Tema: Respuesta a seis consultas que le hizo el presbítero Deogracias
Hipona: Años 406/412
Agustín saluda en el Señor a Deogracias, hermano sincerísimo y copresbítero.
1. Has preferido remitirme las cuestiones que a ti te propusieron, no por pereza, supongo, sino porque deseas oír de mis labios aquello que tú sabes de sobra. En efecto, me amas demasiado. Pero más quisiera yo que las hubieses declarado tú, ya que ese amigo que te las presentó siente vergüenza de seguirme, en cuanto puedo deducir de su silencio a mis cartas. El verá por qué. Lo sospecho así, y mi sospecha no es malévola ni absurda, pues bien sabes cuánto le amo y cuánto lamento que aún no sea cristiano. Por eso mismo, opino que, si no quiso contestarme, no querrá tampoco que yo me dirija a él al escribir. Yo te obedezco, temiendo ofender a tu santa y para mí querida voluntad (aunque son congojosas mis ocupaciones) negándome a cumplir lo que tú me demandas. Por lo tanto, también te ruego que tú hagas lo que te pido, a saber, que te aprestes a contestarle a todo brevemente, según él te lo pidió, como me indicas y como has podido hacer ya. Cuando leas esto, sabrás que casi nada digo que no supieras tú, o que no pudieras saber aunque yo callase. Te ruego que guardes esta obra mía entre las demás, cuyo estudio sabes que es provechoso. Lo que te pido que escribas ha de llegar a las manos de ese a quien ante todo conviene y también a los demás, entre los cuales me cuento yo, a quienes tanto gustan los escritos que puedes componer. Vive siempre en Cristo sin olvidarte de mí.
CUESTIÓN I
La resurrección
2. Se extrañan algunos cuando comparan las dos resurrecciones; preguntan cuál es la resurrección que se nos promete, ¿la de Lázaro o la de Cristo? Dicen, pues: «Si es la de Cristo, ¿cómo puede esa resurrección aplicarse a los nacidos de semen carnal, puesto que Cristo nació sin ninguna necesidad de semen? Si la de Lázaro, tampoco parece podérsenos aplicar: la resurrección de Lázaro se hizo a base de un cuerpo aún no corrompido, de un cuerpo por el que se podía hablar de Lázaro1. En cambio, la nuestra tendrá que surgir de lo confuso después de muchos siglos. Además, si después de la resurrección nuestro estado tendrá que ser de bienaventuranza, sin daño del cuerpo, sin la necesidad del hambre,¿a qué viene el que Cristo comiese y mostrase las heridas?2 Si lo hizo para curar al incrédulo, lo fingió; y si mostró la realidad, en la futura resurrección habrá heridas».
3. Se les responde que no es la resurrección de Lázaro, sino la de Cristo, la que se nos promete para el futuro, ya que Lázaro resucitó para volver a morir, y, en cambio, como está escrito, Cristo, al resucitar de los muertos, ya no muere, ya no le dominará en adelante la muerte3. Eso es lo que se ha prometido también a los que han de resucitar al fin del mundo y han de reinar con Él eternamente4. Nada tiene que ver con la resurrección la diferencia del nacimiento de Cristo y el nuestro, ya que Él nació sin semen viril, y nosotros somos creados de varón y mujer. Nada tiene que ver aquí la diferencia de su muerte. No dejó de ser verdadera su muerte, porque nació sin semen viril. Igualmente, la carne del primer hombre, nacida de diferente manera que la nuestra, puesto que fue creado de la tierra, sin padres, mientras que nosotros nacemos de padres, no representa diferencia alguna en cuanto a la muerte, de modo que tuviese que morir de distinto modo que nosotros. Luego la diversidad de nacimiento nada importa para la diferencia de muerte, y del mismo modo tampoco para la diferencia de resurrección.
4. Sí los infieles se niegan a creer lo que está escrito acerca del primer hombre, vean y adviertan si pueden, por lo menos, creer cuántas especies de animales son procreadas de la tierra, sin padres. Y ya se ve que la diferencia de nacimiento no señala la diferencia entre los que nacieron de la tierra y los que nacieron de los padres. Viven de igual modo y de igual modo mueren, aunque su modo de nacer sea diferente. Así, no es absurdo que resuciten de igual modo los cuerpos que nacieron de manera diferente. Estos hombres que no son capaces de comprender hasta dónde alcanzan las diferencias y adonde no alcanzan, en cuanto advierten una diferencia inicial, pretenden que todas las consecuencias han de distanciarse. Pueden los tales opinar que el aceite que se extrae de las grasas no debe flotar en el agua, como el aceite de oliva, ya que es muy distinto el origen de ambas clases, pues el uno nace de un árbol y el otro de las carnes.
5. Vengamos a la diferencia con el cuerpo de Cristo. No se corrompió ni pudrió y resucitó al tercer día, mientras nuestros cuerpos, después de mucho tiempo, serán reintegrados de la mezcolanza confusa en que se disolvieron. Ambas cosas son imposibles para la potencia humana, pero muy fáciles para la divina. Como el rayo visual no llega primero a lo cercano y después a lo lejano, sino que atraviesa todas las distancias con la misma velocidad, del mismo modo se realiza la resurrección de los muertos en un golpe de vista5, como dice el Apóstol. Para la omnipotencia de Dios y para su inefable voluntad es igualmente fácil resucitar los cadáveres recientes y los ya disueltos por el tiempo. Increíbles son estas cosas para algunos, porque no las han experimentado, cuando toda la naturaleza está llena de milagros, que no causan maravilla por la costumbre de verlos, aunque resistan a la investigación de la razón; por eso no parecen dignos de estudio ni de contemplación. Yo, y conmigo todos los que pretenden entender todas las cosas invisibles de Dios valiéndose de las cosas que creó6, no admiramos menos el que se hallen ya diseñadas en un mínimo grano de simiente todas aquellas partes que alabamos en el árbol. Quizá admiramos más eso que el que el seno inmenso de este mundo devuelva para la futura resurrección, íntegros y todos los elementos que tomó de los cuerpos cuando éstos se disolvían.
