CARTA 105

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Controversia donatista.

Hipona: Año 409-septiembre del 410.

Agustín, obispo católico, a los donatistas.

1. No me permite callar la caridad de Cristo, para quien deseo conquistar a todos los hombres, en cuanto depende de mi voluntad. Si me odiáis porque os predico la paz católica, yo sirvo al Señor, que dice: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios1. Y en el Salmo está escrito: Con aquellos que odiaban la paz fui pacífico; cuando les hablaba, me combatían sin motivo2. He aquí que varios de vuestros presbíteros me han mandado a decir: «Alejaos de nuestra gente si estimáis en algo vuestra vida». Pero yo les contesto con mejor derecho: «Al contrario, no os retiréis vosotros. Acercaos en son de paz, no a nuestra gente, sino a la de aquel de quien somos todos. Si no queréis acercaros y preferís la guerra, retiraos más bien vosotros de la gente por la que Cristo derramó su sangre. Queréis hacer vuestra a esa gente para que no sea de Cristo, aunque tratáis de poseerla bajo el nombre cristiano. Es como si un siervo robase las ovejas del rebaño de su señor y pusiera a las crías que de ellas nacen el nombre de su señor para encubrir el hurto. Eso es lo que hicieron vuestros mayores: apartaron de la Iglesia de Cristo a los pueblos que tenían el bautismo de Cristo, y a todos los que se reunieron con ellos los bautizaron en el nombre de Cristo. Pero el Señor castigará a los ladrones si no se corrigieren y devolverá las ovejas errantes al rebaño sin destruir en ellas su divisa.

2. Nos llamáis traidores. Pero ni vuestros mayores pudieron probar la traición a los nuestros, ni vosotros podréis en modo alguno probárnosla a nosotros. ¿Qué queréis que os hagamos? Cuando os invitamos a tratar con paciencia vuestra causa y la nuestra, sólo sabéis enorgulleceros y delirar. Os mostraríamos que más bien fueron traidores los que condenaron por un presunto crimen de traición a Ceciliano y a sus compañeros. Y vosotros decís: «Alejaos de nuestras gentes», mientras las enseñáis a que os crean a vosotros y no crean en Cristo. Decís que por una traición, que nunca habéis demostrado, se redujo la Iglesia a sólo el partido africano de Donato. Eso no lo leéis en la Ley, ni en los Profetas, ni en los Salmos, ni en el Apóstol, ni en el Evangelio, sino en vuestro corazón y en las calumnias de vuestros padres. Mas Cristo mandó que se predique en su nombre la penitencia y la remisión de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén3. Con esa Iglesia, manifestada por la boca de Cristo, no queréis comulgar, y arrastráis a los otros a vuestra perdición, sin permitir su libertad.

3. Quizá os desagradamos porque las órdenes imperiales os obligan a entrar en la unidad. Vosotros fuisteis la causa. Vuestras violencias y terrores nos han impedido predicar la verdad en todas partes para que la oyese y adoptase con seguridad el que quisiere. No levantéis la voz ni alteréis vuestros ánimos. Considerad con paciencia, si es posible, lo que os decimos. Recordad las hazañas de vuestros circunceliones y de los clérigos que siempre fueron a su cabeza, y así comprenderéis cuál es la causa que os ha traído a la actual situación. Injustamente os quejáis, pues obligasteis a que todo esto se os impusiera. Para no repetir excesivos y remotos sucesos, recordad vuestra conducta reciente. Marco, presbítero de Casfaliano, se hizo católico por propia decisión, sin obligarle nadie. Le han perseguido los vuestros; seguramente le hubiesen matado si la mano de Dios no se hubiese valido de algunos hombres que sobrevinieron y reprimieron la violencia. Restituto de Victoriana se pasó, sin obligarle nadie, a la Católica. Fue secuestrado de su casa, golpeado, revolcado en el cieno, vestido con un tejido de juncos y retenido no sé cuántos días en prisión; seguramente no se le hubiese dado libertad si Proculeyano no hubiese visto gravitar sobre sí la amenaza de tener que presentarse ante las autoridades por este motivo. Marciano de Urga eligió espontáneamente la unidad católica. El huyó, pero vuestros clérigos golpearon a su subdiácono hasta dejarle casi exánime, le cubrieron de piedras y derribaron la casa de ambos por ese crimen.

