu, yo queno puedo trabajar con mis manos para sustentar esta vida, y aunque pudiera no me lo permitirían tantas ocupaciones! No creo que éstas le oprimieran a él tanto como me oprimen a mí. En adelante nadie eche en cara en este pleito al pueblo cristiano, que es la Iglesia de Dios, ese torpe apetito de dinero. Es preferible que se me eche en cara a mí, en quien puede caber una sospecha que, aunque sea falsa, es por lo menos verosímil, y no a aquellos cuya inocencia consta perfectamente en lo que se refiere a la codicia y a esa sospecha.

11. Almas que tengan una fe cualquiera, máxime la cristiana, no pueden dejar sin valor el juramento, no sólo con una afirmación, pero ni con una vacilación. Mi juicio sobre esto ya lo he manifestado plenamente, según creo, en la carta que escribí a mi hermano Alipio. Tu santidad escribe: "Si yo o si los hiponenses creen que se debe cumplir un juramento que fue arrancado por la violencia..." Y tú misma, ¿qué opinas? ¿Te place que cuando amenaza una muerte cierta, cosa que en este caso se temía sin fundamento, pueda el cristiano invocar fraudulentamente el nombre del Señor su Dios? ¿Te gusta que pueda el cristiano poner a su Dios por testigo de una falsedad? Dejando aparte el juramento, si a ese cristiano le obligasen a proferir simplemente un falso testimonio bajo la amenaza de muerte inmediata, debería temer más el mancillar su vida que acabarla. Los ejércitos enemigos chocan armados con la intención evidente de matar; y, sin embargo, cuando se hacen juramentos recíprocos, alabamos a los que guardan la fe y detestamos con razón a los que utilizan elfraude. Y para que esos ejércitos juraran, ¿qué es lo que temieron sino ser degollados o hechos prisioneros? Y he ahí que, si no se mantiene la fe que se prestó en el juramento, o si no se cumple ese juramento arrancado por el miedo a la muerte o a la cautividad, son tenidos por criminales y reos de sacrilegio y de perjurio esos hombres. Se exige que el hombre se deje matar antes de ser perjuro. ¡Y nosotros planteamos y queremos discutir el problema de si han de cumplir el juramento que les arrancaron a los siervos de Dios, que sobresalen por su don de santidad, a los monjes que corren a la perfección de los mandamientos de Cristo aun distribuyendo sus bienes!

12. Dime, por favor, ¿qué significa ese nombre de destierro, deportación o confinamiento con que se pretende burlar la presencia prometida? Yo juzgo que el presbiterado no es un destierro. ¿Es que nuestro Piniano prefiere éste? Por favor, no defendamos de ese modo a un santo de Dios a quien tanto queremos. No digamos que prefirió el destierro al presbiterado y el perjurio al destierro. Pudiera yo decir quizá eso, si yo mismo o el pueblo le hubiésemos arrancado la promesa juramentada de su presencia; ahora bien, no se le arrancó contra su voluntad, sino que se le aceptó cuando él espontáneamente la ofreció. Y eso, como ya dije, en la esperanza de que, estando Piniano presente, podría ceder al deseo del pueblo y consentir en recibir el presbiterado. En fin, piénsese lo que se quiera de mí y de mi pueblo, son muy distintas la postura de los que obligan a jurar y la de los que invitan, no digo ya obligan, a ser perjuro. No deje Piniano, pues, de considerar, pues de él se trata, qué es peor: si un juramento pronunciado bajo la influencia del miedo o el perjurio libre de temor.

13. Gracias a Dios, los hiponenses estiman que se les cumple la promesa mientras Piniano tenga voluntad de habitar en Hipona, aunque se ausente a donde fuere necesario con propósito de volver. Porque, si atendiesen a la fórmula del juramento y exigiesen su cumplimiento literal, ese siervo de Dios no debió tampoco ausentarse, por la misma razón que no debió ser perjuro. Pero sería un crimen obligar de ese modo a cualquier hombre, no digo ya a tan alta personalidad. Ellos han demostrado que tal era su creencia cuando oyeron alegres que Piniano se había ausentado para volver; en efecto, el verdadero juramento no exige otra cosa que la que ellos esperan de ese juramento. ¿Qué es eso que se dice que en el juramento que Piniano expresó de palabra hizo una excepción con el nombre de necesidad? ¡Como si no hubiese sido él quien mandó borrar esa palabra! Cuando él habló al pueblo, habría vuelto a intercalar la palabrita. Pero el pueblo en ese caso no le hubiese contestado «gracias a Dios», sino que hubiera vuelto a la reclamación que hizo cuando el diácono recitó la fórmula. Y ¿acaso tiene que ver con nuestro asunto el que se intercalara o no se intercalara esa excusa de necesidad para ausentarse? Nadie esperaba de él otra cosa sino esa que hemos dicho. Ahora bien, quien burla la expectación de aquellos que reciben el juramento, no puede ser otra cosa que un perjuro.

14. Cúmplase, pues, lo que se prometió y cúrense los corazones de los débiles. No se invite con un tan alto modelo a imitar el perjurio a los que tengan algún interés en ese escándalo. Y los que lo lamenten dirán que ya no se nos puede creer a ninguno, no ya cuando prometemos, sino tampoco cuando juramos. Y más temible es todavía el pie que tomarán de aquí las lenguas de los enemigos que Satanás utiliza como dardos para matar a los débiles. Pero líbrenos Dios de esperar de un alma tal como la de Piniano otra cosa que la que le inspira el temor de Dios. Eso nos anima a esperar la gran excelencia de santidad de un alma como la suya. Tú dices que debí prohibirlo. Confieso que en aquel alboroto y porfía no pude creer que estuviera obligado a arruinar esta iglesia, a cuyo servicio estoy, antes de aceptar lo que un tal varón como Piniano espontáneamente me ofrecía.