CARTA 108

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Disuade de rebautizar.

Hipona: Fin del año 409-agosto del 410

Agustín a Macrobio, señor y hermano amado.

1. Mis hijos queridos y hermanos honorables llevaron a tu benevolencia mi carta, en la que te rogaba que no rebautizaras a un subdiácono nuestro. Me han comunicado que les contestaste: «A los que vienen a mí no puedo hacer otra cosa que recibirlos y darles la fe que piden». Pero supongamos que viene a ti uno que está bautizado en vuestra comunión, de la cual ha vivido separado durante algún tiempo; supongamos que por ignorancia pide ser rebautizado y tú le preguntas dónde fue bautizado: recibes al que viene a ti; sin embargo, no le das la fe que pide, sino que le informas de que ya tiene lo que pide; no empleas las palabras del error, sino el cuidado de la corrección. El error de ese tal acusa al que da indebidamente lo que no se debe dar y viola el sacramento que ha recibido ya, pero no le excusa. Dime, por favor, ¿cómo dices que quien te pide el bautismo no lo tiene, cuando se lo he administrado yo mismo? Dime si es porque se trata de agua ajena y de fuente ajena, como suelen decir los que no entienden, porque está escrito: Abstente del agua ajena y no bebas de la fuente ajena1. Pero he ahí que también Feliciano se apartó de vosotros para ir al partido de Maximiano, haciéndose «adúltero de la verdad, eslabón del sacrilegio», como proclaman las palabras de vuestro concilio. Si se llevó consigo vuestra fuente, ¿en qué fuente habéis bautizado durante su separación?; y si había bautizado en una fuente ajena, ¿por qué no rebautizáis a los que bautizó él? Porque ahora es otra vez obispo vuestro y se sienta con Primiano, que le condenó y fue condenado por él.

2. Me dicen los míos que, cuando fueron a verte con este motivo, te preguntaron qué decías a eso, y que contestaste que estabas recién consagrado, que no podías ser juez de las acciones de tu padre y que permanecías en aquello que recibiste de tus predecesores. Lamento tu aprieto, porque estimo que eres un joven de buena índole, como me dicen. ¿Qué es lo que te obliga a dar esa contestación, sino la necesidad de una mala causa? Pero, si lo consideras, hermano mío, si lo piensas bien, si temes a Dios, ninguna necesidad te obliga a perseverar en la mala causa. Tu contestación no resuelve el problema que yo planteaba, sino que nos libra a nosotros de todas vuestras inculpaciones y calumnias. Dices que, por estar recientemente ordenado, no puedes ser juez de tus padres, sino que has de permanecer en lo que recibiste de tus antecesores. ¿Y por qué no has de permanecer mejor en la Iglesia, que, según el testimonio de la Escritura, comienza desde Jerusalén, crece y fructifica en todas las naciones?2 La hemos recibido de Cristo, a través de los Apóstoles, y en ella permanecemos. ¿Ahora pretendéis juzgarnos por las acciones de no sé qué antecesores, que se dicen ejecutadas hace unos cien años? Si tú no te atreves a juzgar a tu padre mientras vive y fácilmente le puedes preguntar, ¿por qué me exiges a mí que juzgue a uno que murió mucho antes de haber nacido yo? ¿Y por qué les exiges a tantos pueblos cristianos que juzguen a unos africanos traidores que murieron hace ya tantos años, a quienes ni pudieron oír ni conocer los cristianos contemporáneos, que vivían en regiones apartadas? Si no te atreves a juzgar a Primiano, que vive y es bien conocido, ¿por qué quieres exigirme a mí que juzgue a Ceciliano, tan antiguo ya y desconocido? Si no juzgas a tus padres por sus acciones, ¿por qué juzgas a tus hermanos por las acciones ajenas?

3. ¿Niegas acaso que seamos hermanos? Oiremos mejor al Espíritu Santo, que nos manda por el profeta: Oíd los que teméis la palabra del Señor; decid: «Hermanos nuestros sois», a aquellos que os odian y que os detestan, para que el nombre del Señor sea glorificado y se les muestre en la alegría y ellos se ruboricen3. Si, en realidad, el nombre del Señor fuese más agradable a los hombres que el nombre de los hombres, no dividirían en sus miembros a Cristo, que clama: Mi paz os doy4. No dividirían a Cristo esos que dicen: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cejas5, y se calumnian recíprocamente por los nombres de los hombres. Entonces no sería expulsado de su bautismo Cristo, de quien se dijo: Este es el que bautiza6; de quien se dijo también: Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola con el baño del agua en la palabra7. ¿Sería expulsado Cristo de su mismo baño si el nombre del Señor, cuyo es el bautismo, os fuese más agradable que el nombre de los hombres, de quienes decís: «Es santo lo que da éste, no lo que da aquél?»