4. ¿Qué más os diré? Últimamente habéis enviado un pregonero para que anunciase en Siniti: «Se le quemará la casa a todo el que comulgue con Maximino». ¿Cómo? Antes de que Maximino se convirtiese a la Católica y cuando aún no había regresado de su navegación, enviamos un presbítero a Siniti con la consigna de que no molestase a nadie, visitase a los nuestros y dentro de su propia casa predicase la paz católica a los que quisieran. Vosotros le arrojasteis de allí con grave injuria. Cuando nuestro Posidio, obispo de Calama, fue al campo figulinense sólo pretendía visitar a los nuestros, aunque allí fuesen pocos, y convertir a la unidad de Cristo a los que quisieran escucharle. Sólo para eso iba a predicar la palabra de Dios. Pues bien; cuando iba por su camino, le pusieron asechanzas a estilo de bandidos. Pudo librarse de sus manos, pero entonces trataron de quemarle vivo, con la casa en que se había refugiado en el campo olivetense, con la más descarada violencia. Y lo hubieran logrado si los colonos de ese campo, por el riesgo que ellos mismos corrían, no hubiesen apagado el fuego que había sido encendido por tercera vez. Fue convencido de ese crimen el hereje Crispín ante el tribunal proconsular, pero por la intercesión del mismo obispo Posidio no fue obligado a pagar diez libras de oro. Ingrato para con esa benevolencia y mansedumbre, osó apelar a los emperadores católicos, provocando contra vosotros con su importunidad y vehemencia esa ira de Dios de la que tanto os quejáis.

5. Ya veis que os rebeláis violentamente contra la paz de Cristo y padecéis por vuestras iniquidades y no por El. ¿Qué demencia es ejecutar acciones propias de bandidos cuando vivís mal, y demandar gloria de mártires cuando sois castigados con la justicia? De ese modo, por vuestra privada y violenta audacia, obligáis a los hombres, o bien a irse al error, o bien a permanecer en el error. ¿Cuánto mejor deberemos nosotros valernos de las autoridades justamente establecidas, que Dios, en cumplimiento de su profecía, ha sometido a la ley de Cristo, para resistir a vuestros desmanes, para que las desventuradas almas se libren de vuestra dominación, para que salgan de su inveterada falsedad y se acojan a la patente verdad? Respecto a aquellos de los que decís que los forzamos contra su voluntad, son muchos los que quieren sentirse obligados para librarse de vuestra opresión, como antes y después de su conversión nos lo confiesan.

6. Decidme, ¿no es mejor aducir verdaderas órdenes de los emperadores en favor de la unidad que aducir falsas indulgencias en favor de la perversidad? Esto es lo que vosotros hicisteis, y en poco tiempo llenasteis toda el África con vuestra mentira. Y con eso únicamente demostrasteis que el partido de Donato presume siempre de la mentira. De eso alardeáis y eso propaláis, como está escrito: Quien confía en falsedades, apacienta vientos4. Esa indulgencia es tan verdadera como fueron los delitos de Ceciliano y la traición de Félix Aptungense, que fue quien ordenó a Ceciliano, y como es verdad todo lo que soléis reprochar a los católicos para separar de la Iglesia de Cristo a los infelices y para separaros a vosotros mismos, para vuestra desventura. En efecto, nosotros no presumimos de poder alguno humano, aunque confesamos que es mucho más honesto presumir del poder de los emperadores que del de los circunceliones, presumir de la fuerza de la ley que de la fuerza de la sedición. Pero recordamos que está escrito: Maldito sea todo el que pone su esperanza en el hombre5. Si queréis saber de qué presumimos, recordad el anuncio del profeta, que dijo: Le adorarán todos los reyes de la tierra y todas las naciones le servirán6. Por eso utilizamos ese poder de la Iglesia que el Señor le prometió y le dio.

