Tema: Conversación espiritual.
Paulino y Terasia, pecadores, saludan al obispo Agustín, beatísimo santo del Señor, particularmente unido a nosotros, y venerable y deseado padre, hermano y maestro.
Nola. Año 408, 15 de mayo.
1. Tu palabra es siempre candela para mis pies y luz para mis senderos1. Cada vez que recibo carta de tu beatísima santidad, siento que se disipan las tinieblas de mi ignorancia, y que veo más claro gracias al colirio de tu exposición2; se me infunde en los ojos del alma, y con él se desvanece la noche de la ignorancia y se disipa la tiniebla de la perplejidad. Esto lo tengo experimentado otras muchas veces con la merced de tus cartas, pero singularmente con este último librito que con tu carta me ha traído nuestro hermano Quinto, diácono, mensajero grato y digno, varón bendito del Señor. Ya había pasado harto tiempo desde su llegada a la Urbe, cuando fui con él a venerar a los apóstoles y mártires después de la Pascua, según mi solemne costumbre; entonces me entregó la bendición de tu boca. Olvidando el tiempo que, sin saberlo yo, había pasado él en Roma, me parecía que acababa de regresar de verte. Nada más verle, cuando me ofreció la plena fragancia de suavidad, en tus palabras que exhalan el puro perfume del ungüento celeste3, pensé que en aquel instante acababa de llegar a mí desde Hipona. Confieso, sin embargo, a tu venerada unanimidad que no pude leer en Roma de momento el volumen que acababa de recibir. Tan espesas eran allí las muchedumbres, que no pude examinar con diligencia tu regalo ni disfrutar de su lectura como yo deseaba; de empezar a leer, hubiese querido llegar hasta el fin. Como suele acontecer ante la segura esperanza del banquete dispuesto, frené el hambre mental, aunque devoradora, con la esperanza cierta de una cumplida hartura, puesto que ya tenía en la mano el pan de mi deseo, el volumen apetitoso. Fácilmente suspendí la satisfacción de la gula, que olfateaba los panales de tus letras y que, al comerlos, iban a ser tan dulces para el paladar como para el estómago4. Esperaba la partida de Roma y el alto en el camino que teníamos que hacer en Formello durante un día, para entregarme enteramente a la empresa de gozar las delicias espirituales de tu misiva sin impedimento de preocupaciones y sin el ahogo de las turbas.
2. ¿Qué voy a responder yo, humilde y terreno, a esa sabiduría que te ha sido dada de arriba, que este mundo no capta5, y que nadie saborea sino quien es sabio con la sapiencia de Dios y elocuente con la palabra de Dios? Y pues tengo experimentado que Cristo habla en ti, en el Señor alabaré tus palabras y no temeré al miedo nocturno6. Me has enseñado con el espíritu saludable de la verdad a moderar el natural del alma en los accidentes mortales, como la bienaventurada madre y abuela Melania lloró la muerte carnal de su único hijo, con luto taciturno, pero regado por el dolor de las lágrimas maternales, tal como tú lo viste. Y pues estabas más cerca de ella y tu espíritu es más semejante al de ella, has comprendido mejor las modestas y graves lágrimas de esta mujer, aunque con la fortaleza de un ánimo viril, perfecta en Cristo. Por la semejanza de tu corazón, has podido contemplar mejor y en plano igual aquel corazón maternal: la viste llorar primero, alterada por la natural afección; y después, transida por un motivo más elevado, porque no sólo perdía la parte humana, su único hijo muerto en este mundo, según su condición mortal, sino también a un hijo arrebatado en el ruido de la vanidad secular, pues aún no se había despojado de la ambición de la dignidad senatorial. Según la santa avaricia de sus deseos, ella hubiera querido que la muerte se lo llevara de la gloria de su vida a la gloria de la resurrección, a un lugar de reposo común con la madre, a recibir la corona, suponiendo que, a ejemplo de su madre, hubiera preferido en la vida de este siglo el saco a la toga y el monasterio al senado.