4. Con todo, cuando tus colegas quisieron, atendieron más bien a la verdad. Y por el gozo de honrar a Dios, no sólo pensaron que era santo el bautismo que dio Primiano en vuestra comunión, sino también el que dio Feliciano en el sacrílego cisma de Maximiano. Feliciano se corrigió, y tus colegas reconocieron la realeza del carácter que él imprimió en otros cuando bautizaba en el cisma y vivía excomulgado por vosotros. No se contentaron con reconocer el bautismo que de vosotros había recibido. Te niegas a juzgar esa buena acción, cuando debieras imitarlos con honra, y, en cambio, sigues su juicio en lo que merecen la condenación de todos. Temes juzgar la historia de Primiano, para no verte obligado a escuchar lo que condenarás. Pero harás bien en juzgar, y hasta encontrarás allí cosas dignas de alabanza. Porque no quiero yo que recuerdes lo que Primiano hizo mal, sino lo que hizo bien: recibió a todos aquellos a quienes había bautizado en la separación pecaminosa Feliciano, quien le había condenado a él mismo. Corrigió el error humano, pero no destruyó los sacramentos divinos. Reconoció el bien de Cristo en los mismos hombres malignos y corrigió el mal de los hombres sin corromper el bien de Cristo. Si esta conducta te desagrada, atiende a esto y considéralo según tu buen ingenio: ¿no juzgas a Primiano por las acciones mismas de Primiano, y osas juzgar al mundo entero por las acciones de Ceciliano? Temes contagiarte si te informas de un pecado que no osas condenar. Absuelve, pues, a las naciones que ni conocer pudieron lo que tú denuncias.

5. Pero el caso de Primiano no es único. Estimo que sabes también que casi cien obispos vuestros, que conspiraron con Maximiano en su cisma detestable, se atrevieron a condenar a Primiano. El concilio Bagayense, con vuestros trescientos diez obispos, como dicen las palabras del decreto, «separó del gremio de la paz con el rayo de la sentencia a Maximiano, émulo envidioso de la fe, adúltero de la verdad, enemigo de la madre Iglesia, ministro de Coré, Datan y Abirón». Juntamente fueron condenados sin dilación otros doce que habían asistido a la consagración de Maximiano cuando se rebeló contra Primiano. Para que la poda no fuese excesiva, a los demás se les otorgó una tregua, señalándoles una fecha, antes de la cual debían volver si querían retener sus dignidades. No temieron aquellos trescientos diez obispos admitir en su compañía a los acusados por el nefando sacrilegio de Maximiano, pensando quizá lo que está escrito: La caridad cubre la muchedumbre de los pecados8. Para que se permita durante el tiempo de la tregua..., bautizaron fuera de vuestra comunión a cuantos pudieron. Si no hubiesen estado fuera, no se les hubiese podido conceder la tregua para que volviesen. Pero antes de que la tregua terminase, y también después de terminada, llevasteis al tribunal de los procónsules a los diez que fueron condenados con Maximiano, para arrojarlos de sus sedes por el poder judicial. Entre esos diez estaban Feliciano Mustitano, de quien ahora estoy hablando, y Pretextato Assuritano, difunto poco ha; en lugar del condenado ya habíais consagrado otro. Y, sin embargo, a esos dos los recibieron, sin privarles de la dignidad, no sólo Primiano, sino muchos obispos vuestros que celebraban en una reunión muy concurrida el natalicio de Optato Tamugadense. Recuerda que los habían condenado sin dilación, después de terminada la tregua que se dio a los demás, después de haberse divulgado aun con estrépito forense la acusación contra ellos ante tantos cónsules. Tampoco rebautizaron a ninguno de los bautizados por esos dos. Si se hace resistencia a esta afirmación o se niega algún punto de la misma, exígeme que pruebe lo que digo, bajo pena de perder el episcopado.

