Tema: Contestación a la anterior.
Agustín saluda en el Señor a Paulino y Terasia, señores amadísimos y sincerísimos, hermanos santos, deseables y venerables y condiscípulos en el magisterio del Señor Jesús.
Hipona. Fin del año 408 o comienzos del 409.
1. Os visitan con frecuencia nuestros hermanos, estrechamente unidos a mí, y vosotros acostumbráis a pagarles saludo por saludo y deseo por deseo. Pero eso no aumenta mis bienes tanto como consuela mis males. Me esfuerzo por suprimir la misma causa y forzosidad de estos males que no amo, sino que detesto, por los que se ven obligados a pasar el mar, con todo el ahínco que puedo, y, no obstante eso, no sé cómo nunca pueden faltar, seguramente por mérito de mis pecados. En cambio, cuando los hermanos van a vosotros y os ven, se realiza lo que está escrito: Según la muchedumbre de dolores de mi corazón, tus exhortaciones alegraron mi alma1. Ya comprenderéis con cuánta verdad os digo esto, cuando, después de considerar mi alegría porque Posidio está con vosotros, sepáis de su boca la triste causa que le obligó a ir a Italia. Si uno de nosotros atravesase el mar sólo por el motivo de gozar de vuestra presencia, ¿podría encontrarse motivo más justo y digno que ése? Pero no nos lo permitirían estos lazos con que estamos atados al servicio de las dolencias de los débiles. No podemos privarlos de nuestra presencia corporal sino cuando su misma situación nos obliga a ello con tanta mayor gravedad, cuanto más riesgo corren en sus achaques. No sé si esto es para nosotros un ejercicio o un castigo, pero ya es bastante que el Señor no nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras iniquidades2, pues tantos consuelos mezcla en los dolores y hace con esta admirable medicina que ni amemos al mundo ni desmayemos en el mundo.
2. Te preguntaba en mis anteriores cartas qué opinabas tú acerca de la vida futura de los santos. Y tú me contestaste muy bien que todavía tenemos que preocuparnos del estado de la vida presente. Sólo que quisiste preguntarme o lo que ignoras conmigo, o lo que sabes conmigo, o lo que tú sabes quizá mejor que yo. Porque decías muy exactamente que hemos de morir por adelantado con la muerte evangélica; que hemos de adelantarnos al fallecimiento mortal, con una mortificación voluntaria; no es que hayamos de dejar de existir, sino que hemos de retirarnos, por una voluntaria decisión, de la vida de este siglo. No cabe la menor ansiedad ni duda de que con esa simple acción pretendemos vivir en esta vida mortal de tal modo que nos adaptemos de algún modo a la vida inmortal. Pero lo que se preguntan angustiosamente los hombres de acción y de estudio, como soy yo, es cómo se ha de vivir entre aquellos o por aquellos que todavía no saben vivir muriendo no ya con la muerte física, sino por cierto afecto de la mente que se aparta de los deleites corporales. Casi siempre me parece que, si no me acomodo un tanto a los asuntos de que deseo sacar a los mundanos, nada podré lograr saludablemente de ellos. Pero, cuando me acomodo, se me pega un tal deleite por esas bagatelas, que ya hallo gusto en proferir vanidades y flanquear el oído a los que las hablan. No sólo me gusta reír, sino dejarme vencer y disipar por la risa. Recargo de ese modo mi alma con tales aficiones de polvo, quizá también de barro, y luego me resulta más laborioso y difícil elevarla a Dios para vivir la vida evangélica, muriendo la muerte evangélica. Y si alguna vez lo consigo, oigo al momento que me susurran: «¡Bravo, bravo!» No me lo dicen los hombres, pues nadie tiene acerca de su prójimo una tal clarividencia mental. Es un cierto silencio interior; es desde no sé dónde que me dicen: «¡Bravo, bravo!» Por este linaje de tentación de orgullo confiesa el gran Apóstol que fue abofeteado por el ángel de Satanás3. Ya ves que la vida del hombre sobre la tierra es una larga tentación4, pues es tentado en su mismo éxito cuando adopta con todo su ahínco la semejanza de la vida celeste.
