Tema: Controversia donatista.
Agustín a Vicente, hermano amadísimo.
Hipona. Año 407/408.
1 1. Recibí una carta y no me pareció increíble que fuese tuya. Me consta que es católico cristiano el que la trajo, y opino que no podría atreverse a engañarme. Pero, aunque la carta no fuese tuya, he creído que debo contestar a quien la escribió. Debes saber que ahora soy más amante y partidario de la paz que en aquel tiempo de mi adolescencia, cuando tú me conociste en Cartago y aún vivía Rogato, tu antecesor. Pero los donatistas son demasiado inquietos; no parece inútil cohibirlos y corregirlos por medio de las autoridades establecidas por Dios. Ahora podemos celebrar la corrección de muchos, que viven y defienden la unidad católica; se alegran de haberse librado del inveterado error con tal sinceridad que nos causa maravilla y harta complacencia. De ningún modo hubiesen ellos pensado en mejorarse, por ese extraño poder de la costumbre, si no los hubiera sobresaltado el terror, solicitando su atención para dirigirla al conocimiento de la verdad. Con infructuosa y vana fortaleza padecían las molestias temporales, no por la justicia, sino por una perversidad y presunción humana. Por lo tanto, sólo encontrarían ante Dios las penas que merecen los impíos por haber despreciado tan dulce amonestación y azotes tan paternales. Una vez que con ese pensamiento adquirieron cierta docilidad, buscaron la verdadera Iglesia, no en las calumnias y fábulas humanas, sino en los divinos libros, en que fue prometida a todas las naciones. Entonces les fue devuelta para que la contemplaran con sus ojos y para que no dudasen de que el Cristo en tales libros prometido vive sobre los cielos, aunque ellos no lo vean. ¿Cómo podría yo destruir la salud de estos hombres y disuadir a mis colegas de esa vigilancia paternal, que ha logrado que pudiéramos ver a tantos como son los que denuncian su antigua ceguera? Antes admitían el Cristo elevado sobre los cielos, pero negaban su gloria extendida por toda la tierra, aun cuando la veían, y aunque ambas cosas se hallaban unidas y entrelazadas en una sola y evidente sentencia del profeta, que dice: Levántate sobre los cielos, Dios, y sobre la tierra tu gloria1.
2. Estos eran antes nuestros atroces enemigos, los que malparaban nuestro sosiego con variados géneros de violencias e insidias. Supongamos que los hubiésemos despreciado y tolerado, sin argüirles ni arbitrar algún medio que tuviera eficacia para amedrentarlos y corregirlos; en realidad, les hubiésemos devuelto mal por mal. Suponte que alguien tuviese un enemigo que se ha vuelto furioso por unas fiebres malignas y le viese correr a un precipicio. ¿No le devolvería mal por mal si le permitiese despeñarse, en lugar de procurar que le corrigiesen y atasen? Este tal sería tenido por molesto y enemigo, cuando prestaba un servicio de la mayor utilidad y misericordia. Sin embargo, una vez reparada la salud, el frenético se sentiría tanto más agradecido cuanto más molestia se le causó. ¡Oh si pudiese mostrarte cuántos, aun de los mismos circunceliones, tenemos ya convertidos en católicos manifiestos! Condenan su antigua conducta y el miserable error en que se imaginaban hacer por la Iglesia de Dios todo lo que con inquieta temeridad hacían. Todos ésos no hubiesen llegado a curarse si no se hubiesen sentido como atados con las leyes que a ti te desagradan. Y ¿qué te diré del segundo linaje de esos enfermos graves? No alardeaban de audacia turbulenta, pero se veían oprimidos por la inveterada desidia, y nos repetían: «Tenéis razón; nada tenemos que responder, pero nos resulta excesivamente duro el abandonar la tradición paterna». ¿No se les debía inquietar saludablemente con ese aguijón de las molestias temporales, para que saliesen de esa especie de sueño letárgico y se despertasen a la salud de la unidad? ¿Cuántos de ellos se alegran ahora con nosotros, acusan la vieja pesadumbre del dañino error con sus buenas obras y nos confiesan que hicimos bien en molestarlos y no dejarlos morir en el soporífero sueño de su costumbre, en su sopor mortífero?
3. Verdad es que a algunos no les aprovecha. Pero ¿vamos a tirar la medicina porque resulta incurable la pestilencia de algunos? Tú sólo atiendes a los que son tan duros, que tampoco se rinden a esta disciplina. De ésos está escrito: En vano azoté a vuestros hijos: ellos no recibieron mi disciplina2; y pienso que Dios los azotó por amor y no por odio. Pero debes atender también a cuán numerosos son aquellos de cuya salvación nos regocijamos. Si se les atemorizase y no se les instruyese, parecería una dominación cruel. Por otra parte, si se les instruyese y no se les atemorizase, como están endurecidos por la costumbre vieja, se moverían perezosamente a emprender el camino de la salvación; muchos hay, y lo sé bien, a quienes se les mostró la razón y se les manifestó la verdad con divinos testimonios; al fin nos contestaban que deseaban pasar a la comunión con la Iglesia católica, pero que temían las violentas represalias de los perdidos. Sin duda que debían haberlas afrontado por la justicia y por la vida eterna; pero la debilidad de esos tales hay que sostenerla y no abandonarla mientras se hacen fuertes. No hay que olvidar lo que el mismo Señor dijo a Pedro cuando aún era débil: Ahora no puedes seguirme; después me seguirás3. Cuando al terror útil se le añade la doctrina saludable, la luz de la verdad desvanece las tinieblas del error; pero, además, la fuerza del temor rompe los lazos de la mala costumbre. Entonces, como he dicho, celebramos la salud de muchos, que con nosotros bendicen y dan gracias a Dios por haber cumplido su promesa, cuando dijo que los reyes de la tierra habían de servir a Cristo4. Así curó los enfermos, así sanó los débiles.