6. La causa está terminada, hermano Macrobio. Dios lo hizo, Dios lo quiso. De su oculta providencia vino el que la causa de Maximiano fuese para vosotros como un espejo de corrección, para que se terminase la calumnia criminal, no digo tuya, para que no parezca que te injurio, pero sí de los vuestros contra nosotros, o más bien contra la Iglesia de Cristo, que crece por todo el mundo. Nada quedó de todo eso que suelen aducir contra nosotros los que no entienden, como si lo sacasen de las Escrituras. Suelen tener en los labios esta frase: Abstente del agua ajena9. Pero se contesta: «No es agua ajena aunque esté entre los extraños, como no lo era aquella agua de Maximiano, de la que no os abstuvisteis». También se nos dice: Son para mí como agua falaz, que no merece confianza10. Pero se contesta: «Eso se dijo de los hombres fingidos, que nada tienen que ver con los sacramentos de Dios. Estos no pueden ser falsos ni en los hombres falsos. Falsos fueron los que por falsos crímenes condenaron a Primiano, como vosotros mismos decís; y, sin embargo, no fue falsa el agua con que bautizaron a cuantos pudieron, aunque estaban separados de vosotros; vosotros aceptasteis esa agua en los bautizados por Feliciano y Pretextato durante su cisma y creísteis que el agua era veraz en ministros falsos». Nos decís también: Al que es bautizado por un muerto, ¿qué le aprovecha su lavado?11 Se contesta: «Vosotros opináis que este texto se ha de aplicar al bautismo administrado por aquellos a quienes como a muertos desechó la Iglesia. Pero en ese caso el texto no niega el lavatorio; dice sencillamente que no aprovecha. Eso lo decimos nosotros también. Y añadimos que cuando viene con ese bautismo a la Iglesia y entra en ella lo que estando fuera le dañaba, dentro le es provechoso aprovecharle. Aprovecha no porque se repita el bautismo, sino porque se corrige el bautizado. Así, el concilio Bagayense habla de Maximiano y de sus compañeros como de muertos arrojados de vuestra congregación y comunión: «Por una ola verídica han sido arrojados los miembros náufragos de algunos a los escollos ásperos. Llenas están las playas de los cadáveres de los que han perecido, como de los egipcios; en su muerte tienen mayor pena, ya que, al serles arrancada el alma por las aguas vengadoras, no hallan ni aun sepultura». De esta turba de muertos resucitaron Feliciano y Pretextato cuando los recibisteis con su dignidad y no rebautizasteis a los que ellos bautizaron durante su muerte. Porque reconocisteis que el bautismo de Cristo dado en el cisma por mano de los muertos no aprovecha a los muertos, pero sí a los que resucitan dentro de la comunión». También nos decís: El aceite del pecador no ungirá mi cabeza12. Se contesta: «Eso se dijo de la caricia suave y falaz del blando adulador, porque la cabeza se les unge y crece a los pecadores cuando son alabados en los deseos de su alma y son glorificados los que obraron inicuamente». Eso se ve claro por el versillo anterior, que dice: Me corregirá el justo con misericordia y me argüirá, pero el aceite del pecador no ungirá mi cabeza. Quiere decir que prefiere ser mortificado por la aspereza veraz del misericordioso antes que enorgullecerse por la engañosa lisonja del falso. Pero, como quiera que lo entendáis, lo habéis reconocido: o bien se administró el aceite de Cristo, aunque lo administraron los pecadores, en aquellos a quienes bautizaron Maximiano, Feliciano y Pretextato, o bien habéis recibido el aceite de los pecadores. Pecadores eran, ya que el concilio Bagayense decía de ellos: «Sabed que han sido condenados como reos de un crimen célebre los que en una obra funesta de perdición echaron a perder un vaso impuro recogido en las impurezas».

7. Y baste lo dicho acerca del bautismo. En cuanto a la causa de vuestro cisma, suele colorearse con otros testimonios. Escrito está: No comulgues con los pecados ajenos13. Pero se contesta que comulga con los pecados ajenos el que consiente en las malas acciones, no aquel que, siendo trigo, participa de los divinos sacramentos con la paja, mientras se sigue trillando en la era. Así está escrito: Salid de aquí y no toquéis lo inmundo14; y también: Quien tocare lo manchado, manchado queda15. Pero eso acaece por el consentimiento de la voluntad, por la que fue engañado el primer hombre, no por el contacto corporal, pues Judas besó a Cristo. Aquellos peces de los que Jesús habla en el Evangelio estaban dentro de la misma red, aunque los había buenos y malos16; el Señor los junta en la unidad hasta el fin del mundo, que está simbolizado en la playa, y, aunque nadan juntos en cuanto al cuerpo, van separados en cuanto a las costumbres. Escrito está: Una poca levadura corrompe toda la masa17. Pero eso se aplica a los que consienten con los malhechores, no a aquellos que, según dice el profeta Ezequiel, gimen y se angustian por las iniquidades del pueblo de Dios que se cometen entre ellos18.

8. También Daniel se lamenta de esta mezcla de los malos19. Igualmente se lamentan los tres jóvenes. El uno lo hace en su oración; los otros, en el horno. Sin embargo, no se apartaron con separación corporal de la unidad del pueblo cuyos pecados confesaban. ¡Cuántas y cuáles cosas dijeron los profetas todos contra el mismo pueblo en que vivían! Y, con todo, no buscaron otro pueblo para vivir, marchándose o aislándose corporalmente del suyo. Los apóstoles, sin contaminación alguna de su parte, toleraron la convivencia con el diabólico Judas hasta el fin, en que se procuró la perdición con la soga; Jesús hubo de decir, refiriéndose a la presencia de Judas entre ellos: Y vosotros estáis limpios, aunque no todos20. Y ya ves que no se corrompió la masa de costumbres desemejantes por esa levadura de la presencia de Judas. No puede afirmarse razonablemente que los apóstoles ignoraban la malicia de Judas, aunque ignorasen la futura entrega del Maestro; pues esos mismos apóstoles escribieron que era ladrón y que sustraía del depósito del Señor todo lo que le confiaban. Nadie los ha calumniado con ese testimonio: Veíais al ladrón y corríais con él21. Se comulga, pues, con las acciones de los malos, no por los sacramentos comunes, sino por el consentimiento en esas acciones. ¡Cuánto se lamenta el apóstol Pablo de los falsos hermanos!22 Y, con todo, no se mancillaba con su contacto corporal, pues le separaba de ellos la diversidad de su corazón puro. Sabía que algunos eran envidiosos y celebraba que predicasen también a Cristo23. Ya veis que la envidia es un vicio diabólico.

