Tema: Respuesta a la anterior.
Hipona: Poco después de la anterior
Agustín y los hermanos que están con él saludan a Severo, señor beatísimo y dulcísimo, hermano venerable y muy deseado, y cosacerdote, y a los hermanos que le acompañan.
1. Ya tenía yo preparada para el correo la carta que te llevó nuestro carísimo hijo y condiácono Timoteo, cuando llegaron aquí con tu misiva nuestros hijos Quodvultdeus y Gaudencio. El correo partió en seguida. No pudo llevarte mi respuesta, pues, nada más llegar ellos, se detuvo unos instantes con nosotros y parecía dispuesto a marchar a cada momento. Mas, aunque te hubiese contestado por el dicho correo, seguiría siendo tu deudor. Porque aun ahora que me parece que he contestado, sigo siendo deudor. Soy por de pronto deudor en caridad, en la cual somos siempre deudores por mucho que paguemos, pues el Apóstol declaró que somos deudores perpetuos al decir: A nadie debáis nada, sino el amaros recíprocamente1. Pero lo soy también a tu misma carta. Porque ¿cuándo satisfaré a tu suavidad y a esa gran avidez de tu alma que tu carta me anunciaba cuando la leí? En verdad me anunciaba una cosa que yo conocía de sobra en ti. No era cosa nueva, pero fue una nueva reclamación de respuestas.
2. Quizá te cause extrañeza que yo me proclame incapaz de cancelar mi deuda, cuando tú tienes tan alto concepto de mí y me conoces como a mi propia alma. Pero eso mismo es lo que me hace difícil el contestar a tus cartas, porque no me atrevo a decir el alto concepto que yo tengo de ti por no avergonzarte, y por ese miramiento digo mucho menos que tú puesto que tú amontonas sobre mí tantas alabanzas, ¿qué voy a ser yo sino deudor? No me preocuparía de ello si supiese que esas cosas que me dices acerca de mí mismo te las dictaba la adulación enemiga de la amistad, y no te las dictaba la más sincera caridad. De este modo yo no vendría a ser tu deudor porque no debería devolverte cosas iguales. Mas cuanto mejor veo el ánimo fiel con que hablas, tanto mejor comprendo la magnitud de la deuda que me abruma.
3. Mira por dónde ha resultado que me he puesto a alabarme a mí mismo al decir que tú me has alabado con sinceridad. Mas ¿qué otra cosa mejor podría hacer que decir lo que he indicado de ti, a quien conoces bien? He aquí que he planteado un problema nuevo en el que tú no habías pensado y quizá esperas que yo lo solucione. Como si fuese leve la deuda mencionada, yo mismo me he cargado con una más gravosa Aunque, por otra parte, es fácil demostrar, y, si yo no lo demuestro, a ti te es fácil verlo, que pueden decirse infielmente cosas verdaderas y fielmente cosas no verdaderas. Quien siente lo que dice, habla fielmente aunque no diga la verdad. Por el contrario, quien no cree lo que dice, habla infielmente aunque diga la verdad. Ahora bien, yo estoy seguro de que me atribuyes esas cosas que escribiste. Pero, como yo no las reconozco en mí, pudiste decir de mí fielmente cosas no verdaderas.
4. No quiero que tu benevolencia se engañe de esta suerte. Soy deudor a esa benevolencia, porque puedo decir de ti con tanta fidelidad y bienquerencia cosas que son verdaderas. Pero, como arriba te dije, respeto tu pudor. A mí, cuando me alaba un sincero y grande amigo de mi alma, me parece como que me alabo a mí mismo. Y ya ves cuan molesto es eso, aunque se digan cosas verdaderas. Y, siendo tú como otra alma mía, o mejor, siendo una tu alma y la mía, ¿cómo te engañas sobre mí, creyendo que tengo lo que me falta, del mismo modo que uno puede equivocarse acerca de sí mismo? No rehúso las alabanzas únicamente para que no te equivoques tú a quien amo, sino también para que no disminuyas tus oraciones, como si yo fuese ya lo que tú opinas que soy. Yo no te soy deudor por creer y decir de ti, según crece la benevolencia, los mismos bienes que tú sabes que te faltan, sino porque digo con el mismo ánimo benévolo solamente aquellos bienes tuyos, dones de Dios, cuya existencia en ti me consta con certeza. Eso no lo hago para que tú no te engañes sobre tus dotes, sino para que no te parezca que te alabas a ti mismo cuando te alabo yo. Lo hago por esa regla de justicia por la que no quiero que me alabes a mí. Si tú crees que debes alabarme, prefiero ser deudor, pues yo opino que no debes hacerlo. Y sí crees que no debes hacerlo, tampoco soy deudor.
5. Pero ya sé que a esto puedes contestarme: «Está hablando como si yo desease una prolija carta tuya llena de alabanzas para mí». Líbreme Dios de creer eso de ti. Pero es el caso que tu carta está llena de alabanzas a mí, no quiero decir hasta qué punto verdaderas o no verdaderas, y, por lo tanto, reclama de mí que yo devuelva el mismo comportamiento, aunque te pese. Si querías que yo te escribiese alguna cosa, entonces deseabas que yo te diera, no que yo te devolviera. Ahora bien, el orden de la justicia manda que ante todo devolvamos lo que debemos, y luego, si eso nos place, demos algo a quien antes pagamos la deuda. Es verdad que, si consideramos con diligencia los preceptos del Señor, devolvemos, más bien que donamos, cuando ofrecemos esas cosas que tú deseas que te escriba yo. Porque dice el Apóstol que no debemos tener otras deudas que las del amor recíproco. El amor impone deudas para que ayudemos en lo que podamos (siempre al servicio de la fraterna caridad) a quien solicite rectamente nuestra ayuda. Pero también ves tú, hermano mío, cuántos asuntos llevo entre manos, los cuales apenas dejan escurrir algunas gotas de tiempo, para hacer frente a las ocupaciones que lleva consigo la necesidad de mi servidumbre. Me parece que obro en contra de mi oficio si empleo esas gotas en extrañas ocupaciones.
6. Confieso que te soy deudor cuando quieres que escriba una carta prolija: se lo debo así a tan dulce, sincera y auténtica voluntad como la tuya. Mas, ya que eres tan buen amador de la justicia, te amonesto a que me oigas con agrado hablar de esa a quien amas. Comprendes que es antes lo que te debo a ti y a los demás que lo que te debo a ti solo. Ahora bien, el tiempo ni siquiera me alcanza para aquellas cosas que debo a todos en común. Por donde todos mis íntimos y queridos amigos (y tú ocupas para mí uno de los primeros lugares en el nombre de Cristo) cumplirán bien sus obligaciones si, además de no exigirme escribir otras cosas, prohíben también a los demás que me lo demanden, con la autoridad y benignidad santa que puedan para no dar la impresión de que soy duro cuando no otorgo a cada uno lo que pide, mientras prefiero otorgar a cada uno lo que debo en común. En fin, ya que espero que tu venerabilidad vendrá aquí, como me lo tiene prometido, sabrás en qué ocupaciones literarias y hasta qué extremo vivo agobiado. Entonces harás lo que te he rogado y obligarás a cuantos pudieres a renunciar a su intención de reclamarte el escribir cosas nuevas. El Señor Dios nuestro colme ese tan grande y santo seno de tu corazón, que El hizo, señor beatísimo.