Tema: Envía un libro y promete otros.
Hipona: A finales del año 408 o del 409
Agustín saluda en el Señor a Memorio, señor beatísimo y queridísimo con veneración, hermano sinceramente deseado y compañero en el episcopado.
1. No debía enviar esta carta a tu santa caridad sin los libros que me tienes requeridos por el grave derecho del santo amor. Por lo menos, debía contestarte con la obediencia a esa misiva con que te has dignado honrarme, más bien que gravarme. De todos modos, allí donde sucumbo bajo una nueva carga, allí también me alivio bajo un nuevo amor. No soy ahora amado, aliviado y elegido por un cualquiera, sino por un sacerdote del Señor, por un varón que es, a mi entender, tan acepto a Dios, que, cuando levantas el alma al Señor, me levantas a mí con ella, pues en ella me tienes a mí. Debía yo, pues, enviarte ahora los libros que te prometí revisar. Pero no te los envío porque no los he enmendado, y no por falta de voluntad. Me lo ha impedido mi actual ocupación en muchos y muy importantes empeños. Ha sido una pena y una fatalidad que Posidio, mi santo amigo y colega, en quien hallarás no poco de mi persona, no te haya conocido o te haya conocido sin llevarte una carta mía, ya que tanto me amas. Porque él está educado, no por aquellas disciplinas que los esclavos de los apetitos llaman liberales, sino por mi cuidado; está nutrido con el pan del Señor, hasta donde yo pude saturarle dentro de mis estrecheces.
2. ¿Qué otra cosa hemos de advertir a los inicuos e impíos, que se consideran instruidos en las disciplinas liberales, sino lo que leemos en las verdaderamente liberales: Si el Hijo os liberare, entonces seréis verdaderamente libres?1 Él es quien da a conocer lo que tienen de liberal en sí mismas esas disciplinas que llaman liberales los que no fueron llamados a la libertad. En efecto, se acomodan a la libertad en cuanto se acomodan a la verdad. Por eso el mismo Hijo ha dicho: Y la verdad os hará libres2. En ninguna forma están de acuerdo con nuestra libertad esas innumerables e impías fábulas que llenan las fútiles composiciones de sus vanos poetas; tampoco lo están las hinchadas y pulidas mentiras de sus oradores ni las gárrulas argucias de sus mismos filósofos, que o no conocieron a Dios en absoluto o, si le conocieron, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, y se entenebreció su necio corazón, y diciendo que eran sabios, se convirtieron en mentecatos; y trocaron la gloria de Dios incorruptible, en simulacro de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de cuadrúpedos, y de serpientes3; o que en todo caso, aunque a estos simulacros no se entregaron en demasía, adoraron y sirvieron a la criatura más bien que al Creador4.
Dios nos libre de llamar letras liberales a las vanidades, a las locuras mentirosas, a las bagatelas aéreas y al orgulloso error de estos hombres infelices, que no conocieron la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor, la única que nos libra del cuerpo de esta muerte5. No advirtieron la verdad que había en sus mismas letras. Porque la Historia, cuyos escritores protestan que se debe fe ante todo a sus propias narraciones, quizá contenga algo digno de ser conocido por los hombres dignos, cuando se narran, ya las buenas, ya las malas acciones, de los hombres, siempre que sean verdaderas. Claro está que no comprendo cómo pueden no engañarse en mil puntos estos autores, que no fueron ayudados por el Espíritu Santo y que para informarse se vieron obligados, por la misma condición de la precariedad humana, a recoger rumores. Pudieran tales narraciones acercarse a la libertad, con tal de que no haya intención de mentir ni de engañar a los demás, aunque no consigan esa libertad, porque los autores fueron a su vez engañados por los hombres, en conformidad con la mencionada precariedad humana.