9. En fin, más cercano está a nuestros tiempos el obispo Cipriano, cuando ya la Iglesia estaba muy difundida. Con su autoridad pretendéis autorizar el rebautismo. Pero, aun suponiendo que esos escritos y las actas de ese concilio sean auténticos y no interpolados y amañados bajo su nombre, como piensan algunos, manifiestan cuánto amó Cipriano la unidad: insiste en que han de ser tolerados en la Iglesia aun aquellos contra los que él personalmente se pronunciaba, para que no se rompiese el vínculo de la paz. Advertía bien que, si algún error humano se desliza en el alma de algunos que opinan cosa distinta de la verdad, también la caridad cubre la muchedumbre de los pecados mientras se guarda la concordia fraterna24. Tanto retuvo Cipriano esa concordia, tanto la amó, que, si su opinión acerca del sacramento del bautismo se apartó de la realidad, Dios se lo revelaría, como se lo reveló el Apóstol a los hermanos que vivían en la caridad, diciendo: Todos los que seamos perfectos, esto sintamos; y si sentís cosas distintas, también al respecto os iluminará Dios. Al punto al que hayamos llegado, hemos de caminar en él25. Añádase a esto que, si ese sarmiento fructífero tuvo algo que podar, lo cortó la segur gloriosa del martirio. Y fue mártir no por haber muerto por Cristo, sino por haber muerto por Cristo dentro del gremio de la unidad. El mismo escribió y afirma con decisión que pueden ser muertos, pero no coronados, aquellos que mueren fuera de la unidad, aunque sea por el nombre de Cristo. ¡Tanto vale para borrar o para consolidar el pecado la caridad de la unidad que se mantiene o se viola!

10. Ese mismo Cipriano se lamentó de la caída de muchos apóstatas cuando la Iglesia era devastada por la persecución de los impíos. Atribuyó la caída a sus malas costumbres, ya que dentro de la Iglesia observaban una conducta reprobable. Se lamentó igualmente de las costumbres de sus colegas y no reprimió con el silencio su gemido. Afirmó que a tanto había llegado su avaricia, «que, mientras pasaban hambre los hermanos, aun los cristianos, ellos procuraban allegar plata en abundancia, robaban haciendas con fraudes indecorosos, multiplicaban el lucro con la usura». Pienso que Cipriano no se mancilló con la avaricia, rapiñas y usuras de esos tales. Y ya ves que no se separó corporalmente de ellos, sino que se distinguió tan sólo por la diversidad de su vida. Tocó el altar con ellos, pero no tocó la torpe vida de los mismos, cuando así los denuncia y arguye. Estas son cosas que se tocan con la complacencia y se rechazan con la disconformidad. Por eso, aquel óptimo obispo tuvo la censura para los pecados que denunció y la cautela para el vínculo de la unidad que guardó. En una de sus cartas, escrita al presbítero Máximo, se lee una decisiva y clara sentencia, en la que le manda que retenga en absoluto la norma profética, sin abandonar en modo alguno la unidad de la Iglesia por la presencia de los malos: «Aunque parezca que en la Iglesia ellos son cizaña, nuestra fe y caridad no deben entorpecerse; no nos retiremos de la Iglesia porque veamos que hay cizaña en ella. Únicamente hemos de esforzarnos en ser nosotros trigo».

11. Esta ley de la caridad la promulgó el Señor Cristo por su propia boca. De Él son esas parábolas, la de la cizaña que crece por el mundo en la unidad del campo hasta el tiempo de la siega, la de los malos peces admitidos dentro de la misma red hasta el tiempo de la separación en la playa26. Si vuestros mayores hubiesen retenido en el pensamiento esa ley de la caridad, si hubiesen recapacitado con temor de Dios, no se hubiesen dividido con una infame separación por la presencia de Ceciliano y de algunos otros africanos, ya fuesen ellos realmente criminales, como vosotros pensáis, ya fuesen víctimas de la calumnia, lo que es más creíble; no se hubiesen apartado de la Iglesia, que describe el mismo Cipriano, que extiende su radio por todas las naciones y alarga sus ramos con una vitalidad exuberante por toda la tierra; no se hubiesen separado de tantos pueblos cristianos que ignoraban en absoluto quiénes denunciaban y qué y a quiénes se denunciaba; eso sólo se hace por una simulación privada y no por una utilidad común, o por aquel vicio que a continuación pinta el mismo Cipriano como vitando. En efecto, después de preceptuar que no nos hemos de retirar de la Iglesia por la cizaña que en ella descubrimos, añade a continuación: «Únicamente hemos de esforzarnos en ser nosotros trigo, para que, cuando empiece a recogerse el trigo dentro de los graneros del Señor, recibamos el fruto por nuestros trabajos y actividad. El Apóstol dice en su carta:

En una casa grande no hay tan sólo vasos de oro o de plata, sino también de madera y de barro, y unos son de honra y otros de ignominia27. Trabajemos con todo ahínco y esforcémonos por ser vasos de oro o de plata. El quebrar los vasos de barro le está reservado a sólo el Señor, que es el que tiene la vara de hierro. El siervo no puede ser mayor que su Señor28, y nadie podrá arrogarse lo que el padre ha reservado a su hijo: el podar, el beldar y limpiar en la era. El siervo no puede utilizar públicamente el bieldo o separar con su criterio humano toda la cizaña del trigo. Orgullosa es esta presunción y sacrílega obstinación, que se apropia el error inicuo; de este modo perecen separándose de la Iglesia, mientras tratan de arrogarse siempre algo más de lo que pide la mansa justicia; mientras se enorgullecen con insolencia, cegados con su mismo tumor, pierden la luz de la verdad».