7. Si los emperadores estuviesen en un error, lo que es falso, darían leyes en favor de su error contra la verdad. Por estas leyes serían los justos probados y coronados; no obedecerían a las leyes porque lo prohibía Dios. Nabucodonosor ordenó que se adorase su estatua de oro, y los que se negaron a hacerlo agradaron a Dios, que lo prohibía7. Mas, cuando los emperadores están en la verdad, dan órdenes en favor de la verdad en contra del error, y quien las desprecia se conquista la condenación. Entre hombres merece castigo, y no podrá levantar la cara delante de Dios, puesto que se niega a hacer lo que la verdad ordena por medio del corazón del rey. Ese mismo Nabucodonosor, una vez conmovido y trocado por la salvación milagrosa de los tres jóvenes, redactó un edicto en favor de la verdad contra el error, para que quien blasfemase contra el Dios de Sidrac, Misach y Abdénago fuese condenado a muerte y su casa derruida8. ¿No queréis que los emperadores cristianos den tales leyes contra vosotros, sabiendo que expulsáis a Cristo de aquellos a quienes rebautizáis? Si no toca a las órdenes de los reyes el predicar la religión y prohibir los sacrilegios, ¿por qué también vosotros firmáis los edictos de un rey que tal ordena? ¿Acaso ignoráis que son palabras de un rey éstas: Las señales y prodigios que me ha hecho el Señor, Dios excelso, me han llevado a anunciar por mí mismo cuán grande y poderoso es su reino, reino sempiterno, y su poder es para siempre?9 Cuando oís esto, contestáis: Amén. Se os lee esto en alta voz con el edicto del rey, ¡y vosotros lo aprobáis en la santa solemnidad! Mas ahora, porque no tenéis influencia alguna entre los emperadores, queréis sacar de ello motivo de reproche contra nosotros. ¿Qué cosas no haríais si la tuvieseis, cuando aun no teniéndola no cesáis de forcejear?

8. Sabed que fueron vuestros mayores los primeros que llevaron la causa de Ceciliano ante el emperador Constantino. Podéis exigirnos que lo probemos. Si no os lo probamos, hacednos lo que podáis. Sólo que Constantino no osó entrometerse en una causa episcopal, y delegó en los obispos para que ellos la discutieran y acabaran. Eso tuvo lugar en la ciudad de Roma, bajo la presidencia de Melquíades, obispo de aquella iglesia, con sus colegas. Sentenciaron que Ceciliano era inocente y condenaron a Donato por haber promovido un cisma en Cartago. Entonces los vuestros recurrieron al emperador, protestando contra el juicio de los obispos en que habíais sido derrotados. ¿Cómo puede un mal delator alabar a los jueces cuando ha sido vencido ante su tribunal? El clementísimo emperador os dio otros obispos en la ciudad de Arles, en la Galia, y entonces los vuestros apelaron otra vez de los mismos obispos al emperador. El juzgó la causa, declaró a Ceciliano inocente y a ellos calumniadores. No por haber sido derrotados tantas veces se aquietaron. Llegaron a causar hastío al emperador con sus cotidianas interpelaciones acerca de Félix Aptungitano, por quien había sido ordenado Ceciliano. Dijeron que era traidor y que Ceciliano no podía ser obispo por haber sido ordenado por un traidor. Pero al fin se demostró la inocencia de Félix, viendo su causa el procónsul Eliano por mandato del emperador.

9. Entonces fue cuando Constantino lanzó por vez primera una severa ley contra el partido de Donato. Los hijos de Constantino imitaron a su padre, promulgando leyes parecidas. A éstos les sucedió Juliano, apóstata y enemigo de Cristo, quien por las súplicas de Rogaciano y Poncio, delegados vuestros, otorgó la libertad al partido de Donato para su perdición. Devolvió las basílicas a los herejes y los templos a los demonios, pensando que podía perecer el nombre cristiano en el mundo si rompía aquella unidad de la Iglesia de que él había desertado. Por eso permitió las disensiones libres y sacrílegas. Esta era aquella cacareada justicia que tanto ponderaron los demandantes Rogaciano y Poncio, diciendo al apóstata que «ante él sólo tenía lugar la justicia». A Juliano le sucedió Joviano, que murió muy pronto y nada promulgó sobre el asunto. Pero vino Valentiniano; leed lo que contra vosotros ordenó. Después vinieron Graciano y Teodosio; leed, cuando queráis, lo que establecieron acerca de vosotros. ¿Por qué, pues, os causan extrañeza los hijos de Teodosio, como si en esta causa hubiesen debido tomar otro partido que seguir el juicio de Constantino, que tan firmemente mantuvieron tantos emperadores cristianos?