2 4. No todo el que perdona es amigo, ni todo el que castiga es enemigo: Mejores son las heridas del amigo que los besos espontáneos del enemigo5. Mejor es amar con severidad que engañar con suavidad. Mejor es que se le quite el pan al hambriento, cuando por la seguridad de su pitanza olvida los fueros de la justicia, que ofrecerle el pan para que con él se acomode a la injusticia. Quien ata al frenético y quien despierta al letárgico, a ambos los molesta, a ambos los ama. ¿Quién podrá amarnos más que Dios? Pues bien, Dios no cesa, no sólo de adoctrinarnos con suavidad, sino también de infundirnos temor para nuestra salud. A los que consuela con socorros agradables, con frecuencia les envía la áspera medicina de la tribulación: ejercita con el hambre a los patriarcas, aunque son buenos y religiosos6; inquieta con terribles castigos al pueblo obstinado; no le quita al Apóstol el aguijón de la carne, aunque se lo pide tres veces, para que la virtud se perfeccione en la debilidad7. Amemos aun a nuestros enemigos, porque es justo y lo manda Dios, para que seamos hijos de nuestro Padre, que está en los cielos, el cual hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos e injustos8. Pero, así como alabamos estos divinos dones, mediremos también los azotes que proporciona a los que ama.
5. Piensas tú que nadie debe ser obligado a ser justo mientras lees que el Padre de familias dijo a sus siervos: A todos los que hallareis, obligadlos a entrar9; mientras lees que Saulo, el que después fue Pablo, fue compelido por una imponente violencia de Cristo, que le obligaba a conocer y retener la verdad10. A no ser que pienses que los hombres aprecian más el dinero o cualquiera de sus posesiones que esta luz; que se recibe por los ojos. Derribado Pablo por la celeste voz, perdió esta luz y no la recuperó sino cuando se incorporó a la santa Iglesia. Tú piensas que no se puede hacer fuerza al hombre para que se libre de la ruina del error. Pero Dios, a quien nadie vence en amar, nos la hace, como ves en los ejemplos dichos. Cristo dice, como también puedes oír: Nadie viene a mí sino traído por el Padre11; eso es lo que se realiza en los corazones de todos aquellos que se convierten a El por el temor de la ira divina. Bien sabes que el ladrón esparce a veces el pasto para desviar a las ovejas, mientras que el pastor reduce a veces a las ovejas con el cayado para que vuelvan al rebaño.
6. ¿No afligía Sara a la esclava obstinada cuando le dieron poder para hacerlo? Sin embargo, no la odiaba por crueldad, puesto que anteriormente la había hecho madre para su beneficio, sino que domaba saludablemente su soberbia12. Tampoco ignoras que estas dos mujeres, Sara y Agar, y sus dos hijos, Isaac e Ismael, representan a los espirituales y carnales. Leemos que la esclava y su hijo fueron objeto de las graves molestias de Sara, y, sin embargo, afirma Pablo el Apóstol que Isaac padeció la persecución de Ismael: Y como entonces el que era según la carne perseguía al que era según el espíritu, así sucede ahora13. Es para que entiendan los que puedan que es más bien la Iglesia católica la que padece persecución por obra de la soberbia e impiedad de esos carnales, a los que se esfuerza en corregir con molestias y miedos temporales. Todo lo que hace la auténtica y legítima madre, aunque parezca áspero y amargo, no es pagar mal por mal, sino proporcionar el bien de la disciplina, desterrando el mal de la iniquidad, y no por odio dañino, sino por amor saludable. Puesto que los buenos y los malos hacen lo mismo y padecen lo mismo, se les distingue, no por las acciones y castigos, sino por las causas. El faraón atormentaba al pueblo de Dios con trabajos forzados14. Moisés afligió a ese mismo pueblo con terribles reprensiones cuando se conducía impíamente15; lo mismo hicieron, pero no buscaron de igual modo el aprovechamiento: el uno se hinchó con su dominación; el otro se inflamó en su caridad. Jezabel mató a los profetas; Elías mató a los seudoprofetas16; pero pienso que fueron diversos los méritos de los agentes y de los pacientes.
