Tema: la caída de Roma y saludo.
Agustín saluda en el Señor a Itálica, sierva de Dios religiosísima y justa y santamente digna de alabanza entre los miembros de Cristo.
Hipona. Finales del año 408 o comienzos del 409.
1. Tres cartas he recibido ya de tu benignidad cuando te escribo ésta. En la primera reclamabas contestación. En la segunda me anunciabas que ya la habías recibido. En la tercera recogías tu benevolentísima solicitud hacia mí y te interesabas por la casa del clarísimo y egregio joven Juliano, que está adherida a la nuestra. Recibida ésta, me apresuré a contestar, porque el procurador de tu eminencia me notificó que podía enviar mi carta a Roma en seguida. Me apenó la carta del procurador, por no haberse preocupado de contarme lo que sucede allá en Roma o cerca de la ciudad, para certificarme de lo que publica la incierta fama y yo no quería creer. Las cartas que con anterioridad me habían enviado los hermanos, anunciaban sucesos aciagos y lamentables, pero mucho más suaves que los que ahora se anuncian. Me ha causado una extrañeza que no puedo expresar con palabras el que nuestros santos hermanos los obispos no hayan escrito, aprovechando esta magnífica coyuntura de venir tus hombres. También me causa extrañeza el que en tu carta no me hayas dicho una palabra sobre estas tristes tribulaciones vuestras, que lo son también mías por las entrañas de la caridad. Quizá no quisiste hacer lo que ninguna utilidad podría reportar, a tu juicio, o no quisiste entristecerme con tu carta. Pero yo creo que reporta utilidad el saber esas cosas. En primer lugar, sería injusto querer alegrarse con los que se alegran y no querer gemir con los que lloran1. Por otra parte, la tribulación engendra paciencia; la paciencia, prueba; la prueba, esperanza, y la esperanza no produce confusión, porque la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado2.
2. Lejos de mí el rehusar oír también las cosas que son amargas y tristes para mis carísimos. No sé de qué modo sucede que el mal que padece un miembro es menor cuando se compadecen los otros miembros3. La manifestación de una desgracia no hace partícipe al otro de la desgracia, sino que produce el consuelo de la caridad. Los que tienen en común la prueba, la esperanza, el amor y el espíritu, tienen la misma tribulación, aunque unos toleren y padezcan el mal y otros lo conozcan y compadezcan. A todos nosotros nos consuela el Señor, quien predijo todos estos males temporales y prometió para después de ellos los bienes eternos. Quien quiera ser coronado después de la batalla, no debe desmoralizarse en ella, puesto que suministra fuerzas a los luchadores el mismo que prepara dones inefables a los vencedores.
3. No te quiten mis anteriores escritos la confianza de escribirme, pues hasta has mitigado mi temor con las nuevas razones que alegas en tu defensa. Devuelve mis saludos a tus niños; deseo que se te logren en Cristo, pues ya en su tierna edad ven cuan peligroso y dañino es el amor de este siglo. Ojalá corrijan sus tiernas y flexibles costumbres mientras se ven agitados por tan sonados y duros acontecimientos. ¿Qué te he de decir sobre el asunto de la casa? Me contentaré con dar las gracias a tu benignísima atención. Ellos no quieren la casa que yo puedo darles, y yo no puedo darles la que ellos quieren. No es verdad, como ellos lo han oído, que esa casa la haya dejado a la Iglesia mi predecesor. Ya la poseía la Iglesia entre sus antiguas propiedades, y está tan adherida a otra antigua iglesia como esta otra casa está adherida a la siguiente.