3. ¿Qué diré del castigar y del no castigar? Quiero que todo lo que se refiere a castigos redunde en provecho de aquellos a quienes juzgo que debo o no debo castigar. ¿Qué método debo seguir en el castigo, no sólo según la cantidad y calidad de las culpas, sino también en conformidad con las fuerzas de las almas? ¿Qué es lo que cada uno tolera y qué es lo que no admite? Temo que el castigado no sólo no reporte ventaja, sino que se le provoque al desmayo. ¡Cuán oscuro y misterioso es todo esto! Por ese temor del inminente castigo que los hombres suelen tener, no sé si son más los que se han corregido que los que se han empeorado. ¿Y qué decir de lo que acaece con frecuencia? Si castigas a uno, perece él, y si le dejas impune, perece otro. Confieso que en este punto peco cada día y que ignoro cómo y cuándo he de cumplir lo que está escrito: Arguye a los que pecan delante de todos para que los demás tengan temor5, y lo que está escrito en otra parte: Corrígele entre ti y él a solas6. Y lo que está escrito: No queráis juzgar antes de tiempo7; y esto otro: No juzguéis para que no seáis juzgados8, porque el segundo inciso no añade «antes de tiempo». Asimismo está escrito también: ¿Quién eres tú para juzgar al siervo ajeno? Para su señor se mantiene o cae, y se mantendrá, porque poderoso es el Señor para mantenerle en pie9, palabras que se refieren a aquellos que están dentro de la Iglesia. En otra parte manda también juzgarlos, cuando dice: ¿Qué me incumbe a mí juzgar a los que están fuera? ¿Por ventura no juzgáis vosotros a los que están dentro? Arrancad el mal de entre vosotros mismos10. Mas cuánta preocupación y temor me causa el adivinar cómo tengo que hacerlo cuando creo que debo hacerlo. Temo que suceda lo que el Apóstol trata de evitar cuando dice en la carta a los mismos Corintios: Para que el culpable no se sumerja en mayor tristeza. Y para que nadie creyese que esto importaba poco, añadió en este texto: Para que no seamos poseídos por Satanás, pues no ignoramos sus intenciones11. ¡Qué espanto me causa todo esto, oh mi Paulino, santo hombre de Dios! ¡Qué temblor, qué tinieblas! Creo que por esto se dijo: Temor y temblor vinieron sobre mí, y las tinieblas me cubrieron, y dije: «¿Quién me dará alas como de paloma y volaré y sosegaré? He ahí que me alejé fugitivo y permanecí en la soledad». Y, con todo, en el mismo desierto hubo de experimentar lo que a continuación añade: Esperaba a quien me librase de la pusilanimidad y de la tempestad12. Bien claro está, pues, que es tentación la vida del hombre sobre la tierra13.
4. ¿Qué más? Las mismas palabras divinas las tengo que palpar más bien que exponer. Tengo que buscar lo que puedo pensar de ellas en muchos puntos más bien que pronunciarme por algo definido y fijo. Esa cautela está llena de angustia, y, sin embargo, es mucho mejor que la temeridad de sentencias. Supongamos que el hombre tiene sabiduría, pero no según la carne14, lo cual dice el Apóstol que es una muerte. ¿Acaso en muchos puntos no causará gran escándalo a muchos que todavía saben según la carne? A veces es arriesgado decir lo que sientes, penoso no decirlo y dañoso decir lo que no sientes. ¿Qué hacer entonces? ¿Y qué hacer cuando no oculto mi juicio respecto a puntos que no apruebo en las palabras o escritos de los que están dentro de la Iglesia... creyendo que eso es propio de la libertad de la caridad fraterna, y luego se imaginan que lo hago, no por benevolencia, sino por envidia? ¡Cuánto se peca contra mí! Asimismo, ¡cuántos otros reprenden mis opiniones, y sospecho que quieren herirme más bien que corregirme! ¡Cuánto peco contra los otros! Sin duda de aquí se originan con frecuencia enemistades entre personas amigas, porque, en conformidad con lo que está escrito, uno se engríe a favor de otro contra un tercero15. Mientras se muerden y devoran mutuamente, es de temer que mutuamente se consuman16. Por lo tanto, ¿quién me dará alas como de paloma y volaré y me sosegaré?17 Ya porque los peligros en que cada cual se debate parezcan más graves que los que no ha experimentado, ya porque así es en realidad, a mí me parece menos molesta cualquier pusilanimidad y tempestad del yermo que todo esto que tengo que padecer y tolerar entre la gente.
5. Por eso me parece muy bien tu juicio: hemos de tratar del estado de esta vida, y mejor del curso que del estado. Además, antes es el estudiar y retener esto que el inquirir cuál será aquel estado al que este curso lleva. Yo te demandaba tu opinión, como si ya estuvieses seguro de que retienes y guardas la recta norma en esta vida, siendo así que veo que soy deficiente y corro grave riesgo en muchas cosas, especialmente en las que te he citado tan brevemente como pude. Me parece que todas estas ignorancias y perplejidades se me originan por gobernar al pueblo (no al terreno y romano, sino al jerosolimitano y celeste) dentro de tan grande variedad de costumbres y de almas y entre secretísimas voluntades y debilidades de los hombres. Por eso me placía hablar contigo de aquello que seremos más bien que de esto que somos. Porque, aunque no sabemos cuáles serán los bienes futuros, por lo menos estamos ciertos de que estos males no se hallarán allá, lo que no es poco.