7. Considera asimismo los tiempos del Nuevo Testamento. Ahora no sólo tenemos que retener en el corazón la mansedumbre de la caridad, sino que hay que mostrarla en la luz. Ahora la espada de Pedro es devuelta a la vaina por Cristo, y se le indica que ni aun por Cristo debió sacar la espada de su vaina17. Leemos, sin embargo, que no sólo golpearon los judíos al apóstol Pablo18, sino que también los griegos golpearon al judío Sostenes en defensa de Pablo19. La semejanza de los dos hechos une a unos y a otros, pero la desemejanza de la causa los separa. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, y del mismo Hijo se dice: El me amó y se entregó a la muerte por mí20. Pues bien, de Judas se dice que entró en él Satanás para que entregase a Cristo21. He ahí cómo el Padre entrega a su Hijo, cómo el mismo Hijo entrega su cuerpo y cómo Judas entrega a su Señor. ¿Por qué en esta entrega Dios es piadoso y el hombre culpable, sino porque en la misma cosa que hacen no es idéntica la causa por que la hacen? Tres cruces había en un lugar; en una estaba el ladrón que se iba a salvar; en otra, el ladrón que se iba a condenar; en la del medio, Cristo, que iba a salvar al uno y a condenar al otro. ¿No son semejantes esas cruces? ¿Y no son el colmo de la desemejanza los que penden de ellas? Fue entregado Pablo para ser encarcelado y esposado22, y Satanás es peor, sin duda, que el peor guardián de una cárcel; sin embargo, Pablo entregó a Satanás un hombre para arruinar su carne y juntamente para que el espíritu fuese salvado en el día de nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué decir a esto? Un hombre cruel entregó otro al verdugo más suave; uno misericordioso entregó otro hombre al verdugo más cruel. Aprendamos, hermanos, a discernir en la semejanza de los hechos las acciones de los agentes, para no calumniar a ojos cerrados, acusando a los benévolos como si fuesen reos. Igualmente, cuando dice el mismo Apóstol que entregó algunos a Satanás para que aprendiesen a no blasfemar23, ¿devolvió acaso mal por mal o más bien juzgó que era una buena obra el corregir a los malos aun causándoles algún mal?
8. Si siempre fuese laudable el padecer una persecución, el Señor se hubiese contentado con decir: Bienaventurados los que padecen persecución, y no hubiese añadido por la justicia24. Asimismo, si siempre fuese pecaminoso el promover una persecución, no hallaríamos escrito en los libros santos: Yo perseguía a quien calumnia ocultamente a su prójimo25. Luego a veces el que la promueve es justo y el que la padece es injusto. Lo cierto es que en todo tiempo los malos han perseguido a los buenos y los buenos han perseguido a los malos. Los unos, dañando con la injusticia; los otros, beneficiando con la disciplina; los unos, cruelmente; los otros, templadamente; los unos, al servicio de la pasión; los otros, al de la caridad. Porque el que asesina no mira cómo tortura, pero el que cura mira cómo saja; el uno persigue a la salud, el otro a la gangrena. Mataron los impíos a los profetas, mataron los profetas a los impíos. Los judíos flagelaron a Cristo, Cristo flageló a los judíos. Los hombres entregaron a los apóstoles a las autoridades humanas; los apóstoles entregaron a los hombres a la potestad de Satanás. ¿Qué es lo que se atiende en todos estos casos, sino quién padece por la verdad y quién por la iniquidad, quién para dañar y quién para curar?
3 9. Ni en el Evangelio ni en las cartas apostólicas se encuentra un caso en que los reyes de la tierra hayan sido solicitados por la Iglesia contra los enemigos de la Iglesia, es verdad. ¿Quién lo niega? Pero todavía no se había cumplido aquella profecía: Y ahora, reyes, entended; instruiros los que juzgáis la tierra; servid al Señor en temor26. Era tiempo de atenerse a lo que algo más arriba se dice en ese mismo Salmo: ¿Por qué bramaron las gentes y los pueblos meditaron vanidades? Se reunieron los reyes de la tierra y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor y contra su Cristo27. Con todo, si en los libros proféticos los hechos pasados eran figura de los futuros, en aquel rey que se llamó Nabucodonosor hallamos figurados ambos tiempos: el que rigió en vida de los apóstoles y el que actualmente vive la Iglesia. El tiempo de los apóstoles y de los mártires se representaba cuando el citado rey forzaba a los piadosos y justos a adorar a un ídolo y arrojaba a las llamas a los que resistían. Pero el tiempo actual estaba figurado cuando aquel rey se convirtió para adorar al Dios verdadero, y decretó en su reino que quien blasfemase del Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, sufriría los debidos castigos28. La primera época de aquel rey simbolizaba los primeros tiempos de los reyes infieles, quienes persiguieron a los cristianos en vez de los impíos. La segunda época de aquel rey simbolizó los tiempos de los posteriores reyes creyentes, a quienes tuvieron que sufrir los impíos en vez de los cristianos.
10. Sin duda, se mantiene una templada severidad, o más bien mansedumbre, contra aquellos que fueron seducidos por los impíos y yerran bajo el nombre de Cristo; no sea que yerren las ovejas de Cristo, y hay que hacerlas volver cambiadas al rebaño. Por la fuerza coercitiva de los destierros y de los perjuicios se les invita a considerar lo que padecen y por qué lo padecen, para que aprendan a tener en más las Escrituras que leen que los rumores y calumnias de los hombres. ¿Quién de nuestros partidarios o quién de los vuestros no alaba las leyes imperiales dadas contra los sacrificios paganos? Y ya ves que sobre eso se ha dictado una pena más severa, ya que por esa impiedad se condena a suplicio capital. En cambio, para reprimiros y corregiros a vosotros se ha tenido en cuenta que se trata de que abandonéis el error más bien que de castigaros por un delito. Puede quizá decirse de vosotros lo que dice el Apóstol de los judíos: Testifico que tienen el celo de Dios, pero no según la ciencia. Al ignorar la justicia de Dios y querer establecer la suya, no se someten a la justicia de Dios29. ¿Qué otra cosa hacéis vosotros, sino establecer vuestra justicia, cuando afirmáis que no se justifican sino aquellos que pudieron ser bautizados por vosotros? En ese testimonio que el Apóstol dio de los judíos se halla esta diferencia entre éstos y vosotros: vosotros tenéis los sacramentos cristianos, de que ellos carecen todavía. En la medida en que el Apóstol afirma de los judíos que ignoran la justicia de Dios y quieren establecer la suya, y que tienen el celo de Dios, pero no según la ciencia, vosotros sois iguales a ellos en todo. Se exceptúan, naturalmente, aquellos que entre vosotros tienen conciencia de la verdad y sólo por su animosidad perversa pelean contra la verdad, que conocen de sobra. La impiedad de estos tales es superior con seguridad a la de los idólatras. Pero no podemos convencer fácilmente a todos los que no estáis tan distantes de nosotros, ya que el error se oculta en el alma; por eso se os apremia con una severidad mitigada. Esto lo diría yo de todos los herejes que aceptan los sacramentos cristianos y disienten de la unidad o de la verdad de Cristo, o por lo menos de todos los donatistas.