12. ¿Hay algo más claro o más veraz que esta atestación de Cipriano? Ya ves con qué fulgor evangélico y apostólico brilla. También ves que esos que parecen ofendidos en su justicia por las iniquidades ajenas y abandonan la unidad de la Iglesia, son los más inicuos. Ves que ahí fuera se convierten en cizaña los que no quisieron tolerar la cizaña en la unidad dentro del campo del Señor. Ves que ahí fuera se convierten en paja los que rehusaron tolerarla en la unidad de una gran casa. Ves con cuánta verdad se escribió: El hijo malo se declara justo a sí mismo, pero no justifica su salida29, es decir, no purifica, no excusa, no defiende, no muestra puro y sin crimen el desenlace de su salida de la Iglesia; eso es lo que significa no limpiar o no justificar. Si no se llamase justo a sí mismo, si fuese un legítimo y auténtico justo, no abandonaría inicuamente a los buenos por razón de los malos, sino que toleraría pacientemente a los malos por razón de los buenos, hasta que el mismo Señor, o por sí mismo o por ministerio de sus ángeles, separase al fin del mundo el trigo de la cizaña, la paja del trigo, los vasos de misericordia de los vasos de ira, los cabritos de las ovejas, los peces malos de los buenos.

13. Pero si os empeñáis en tomar en diferente sentido del que tienen estas divinas palabras, estos testimonios de las Escrituras que vuestros mayores creyeron entender y aducir para dividir al pueblo de Dios, cesad ya. Miraos en ese espejo que para amonestaros os presentó Dios en su providencia llena de misericordia, si tenéis juicio. Me refiero a la causa de Feliciano, «envidioso de la fe, adúltero de la verdad, enemigo de la madre Iglesia, ministro de Coré, Datan y Abirón», como fue proclamado en el concilio Bagayense. Dijeron todavía de él que no se había abierto la tierra para tragarle porque estaba reservado un mayor suplicio para los soberbios: «Si hubiese sido arrebatado, hubiese aminorado su castigo con la brevedad de la muerte; mas ahora recoge los intereses de una muerte más gravosa, al estar muerto entre los vivos». Yo te pregunto: aquellos que conspiraron con Feliciano y condenaron la inocencia de Primiano, ¿tocaron a este muerto, que entonces era inmundo? Si lo tocaron, se mancillaron al tocar a un amancillado. Permanecían en su comunión, separados de la vuestra; ¿por qué se les concedió entonces una tregua para volver, dejándoles la facultad de regresar con toda su dignidad y fe, como si fuesen inocentes? ¿Acaso porque no asistieron a la ordenación de Maximiano merecieron oír que «no los mancillaron los planteles del surco sacrílego», siendo así que estaban en el mismo partido, conspirando en el mismo cisma, divididos de vosotros, reunidos a aquéllos, juntos en África, bien conocidos, muy amigos e inseparables?

No asistieron a la ordenación de Maximíano, pero por él condenaron al ausente Primiano. Entretanto, ¿podéis decir que mancilló el surco de Ceciliano a los numerosos pueblos cristianos del mundo entero, remotos, desconocidos, siendo así que muchos no pudieron conocer, no digo ya la causa, pero ni el mismo nombre de Ceciliano? ¡No comunican con los pecados ajenos los que no sólo conocieron el pecado de Maximiano, sino que lo elevaron contra Primiano, y entretanto comunican con los pecados ajenos los que estaban tan distantes que nunca supieron que Ceciliano era obispo, o los que estaban cerca, pero sólo le conocieron de oídas; o los que habitaban en África y sólo conocieron el hecho pacíficamente; o los que en la misma Cartago le elevaron sin oponerle a nadie! ... ¿No colaboraban con el ladrón30 los que comulgaban con Maximiano, de quien dice el abogado Nummasio, hablando en favor de vuestro obispo Restituto, allí presente, «que por un oculto latrocinio sacrílego había usurpado la preeminencia del nombre episcopal»? ¿No entraban a la parte con el adúltero los que comulgaban con el adúltero de la verdad?31 ¿No se corrompía con una escasa levadura toda la masa cuando los cismáticos favorecían a Maximiano, cuando permanecían en su partido a sabiendas y separados de vosotros, empeñados en separar de vosotros y erigir su partido contra vosotros? Vosotros los invitasteis a volver y los declarasteis limpios del surco sacrílego, aunque estaban unidos a Maximiano con tan estrecha familiaridad, puesto que recibisteis a Pretextato y a Feliciano sin menoscabar su dignidad. Con los antiguos cismáticos vivís ahora concertados y pacíficos, cuando veis que actualmente Feliciano se sienta con vosotros. No os habéis mancillado comulgando con los pecados ajenos, ni os habéis contagiado por el contacto con la inmundicia, ni os habéis corrompido con la levadura de malignidad alguna. Y, entretanto, al mundo entero cristiano se le combate por un crimen ajeno con esos testimonios. Se defiende la separación funesta de ese cisma de la unidad en la rama cortada y se denuncia como rama inmunda a la que permaneció en la raíz de la madre auténtica.