6. No parecen contradictorias la comida de Cristo después de su resurrección y la carencia de comida en la resurrección que se nos promete. En efecto, leemos que los ángeles comieron esos alimentos en la misma forma, no en una apariencia fingida, sino en una realidad patente, y, sin embargo, no fue por necesidad, sino por potestad. De distinto modo absorben el agua la tierra sedienta y el ardiente rayo de sol: aquélla, por necesidad; éste, por potencia. El cuerpo que resucitará tendría una bienaventuranza imperfecta si no pudiese tomar alimentos o si tuviese necesidad de tomarlos. Podría aquí ampliamente aducir la evolución de las cualidades de los cuerpos, y la prepotencia de los cuerpos superiores, que influyen sobre los inferiores; pero me he propuesto contestar con brevedad y escribo para ingenios que sólo necesitan un toque de atención.
7. Sepa el que ha presentado estas cuestiones que Cristo mostró después de su resurrección las cicatrices, y no las heridas, a los que dudaban. Por esos incrédulos quiso tomar alimento y bebida, y no una sola vez, sino muchas. Podrían ellos creer que no era un cuerpo, sino un espíritu, y que aparecía no en su propia solidez, sino de un modo imaginario. Las cicatrices serían falsas, por su parte, si no hubiesen precedido las heridas. Tampoco tendría cicatrices si no hubiese querido conservarlas. Y quiso conservarlas, en su benignidad, para que aquellos a quienes edificaba en una fe no fingida pudiesen constatar que no había resucitado una persona en lugar de otra, sino que había resucitado aquel a quien habían visto crucificado. Tu amigo arguye de este modo: «Si lo hizo por el incrédulo, fingió». Supongamos que un valiente, peleando por su patria, recibe numerosas y graves heridas. Viene un médico hábil que las sabe curar de tal modo que no quede ni rastro de cicatriz. Mas el guerrero le dice que quiere sanar, pero también conservar las huellas de las heridas como timbre de gloria ¿Se dirá que ese médico finge las cicatrices, porque con su arte puede hacerlas desaparecer y tiene motivos para dejarlas subsistir? Únicamente serían falsas las cicatrices, como arriba dije; si nunca hubiese habido heridas que curar.
CUESTIÓN II
El tiempo de la religión cristiana
8. Proponen también otra objeción, que dicen haber tomado de Porfirio, como más eficaz contra los cristianos: «Si Cristo se presenta como camino de salvación, gracia y verdad, proponiendo que a Él solo deben volver las almas que en Él crean, ¿qué hicieron los hombres de tantos siglos antes de Cristo? Pasando por alto los tiempos anteriores al reinado de Lacio, comencemos con Lacio el presunto origen de la Humanidad. En el mismo Lacio fueron adorados los dioses antes de la fundación de Alba. También en Alba estuvieron en rigor los ritos y las religiones de los templos. Después llegó Roma y vivió sin la ley cristiana larga serie de siglos. ¿Qué se hizo de tan innumerables almas que en absoluto carecen de culpa? En efecto, aquel en quien habían de creer, no se había aún mostrado a los hombres. El mundo entero coincidió con Roma en los ritos de los templos. ¿Por qué el que se llamó Salvador se sustrajo a tantos siglos? No digan: por el género humano miró mediante la antigua ley judaica, ya que esa ley de los judíos apareció y tuvo vigencia mucho tiempo después, en una pequeña región de Siria, hasta alcanzar al fin los límites de Italia, pero esto sucedió después de Gayo César o durante su imperio. ¿Qué se hizo, pues, de las almas romanas o latinas que hasta el tiempo de los Césares carecieron de la gracia de Cristo, aún no venido?»
9. A esa proposición se contesta: Digan primero los que la formulan si esos ritos sagrados de los dioses, que fueron establecidos en un tiempo determinado, aprovecharon en algo a los hombres. Si afirman que nada aprovecharon para la salvación del alma, los destruyen con nosotros y confiesan que son vanos. Nosotros demostramos que también son nocivos, pero no es poco que nos confiesen ellos que son vanos los tales ritos. Si los defienden y opinan que fueron sabia y útilmente establecidos, digan qué se hizo de aquellos que murieron antes de que esos ritos fuesen establecidos, pues se vieron privados de tal salud y utilidad. Si pudieron purificarse por algún otro medio, ¿por qué no se conservó ese medio para los descendientes? ¿Qué necesidad había de instituir nuevas consagraciones, que antiguamente no existieron?
10. Supongamos que dicen que los dioses existieron siempre y que tuvieron poder en todas partes para librar a sus adoradores, pero que atendieron a la variedad de las cosas temporales y terrenas; los dioses conocían las más propias para ciertos tiempos y lugares, y por eso quisieron ser servidos en unos tiempos o en otros, en unos lugares o en otros, en unas formas o en otras. Entonces, ¿por qué suscitan este problema para la religión cristiana, pues ellos no pueden resolvérnoslo a nosotros respecto a la suya? Si es que pueden, se han de dar a sí mismos la contestación a favor de nuestra religión. No importa que se realice el culto con diversidad de sacramentos, según la diferente congruencia de tiempos y lugares, con tal de que sea santo lo que se adora; como no importa que se diga una cosa con variedad de sonidos conforme a la variable congruencia de idiomas y auditorios, con tal de que se diga la verdad. Pero importa mucho saber que los hombres pudieron, por un pacto de convivencia, establecer un sistema de sonidos para comunicar entre sí sus pensamientos. Por el contrario, los que tuvieron verdadera sabiduría hubieron de atenerse a la voluntad de Dios para saber qué ritos convenían a la Divinidad. Esta voluntad nunca defraudó a la justicia y a la piedad de los mortales. Una misma religión social puede observarse en distintos pueblos, pero importa mucho averiguar el modo con que la debilidad humana es animada o tolerada sin que la autoridad divina sea combatida.