11. Vosotros no sólo lleváis el nombre común de donatistas por Donato, sino también el específico de rogatistas por Rogato, y os parece que sois más benignos porque no vais al asalto con la grey furiosa de los circunceliones. Pero ninguna fiera es llamada mansa, aunque no tenga dientes ni garras, porque no ha matado a nadie. Vosotros decís que no queréis atropellar; yo creo que no podéis. Sois tan pocos en número, que no osáis moveros contra las muchedumbres que os son enemigas, aunque deseéis hacer mal. Pero supongamos que no queréis lo que no podéis. Os citaré una sentencia evangélica que dice: Si alguien quisiere quitarte la túnica y pleitear contigo, déjale también el palio30. Supongamos que la entendéis y cumplís, y que no sólo no hacéis injuria a nadie, sino que tampoco resistís, apelando a derecho alguno. Vuestro fundador Rogato no lo entendió así o no lo cumplió, pues por no sé qué asuntos que vosotros llamáis vuestros peleó con testaruda perseverancia y ante un tribunal forense. Supongamos ahora que le decimos: «¿Qué apóstol defendió sus pleitos en juicio público, aun tratándose de la fe?» Eso es lo que tú decías en el principio de tu carta: «¿Qué apóstol se apoderó de las propiedades ajenas, aun tratándose de la fe?» No hubiese Rogato encontrado en los divinos libros un ejemplo de tal acción, pero quizá pudiera haber encontrado alguna defensa verdadera, si hubiese estado dentro de la verdadera Iglesia y no se hubiese apropiado desvergonzadamente nada bajo el nombre de Iglesia verdadera.
4 12. Vengamos a esos edictos de las autoridades terrenas que han de ser reclamados y aplicados contra los cismáticos o herejes. Los donatistas, de quienes os habéis separado, fueron implacables, según se nos ha dicho, tanto contra vosotros como contra los maximianistas. Podemos probarlo con documentos fehacientes de las actas. Todavía no os habíais separado de ellos, cuando dijeron al emperador Juliano en su petición que «solamente ante él hallaba lugar la justicia». Sabían los donatistas que el emperador era apóstata y le veían totalmente entregado a la idolatría. O bien identificaban a ésta con la justicia o no pueden negar que mintieron villanamente al decir que la justicia sólo hallaba lugar ante un hombre ante el cual la idolatría tenía el más grande lugar, como ellos veían. Y aunque hubiese error en la expresión, ¿qué me dices de los hechos? Si nada hay que demandar en justicia al emperador, ¿por qué se le pidió a Juliano lo que se estimó justo?
13. ¿Es que uno puede acudir al emperador para recuperar lo suyo, pero no para acusar a otro, a quien tenga que reprimir el emperador? Por de pronto, en la reclamación de esas posesiones que los donatistas querían recuperar ya se apartaron del ejemplo de los apóstoles, pues no sabemos que ninguno de éstos obrase así. Pero vuestros mayores delataron además al mismo Ceciliano, obispo de Cartago, con quien se negaban a comulgar por considerarle malhechor, ante el príncipe Constantino por medio del procónsul Anulino. Eso no era ya reclamar los bienes perdidos, sino perseguir con calumnias a un inocente, como nosotros creemos y como el desenlace del juicio evidenció. ¿Pudieron hacer cosa más detestable? Si entregaron a las autoridades terrenas a un verdadero criminal, como vosotros falsamente pensáis, para que la juzgasen, ¿por qué ahora nos echáis en cara lo que la presunción de los vuestros hizo entonces? Nosotros no les reprenderíamos por haberlo hecho si lo hubieran hecho con voluntad de corregir y enmendar y no con intenciones envidiosas y malévolas. Pero, en cambio, no dudamos en echaros en cara a vosotros el que ahora digáis que es criminal el quejarse de los enemigos de nuestra comunión ante el emperador cristiano. ¿No es cierto que vuestros mayores presentaron un libelo de acusación ante el procónsul Anulino para que lo enviase al emperador Constantino, y que se intitulaba así: Libelo de la Iglesia católica, que contiene los crímenes de Ceciliano, presentado por el partido de Mayorino? A ellos les echaron en cara el que, después de acusar espontáneamente ante el emperador a Ceciliano, a quien sin duda debían haber convencido anteriormente en el tribunal de los obispos transmarinos, ni aun vencidos quisieron tener paz con los hermanos. El emperador procedió con mayor cordura que ellos, remitiendo a un tribunal de obispos la causa de otros obispos contra la cual se apelaba. Ellos volvieron a apelar al emperador. Ya no se contentaron con acusar a Ceciliano; acusaron también ante el rey terreno a los obispos que se les dio para juzgar. Apelaron, al fin, del último tribunal eclesiástico al mismo emperador. Este examinó la causa y juzgó entre las partes, pero ellos rehusaron rendirse a la verdad o a la paz.