14. ¿Por qué acostumbráis a gloriaros de las persecuciones sufridas? Si a los mártires los hiciese la pena y no la causa, cuando Cristo dice: Bienaventurados los que padecen persecución, en vano hubiese añadido por la justicia32. ¿Es que no os superan con mucho los maximianistas en este título de gloria, siendo así que han padecido con vosotros la actual persecución, pero ya habían padecido anteriormente la que vosotros desencadenasteis contra ellos? Ya he citado antes las palabras del fiscal que acusó a Maximiano en presencia de vuestro colega Restituto. Este, antes de expirar el plazo, había sido ordenado obispo en lugar de Salvio Membresitano, uno de aquellos doce condenados sin dilación. Asimismo, Ticiano, ya después de expirar la tregua, acusó con palabras gravísimas a Feliciano y a Pretextato de toda aquella conspiración contra Primiano. El concilio Bagayense fue comunicado por acta, no sólo proconsular, sino también municipal. Tuvieron lugar procesos judiciales, se solicitaron órdenes severísimas, se pidió y se mandó que se cumpliese la orden promulgada para lograr la represión de los rebeldes, se concedieron auxilios de las ciudades encargadas de cumplir lo que estaba sentenciado. ¿Por qué nos echáis en cara la persecución que padecéis, cuando nosotros la hemos compartido con vosotros y con derecho desigual? No siempre llega a la pasión el que padece persecución. Aquí vuestros clérigos y circunceliones se han portado de manera que para vosotros era la persecución y para nosotros la pasión. Pero, como digo, disputaos con los maximianistas ese honor. Ellos pueden leer contra vosotros las actas forenses, en las que consta que os habéis servido de los jueces para perseguirlos. No obstante, ahora comulgáis con algunos de ellos que se corrigieron con vuestra represión. Por eso no hay que desesperar de nuestra concordia, si Dios se digna favorecer e inspiraros un pensamiento pacífico. Suele vuestro partido alegar contra nosotros, aunque con boca maldiciente más bien que verídica, aquel texto: Veloces son sus pies para derramar sangre33. Pero somos nosotros más bien los que lo hemos experimentado en tantos latrocinios de vuestros circunceliones y de vuestros clérigos, que han salpicado numerosos lugares con sangre de católicos, desgarrando los cuerpos humanos con atroces tormentos. Cuando tú llegaste a esa ciudad, los jefes te llevaron con sus escuadras, pregonando las alabanzas de Dios con cánticos, levantando la voz como una trompeta de batalla para cantar sus latrocinios. Pero, según me he podido enterar por testigos presenciales, al día siguiente se sintieron heridos y tocados con los dardos de la palabra que les lanzaste, con noble y libre indignación, por medio del intérprete púnico; ya te sentías más irritado por sus hazañas que complacido por sus obsequios.

Entonces se retiraron con demostraciones furibundas de en medio de la reunión. Y, sin embargo, no mandaste lavar con agua salada el pavimento hollado por aquellos pies veloces para derramar sangre, como opinan tus clérigos que se debe hacer en el pavimento hollado por los nuestros.

15. Mas, como había yo comenzado a decir, soléis citar contra nosotros las Escrituras, más bien como una injuria que como una prueba, diciendo: Veloces son sus pies para derramar sangre. Ese testimonio lo vomitó también el concilio Bagayense con su grandilocuente sentencia e ímpetu terrible contra Feliciano y Pretextato. Primero condenaron a Maximiano según lo tuvieron por conveniente: «Y no sólo a éste le condena la muerte justa de su crimen; ha arrastrado también al consorcio del crimen con la cadena del sacrilegio a muchos otros, de quienes está escrito: Veneno de áspides bajo sus labios, cuya boca está llena de maledicencia y amargura. Veloces sus pies para derramar sangre». Dicho esto, y para mostrar quiénes eran esos a los que arrastraba Maximiano al consorcio del crimen con la cadena del sacrilegio y a los que condenaba con idéntica severidad, añade el concilio: «Los reos de ese crimen famoso son Victoriano Carcavianense»; y a continuación se citan los otros once, entre los cuales se hallan Feliciano Mustitano y Pretextato Assuritano. Y después de decir todas esas cosas contra ellos, se hizo con los mismos tal concordia, que ni siquiera se les menoscabó en su dignidad. Se estimó que no debía ser rebautizado ninguno de los bautizados por ellos, a pesar de sus pies veloces para derramar sangre. Pues ¿por qué hemos de desesperar de nuestra concordia? Dios aleje la envidia del diablo, y la paz de Cristo triunfe en nuestros corazones. Como dice el Apóstol, perdonémonos si alguien tiene quejas contra otro, como el Señor nos ha perdonado en Cristo34, para que la caridad cubra la muchedumbre de los pecados35, como ya he dicho y mil veces se ha de repetir.