6. Para gobernar esta vida temporal de forma que se llegue a la eterna, sé que hay que refrenar las concupiscencias carnales. Sé que sólo hay que ceder a las delectaciones de los sentidos carnales cuanto baste para sustentar y alimentar esta vida. Sé igualmente que hay que tolerar con paciencia y fortaleza, por la verdad de Dios y por la salvación nuestra y del prójimo, todas las molestias pasajeras. Sé, además, que para esto hay que ocuparse del prójimo con toda solicitud y caridad, para que administre esta vida con miras a la eterna. Sé, finalmente, que hemos de anteponer lo espiritual a lo carnal, lo inmutable a lo caduco, y que tanto más o menos puede lograrlo el hombre cuanto más o menos ayudado se sienta por la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor. Pero ¿por qué éste es ayudado en una forma y aquél en otra, o por qué no es ayudado? No lo sé. Sé únicamente que Dios obra en eso con una equidad suma y notoria para El. Acerca de las cosas que antes te indiqué, a saber, cómo he de vivir entre los hombres, te ruego que me instruyas si algo tienes bien meditado y averiguado. Si te causan estas cosas la misma perplejidad que a mí, consúltalas con algún médico manso de corazón, si le hallas ahí donde habitas, o en Roma, adonde vais todos los años. Y escríbeme lo que el Señor resuelva, bien por medio de él, ya a lo largo de vuestra discusión.
7. Me preguntas mi opinión acerca de la resurrección de los cuerpos y de sus miembros para las funciones de aquella futura inmortalidad e incorrupción. Escucha brevemente lo que podría discutirte más por extenso con la ayuda de Dios, si ahora no bastase. Hay que creer firmemente, pues es veraz y clara la sentencia de las santas Escrituras, que estos cuerpos visibles y terrenos, que ahora se llaman animales, serán espirituales en la resurrección de los fieles justos. Mas no sé cómo pueda comprenderse o vislumbrarse esa calidad del cuerpo espiritual, de la que no tenemos experiencia. Cierto no habrá allá corrupción, y por eso no necesitarán los cuerpos de este alimento material que ahora es necesario. Sin embargo, podrán tomarlo y consumirlo, no por necesidad, sino por voluntad. De otro modo, no lo hubiera tomado el Señor después de su resurrección18, dándonos de esa manera un ejemplo de la resurrección corporal. Así pudo decir el Apóstol: Si los muertos no resucitan, tampoco resucitó el Señor19. El apareció con todos sus miembros, y ejercitó sus funciones, y mostró el lugar de sus heridas. Yo siempre he entendido que conservó cicatrices y no heridas, y eso por su propia determinación, no por necesidad. Dio pruebas sobradas de la facilidad con que puede realizarse tal decisión: ya cuando se apareció bajo formas distintas; ya cuando entró verdadero y real en la casa en que estaban los apóstoles reunidos, estando las puertas cerradas20.
8. De aquí deriva la cuestión de los ángeles, a saber, si tienen cuerpo para ejercitar sus funciones y su vida o son puros espíritus. Si decimos que tienen cuerpos, nos sale al paso aquello: Quien hace a sus ángeles espíritus21. Si decimos que no tienen cuerpo, nos causa más inquietud. ¿Cómo está escrito que se presentaron, si no tenían cuerpo, a los sentidos corporales de los hombres? Se les recibió como a huéspedes, se dejaron lavar los pies, comieron y bebieron lo que les presentaron22. Podría decir que los ángeles son espíritus a la manera que a los hombres se les llama almas. Así se escribió que Jacob había bajado a Egipto con tantas almas23, aunque sin duda tenían también cuerpo. Esa sería más fácil solución que decir que las mencionadas acciones pudieran realizarse sin cuerpo. Además, en el Apocalipsis se señala la estatura definida de un ángel24 con medidas que no pueden emplearse sino en los cuerpos, de modo que lo que aparece ante los hombres no es fruto de alucinación, sino de esa potestad y facilidad de los cuerpos espirituales. Mas, ya tengan cuerpo los ángeles, ya puedan explicarse sin cuerpo las apariciones mencionadas, es cierto que en aquella ciudad de los santos (en la que los redimidos de esta generación se reunirán para siempre a los miles de ángeles por Jesucristo)25 las voces corporales manifestarán las intenciones ya de por sí manifiestas. Porque, en aquella sociedad divina26, ningún pensamiento podrá ocultarse al prójimo, sino que habrá una consonante concordia en la alabanza de Dios. Y no sólo será manifiesta esa consonancia en el espíritu, sino también en el cuerpo espiritual.
9. Esto es lo que a mí, por ahora, me parece; espero con afán conocer por medio tuyo si hay algo más ajustado a la verdad, que tú sepas o puedas oír de boca de los doctores. Ten en cuenta mi carta anterior, a la que has contestado de prisa y corriendo, obligado por las prisas del diácono, según dices. No me quejo de ello, sino que te lo recuerdo para que consignes ahora lo que entonces omitiste.
Averigua y medita lo que te pregunté: dime tu opinión acerca del ocio cristiano que pensé que tenías, pues ahora me han dicho que tus ocupaciones son increíbles. (Escrito con otra mano.) «Vivid felices sin olvidaros de nosotros, gran dicha y consuelo nuestro, santos de Dios.»