14. Si Ceciliano y sus compañeros hubiesen sido vencidos cuando vuestros mayores los acusaban, ¿qué otra sentencia hubiese dictado Constantino sino la que dictó contra los espontáneos delatores, que ni pudieron probar lo que pretendían ni quisieron rendirse a la verdad después de su derrota? Fue aquel emperador el que por primera vez estableció en esta contienda la confiscación de bienes de los convictos que hiciesen obstinada resistencia a la verdad. Pero si vuestros mayores hubiesen acusado y vencido y ese emperador hubiese decretado una cosa parecida contra la comunión de Ceciliano, pretenderíais llamaros providencia de la Iglesia, defensores de la paz y de la unidad.
Sólo que los delatores no pudieron probar su espontánea acusación ni quisieron aceptar el gremio de la paz, que se les ofrecía para que se acogiesen a él corregidos. Y como entonces los emperadores promulgaron ese decreto, decís que es un crimen indigno. Ahora alegáis que nadie debe ser obligado a entrar en la unidad, que a nadie hay que devolver mal por mal. Eso no es otra cosa que lo que de vosotros tiene alguien escrito: «Lo que nosotros queremos, eso es lo santo». Ya veis que no sería grande ni difícil cosa demostrar y hacer ver que el juicio y sentencia de Constantino está en pleno vigor contra vosotros. Contra vosotros fue promulgada cuando vuestros mayores acusaron repetidas veces a Ceciliano ante el emperador y nada pudieron probar. Necesariamente han de mantenerla los demás emperadores, máxime siendo católicos cristianos, siempre que la necesidad obligue a proceder contra vuestra obstinación.
15. Fácil os sería recapacitar sobre ese punto, para que al fin os dijerais: «Si Ceciliano fue inocente, o no pudo probarse que fue culpable, ¿cómo pudo pecar en todo este negocio la sociedad cristiana por doquier difundida? ¿Por qué no le fue lícito al orbe cristiano el ignorar lo que los mismos delatores no pudieron probar? ¿Por qué se niega que sean cristianos aquellos a quienes Cristo sembró en su campo, es decir, en este mundo? ¿No mandó que creciesen entre la cizaña hasta la siega31 todos esos miles de fieles que hay en todas las naciones, cuya multitud comparó el Señor a las estrellas del cielo y a las arenas del mar, y a quienes prometió que serían benditas en el linaje de Abrahán32, como se lo cumplió? ¿Vamos a condenarlos sólo porque en esta causa, a la que no asistieron, prefirieron creer a los jueces, que cumplían su oficio, más bien que a los litigantes derrotados? Ningún crimen mancha al que lo ignora. Pues ¿cómo los fieles esparcidos por todo el mundo pudieron conocer el crimen de los traidores, si los acusadores mismos, que lo conocían, no supieron mostrárselo? Basta esa ignorancia para demostrar que estaban inmunes de tal crimen. Entonces ¿por qué se acusa de falsos crímenes a los inocentes, simplemente porque ignoran los crímenes ajenos, falsos o verdaderos? ¿Qué lugar se reserva a la inocencia, si el ignorar el crimen ajeno es ya un crimen propio? Si, como llevamos dicho, esa ignorancia demuestra ya la inculpabilidad de tantos pueblos, ¿no será un gran crimen el separarse de la comunión de estos inocentes? Las malas acciones que no se pueden mostrar a los inocentes o que estos inocentes no pueden creer, no mancillan a nadie, aunque sean conocidas y toleradas por amor a la convivencia con los buenos. Por causa de los malos no hemos de dejar a los buenos, sino que por amor a los buenos hemos de tolerar a los malos. Los profetas toleraron al pueblo contra el que pronunciaban tantas amenazas, sin abandonar la comunión en los sacramentos de aquel pueblo. El Señor toleró a Judas hasta el fin desastrado del traidor y le permitió participar en la sagrada cena con los inocentes. Toleraron los apóstoles a los que anunciaban a Cristo por envidia33, que es un vicio diabólico. Toleró Cipriano la avaricia de sus colegas, llamándola idolatría en conformidad con el Apóstol34. Finalmente, si entonces algunos estaban enterados, hoy todos están ignorantes; no se haga acepción de personas acerca de lo que pasó entonces entre aquellos obispos. «¿Por qué, pues, no es amada por todos la paz?» Podríais con suma facilidad meditar eso, o quizá ya lo meditáis. Pero mejor fuera que amaseis los bienes terrenos, y por temor a perderlos llegaseis a un arreglo con la verdad conocida, antes de amar la vana gloria de los hombres; os imagináis que la vais a perder si llegáis a ese arreglo con la verdad.
5 16. Ya ves, si no me engaño, que no hay que considerar el que se obligue a alguien. Lo que hay que saber es si es bueno o malo aquello a que se le obliga. No digo que se pueda ser bueno a la fuerza, sino que el que teme padecer lo que no quiere, abandona el obstáculo de su animosidad o se ve impelido a conocer la verdad ignorada. Por su temor rechaza la falsedad que antes defendía, o busca la verdad que ignoraba, y así llega a querer mantener lo que antes no quería. Parecería superfluo repetir esto tantas veces si no tuviésemos ante los ojos tantos y tan actuales casos. Vemos que antes eran donatistas, no éstos o los otros, sino ciudades enteras y numerosas. Ahora son católicas, y detestan con vehemencia el cisma diabólico y aman con ardor la unidad. Con ocasión de ese temor que a ti te desagrada, se hicieron católicas gracias a las leyes de los emperadores. Empezó a legislar Constantino, ante quien fue acusado Ceciliano por los vuestros; continúan los emperadores actuales, que con toda justicia decidieron que se mantenga en vigor contra vosotros la sentencia del emperador, a quien los vuestros eligieron y antepusieron al tribunal episcopal.