16. Pero yo, hermano, trato ahora contigo y contigo deseo alegrarme en Cristo, como Él sabe. Si por tu capacidad de ingenio y palabra quieres tomar la defensa del partido de Donato en esta causa de Maximiano y tratarla honradamente, es bien reciente su memoria en los mismos hombres, aún en vida, contra quienes actuó. Todo está atestiguado en numerosas actas proconsulares y municipales. En ellas la Iglesia católica halló siempre argumento contra vosotros. ¿No te refugias en la fortaleza de la verdad? Has de confesar que no puede entenderse como soléis hacerlo ese testimonio del agua ajena, del agua de la mentira, del lavado de muertos y demás; ha de entenderse que el bautismo de Cristo se dio a la Iglesia para la participación de la salud eterna. No debe ser considerado como extraño cuando se da fuera de la Iglesia ni como ajeno cuando lo administran los extraños. A los extraños y ajenos les sirve para su perdición, mientras a los propios les sirve para la salvación. Eso es todo. Has de confesar, además, que, cuando los extraños se convierten a la paz de la Iglesia, se ha de enmendar el error, no se ha de destruir el sacramento por castigar al error. De este modo, el sacramento que dañaba al perverso cuando estaba fuera empieza ahora a aprovechar al corregido. Tampoco has de entender en el sentido que soléis todo eso de no comulgar con los pecados ajenos, de apartarse de los malos, de no tocar lo inmundo y manchado, de evitar la corrupción de una poca levadura y todo lo demás. Así no os enredaréis en la maraña de la causa de Maximiano. Cuerdo en tu actitud, afirmarás y retendrás lo que la sana doctrina recomienda, lo que la auténtica norma prueba con ejemplos proféticos y apostólicos, a saber: hay que tolerar a los malos para no abandonar a los buenos, más bien que abandonar a los buenos para apartarse de los malos. Basta que los réprobos estén separados en lo que toca a la imitación, al consentimiento, a la semejanza de vida y de costumbres. Podemos crecer juntos, vivir en la tribulación juntos, reunidos juntos dentro de la red, hasta que llegue el tiempo de la siega, de la bielda y de la separación en la playa. Respecto a la persecución, todo lo que los vuestros hicieron, valiéndose de los jueces, para arrojar a los maximianistas de sus sedes, sólo podrás defenderlo si confiesas que los más prudentes de entre los vuestros lo hicieron con ánimo de corregir, no con intención de perjudicar, con un moderado terror, y que cuando se excedieron en la moderación humana, como sucede en todo lo que le hicieron padecer a Salvio Membresitano, y que toda la ciudad pregona, no se puede aplicar a los demás donatistas, ya que la paja está junta con el trigo en la misma comunión de sacramentos, pero separada por la diferencia de conducta.

17. Si lo hacéis así, admito tu defensa. Porque tu única defensa es ésa, si es veraz. Y tu defensa será aplastada por la verdad si no es ésa. Acepto esa tu defensa, que, como ves, es también la mía. Pues, ¿por qué no hemos de trabajar juntos en ser trigo en la unidad de la era del Señor y en tolerar juntos la paja? Dime, por favor, ¿por qué no, por qué motivo, por qué bien, por qué utilidad? Se rompe la unidad para que los pueblos rescatados con la sangre del único Cordero se enciendan en afanes contrarios y recíprocos, para que nos dividamos, como si fuesen nuestras las ovejas del Padre de familia, que dijo a su siervo: Apacienta mis ovejas36, y no: «Apacienta tus ovejas». De esas ovejas se dijo: Que formen un rebaño bajo un solo pastor37, el que clama en el Evangelio: Por esto conocerán que sois discípulos míos, si tuviereis entre vosotros verdadero amor, y también: Dejad que crezcan juntos hasta la siega, no sea que, al querer arrancar la cizaña, desarraiguéis también el trigo38. Se huye de la unidad para que el esposo vaya por un lado y la esposa por otro, para que el uno diga: «Mantén la unidad, porque yo soy tu marido», y la otra conteste: «Permaneceré allí donde está mi padre»; para que dividan a Cristo en un mismo lecho esos a quienes detestaríamos si dividieran el lecho. Se huye de la unidad para que los vecinos, ciudadanos, amigos, huéspedes y cuantos se ven allegados por la convivencia humana, todos ellos cristianos, estén de acuerdo para organizar festines, dar y recibir sus hijos en matrimonio, comprar y vender, estipular pactos y contratos, en el saludo, en el acuerdo, en la conversación y en todos sus asuntos y negocios, y entretanto no estén de acuerdo en el altar de Dios. Por lo menos en el altar deberían deponer la discordia que en cualquiera parte y tiempo hayan concebido; en conformidad con el precepto del Señor, deberían ir primero a reconciliarse con sus hermanos y entonces volver a ofrecer el don del altar. Pues ahora justamente disienten en el altar39 los que en todas partes están de acuerdo.