11. Nosotros decimos que Cristo es el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho7. Es Hijo, porque es Verbo. Y no es verbo que se pronuncia y pasa, sino Verbo, que permanece inmutablemente y sin alteración en el Padre, inmutable, bajo cuyo régimen es gobernada toda la creación espiritual y corporal. Él tiene la sabiduría y la ciencia. El determina qué, cuándo y dónde conviene que algo le acontezca. Por eso en todos los tiempos, tanto antes de multiplicar el linaje de los hebreos, en el cual prefiguró con símbolos convenientes la manifestación de su venida, como más tarde en el reino israelítico, y más tarde, cuando apareció a los mortales en su carne mortal, tomada de una Virgen, y más tarde hasta el momento actual, en que cumple lo que antiguamente anunció por los profetas, y, finalmente, desde ahora hasta el fin del mundo, en que separará a los santos de los impíos, para dar a cada uno lo suyo, ese Verbo es el mismo Hijo de Dios, coeterno al Padre, inmutable Sabiduría, por la que fue creada toda la creación y por cuya participación es bienaventurada toda alma racional.
12. Por lo tanto, desde el principio del género humano, cuantos en El creyeron, cuantos de algún modo le entendieron y vivieron justa y piadosamente según sus preceptos, por Él se salvaron sin duda alguna, dondequiera y como quiera que hayan vivido. Como nosotros creemos ahora en Él, que actualmente reside en el Padre y antaño vino en carne mortal, así creían en Él los antiguos mientras residía en el Padre y había de venir en carne. Según la variedad de los tiempos, se anuncia ahora ya consumado lo que entonces se anunciaba venidero, pero no por eso es distinta la fe o diferente la salvación. Una misma cosa es predicada o profetizada con distintos ritos y sacramentos, pero no por eso hemos de entender que se trata de cosas distintas o de salvaciones diferentes. Dejemos al consejo de Dios el decidir qué es y cuándo ha de cumplirse lo que pertenece a una idéntica liberación de los fieles y justos, y para nosotros retengamos la obediencia. Los signos y los nombres de entonces eran diferentes de los actuales; antes eran más ocultos, ahora son más claros; antes los cumplían pocos, ahora muchos; pero es una misma religión verdadera la que es significada y observada.
13. Nosotros no les objetamos a ellos que Numa Pompilio impuso a los romanos un culto de los dioses distinto del que anteriormente se observaba en Italia; ni tampoco que en los tiempos de Pitágoras se impuso una filosofía que anteriormente no existía, o mantenían unos pocos que participaban de las mismas opiniones, pero que vivían con distintos cultos. Sólo les preguntamos si aquellos dioses eran verdaderos y dignos de culto, o si esa filosofía aprovechaba algo para la salvación de las almas. Eso es lo que discutimos con ellos, ése es el problema que planteamos, eso es lo que queremos hacer desaparecer con nuestras disputas. Dejen, pues, de objetarnos lo que puede objetarse a toda secta y a toda religión de cualquier nombre. Ellos confiesan que los tiempos no se atropellan al acaso, sino que fluyen ordenadamente por una providencia divina. Ahora bien, qué es lo más apto y oportuno para cada tiempo, sobrepasa al humano consejo y viene dispuesto por esa Providencia que mira por las cosas.
14. Si afirman que no existió siempre ni en todas partes la disciplina pitagórica, porque Pitágoras fue hombre y no podía llegar a tanto su eficacia, ¿podrán afirmar siquiera que, en el mismo tiempo en que vivió y en los lugares en que imperó esa filosofía, la creyeron o la siguieron espontáneamente todos los que pudieron oírla? Aunque Pitágoras hubiere tenido bastante poder para predicar sus dogmas donde y cuando quisiera, aunque a ese poder hubiese añadido una presciencia suma de las cosas, no hubiese aparecido en ningún tiempo ni lugar, sino donde y cuando supiera que los hombres habrían de creerle. No objetan, pues, a Cristo que no todos creen en su doctrina, pues ellos mismos comprenden que esa objeción no puede alegarse legítimamente contra ninguna sabiduría filosófica o contra la divinidad de sus dioses. Dejemos aparte la sabiduría y ciencia de Dios, en la que se oculta quizá un consejo divino más secreto, y no sentemos prejuicio tampoco contra las otras causas, que los prudentes deben investigar. Veamos tan sólo qué contestan a esta pregunta que les hacemos para abreviar la discusión: ¿Y si Cristo quiso aparecer ante los hombres y predicar su doctrina ante ellos en un tiempo y lugar en que sabía que existían los que habían de creer en Él? Respecto a los tiempos y lugares en que el Evangelio no fue predicado, sabía de antemano Cristo que los hombres serían tan incrédulos como muchos, no todos ciertamente, de los que vieron su presencia corporal y se negaron a creer en Él aun después de verle resucitar los muertos. También hoy hallamos muchos que ven cómo se cumplen notoriamente los anuncios de los profetas, y, sin embargo, no quieren creer; optan por resistir con astucia humana antes de ceder a la autoridad divina, tan clara y evidente, tan sublime y eminentemente difundida. En tanto que el entendimiento del hombre sea ruin y débil, debe ceder a la verdad divina. ¿Es, pues, de maravillar que Cristo no quisiese aparecer o predicar en los antiguos siglos, si sabía que el mundo estaba tan repleto de incrédulos, y sabía también que no habían de creer ni en sus palabras ni en sus milagros? No es increíble que en aquellos tiempos hubiesen sido todos tales cuales fueron y son, aun después de su venida hasta el día de hoy, tantos como admiramos.
15. No obstante, desde el principio del género humano, unas veces con claridad mayor y otras menor, según a Dios le pareció conveniente, en conformidad con los tiempos, no faltaron profetas ni creyentes desde Adán hasta Moisés. Los hubo, tanto en el mismo pueblo de Israel, que por especial misterio se convirtió en pueblo profético, como en los otros pueblos, antes de que Cristo viniera en carne. Algunos son citados en los santos libros hebreos ya en los tiempos de Abrahán; aunque no pertenecen a su linaje carnal, ni al pueblo de Israel, ni a la sociedad que fue agregada a ese pueblo, participaron de este sacramento. ¿Por qué no hemos de creer que en los demás pueblos acá y allá hubo otros en los diversos tiempos, aunque no leamos en las citadas autoridades bíblicas que se les haya mencionado? En tal forma, la salud de esta religión, por la que exclusiva, verdadera y verazmente se promete la auténtica salvación, no faltó a nadie que fuese digno de ella. Y si a alguno faltó, él no fue digno de recibirla. Se le viene predicando desde el principio de la propagación humana hasta el fin, a unos para su salvación, a otros para su condenación. Por eso Dios sabía que no habían de creer aquellos a quienes no se les anunció. Aquellos que no habían de creer y, no obstante, la oyeron predicar, sirven de ejemplo. Y aquellos a quienes se les predicó y creyeron, son preparados para el reino de los cielos y para la compañía de los santos ángeles.