3. Con todo, este varón, como creo haber dicho ya a tu santidad, ha muerto con aquellas obras buenas, pues en su corazón prefería la nobleza de la humildad materna, aunque no lo demostrase en su vestido. Según la palabra del Señor, fue tan modesto de costumbres y humilde de corazón7, que razonablemente hemos de creer que ha entrado en la paz del Señor. Porque al hombre pacífico reservan bienes8, y los mansos poseerán la tierra9, agradando a Dios en la región de los vivientes10. No sólo con el afecto tácito de su mansedumbre, sino también en sus deberes públicos cumplió religiosamente el consejo del Apóstol: siendo colega de los grandes de este siglo en el orden y en el honor, no sentía orgullo como glorioso en la tierra, sino que se acomodaba a los humildes como perfecto imitador de Cristo11, y pasaba el día entero en ofrecer misericordia y alivio12. Por eso su descendencia se hizo poderosa en la tierra13 entre aquellos que han sido elevados con exceso, como dioses poderosos de la tierra14. En la bendición divina sobre su familia y casa se revela el santo mérito de este varón. Será bendecida, está escrito, la posteridad de los justos: en su casa habrá gloria no caduca, y riqueza, no lábil15; se trata de esa casa que se edifica en los cielos, no con trabajo de manos, sino con santidad de obras. Ceso ya de narrar más recuerdos de este hombre tan dilecto para mí como devoto para Cristo, pues recuerdo que en mis cartas anteriores he narrado no pocas cosas acerca de él y, seguramente, acerca de Melania, la bienaventurada madre de este hijo y raíz de estos ramos; nada podría yo decir mejor o más santo que lo que tú mismo te has dignado referir y comentar sobre ella. Yo soy un pecador y tengo labios inmundos16; nada digno podría decir, pues me hallo tan lejos de los méritos de su fe y de las virtudes de su alma; tú, en cambio, eres hombre de Cristo, doctor de Israel en la Iglesia de la verdad, mejor dispuesto por la gracia de Dios; pareces el predicador más digno de un alma tan viril en Cristo; viendo, como dije, por la proximidad de tu espíritu, la mente de ella, vigorizada con la virtud divina, exaltas con palabra más digna la piedad mezclada con la virtud.
4. Te has dignado preguntarme cuál será la actividad de los bienaventurados después de la resurrección de la carne en el siglo futuro. Yo, en cambio, te consulto como maestro y médico espiritual acerca del estado presente de mi vida, para que me enseñes a hacer la voluntad de Dios, a caminar en pos de Cristo por tus huellas y a morir por adelantado con la muerte evangélica con que, mediante una muerte voluntaria, prevenimos el óbito de la carne. Nos separamos de la vida de este siglo, que está tejida de tentaciones, o, como tú me has dicho alguna vez, es tentación, no por defunción, sino por una decisión. ¡Ojalá mis caminos sigan tus huellas, de modo que, desatando de mis pies, a ejemplo tuyo, el viejo calzado17, rompa mis lazos y me lance libre a correr el camino! Así podré alcanzar esa muerte con la que tú estás muerto a este mundo, de modo que vivas para Dios, viviendo Cristo en ti, cuya muerte y vida reconocemos en tu cuerpo, corazón y boca. Porque tu corazón no saborea lo terreno18, ni tu boca pregona las obras de los hombres19, sino que la palabra de Cristo abunda en tu pecho20 y el espíritu de la verdad se derrama en tu lengua21 con el ímpetu del río celeste que alegra a la ciudad de Dios22.
5. ¿Qué energía obrará en nosotros esa muerte sino la caridad, que es fuerte como la muerte?23 Ella borra y destruye para nosotros este siglo de modo que realiza la función de la muerte uniéndonos a Cristo; convirtiéndonos hacia él, nos desasimos de este mundo y, viviendo para él, morimos a los elementos de este mundo24. Y no juzgamos como sí viviéramos en vista de esos elementos y para usar de ellos, ya que nuestra herencia es la muerte de Cristo. No alcanzaremos en gloria su resurrección de los muertos si no imitamos su muerte de cruz, mortificando los miembros y sentidos de la carne; de ese modo no vivimos ya según nuestra propia voluntad, sino según su voluntad, que es nuestra santificación25; para eso murió y resucitó por nosotros, para que vivamos, no para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó26, que nos entregó una prenda de sus promesas en su espíritu27, como puso una prenda de nuestra vida en los cielos en su cuerpo, que es Cabeza del nuestro. Así el Señor es nuestra expectación y la realidad que El hizo ante El, en El y por El; Cristo se conformó al cuerpo de nuestra humildad, para conformarnos al cuerpo de su gloria y colocarnos con El en el cielo. Por ende, los que fueren dignos de la vida eterna, estarán en la gloria de su reino; de este modo estarán con El, como dice el Apóstol, y permanecerán con El28, como el mismo Señor dijo al Padre: Quiero que donde yo estoy estén ellos conmigo29.