17. Impresionado por todos estos ejemplos, que mis colegas me han presentado, he cambiado de opinión. Mi primera sentencia era que nadie debía ser obligado a aceptar la unidad de Cristo; que había que obrar de palabra, luchar en la disputa, triunfar con la razón para no convertir en católicos fingidos a los que conocíamos como herejes declarados. Mas esta opinión mía ha sido derrotada, no por las palabras de mis competidores, sino por estos ejemplos evidentes. Se me hizo ver en primer término que mi propia ciudad natal, que pertenecía entera al partido de Donato, se convirtió a la unidad católica por temor a las leyes imperiales. Ahora la vemos detestar los prejuicios que causa vuestra animosidad, de tal manera que da la impresión de que jamás estuvo de vuestra parte. Así se me han ido citando nominalmente otras muchas ciudades para que comprobase yo por los hechos que también en esta contienda puede aplicarse con razón lo que está escrito: Da la ocasión al sabio y se hará más sabio35. ¡Cuántos hay, y me consta con certeza, que ya antes querían ser católicos, porque estaban conmovidos por la verdad patente! Cada día diferían el serlo de hecho porque temían a los suyos. ¡A cuántos ataba, no la verdad, sobre la cual nunca os habéis hecho ilusiones, sino el lazo fuerte de la inveterada costumbre! Se cumplía en ellos la divina sentencia: Con palabras no se enmienda al siervo endurecido; aunque entendiere, no obedecerá36. ¡Cuántos opinaban que la verdadera Iglesia era el partido de Donato, porque su seguridad los entorpecía para buscar la verdad católica y los llenaba de pereza y hastío! ¡A cuántos cerraban la entrada los rumores de los calumniadores, quienes propalaban que colocábamos, sobre el altar de Dios, no sé qué cosas! ¡Cuántos creían que importaba poco en qué partido eran cristianos, y se mantenían en el de Donato porque en él habían nacido y nadie les obligaba a dejarlo y pasar a la Católica!
18. Por todo esto, el terror que infunden esas leyes, con cuya promulgación los reyes sirven a Dios en el temor37, fue tan provechoso, que muchos dicen ahora: «¡Bien lo deseábamos; pero gracias a Dios, que nos dio ocasión de ejecutarlo y cortó los retardos y dilaciones!» Otros dicen: «Ya sabíamos que ésta era la verdad, pero, no sabíamos cómo, estábamos cogidos por la costumbre; gracias a Dios, que rompió nuestros lazos y nos trajo al vínculo de la paz». Otros dicen: «Ignorábamos que aquí estuviese la verdad y no queríamos saber dónde estaba; pero el miedo nos hizo prestar atención para conocerla, pues temíamos vernos privados de los bienes temporales sin ganar nada para la eternidad; gracias a Dios, que sacudió nuestra negligencia con el espolazo del temor para que en nuestra inquietud buscásemos lo que en nuestra seguridad nunca nos preocupábamos de buscar». Otros dicen: «Para entrar nos veíamos aterrados por los falsos rumores; nunca hubiésemos sabido que eran falsos si no hubiésemos entrado, y no hubiésemos entrado si no nos hubiesen obligado. Gracias a Dios, que cortó nuestras vacilaciones con el flagelo y nos enseñó con la experiencia cuan vanas y necias acusaciones pregonaba acerca de su Iglesia la mentirosa fama. Por donde vemos que son también falsas las que los promotores de esta herejía denunciaron, ya que sus sucesores las inventan tan falsas y pérfidas». Otros dicen: «Pensábamos que importaba poco en qué secta teníamos la fe de Cristo. Gracias al Señor, que nos recogió del cisma y nos mostró que es necesario que le sirvamos en la unidad».
19. ¿Podía yo oponerme y contradecir a mis colegas, impidiendo tamañas ganancias del Señor? ¿Por qué no iban a ser recogidas en una sola grey las ovejas de Cristo que erraban en vuestros montes y colinas, es decir, en los tumores de vuestro orgullo? ¿Por qué no habíamos de llevarlas allí donde hay un solo rebaño y un solo pastor?38 ¿Debía yo contradecir esas providencias, para que vosotros no perdierais los bienes que llamáis vuestros y desechaseis con seguridad a Cristo, para que legalizaseis los testamentos conforme al derecho romano y rasgaseis con vuestras calumniosas imputaciones el Testamento legalizado con los Padres conforme al derecho divino, en el cual está escrito: En tu linaje serán bendecidas todas las gentes?39 ¿Había yo de trabajar para que vosotros pudieseis hacer libremente contratos de compra y venta y os repartieseis lo que Cristo compró al dejarse vender? ¿O para que tuviesen valor las donaciones de cada uno de vosotros y no valiese para los llamados hijos lo que les donó el Dios de los dioses desde la salida del sol hasta el ocaso?40 ¿O para que no fueseis arrancados de la tierra de vuestro cuerpo, al ser enviados al destierro, y os esforzaseis en desterrar a Cristo del reino de su sangre, desde el mar hasta el mar, desde el río hasta los términos del orbe de la tierra?41 Por el contrario, sirvan a Cristo los reyes de la tierra, pues también se le sirve haciendo leyes en favor de Cristo. Vuestros mayores imputaron a Ceciliano y a sus compañeros falsos crímenes para que los castigasen los reyes de la tierra. Vuélvanse los leones y quebranten los huesos de los calumniadores; no interceda Daniel, una vez demostrada su inocencia y libertado de la leonera en que ellos perecieron42; porque quien prepara a su prójimo la hoya, caerá muy justamente en ella43.