CUESTIÓN III
La distinción de los sacrificios
16. Veamos ya la cuestión que sigue: «Denuncian los cristianos los ritos sagrados, la víctimas, el incienso y lo demás que mantuvo el templo; pero, al mismo tiempo, ellos (o el Dios a quien adoran) iniciaron ese mismo culto, cuando se nos presenta a Dios como necesitado de primicias».
17. Se ve que para presentar esta cuestión aluden a aquel lugar de nuestras Escrituras en que Caín ofrece a Dios un don de los frutos de la tierra, y Abel de las primicias del rebaño8. A esto se responde que el pasaje sirve para demostrar cuan antigua cosa es el sacrificio; las veraces y sagradas letras no permiten ofrecerlo sino exclusivamente al Dios verdadero9. Pero no porque Dios necesite de él, puesto que en esos mismos libros está claramente consignado: Dije al Señor: «Tú eres mi Dios, porque no necesitas de mis bienes»10. Miraba Dios al bien del hombre tanto cuando aceptaba como cuando rechazaba o recibía esos sacrificios. Es a nosotros a quienes aprovecha adorar a Dios, y no al mismo Dios. Cuando Él nos inspira y enseña cómo le hemos de adorar, lo hace por nuestra máxima utilidad y no por indigencia alguna suya. Tales sacrificios son simbólicos y expresan la semejanza de algunas realidades. Por esos símbolos se nos amonesta a escudriñar, conocer o recordar esas realidades simbolizadas en ellos. Para aclarar este asunto cuanto es menester, se requiere una larga exposición, contraria a lo que me he propuesto. Además, hay que tener en cuenta que he tratado estas cosas en otros opúsculos míos. También los que antes de mí expusieron la palabra de Dios trataron copiosamente de los símbolos de los sacrificios del Antiguo Testamento, como sombras y figuras de lo futuro11.
18. Una cosa no pasaré por alto en esta brevedad, a saber: el templo, el sacrificio, el sacerdocio y las demás cosas que pertenecen a este punto, nunca lo hubiesen exigido los dioses falsos (es decir, los demonios, que son los ángeles prevaricadores) a esos adoradores a quienes seducen, si no hubiesen conocido que se debían al verdadero Dios. Por eso, cuando están al servicio de Dios, según su divina inspiración y doctrina, hay verdadera religión. En cambio, cuando se ofrecen a los demonios, en conformidad con su impía y satánica soberbia, hay dañina superstición. Los que conocen las letras cristianas de ambos Testamentos, no denuncian entre los sacrílegos ritos de los paganos la construcción de templos, institución de sacerdocio y oblación de sacrificios. Lo que se condena es que todo eso se ponga al servicio de los ídolos y demonios. ¿Quién duda de que los ídolos carecen de todo sentido? Y, con todo, cuando se les coloca en sus pedestales, en su honrosa altura, para que los contemple el que viene a rezar e inmolar, impresionan a los ánimos débiles con la semejanza de los miembros y sentidos animados, aunque insensibles y exánimes, hasta el punto de que les parece que viven y respiran; en especial si se añade la veneración de las muchedumbres que ofrecen ese culto tan alto.
19. Esa morbosa y pestilencial afección nos la cura la Sagrada Escritura al inculcarnos una cosa harto conocida, pero aplicando el remedio saludable de su amonestación, cuando nos dice: Ojos tienen y no ven, oídos tienen y no oyen12, y cosas parecidas. Estas palabras son una verdad notoria y corriente, pero infunden un pudor más saludable a aquellos que ofrendan a tales simulacros un culto divino con temblor, a los que los contemplan con veneración y adoración, como semejantes a seres vivos; a aquellos que les ofrecen sus plegarias como si los tuviesen presentes, que les inmolan víctimas, cumplen votos y se sienten tan afectados, que no se atreven a creer que sus ídolos carecen de sentido. Y para que no crean los tales que nuestros libros quieren decir tan sólo que tales afectos derivan de los ídolos al humano corazón, se dijo con claridad: Porque todos los dioses de los gentiles son demonios13. Por eso la disciplina apostólica no se contenta con decir lo que se lee en Juan: Hermanos, guardaos de los ídolos, sino que añade lo que se lee en Pablo: ¡Entonces qué! ¿Diré que se ha inmolado algo a los ídolos o que el ídolo es algo? De ningún modo, sino que lo que inmolan las gentes, a los demonios lo inmolan y no a Dios; y no quiero que os hagáis socios de los demonios14. Por donde se ve que lo que la verdadera religión reprende en las supersticiones de los gentiles no es la inmolación, pues también los santos antiguos inmolaron a Dios, sino el que se inmole a los dioses falsos e impíos demonios. La verdad nos exhorta a hacernos socios de los santos ángeles. Del mismo modo, la impiedad empuja a la sociedad con los demonios. Para ella está preparado el fuego eterno, como para la sociedad de los santos está preparado el reino eterno15.