10. Como os he dicho y como os puedo demostrar cuando gustéis, si es que lo ignoráis, vuestros mayores llevaron espontáneamente la causa de Ceciliano a Constantino. Murió Constantino, pero su juicio sigue viviendo contra vosotros. Los vuestros le remitieron la causa, delataron ante él a los obispos jueces, apelaron ante él del juicio episcopal, le interpelaron hasta el tedio acerca de Félix Aptungitano, se retiraron tantas veces de su presencia convencidos y confusos, sin renunciar por eso a los daños del furor y de la animosidad. Esa herencia os dejaron a vosotros sus herederos, para que ahora con tanta impudencia suscitéis alborotos contra los edictos de los emperadores cristianos. Si pudieseis, no sólo provocaríais contra nosotros al cristiano Constancio, que favoreció a la verdad, sino que sacaríais de los infiernos al apóstata Juliano. Pero ¿para quién sería el peor mal, si tal cosa acaeciera, sino para vosotros? ¿Hay peor muerte del alma que la libertad del error?

11. Dejemos ya a un lado todo esto. Amemos la paz. Todos, doctos e ignorantes, saben que hay que anteponerla a la discordia. Amemos y mantengamos la unidad. Eso es lo que mandan los emperadores y lo que manda también Cristo. Porque, cuando ellos ordenan el bien, es Cristo el que manda por ellos. Asimismo nos ruega Cristo por medio del Apóstol que todos digamos la misma cosa, que no haya entre nosotros cismas, que no digamos: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo»10. Seamos todos a la vez sólo de Cristo, porque ni Cristo se ha dividido ni ha sido crucificado por nosotros Pablo. ¡Cuánto menos Donato! Ni hemos sido bautizados en el nombre de Pablo. ¡Cuánto menos en el de Donato! Eso es lo que dicen los emperadores, porque son cristianos y católicos, no siervos de los ídolos, como vuestro Juliano; no son herejes, como lo fueron otros que persiguieron a la Católica. Durante la persecución, los verdaderos cristianos padecían, no penas justísimas por un error herético, como vosotros, sino martirios gloriosísimos por la verdad católica.

12. Percibid qué gran verdad nos anuncia el mismo Dios, valiéndose del corazón del rey, que está en su divina mano11, en esa misma ley que está dictada contra vosotros, como decís. Si lo entendierais, está dictada en beneficio vuestro. Reparad en la palabra del príncipe: «Si cuando uno se inicia por primera vez, la religión del bautismo se considera ineficaz, porque son tenidos por pecadores los ministros, entonces, tantas veces será necesario repetir el sacramento conferido, cuantas fuese hallado indigno el que administra el bautismo, y nuestra fe no dependerá del albedrío de nuestra voluntad ni de la gracia del don divino, sino de la calidad y méritos de los sacerdotes y clérigos». Reúnan mil concilios vuestros obispos y contesten a esa única sentencia; entonces consentiremos con vosotros en lo que gustéis. Mirad cuánta perversidad e impiedad hay en eso que soléis decir: «Si un hombre es bueno, santifica a aquel a quien bautiza; mientras que si es malo, y el bautizado lo ignora, entonces es Dios el que santifica». Sí eso fuese verdad, deberían los hombres ser bautizados por pecadores ocultos, más bien que por inocentes probados, pues en ese caso son santificados por Dios mejor que por los hombres. Pero desechemos de nosotros esta locura. Por lo tanto, nosotros decimos la verdad y tenemos razón, pues la gracia y el sacramento de Dios son siempre de Dios, y al hombre sólo le pertenece el ministerio. Si es bueno el hombre, está unido a Dios y colabora con Dios; si es malo, Dios obra por él la forma visible del sacramento y da por sí mismo la gracia invisible. Retengamos todo esto y no haya entre nosotros cismas.

13. Poneos de acuerdo conmigo, hermanos. Os amo y quiero para vosotros lo mismo que para mí. Si me odiáis con mayor encono porque no os dejo perecer y errar, decidle eso a Dios, a quien temo y quien amenaza a los malos pastores diciendo: A la que erraba no la recogisteis, y a la que perecía no la buscasteis12. Dios se sirve de nosotros para salvaros, ya rogando, ya amenazando, ya castigando con perjuicios y molestias, con ocultos avisos y visitas y con las leyes de las autoridades temporales. Entended lo que se está haciendo con vosotros: no quiere Dios que perezcáis en vuestra sacrílega discordia, alejados de vuestra madre Católica. Nada pudisteis probar jamás con nosotros. Hemos invitado a vuestros obispos, y siempre se han negado a discutir pacíficamente, como si rehuyeran hablar con pecadores. ¿Quién tolerará ese orgullo? ¡Como si Pablo el Apóstol no hubiera discutido con pecadores y con sacrílegos en alto grado! Leed los Hechos de los Apóstoles y veréis. ¡Como si el Señor no hubiese hablado con los judíos que le crucificaron acerca de la ley y no les hubiese contestado oportunamente! En fin, el diablo es el primero de todos los pecadores y nunca podrá convertirse a la justicia; no obstante, el mismo Señor se dignó contestarle acerca de la ley13. Es para que entendáis que esos obispos rehúsan discutir con nosotros porque saben que defienden una causa perdida.