3. El valor de la armonía en todos los movimientos de los seres es más fácil de estudiar en la palabra humana. Esta meditación de los números se va apoyando como en cierta escala gradual para remontarse a lo más cimero e íntimo de la verdad. En dicha escala se muestra apacible la Sabiduría, y en toda providencia sale al encuentro a sus amantes6. Por eso allá al principio de mi retiro, cuando mi ánimo vacaba libre de mayores y más necesarias preocupaciones, quise entretenerme en esos escritos que tú ahora solicitas de mí. Entonces escribí seis libros dedicados a sólo el ritmo; confieso que me disponía a dedicar quizá otros seis a la melodía, esperando que tendría holgura para ello. Mas, después que me impusieron la preocupación de las cargas eclesiásticas, todas aquellas delicias me huyeron de las manos; ahora apenas puedo hallar el original, ya que no puedo menospreciar tu voluntad, que para mí no es petición, sino mandato. Si pudiera enviarte mi opúsculo, no me pesará de haberte obedecido, sino de haberte obligado a pedírmelo con tal insistencia. Los cinco primeros libros se entienden con harta dificultad, sin un maestro que pueda no sólo distinguir los interlocutores, sino también marcar con la pronunciación la cantidad de las sílabas, de modo que hagan sentido y se capten por el oído las distintas clases de números. Máxime teniendo en cuenta que en algunas de esas sílabas se intercalan silencios para completar las medidas, y tales intervalos no pueden captarse sino cuando el que pronuncia se los marca al que escucha.
4. Me he apresurado a enviar a tu caridad el sexto libro que ya hallé enmendado, y en el cual recojo todo el fruto de los cinco primeros. Quizá ése no desdecirá tanto de tu gravedad. Porque los otros cinco apenas le parecerán dignos de ser leídos y conocidos a nuestro hijo y condiácono Juliano, el cual ya se ha inscrito en nuestra misma milicia. No me atrevo a decir que le amo más que a ti, pues no diría verdad, pero le deseo más que a ti. Puede parecerte extraño que pueda yo desearle más si no le amo más que a ti. Pero esto es efecto de la más fácil esperanza que tengo de verle. Pienso que, si nos lo envías y él viene aquí, hará lo que conviene a su adolescencia, máxime teniendo en cuenta que no está embargado de mayores preocupaciones y te traerá a ti a mi presencia con más desahogo. No escribí de qué números constan los versos de David, porque no lo sé. El traductor no pudo expresar los números de la lengua hebrea, que yo ignoro; se hubiese visto obligado a desviarse de la verdad de la traducción mucho más de lo que permitía el sentido de las frases, por las exigencias del metro. Con todo, creo a los que conocen aquella lengua, y dicen que los versos de David no carecen de armonía. Porque aquel varón santo amó la música piadosa y más nos enciende e inflama él que ningún otro autor hacia esos estudios. Ojalá habitaseis para siempre, en la ayuda del Altísimo7, todos los que habitáis unánimes en casa8, el padre, la madre, los hermanos de los hijos y todos los hijos de un único Padre, sin olvidaros de mí.
A DEOGRACIAS. SEIS CUESTIONES CONTRA LOS PAGANOS (108,9)
Nota sobre la siguiente carta («Retract.», II, 47 [II, 31]):
1. «Entretanto, me enviaron de Cartago seis cuestiones. Me las presentó cierto amigo a quien yo deseaba hacer cristiano, para que las solucionase contra los paganos, especialmente porque algunas de ellas estaban propuestas, según decía, por el filósofo Porfirio. Pero no creo que se trate de aquel Porfirio Sículo, cuya fama es tan célebre. Recogí las disputas sobre estas seis cuestiones en un libro, no largo, cuyo título es: Seis cuestiones resueltas contra los paganos. La primera trata de la resurrección; la segunda, del tiempo de la religión cristiana; la tercera, de la distinción de los sacrificios; la cuarta, sobre aquel pasaje: Con la medida que midiereis, seréis medidos9; la quinta, del Hijo de Dios según Salomón; la sexta, de Jonás profeta.
2. En la segunda dije: la salud de esta religión, por la cual se promete verdadera, veraz y exclusivamente la salud, nunca faltó a nadie que fuese digno; y si a alguno faltó, él no fue digno. No lo dije como si uno fuese digno por sus méritos, sino al estilo que dice el Apóstol: No por las obras, sino por el que llamó, se dijo: «El mayor servirá al menor»10, afirmando que esa vocación pertenece al propósito de Dios. Por eso dice: No según nuestras obras, sino según su propósito y gracia11. Y por eso dice también: Sabemos que, para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan al bien, para aquellos que, según el propósito, fueron llamados santos. De esa vocación dice: Para que os estime dignos de su vocación santa12. Este libro, después de la carta que le mandé, comienza así: «Se extrañan algunos...»