20. De lo dicho no pueden deducir los impíos la defensa de sus sacrilegios y simulacros, porque interpretan en elegantes formas lo que quieren significar. Toda su interpretación la refieren a la criatura y no al Creador, a quien únicamente se debe la servidumbre de la religión, que en griego se expresa con el único nombre de λατρεία. No decimos que la tierra, el mar, el cielo, el sol, la luna, las estrellas y algunas potestades aéreas que no aparecen a la vista sean demonios, sino que la criatura es en parte corporal y en parte incorporal a la que llamamos también espiritual. Es manifiesto que lo que nosotros realizamos piadosa y religiosamente, procede de la voluntad del alma; ésa es la criatura espiritual que debe anteponerse a la corporal. De donde se sigue que no se han de ofrecer sacrificios a la criatura corporal. Sólo queda la espiritual, que puede ser piadosa o impía: es piadosa en los hombres y en los ángeles justos, que sirven a Dios; es impía en los hombres y ángeles inicuos, a quienes también llamamos demonios. Por eso, tampoco se han de ofrecer sacrificios a la criatura espiritual, aunque sea justa. Porque cuanto es más piadosa y más sometida está a Dios, tanto menos digna se siente de recibir un honor que sabe que es exclusivo de Dios mismo. ¿Cuánto más pernicioso será sacrificar a los demonios, es decir, a la criatura espiritual inicua, que habita en ese cielo próximo y caliginoso como en su cárcel aérea, predestinada para el suplicio eterno? Los hombres dicen que sacrifican a las potestades celestes y superiores, que no son demonios. Estiman que es una cuestión de meros nombres porque ellos llaman dioses a losque nosotros llamamos ángeles. Pero los que con múltiple falacia los burlan, no son sino los demonios, que se deleitan y en cierto modo se nutren del error humano. Porque los santos ángeles no aprueban el sacrificio sino cuando, dentro de la doctrina de la auténtica sabiduría y la auténtica religión, se ofrece al único Dios verdadero, a quien sirven en santa sociedad. Luego, así como la impía soberbia de los hombres y delos demonios exige y desea que se le rindan estos divinos honores, así la piadosa humildad de los hombres y de los ángeles santos rehusó siempre tales oblaciones y mostró a quién se han de ofrecer. En nuestras sagradas letras hay evidentes ejemplos de lo dicho.
21. En las divinas Escrituras se hallan repartidos los sacrificios según la congruencia de los tiempos. Unos eran los sacrificios antes de la manifestación del Nuevo Testamento, que se constituyó con la víctima verdadera del único sacerdote, es decir, con la efusión de la sangre de Cristo. Otro distinto es el sacrificio actual, que corresponde a esa manifestación, y que ofrecemos los que con nombre declarado nos llamamos cristianos, como se demuestra no sólo por los libros evangélicos, sino también por los proféticos. Parecería cosa impudente el predicar ahora la mutación, no de Dios ni de la religión, sino de los sacrificios y sacramentos, si no hubiese sido profetizada de antemano. Si un mismo hombre ofrece a Dios una cosa por la mañana y otra por la tarde, según la congruencia de la hora, no cambia a Dios ni a la religión, como no cambia el saludo quien saluda de un modo por la mañana y de otro por la tarde. Del mismo modo, en el curso universal de los siglos, los santos antiguos ofrecieron una cosa y los actuales ofrecen otra. Pero los sagrados misterios se celebran según la correspondencia de los tiempos, no por humana presunción, sino por autoridad divina, sin cambiar a Dios ni la religión.
CUESTIÓN IV
Sobre lo que está escrito: «Con la medida con que midiereis seréis medidos»
22. Veamos ya qué es lo que el pagano propone acerca de la medida del pecado y del suplicio, calumniando al Evangelio: «Cristo amenaza con eternos suplicios a los que no crean en Él16. Pero en otro lugar dice: Con la medida con que midiereis seréis medidos17. Esto parece contradictorio y ridículo; pues si ha de dar la pena según la medida y toda medida está circunscrita por un límite de tiempo, ¿a qué vienen esas amenazas de suplicio eterno?»
23. Difícil es creer que este problema haya sido propuesto y lanzado por un filósofo. Dice que «toda medida está circunscrita por el tiempo». Como si no hubiese más medidas que las de tiempo, horas, días y años, o como decimos que una sílaba breve tiene un tiempo simple y una sílaba larga tiene un tiempo doble. Me parece que los modios y celemines, urnas y ánforas, no son medidas de tiempo. Pues ¿cómo toda medida está circunscrita por un límite de tiempo? ¿No dicen los paganos que este sol es sempiterno? Sin embargo, se atreven a computar y declarar su tamaño con relación a la tierra en medidas geométricas. Pueda o no pueda lograrlo, consta que ese sol tiene una medida, determinada de tamaño. Si pueden determinar su magnitud, determinan su tamaño; y si no lo logran, no determinan su medida; pero la medida no deja de existir porque el hombre no alcance a determinarla. Luego puede algo ser eterno y tener una medida determinada de su figura. He hablado de la eternidad del sol acomodándome a ellos, para que se vean rebatidos por su propia sentencia y concedan que puede haber algo que es eterno y tiene medida. No piensen, pues, que no se ha de creer a Cristo por la sola razón de que amenazó con suplicios eternos y por otra parte dijo: Con la medida con que midiereis seréis medidos18.
24. Si Cristo hubiese dicho: «Lo que midiereis, eso os será medido», sería necesario no referir la frase al mismo sujeto bajo los mismos aspectos. Podemos decir con razón: «Lo que plantares, eso recogerás», aunque nadie plante una manzana, sino un árbol, y recoja una manzana más bien que un árbol. Hablamos así para designar la especie de árbol, ya que nadie planta una higuera para recoger nueces. Del mismo modo se podría decir: «Lo que hicieres, eso padecerás», lo cual no significa que quien cometió un estupro haya de sufrir un estupro, sino que lo que él hizo a la ley con su pecado, eso se lo hará la ley a él: él quitó de su vida la ley que prohibía el estupro, y ahora la ley le quita a él de la vida de los hombres que se gobiernan por esa ley. Del mismo modo podía haber dicho Cristo: «Cuanto midiereis, otro tanto se os medirá a vosotros». No se seguiría que hemos de entender que las penas habían de ser iguales a los pecados en todos sus aspectos. Porque no son iguales, por ejemplo, el trigo y la cebada. De hecho se puede decir: cuanto midiereis, otro tanto se os medirá a vosotros; es decir, tanto de cebada como de trigo. Supongamos que se tratase de dolores y dijésemos: «Cuanto dolor causéis, tanto recibiréis». Podía darse que el dolor fuese igual aunque durase más tiempo, y podía darse mayor duración, pero igual violencia. De la llama de dos velas podemos decir: «Tanto calienta esta llama como ésa»; no por eso es falso que una de ellas se extinguió quizá más temprano que la otra. Luego, si una cosa es igual a otra según un aspecto, pero no según otro, no será falso el aspecto en que coinciden, aunque en otros aspectos no coincidan.