6 20. Líbrate, hermano, mientras vives en esta carne, de la venganza que caerá sobre los obstinados y altaneros. Cuando el terror de las autoridades temporales ataca a la verdad, ofrece a los justos valientes una prueba valiosa, a los débiles una tentación peligrosa. Pero, cuando ese terror predica la verdad, da un aviso útil a los insensatos: No hay autoridad sino de Dios, y quien resiste a la autoridad, a la ordenación de Dios resiste; porque los príncipes no son de temer en la buena obra, sino en la mala. ¿Quieres tú no temer a la autoridad? Obra bien y ella te alabará44. Cuando la autoridad favorece a la verdad y castiga, alaba al que se enmienda. Cuando esa autoridad es enemiga de la verdad y castiga, alaba al que es coronado por haberla despreciado. Y como tú, por tu parte, no haces el bien, por eso debes temer a la autoridad. A no ser que me digas que es un bien el inhibirse y contentarse con no calumniar al hermano45, calumniando entretanto a los hermanos esparcidos por todas las naciones, de quienes dan testimonio los profetas, Cristo y los apóstoles, cuando dicen: En tu linaje serán benditas todas las gentes46; y también: Desde el nacimiento del sol hasta el ocaso se ofrece a mi nombre un sacrificio puro, porque ha sido glorificado mi nombre entre las gentes, dice el Señor47. Escucha: dice el Señor. No se escribe: «dice Donato, o Rogato, o Vicente, o Hilario, o Ambrosio, o Agustín», sino dice el Señor. Asimismo: Y serán bendecidas en El todas las tribus de la tierra, todas las gentes le glorificarán; bendito el Señor, Dios de Israel, que hace maravillas El solo; y bendito el nombre de su gloria para siempre y para el siglo del siglo; y se llenará de su gloria toda la tierra; sea, sea48. Y tú, residente en Cartenna, con otros diez rogatistas que quedan, dices: «No sea, no sea».
21. Oyes que habla el Evangelio: Convenía que se cumpliese todo lo que está escrito en la Ley, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Porque así está escrito, y así convenía que Cristo padeciese, resucitase de entre los muertos al tercer día y se predicase en su nombre la penitencia y la remisión de los pecados en todas las naciones, comenzando por Jerusalén49. Lees en los Hechos de los Apóstoles cómo el Evangelio comenzó a difundirse desde Jerusalén, donde el Espíritu Santo llenó primeramente a aquellos ciento veinte, y cómo se fue extendiendo por Judea y Samaría y por todos los países, según lo había anunciado Jesús al subir a los cielos50: Me seréis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta los últimos confines de la tierra51. En efecto, por toda la tierra se corrió el sonido de ellos y hasta los últimos límites de la tierra llegaron sus palabras52. Y tú contradices a los divinos testimonios, con tanta seguridad robustecidos, con tanta luz manifestados, y tratas de lanzar la herencia de Cristo a la proscripción. Supongamos que, como he dicho, se predica en el nombre de Cristo penitencia a todas las naciones. Si alguien se conmueve con esa predicación en alguna parte del mundo, tendrá que buscar y encontrar a Vicente de Cartenna, que reside en la Mauritania Cesariense, o a alguno de sus nueve o diez correligionarios, para que se le puedan perdonar los pecados. ¿A qué osadía no se lanzará el orgullo de la mísera piel mortal? ¿A qué abismo no se precipitará la presunción de la carne y de la sangre? ¿Son ésas tus buenas obras, por las cuales no temes a las autoridades? Das un gran escándalo a los hijos de tu madre53, a saber, al pequeño y al débil, por quienes murió Cristo54, que no pueden soportar aún el alimento paterno y tienen que alimentarse con la leche materna55; y luego me vienes citando los libros de Hilario para negar que la Iglesia crece en todas las naciones hasta el fin del mundo, como Dios lo prometió con juramento contra vuestra incredulidad. Harto desventurados hubierais sido si no lo hubieseis creído cuando la promesa se hizo. Ahora lo contradecís, y eso que lo veis cumplido.
7 22. Seguramente que, como docto historiador, habrás descubierto algo muy grande, y piensas poder aducirlo contra el testimonio de Dios, ya que escribes: «Por lo que toca a todas las partes del mundo, la parte en que se acepta la fe cristiana es muy corta en comparación con todo el mundo». No quieres saber o pretendes disimular cuántas naciones bárbaras han recibido ya el Evangelio. Y eso en un tiempo tan escaso, que ni aun los enemigos de Cristo se atreven a dudar de que se ha de cumplir lo que Jesús dijo a los apóstoles cuando le preguntaron acerca del fin del mundo: Será predicado este Evangelio en todo el orbe como testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin56. Vete ahora y clama y disputa cuanto puedas contra ese testimonio, aunque el Evangelio se continúe predicando entre los persas e indios, como ya se predica tiempo ha, y di: «Quienquiera que oiga ese testimonio, si no viene a Cartenna o a sus alrededores, no podrá ser absuelto en absoluto de sus delitos». Si no hablas así, temes que se rían de ti. ¿No quieres que lloren por ti cuando así hablas?
