Tema: Elogio de Agustín.
Milevi: Fecha Desconocida
Severo a Agustín, obispo venerable, deseable y digno de ser abrazado en todo el seno de la caridad.
1. Demos gracias a Dios, hermano Agustín, cuyo don es todo lo bueno y agradable que nos viene. Confieso que me va bien contigo. Te leo mucho. Voy a decir algo sorprendente, pero verdadero: cuanto más ausente es para mí tu presencia tanto más presente es para mí tu ausencia. No se interponen entre nosotros turbulentas actividades de cosas temporales. Me ocupo de ti cuanto puedo, y no puedo cuanto quiero. ¿Por qué he de decir cuanto quiero? Bien sabes cuan ávido estoy de ti; sin embargo, no me quejo, aunque no estoy contigo cuanto quiero, ya que lo estoy siempre que puedo. Gracias, pues, a Dios, hermano dulcísimo, me va bien contigo, gozo unido más estrechamente contigo. Por decirlo de algún modo, trato de adherirme a ti todo lo estrechísimamente posible, como un niño al pecho de la madre; cobro fuerzas recibiendo la gran abundancia de tu pecho, me hago fuerte para golpearlo y exprimirlo, para que, retirada la piel que se ofrece cada día al lactante, se digne derramar todo lo más secreto e íntimo que guarda escondido, las mismas entrañas si posible fuera. Deseo, repito, que me des las entrañas, esas entrañas tuyas, entrañas ricas de la grosura celeste, condimentadas con toda dulzura espiritual; esas vísceras tuyas, vísceras puras, vísceras sencillas, fuera de que están estrechadas por el doble lazo de una doble caridad; esas vísceras, vísceras iluminadas por el resplandor de la verdad y que irradian verdad. Me acerco a la fuente de la que manan y afloran esa verdad y caridad, para que mi noche se disipe en tu luz y podamos caminar juntos en la claridad del día. ¡Oh abeja de Dios, verdadera artífice, que construyes panales llenos de divino néctar, que redunda en misericordia y verdad! Pasando por ellos se deleita el alma mía y trata de resarcirse y cobrarse con ese pasto vital de todo lo que en sí misma encuentra menguado o siente deficiente.
2. Dios es bendecido por el pregón de tu boca y por tu fiel ministerio. Reflejas y repites tan bien lo que el Señor te canta, que todo lo que viene fluyendo desde la divina plenitud hasta nosotros se hace más alegre y grato por tu elegante servicio, por tu brevedad inmaculada, por tu fiel, casto, simple ministerio. Tú lo haces resplandecer con tu agudeza y vigilancia, de modo que impresionaría a los ojos, fascinándolos hacia ti, si tú no apuntases al Señor para que refiramos a El todo lo que en ti brilla y nos deleita, reconociendo que, si eres tan bueno, eso se debe a la bondad de Él; y si eres puro, sencillo y gracioso, lo debes a la pureza, simplicidad y gracia de Dios, para que, dándole las gracias por el bien que te da, se digne con su don reunimos contigo, o pender de ti de algún modo para que dependamos más plenamente de Dios, bajo cuya guía y moderación gozamos de tu persona. De esa manera también a ti te acaecerá hallar tu gozo en nosotros. No desconfío de que eso llegue a suceder si me ayudas con tus oraciones; imitándote, ya he progresado tanto, que deseo ser como tú. Mira lo que haces: eres tan bueno, que nos arrastras al amor del prójimo, que para nosotros es el primero y el último escalón para alcanzar el amor de Dios y como frontera en que se unen ambos amores, el de Dios y el del prójimo. Si, como he dicho, nos mantenemos en esa frontera, nos alcanza el calor de ambos fuegos y nos inflamamos en el amor de ambos. Pero cuanto más nos abrase y acendre este fuego del prójimo, tanto mejor nos impele a buscar un más puro amor de Dios. Aquí ya no se nos impone ninguna medida de amor, ya que la medida es amar sin medida. No hay, pues, que temer que nos excedamos en amar de más a nuestro Señor, hay que temer el amarle de menos.
3. Esta carta me presenta alegre ante ti (disipada la tristeza con la facilidad de las gestiones), por el tiempo libre que he podido dedicar a tratar contigo, en este campo en que estoy. La carta fue escrita, antes de que se dignase visitarme el venerable obispo, cual si hubiese sido la meta de aquellas alegrías; y lo que causa real admiración es que él llegó el mismo día en que se escribió la carta. ¿Qué significa esto, por favor, ¡oh alma mía!, sino quizá que esto nos deleita y que, aunque sea honesto, no es suficiente, puesto que es fragmentario? Entretanto procuremos adaptar al conjunto esta pequeña parte, esto es nosotros mismos, en cuanto, según nuestros pecados, lo permite la materia, esto es, en cuanto lo permitimos nosotros haciéndonos más puros y adaptables, si me permites hablar así. Aquí tienes una carta larga, mirando no a tu grandeza, sino a mi pequeñez; con ella te invito a que me envíes otra larga, mirando no a mi pequeñez, sino a tu grandeza. Por muy larga que sea, no lo será para mí, pues me parece breve todo el tiempo que utilizo en leerte. Dime cuándo o dónde deberemos encontrarnos por razón de ese problema que te reclamaba mi presencia. Si el problema subsiste y no ha parecido mejor otra cosa, iré; en otro caso, te suplico que no me saques de mis planes. Sólo un problema como ése me parece digno de anteponerse a mí mismo. Deseo ver y saludo a todos los hermanos que son consiervos nuestros en el Señor.