25. Cristo dice: En la medida con que midiereis seréis medidos. Ahora bien, es manifiesto que una cosa es la medida con que se mide algo, y otra cosa es lo que con esa medida se mide. Y puede suceder que los hombres midan con la misma medida, por ejemplo, un modio de trigo, y con esa misma medida se les midan a ellos mil modios. Y habrá una enorme diferencia en la cantidad de trigo, pero ninguna diferencia habrá en la medida. Y paso por alto la calidad de las cosas medidas, ya que puede suceder que uno mida cebada y con la misma medida le midan a él trigo. Es más, puede suceder que con la misma medida con que uno mide trigo le midan a él oro, y el modio de trigo sea uno y los de oro sean muchos. En ese caso, aunque el género y la cantidad difieran, se puede aceptar la comparación entre las cosas medidas y decir: «Se le ha medido con la medida con que él midió». El sentido de esas palabras de Cristo se explica por el contexto anterior, que dice: No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio con que juzguéis se os juzgará a vosotros. ¿Quiere decir eso que, si los hombres juzgan con un juicio inicuo, los juzgará Dios con un juicio inicuo? No tal, pues en Dios no cabe iniquidad alguna. Se dice: Con el juicio con que juzguéis, con ése seréis juzgados, como si se dijera: «Con la voluntad con que hiciereis el bien, con ella os salvaréis»; o bien: «Por la voluntad con que hiciereis el mal, por ésa seréis castigados». Por ejemplo, si uno utiliza los ojos para una torpe concupiscencia y se le condena a perderlos, podría escuchar: «En los ojos con que pecaste mereciste sufrir el suplicio». Es que cada cual utiliza el juicio de su alma, bueno o malo, para hacer el bien o para pecar. Por donde no es inicuo que uno sea juzgado en lo mismo que él juzga, es decir, que sufra las penas en ese mismo juicio de su alma y que padezca los males que siguen al alma que mal juzga.
26. Diferentes son los tormentos indiscutibles preparados para lo venidero, reclamados desde la misma raíz de la mala voluntad. En el alma misma, allí donde el apetito voluntario del hombre es la medida de sus acciones, la pena sigue inexorablemente a la culpa, que por lo general es mayor cuanto es más grave la ceguera del que ya ni siente. Por eso, después de decir: Con el juicio con que juzgareis seréis juzgados, añadió: y con la medida con que midiereis seréis medidos. Con su propia voluntad mide el hombre bueno sus buenas obras y con ella misma se le medirá la bienaventuranza. Asimismo, con su mala voluntad mide el hombre malo sus malas obras y con ella se le medirá la miseria. Porque donde uno es bueno cuando quiere bien, allí uno es malo cuando quiere mal; por lo tanto, también allí se hace el hombre bienaventurado o miserable, es decir, en el mismo afecto de su voluntad, que es la medida de todas sus acciones y méritos. Tanto las acciones rectas como los pecados se nos miden por la calidad de las voluntades, no por la distancia temporal. De otro modo sería mayor pecado derribar un árbol que matar a un hombre, ya que a aquél no se le derriba sino con mucho tiempo y repetidos golpes, y a éste se le mata con un solo golpe y en un instante. En cambio, si por ese gran pecado que se comete en un momento se castiga al criminal con una deportación de por vida, se dirá que es castigado con mayor benignidad que la que merece. Y bien se ve que la duración de la pena no admite comparación alguna con la brevedad del delito. No hay, pues, contradicción en que los suplicios sean igualmente largos o eternos, pero para unos más blandos y para otros más acerbos. El tiempo será igual, pero la violencia del tormento será diferente, en conformidad con la medida de los pecados; y esa medida reside no en la duración temporal, sino en la voluntad del pecador.
27. La que de todos modos es castigada es la voluntad, ya con el suplicio corporal, ya con el espiritual. Es ella la que se deleita en el pecado, y ella ha de ser castigada en el tormento; ella juzga sin misericordia, y sin misericordia será juzgada. En la sentencia se aplica la misma medida sólo en el sentido de que no se otorga al pecador lo que él no otorgó. El juicio contra él será eterno, aunque el que él pronunció no pudo ser eterno. Con la misma medida se retribuirán los eternos suplicios, aunque no a eternos malhechores. Quisieron que fuese eterno el goce de sus pecados, y por eso se encuentran con una eterna severidad en el castigo. La premura de mi contestación no me permite recoger aquí ni todos ni la mayor parte de los testimonios que los libros sagrados traen acerca de los pecados y de las penas de los mismos, para deducir de ellos una conclusión sin asomo de ambigüedad. Eso suponiendo que tuviese para ello bastante energía mental y que pudiese disfrutar de un reposo conveniente. Pero creo que lo dicho basta para mostrar que no hay contradicción entre la eternidad de los suplicios y el que se pague con la misma medida con que se cometieron los pecados.
CUESTIÓN V
El Hijo de Dios según Salomón
28. Después de esta cuestión, el que las tomó todas de Porfirio, añade lo siguiente: «También desearía yo que te dignases instruirme acerca de si dijo verdaderamente Salomón que Dios no tiene Hijo».
29. Pronto se responde. No sólo no dijo eso, sino que dijo que Dios tiene Hijo. Porque, hablando la Sabiduría en un libro suyo, dice: Me engendró antes de todos los collados19. ¿Y qué es Cristo, sino la Sabiduría de Dios? Igualmente dice en otro lugar de los Proverbios: Dios me enseñó la sabiduría, y conocí la ciencia de los santos20. ¿Quién ascendió al cielo y descendió? ¿Quién recogió los vientos en su regazo? ¿Quién reunió las aguas en su vestido? ¿Quién limitó los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre o cuál es el nombre de su Hijo?21
Uno de los dos puntos, el último que he mencionado, lo refiere al Padre cuando dice: ¿Cuál es su nombre? Por eso decía: Dios me enseñó la sabiduría. El otro punto, en cambio, lo refiere al Hijo, diciendo: ¿O cuál es el nombre de su Hijo?, de quien preferiblemente se han de entender las demás cosas, a saber: ¿Quién ascendió al cielo y descendió? Esto lo recuerda Pablo, afirmando: Quien descendió es El, y quien ascendió sobre todos los cielos22. La cláusula ¿quién recogió los vientos en el seno? se refiere a las almas de los creyentes, recogidas en lo oculto y secreto. A ellas se dirige, diciendo: Muertos estáis, y vuestra vida escondida está con Cristo en Dios23. ¿Quién convirtió las aguas en el vestido? Por esto se pudo decir: Los que en Cristo habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo24. ¿Quién fijó los términos de la tierra? El que a sus discípulos dijo: Me seréis testigos en Jerusalén, y en toda la Judea, y en Samaria, y hasta los confines de la tierra25.