18. Se huye de la unidad para que nosotros pidamos leyes públicas contra las iniquidades de los vuestros (no quiero decir vuestras), para que los circunceliones se armen contra esas leyes, a las que desprecian con el mismo furor con que las obligaron a promulgar contra vosotros por sus desmanes. Se huye de la unidad para que la audacia de los colonos se rebele contra sus propietarios, para que los siervos fugitivos no sólo se alejen de sus señores en contra de la disciplina apostólica, sino que intimiden con amenazas a esos señores; y no sólo les amenacen, sino que los desvalijen con las más violentas agresiones; y los autores y guías y príncipes en el delito son esos vuestros confesores agonistas, que son el ornamento de vuestro honor al grito de «Alabanzas a Dios», que derraman la sangre ajena al grito de «Alabanzas a Dios». Vosotros mismos os veis obligados en vuestras reuniones y discursos, por razón de esa fiereza humana, a prometer compensaciones a aquellos a los que habéis arrebatado el botín. Y no es que tengáis la intención ni la facultad de cumplirlo, sino que no podéis ofender excesivamente esa audacia que vuestros presbíteros creyeron necesaria. Frente a vosotros alegan ellos sus viejos méritos antes de la actual ley por la que os gozáis de que se os haya devuelto la libertad. Vuestros presbíteros se valieron de ellos para defender vuestros numerosos lugares y basílicas, malparando y poniendo en fuga a los nuestros; si quisiereis mostraros severos con ellos, apareceréis ingratos a sus beneficios.

19. Se huye de la unidad para que todos aquellos que entre nosotros rehúsan acatar la disciplina huyan a tus circunceliones en busca de protección, y así os los traigan para ser rebautizados. Eso es lo que ha acaecido con ese subdiácono Rusticiano, situado en el campo, sobre cuya causa me vi compelido por mi gran temor y dolor a escribirte estas cosas. Le excomulgó el presbítero por sus perversas y réprobas costumbres: había contraído hartas deudas en aquella región. Contra sus acreedores y contra la disciplina eclesiástica no se le ocurrió otra defensa que ir a recibir de ti otra herida y a ser amado por aquéllos como si estuviera completamente puro. Ya tu predecesor había rebautizado a un cierto diácono nuestro, que también fue excomulgado por su presbítero, y le hizo diácono vuestro; el desventurado pereció pocos días después, enrolado en la audacia de esos perdidos, como él lo deseaba, en medio de una agresión nocturna; en la perpetración de un latrocinio y de un incendio que había provocado cayó a manos de la muchedumbre reunida para prestar auxilio. Esos son los frutos de este cisma que no queréis remediar. Esquiváis la unidad como se debía esquivar la división. Esta por sí misma es torpe, y Dios la condena, aunque por ella no se cometiesen esos y otros tan horrendos e infames delitos.

20. Reconozcamos, pues, hermano, la paz de Cristo. Retengámosla juntos, y, en cuanto Dios nos ayude, tratemos juntos de ser buenos; corrijamos juntos, con la disciplina que podamos, a los malos, salvando la unidad. Tolerémoslos con la paciencia que podamos por amor a la unidad, no sea que, como Cristo nos previno, por querer arrancar antes de tiempo la cizaña, arranquemos también el trigo. El bienaventurado Cipriano testificó que esa cizaña se ve y se contempla no fuera, sino dentro de la Iglesia.

No tenéis privilegio alguno de santidad para que a nosotros nos contaminen nuestros malos y a vosotros no os mancillen los vuestros, para que nos contamine a nosotros la cobardía de unos traidores antiguos a quienes nunca conocimos, y no os contamine a vosotros la actual audacia de los perdidos que tenéis ante vuestros ojos. Reconozcamos aquella arca que era figura de la Iglesia, y seamos todos en ella animales puros, pero sin rehusar que vengan con nosotros en ella los animales inmundos hasta el fin del diluvio. Juntos estaban, pero no agradaron juntos al Señor en olor de sacrificio. En efecto, Noé no ofreció a Dios, después del diluvio, el sacrificio de animales impuros, sino de los puros40. No abandonaron antes de tiempo el arca los animales puros por razón de los inmundos. Sólo el cuervo la abandonó y se separó antes de tiempo de aquella arca, pero pertenecía a las parejas inmundas, no a las septenas puras. Detestemos la inmundicia de esa separación, ya que sola esta separación hace vituperables a los que por sus propias costumbres son laudables. Es que el hijo malo que se proclama justo a sí mismo no puede justificar su salida, aunque en su insolencia y orgullo, cegado por su propio temor, ose decir lo que el profeta previo y detestó: No me toques, porque soy puro41. Todo el que antes de tiempo o por la inmundicia de algunos abandona esta congregación de la unidad, que, como el arca del diluvio, lleva lo puro y lo inmundo, demuestra más bien que él mismo es lo que condena. Esto lo quiso el Señor. El pueblo que gobiernas en esta ciudad, por boca de alguien...