14. Ignoramos lo que contra sí mismos maquinan los hombres que se deleitan en discusiones calumniosas. En las Escrituras conocemos a Cristo y en las Escrituras conocemos a la Iglesia. Estas Escrituras las tenemos en común. ¿Por qué en ellas no retenemos en común a Cristo y a la Iglesia? Donde conocimos a aquel de quien dice el Apóstol: A Abrahán se le hicieron las promesas y a su linaje. No dice y a sus linajes, como si fuesen muchos, sino a su linaje, que es Cristo14, allí también conocimos a la Iglesia, de la que Dios dice a Abrahán: En tu linaje serán benditas todas las generaciones15. Donde conocimos a Cristo, que profetizaba de sí en el Salmo: El Señor me dijo: «Hijo mío eres tú, y yo te engendré hoy», allí conocimos a la Iglesia, en lo que sigue: Pídeme y te daré todas las gentes para herencia tuya, y para posesión tuya los términos de la tierra16. Donde conocimos a Cristo, en lo que está escrito: El Dios de los dioses, el Señor habló, allí conocimos a la Iglesia, en lo que sigue: Llamó a la tierra desde el nacimiento del sol hasta el ocaso17. Donde reconocimos a Cristo, en lo que sigue: Y como esposo que sale de su tálamo, exultó como gigante para recorrer el camino18, allí reconocimos a la Iglesia, de la que un poco más arriba se dice: A toda la tierra salió el sonido de ellos, y a los confines del orbe de la tierra sus palabras. En el sol puso su tabernáculo19. Ella es la Iglesia, puesta en el sol, es decir, en manifestación notoria hasta los confines de la tierra. Donde reconocimos a Cristo, en aquello que está escrito: Clavaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos, mas ellos me miraron e inspeccionaron, se dividieron mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes20, allí reconocimos a la Iglesia, en aquello que después se pone en el mismo Salmo: Se recordarán y se convertirán al Señor todos los confines de la tierra, y adorarán en su presencia todas las patrias de las gentes, porque del Señor es el reino y Él dominará las gentes. Donde reconocimos a Cristo en aquello que está escrito: Álzate, ¡oh Dios!, en lo alto de los cielos, allí reconocemos también a la Iglesia en lo que sigue: Y haz esplender sobre la haz de la tierra tu gloria21. Donde reconocimos a Cristo en aquello que está escrito: Dios, da tu juicio al rey y la justicia al hijo del rey22, allí reconocimos a la Iglesia, en aquello que está escrito en el mismo Salmo: Y dominará el mar y desde el rio hasta los confines del orbe de las tierras. Ante El caerán los etíopes, y los enemigos morderán el polvo. Los reyes de Tarsis y las islas traerán sus dones, los reyes de los árabes y los de Saba presentarán ofrendas, y le adorarán todos los reyes de la tierra y le servirán23.

15. Donde reconocimos a Cristo, en aquello que está escrito: que una piedra desprendida del monte sin intervención de mano de hombre quebrantó todos los reinos de la tierra, seguramente aquellos reinos que presumían de cultura diabólica, allí reconocimos también a la Iglesia, en aquello que se dice, que aquella piedra creció y se hizo un gran monte y llenó toda la tierra. Donde reconocimos a Cristo, en aquello que está escrito: Prevalecerá el Señor contra ellos y exterminará a todos los dioses de las gentes de la tierra24, allí reconocimos a la Iglesia, en aquello que sigue: Y adorarán en su presencia, cada uno desde su lugar, todas las islas de las gentes25. Donde reconocimos a Cristo, en aquello que está escrito: Dios viene del África, y el Santo de la parte del monte sombrío: cubrirá a los montes su virtud, allí reconocimos a la Iglesia, en aquello que sigue: Y de su alabanza llena está la tierra26. Porque al áfrico está situada Jerusalén, como se lee en el libro de Jesús Nave27, y desde ella se difundió el nombre de Cristo: allí está el monte sombrío, el monte de los Olivos, desde donde subió al cielo para que su virtud cubriese los cielos y se llenase la Iglesia por toda la tierra de sus alabanzas. Donde reconocimos a Cristo, en aquello que está escrito: Como oveja fue llevado al matadero y como cordero ante aquel que trasquila, sin voz; así no abrió su boca28, y todo lo demás que allí se dice de su pasión, allí reconocimos también a la Iglesia, en aquello que se dice en el mismo pasaje: Alégrate, estéril que no pares; salta y grita, la que no das a luz, porque muchos son los hijos de la abandonada. Más que los de aquella que tiene marido, porque lo ha dicho el Señor. «Dilata el espacio de tu tienda y traza tu morada sin temor; nada te lo impida; alarga más los cordeles y fija poderosamente las estacas, extendiéndote tanto a la derecha como a la izquierda. Porque tu linaje heredará a las gentes, y habitarás las ciudades que están desiertas. No tienes que temer, pues has de prevalecer; ni te afrentes porque te detesten, pues olvidarás para siempre la confusión y no te acordarás ya de la ignominia de tu viudez, pues yo soy el Señor que te hizo; Señor es mi nombre, y el que libra será llamado Dios de Israel en toda la tierra»29.