CUESTIÓN VI
El profeta Jonás
30. La última cuestión propuesta se refiere a Jonás, y no como tomada de Porfirio, sino como una irrisión pagana, pues se presenta así: «En fin, ¿qué debemos pensar de Jonás, de quien se dice que estuvo tres días en el vientre de una ballena? Eso es άπίθανον es increíble que fuese tragado un hombre vestido y estuviese en el interior de un pez. Si se trata de un símbolo, dígnate explicármelo. ¿Qué quiere decir que después de ser vomitado Jonás nació una calabaza? ¿Cuál fue el motivo de que la calabaza naciese?»26 He podido advertir que este linaje de problemas lo ríen los paganos con largas risotadas.
31. A esto se responde que o no hemos de creer ningún milagro divino o bien que no hay causa alguna por la que no hayamos de creer éste. No creeríamos ni que Cristo resucitó al tercer día si la fe cristiana temiese la risa de los paganos. Pero nuestro amigo no pregunta aquí si se ha de creer que Lázaro resucitó al cuarto día o que Cristo resucitó al tercero27. Y me causa maravilla que haya ido a citar lo sucedido a Jonás como cosa increíble. A no ser que estime que el que un muerto resucite del sepulcro es más fácil que el que un vivo pueda estar en el enorme vientre de una bestia. Pasaré por alto el comentario sobre el tamaño de las bestias marinas, tal como nos lo pintan los que las han visto. Un vientre protegido por aquellas costillas que se exhiben al pueblo de Cartago en lugar público, ¿cuántos hombres admite en su recinto? ¿Quién no se imagina la enormidad de aquella boca, que era como la entrada de esta caverna? A no ser que, como éste parece indicar, fuese el vestido un impedimento para que Jonás pudiera ser tragado ileso, impidiéndole encogerse en las estrecheces. Al parecer fue precipitado desde el navío y recibido de manera que cayó en el vientre de la bestia antes de ser despedazado por sus dientes. Con todo, la Escritura no dice que cayese en aquel antro vestido o desnudo. Podríamos entender que había caído desnudo si fuese menester, quitándole el vestido como se le quita a un huevo la cascara para que pueda ser sorbido con mayor facilidad. La gente se preocupa harto del vestido de este profeta, como si se dijera que había tenido que deslizarse a través de una angosta ventana o que había entrado a los baños. Aunque fuese éste el caso y fuese necesario entrar vestido, eso apenas causaría molestia, y de ningún modo sería maravilloso.
32. En cambio, tienen realmente algo increíble en el milagro divino, a saber: que el vapor intestinal con que se maceran los alimentos pudiera atemperarse de modo que conservara la vida de un hombre. Pero yo propondría que es más increíble que aquellos tres mancebos arrojados al horno por un rey impío se paseasen ilesos en medio de las llamas28. Por eso, si estos tales se niegan a creer milagro alguno divino, pueden ser refutados en otra disputa. No deben presentar y traer a colación un solo hecho, como si él solo fuese increíble, sino todos los que son iguales o aún más sorprendentes. Pero supongamos que esto que se cuenta de Jonás se dijese de Apuleyo de Madaura o de Apolonio de Tyana, a quienes atribuyen muchos prodigios sin citar autor alguno fiel; aunque confieso también que los demonios imitan a los santos ángeles, haciendo maravillas semejantes en apariencia, aunque no en la realidad, con absoluta falacia, no con sabiduría. Si se dijera que esos a quienes bondadosamente llaman magos o filósofos habían ejecutado una tal proeza, ya no reventarían de risa, sino de soberbia. Ríanse, pues, de nuestras Escrituras; ríanse cuanto puedan, mientras se vean cada día más mermados o por la muerte o por las conversiones. Entre tanto, siguen cumpliéndose todas aquellas predicciones que nos dejaron escritas los profetas, no sólo para que las leamos, sino para que las comprobemos por experiencia sus sucesores. Aquellos profetas se reirían ya hace mucho tiempo anunciando que éstos lucharían en vano contra la verdad, ladrarían en vano, se irían quedando solos.
33. No es absurdo ni importuno el preguntar qué significa todo esto. Al exponerlo, creeremos no sólo que acaeció, sino también que fue consignado para significar otra realidad. Quien quiera estudiar la razón del hecho debe antes admitir sin vacilar que Jonás estuvo tres días en el vasto vientre de una bestia marina. No acaeció en vano, pero es cierto que acaeció. Porque si nos sentimos estimulados a creer las cosas que sólo se dicen alegóricamente y no acaecieron, ¿cuánto más han de estimularnos las cosas que no sólo se dicen alegóricamente, sino que también acaecieron? Como la costumbre humana utiliza las palabras, así la potencia divina utiliza también los hechos. Y así como el lenguaje humano adquiere cierto lustre cuando se intercalan con moderación y decencia palabras nuevas o menos corrientes, así también la potencia divina resalta con mayor brillantez en los hechos maravillosos que encierran alguna congrua significación.
34. Mas ¿para qué vamos a investigar la significación de que el profeta fuese devorado por la bestia aquella y que saliese vivo al tercer día, cuando nos la expone el mismo Cristo? Esta generación mala y adúltera pide una señal, y no se le dará otra señal que la del profeta Jonás; como Jonás estuvo en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches29. Es largo de explicar, y en otros lugares está explicado mil veces, cómo han de entenderse esos tres días de la muerte del Señor Cristo. Entendiendo el todo por la parte, entran el primer día y el último, y así forman tres días en total con sus tres noches. Jonás fue de la nave al vientre de la ballena; así Cristo fue de la cruz al sepulcro o al profundo de la muerte. Jonás cayó por los que peligraban en la tempestad; del mismo modo, Cristo cayó por los que fluctúan en el presente siglo. Se le mandó a Jonás que predicase primero a los ninivitas, pero no llegó a ellos la profecía de Jonás sino cuando fue vomitado del vientre de la ballena; de la misma suerte, la profecía fue dirigida a los gentiles, pero no llegó a ellos sino después de la resurrección de Cristo.
