CARTA 97

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Gratitud y súplica.

Agustín saluda en el Señor a Olimpio, señor eximio y justamente distinguido, e hijo muy digno de ser honrado en la caridad de Cristo.

Hipona. A finales del año 408.

1. Oí que habías sido ascendido por tus méritos. Aunque la noticia no estaba aún confirmada, al momento puse la confianza en las intenciones que me expresaste en tu contestación a mi carta respecto a la Iglesia, celebrando que seas un sincero hijo de ella. Me sentía perezoso y vacilante, cuando leí tu generosa misiva, con la exhortación benevolente que me presentabas. Quieres que mi humildad te instruya y que el Señor, por cuyo don eres lo que eres, se sirva de tu religiosa obediencia para amparar a su Iglesia. Por eso te escribo ahora con mayor confianza, señor eximio, justamente eminente y muy honorable en la caridad de Jesucristo.

2. Muchos de mis santos colegas, empujados por las graves perturbaciones de la Iglesia, han marchado, o casi han huido, para presentarse al gloriosísimo Consejo Imperial. Quizá ya los hayas visto o hayas recibido con alguna oportunidad las cartas que te enviaron desde Roma. No puedo comunicar con ellos plan alguno, pero no puedo menos de utilizar ahora a este hermano y copresbítero mío, que en medio del invierno y por cualquier medio se ha visto obligado por una urgente necesidad de ir ahí para salvar a su conciudadano. Por él amonesto a esa tu caridad, que tienes en Cristo Jesús, Señor nuestro, que aceleres con diligente solicitud tu buena obra. Los enemigos de la Iglesia deben saber que las leyes que en vida de Estilicen se enviaron al África sobre la destrucción de los ídolos y corrección de los herejes, fueron promulgadas por voluntad del piadoso y fiel emperador. Ellos pregonan, por desgracia, o piensan sin fundamento, que se promulgaron sin darlas ni quererlas el emperador. De este modo turban el ánimo ya turbulento de los ignorantes, que nos combaten peligrosa y furiosamente.

3. Esto que con mi petición o sugerencia recomiendo a tu prestancia, no dudo de que se realizará por voluntad de todos mis colegas africanos. Pienso que en la primera ocasión que se presente se puede y se debe madurar el plan, para que estos hombres vanos y enemigos, cuya salvación procuramos, se enteren de que las leyes enviadas en favor de la Iglesia de Cristo fueron promulgadas por iniciativa del hijo de Teodosio y no por la de Estilicón. El citado presbítero que te lleva mi carta es de Milevi. Su obispo y venerable hermano mío Severo, que conmigo saluda calurosamente a tu caridad, le mandó pasar por Hipona la Real, donde yo estoy.

Nos hallamos entre grandes tribulaciones y perturbaciones de la Iglesia. Buscábamos ocasión de escribir a tu eminencia y no la encontrábamos. Ya te envié una carta sobre el asunto de mi santo hermano y colega Bonifacio, obispo de Cataqua. Pero luego han ocurrido sucesos más graves, que nos han agitado de una manera singular. Para reprimir esto o corregirlo, según mejor lo aconseje la doctrina de Cristo, tratarán más cómodamente con la benignidad de tu corazón los obispos que para eso se hicieron a la vela. Ellos podrán, de común acuerdo, presentar un plan deliberado con diligencia, en cuanto la premura del tiempo lo permita. Pero de ningún modo se puede diferir el hacer saber a la provincia las intenciones del clemente y religioso príncipe hacia la Iglesia. Te sugiero, pido, suplico y ruego que lo hagas cuanto antes pueda hacerlo esa notable vigilancia que tienes en favor de estos miembros de Cristo, sometidos a una gran tribulación. Incluso antes de que te veas con los obispos que ya han partido. No es corto el favor que nos da el Señor al otorgarte un poder mayor que el que tenías antes, cuando ya nos felicitábamos de tus muchas y grandes obras buenas.

4. Mucho nos congratulábamos por la fe constante y me de no pocos que con ocasión de esas leyes imperiales se convirtieron a la religión cristiana o a la paz católica. Estamos encantados de correr peligros en esa vida temporal por su salud eterna. Por lo cual nosotros tenemos que soportar las más feroces embestidas del odio de unos hombres crueles y perversos en extremo. Algunos de los convertidos nos sostienen en estos peligros nuestros. Yo temo harto por su debilidad, hasta que aprendan y se atrevan a despreciar con mayor fortaleza de corazón el siglo presente y el día de los hombres. Te ruego que tu eminencia entregue a los hermanos obispos el Commonitorio que envié, cuando vayan a ésa, si, como pienso, no han llegado aún. Tanta confianza tengo en tu sincero corazón, que, con la ayuda de Dios nuestro Señor, deseo que seas no sólo otorgador de favores, sino también partícipe en los consejos.