6. Esto es sin duda lo que lees en los Salmos: Bienaventurados los que habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán30. Estimo que esa alabanza ha de ser expresada con voces sonoras. Es verdad que serán transfigurados los cuerpos de los santos resucitados, de modo que serán como el cuerpo del Señor, tal como apareció después de la resurrección. En esa resurrección se nos dio una imagen viva de la resurrección humana: el mismo Señor, al resucitar en aquel mismo cuerpo con que padeció, fue para todos como un espejo de contemplación. Habiendo resucitado en la misma carne con que murió y fue sepultado, hizo una completa exhibición de todas las funciones de todos los miembros ante los ojos y oídos de los hombres. Aunque los ángeles son criaturas espirituales, se dice que tienen lengua con la que no cesan de cantar, dar gracias y ensalzar al Señor Creador. Pues ¿cuánto más los cuerpos humanos, aunque sean ya espirituales después de la resurrección, pero conservando todos los miembros de la carne glorificada, y en todos esos miembros las propias formas y proporciones, tendrán lengua en la boca? Con esa lengua hablarán y podrán expresar con palabras tanto las divinas alabanzas como el sentimiento de sus sentidos y de sus alegrías. Y quizá Dios añada todavía a sus santos, como merced de gracia y gloria durante los siglos de su reino, el que canten con lenguas y voces tanto más perfectas cuanto que con esa bienaventurada transfiguración habrán logrado una naturaleza más perfecta del cuerpo. Constituidos en cuerpos espirituales, hablarán quizá con palabras, no ya humanas, sino angélicas y celestes, como las que el Apóstol oyó en el paraíso. Y quizá por eso dijo que tales palabras son inefables para el hombre; entre otras clases de premios, los santos tendrán también el de una lengua nueva. A los hombres de este siglo no les es lícito todavía, de modo que, sólo al hacerse inmortales, podrán utilizar esas palabras acomodadas a su gloria, de las que se dijo: Clamarán y entonarán un himno31. Esto acaecerá en el cielo: estarán con el Señor32, se deleitarán en la abundancia de la paz33, exultando en presencia del trono, arrojando a los pies del Cordero las copas y las coronas, cantando el cántico nuevo34, agregados a los coros de ángeles, virtudes, dominaciones, tronos35; con los querubines y serafines y con aquellos cuatro animales cantarán con voz perpetua, diciendo: Santo, santo, santo es el Señor Dios de Sabaoth36, y todo lo demás que ya conoces.
7. Esto es lo que yo, mísero y pobre, tu pequeño tontuelo, a quien tú como auténtico sabio sueles soportar, te pido ahora que me expliques según tu ciencia o a lo menos según tu opinión. Porque sé que te ilumina con espíritu de revelación37 el mismo caudillo y fuente de los sabios. De ese modo, como conociste el pasado y ves el presente, darás también tu juicio sobre el futuro. ¿Qué opinas tú acerca de la voz eterna de aquellas criaturas celestes o de los agentes que están sobre el cielo en presencia del Altísimo? ¿Con qué órgano se emite? Es verdad que el Apóstol dice: Si yo hablase con las lenguas de los ángeles38, dando a entender que tienen un lenguaje propio de su naturaleza, o, por así decirlo, de su linaje; un lenguaje tanto más alto que los sentidos y lenguas humanas cuanto más aventaja la criatura angélica y su situación a los hombres mortales y a los lugares de la tierra. Pero quizá dijo «lenguas de los ángeles» en lugar de géneros de voces y palabras, como, al hablar de la variedad de los carismas, citó los géneros de lenguas entre los dones de gracias39, queriendo significar con ese milagro que se permitiría hablar a muchos en la lengua de muchas naciones. La voz de Dios, que muchas veces ha bajado hasta los santos desde una nube, demuestra que puede darse lenguaje sin lengua. La lengua corporal es un miembro pequeño y grande40. Pero quizá porque Dios ha fijado en este miembro la función fonética, se llama también lengua a las palabras y voces de la criatura incorpórea y angélica; así suele la Escritura citar nombres de miembros en Dios según las funciones. Ora por nosotros e ilústranos.
8. Nuestro carísimo y dulcísimo hermano Quinto tarda todo lo que puede en volver de ahí y se apresura todo lo que puede a volver a ti. Esta carta, que tiene más tachaduras que líneas, te dirá sus instancias en exigírmela; la excesiva prisa del mencionado portador la ha hecho en simples fichas. Llegó a nosotros el día catorce de mayo, y el día quince logró partir con la carta, antes de mediodía. Tú verás si este testimonio es una recomendación o una acusación. Quizá, o sin quizá es laudable, no culpable, quien de nuestras tinieblas (eso somos nosotros en comparación de tu fulgor) se apresura a volver a su luz41.