35. Más tarde Jonás se fabricó una tienda y se sentó junto a la ciudad de Nínive, esperando lo que había de acaecer. Aquí representaba el profeta otro papel con significación distinta. Representaba al pueblo carnal de Israel, que sentía tristeza por la salvación de los ninivitas, esto es, por la redención y liberación de los gentiles, ya que Cristo vino a llamar no a los justos, sino a los pecadores a penitencia30. El follaje de la calabaza sobre la cabeza del profeta eran las promesas del Antiguo Testamento o los mismos dones que encerraban las promesas del futuro31, como dice el Apóstol. Ofrecía una defensa en la tierra de promisión contra la canícula de los males temporales. Y aquel gusanillo matutino que royó el tronco de la calabaza y la secó, representa al mismo Cristo, desde cuya boca se difundió el Evangelio, poniendo fin a todas aquellas cosas que acaecieron entre los israelitas en el tiempo o tuvieron una representación simbólica, porque ya eran inútiles. Y actualmente ese pueblo que perdió el reino de Jerusalén, el sacerdocio, el sacrificio y todo lo que era sombra del futuro, se abrasa en la canícula de la tribulación en su dispersión, como Jonás, de quien está escrito que se lamentaba gravemente de la ardentía del sol. A su dolor y a su sombra amada es antepuesta la salvación de los gentiles y penitentes.
36. Rían todavía los paganos, porque hemos dicho que el gusanillo representa a Cristo. Rían con su gárrula soberbia esta interpretación del sacramento profético, mientras a ellos mismos los va insensible y paulatinamente consumiendo. De estos tales profetizó Isaías, y Dios nos dice por su boca: Oídme los que conocéis mi juicio, pueblo mío, en cuyo corazón está mi ley; no temáis los oprobios de los hombres, ni os dejéis vencer por sus detracciones, ni os importe gran cosa el que os desprecien. Porque serán consumidos por el tiempo así como un vestido, y serán devorados así como la lana por la polilla. En cambio, mi justicia permanecerá para siempre32. Reconozcamos nosotros a ese gusano matutino, puesto que Él mismo se dignó llamarse gusano en aquel salmo cuyo título es: Para el socorro matutino, diciendo: Yo soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe33. Este es el oprobio de aquellos que Isaías nos manda no temer cuando nos dice: No temáis los oprobios de los hombres. Por este gusano, como por la polilla, van cayendo los que se maravillan de su reducido número, que disminuye cada día bajo el diente evangélico de ese gusano. Reconozcámosle nosotros y suframos los oprobios de los hombres por la salud divina. Cristo es gusano por la humildad de la carne; quizá también por el parto de la Virgen, ya que ese animalito nace, por lo general, de la carne o de cualquier otra cosa, pero sin previo ayuntamiento carnal.
Es matutino, porque resucitó al amanecer. Podía la calabaza haberse secado sin la intervención del gusano; y, para terminar, si Dios tenía necesidad de ese gusano, ¿por qué había de llamarle matutino sino por aludir al gusano que canta: Para el socorro de la mañana: yo soy gusano y no hombre?
37. ¿Hay cosa más patente que esta profecía, como su cumplimiento y resultados lo demuestran? Se rieron de este gusano cuando pendía de la cruz, como está escrito en el mismo salmo: Hablaron con sus labios y movieron la cabeza. «Esperó en el Señor, líbrele Él; sálvele, pues le ama»34. Se rieron cuando se cumplía la predicción: Clavaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos. Me miraron y contemplaron. Dividieron entre si mis vestidos, y sobre mi túnica echaron suertes35. Lo que en los libros antiguos se profetizó tan claramente como futuro, se lee realizado y con la misma claridad en el Evangelio. Pero si, como digo, se ríen del gusano en esa humildad, ¿acaso se ríen ahora, cuando vemos que se cumple lo que el mismo Salmo dice a continuación: Volverán en sí y se convertirán al Señor todos los términos de la tierra, y adorarán en su presencia todas las naciones de los gentiles, porque del Señor es el reino y El triunfará en todas las naciones?36Del mismo modo volvieron en sí los ninivitas y se convirtieron al Señor. Israel lamentaba esta salvación de los gentiles por medio de la penitencia, prefigurada tanto tiempo antes en Jonás. Actualmente la continúa lamentando, privado de su sombra y abrasado por la canícula. Cada uno puede dar su propia interpretación para explicar todo lo que yo he expuesto acerca de Jonás, con tal de que se atenga a la regla de fe. Sólo no es lícito entender la permanencia de Jonás en el vientre de la ballena en distinto sentido del que fue revelado en el Evangelio por el Maestro celeste, y que ya he citado.
38. He ido contestando a las cuestiones como he podido. Pero hágase cristiano el que las ha propuesto, no sea que, si espera resolver todas las cuestiones acerca de los libros santos, acabe esta vida antes de pasar de la muerte a la vida. Se puede tolerar que se dedique a escudriñar la resurrección de los muertos antes de ser imbuido en los sacramentos cristianos. Quizá se pueda conceder oportunidad a sus preguntas acerca de Cristo, a saber, por qué vino tan tarde, como otras pocas y grandes cuestiones ante las que ceden todas las demás. Pero si se dedica a averiguar cuestiones como ésa: Con la medida con que midiereis seréis medidos, o como esta de Jonás, y piensa acabar todas las cuestiones del humano linaje antes de hacerse cristiano, piensa muy poco en la condición humana y en su avanzada edad. Hay innumerables problemas que no pueden terminarse antes de crecer, bajo pena de terminar la vida sin fe. Una vez aceptada la fe, pueden estudiarse con ahínco para ejercitar la piadosa delectación de la mente fiel. Lo que pudiere averiguar puede también comunicarlo sin soberbia. Lo que no pudiere averiguar habrá de tolerarlo sin menoscabar la salvación.