16. Ignoramos qué es lo que decís de los traidores, a quienes nunca pudisteis convencer ni probar nada. No quiero afirmar que ese crimen fue probado en vuestros partidarios y que ellos confesaron. ¿Qué nos importan a nosotros las responsabilidades ajenas? Corrijamos a cuantos podamos, ya castigando, ya aplicando cualquier género de disciplina, con espíritu de mansedumbre y amor de caridad. No comulguemos con los pecados de aquellos a quienes no podemos corregir, aunque la necesidad nos obligue a dejarlos participar con nosotros en los sacramentos de Dios por la salvación de los demás. Sólo comulgaremos con su pecado si consentimos en él o lo favorecemos. Toleramos a los malos en este mundo por el que se difunde la Iglesia católica, y que el Señor denominó su campo30. como se tolera la cizaña entre el trigo, o como se tolera la paja mezclada con el grano en esta era de la unidad, o como se toleran los peces malos mezclados con los buenos dentro de las redes de la palabra y de los sacramentos, hasta que llegue el tiempo de la siega, de la bielda y de la playa31. No sea que por miedo a los malos arranquemos el trigo o dejemos sin protección el grano antes del tiempo de la separación en la era, antes de meterlo en los graneros, y lo dejemos a merced de las aves o rotas las redes con el cisma, tratando de esquivar los malos peces, escapemos del mar de una perniciosa libertad. Con esta y otras comparaciones intimó el Señor a sus siervos la tolerancia, no sea que, mientras los buenos piensan que les contamina la compañía de los malos, pierdan a los pequeñuelos con humanas y temerarias discusiones o perezcan como pequeñuelos. Tanto nos previno el Maestro celeste esa cautela, que quiso asegurar a su pueblo frente al recelo por los malos conductores, no fuera que por ellos abandonasen la cátedra de la doctrina saludable, en la que aun los malos se ven obligados a dar doctrina buena. Porque las cosas que dicen no son suyas, sino de Dios, el cual ha colocado la doctrina de la verdad en la cátedra de la unidad. El veraz y la misma verdad, habló de esos conductores que obraban sus propios males y decían los bienes de Dios, diciendo: Lo que dicen, hacedlo; pero lo que hacen no lo hagáis, porque dicen y no hacen32. No diría lo que hacen no lo hagáis si no fuese un pecado manifiesto lo que cometen.

17. No perezcamos en una mala disensión por causa de los malos. Además, os podré demostrar, cuando gustéis, que vuestros mayores no condenaron a los malos, sino que acusaron a los inocentes. Pero, fuesen ellos quienes fuesen y lo que fuesen, lleven su carga.

He aquí las Escrituras comunes, he aquí dónde reconocemos a Cristo, dónde reconocemos a su Iglesia. Si aceptáis a Cristo, ¿por qué no aceptáis a su Iglesia? Si por la verdad de las Escrituras creéis en Cristo, a quien leéis, pero no veis, ¿por qué negáis a la Iglesia, a quien leéis y veis? Por deciros esto y por estimularos a este bien de la paz, de la unidad y de la caridad, me hice enemigo vuestro. Y ahora me enviáis a decir que me mataréis porque os digo la verdad, porque empleo todas mis fuerzas en no permitir vuestra perdición.

Dios me vengará de vosotros, matando en vosotros vuestro error, para que gocéis conmigo de la verdad. Amén.