23. Te parece que has dicho algo muy agudo cuando interpretas que el nombre de Católica no significa una comunión universal, sino la observación de todos los divinos preceptos y de todos los sacramentos. Aunque a la Iglesia se la llamase Católica porque retiene toda la verdad, mientras que las diversas herejías retienen una sola parte de esa verdad, ¿quién te ha dicho que nos apoyamos en ese nombre de Católica para demostrar que la Iglesia está extendida por todas las naciones, y no en la promesa de Dios y en los manifiestos oráculos de la misma Verdad? Por lo visto, todo lo que pretendes persuadirme es, en resumen, que sólo habéis quedado los rogatistas con derecho a apellidaros católicos, porque observáis todos los preceptos divinos y todos los sacramentos, y que únicamente en vosotros hallará la fe el Hijo del hombre cuando vuelva. Perdona, no lo creo. Quizá tengáis la audacia de afirmar que vosotros no estáis en la tierra, sino en el cielo, para que entre vosotros pueda hallarse la fe, que el Señor anunció que no encontraría en la tierra57. Sin embargo, el Apóstol nos impuso tanta cautela, que nos mandó anatematizar al ángel del cielo si nos evangeliza una cosa distinta de la que hemos recibido58. ¿Cómo por las divinas letras tendríamos la confianza de haber recibido a Cristo manifiesto, si no recibimos por las mismas fuentes la Iglesia manifiesta? Por muchos expedientes y subterfugios que urdáis contra la sencillez de la verdad, por muchas nieblas de falsedad astuta que difundáis, será anatema quien predique que Cristo no padeció ni resucitó al tercer día, puesto que eso lo hemos recibido por la verdad evangélica: Era necesario que Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día59. Pues del mismo modo será anatema quien predique una Iglesia fuera de la comunión de todas las naciones, puesto que hemos recibido por la misma verdad lo que se dice a continuación: Y que sea predicada en su nombre la penitencia y remisión de los pecados por todas las gentes, comenzando por Jerusalén60. Debemos, pues, retener sin vacilar: Quien os predicare algo fuera de lo que habéis recibido, sea anatema61.
8 24. No escuchamos a los donatistas cuando se oponen a la Iglesia de Cristo, porque ningún testimonio de las divinas letras aducen para demostrarlo. Pues ¿cuánto menos, por favor, debemos escuchar a los rogatistas, quienes ni siquiera pretenden aplicarse a sí mismos lo que está escrito: ¿Dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía?62 Si en este pasaje de las Escrituras queremos identificar el África, puesto que el partido de Donato está bajo la región más ardiente del cielo, los maximianistas os vencerán. Su cisma ha producido ya algunos chispazos en Bizancio y en Trípoli. Seguramente que frente a ellos protestarán los arzuges, pretendiendo que ese texto les pertenece a ellos. Porque la Mauritania Cesariense se acerca más a la parte occidental que a la meridional, y, por lo tanto, no puede ser confundida con toda el África. ¿Cómo podréis gloriaros de estar al mediodía, no digo ya en comparación con todo el mundo, sino en comparación con sólo el partido de Donato? El partido de Rogato es una mínima fracción, sacada de otra fracción algo más grande. Pero ¿no será impudencia estribar en una frase oscura y alegórica y aplicársela a sí mismo, mientras no se aduzcan testimonios manifiestos con cuya luz se aclare lo oscuro?
25. Tenemos que deciros más alto lo que decimos a todos los donatistas. Supongamos, por un imposible, que algunos hallan motivo bastante justo para separar su comunión de la comunión del orbe entero. Supongamos que se llaman Iglesia de Cristo por haberse separado justamente de la comunión de todos los pueblos. ¿Cómo sabéis que en la sociedad cristiana, tan difundida por doquier, no hubo una justa y lejana separación antes de la vuestra? Quizá por ser antigua no pudo llegar hasta vosotros la fama de su justicia. ¿Por qué ha de estar la Iglesia entre vosotros, más bien que entre aquellos que quizá se separaron antes? Ved cómo, por no saber eso, os convertís en un problema para vosotros mismos. Eso les acaece necesariamente a todos los que utilizan a su favor un testimonio extradivino y propio. No podéis decir: «Si eso hubiese acaecido, lo sabríamos». Si os preguntan, ya no sabréis decir ni siquiera en cuántas fracciones se ha dividido el partido de Donato. Especialmente si consideramos que los que crean un nuevo cisma se tienen por tanto más justos cuantos menos en número sony, por ende, son menos conocidos. Quizá unos pocos justos, y, por ende, poco conocidos, se separaron a la parte del aquilón, opuesta al mediodía del África, por alguna causa justa y antigua, antes de que el partido de Donato separase su justicia de la iniquidad de los demás hombres. Quizá sucedió eso, y no es extraño que lo ignoréis. En ese caso, aquéllos formaron la Iglesia de Dios, una especie de Sión espiritual, que se adelantó a todos vosotros en su justa separación, y que aplicará en su favor lo que está escrito: El monte Sión, del lado del aquilón, ciudad del gran rey63. Desde luego, tendría más sólidos fundamentos que los de Donato, cuando se aplica el dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía64.
26. Temes tú que, si sois obligados a entrar en la ciudad por las leyes imperiales, el nombre de Dios será blasfemado más y más por los judíos y paganos. Como si no supiesen los judíos que el antiguo pueblo de Israel estuvo dispuesto a arrasar con la guerra a aquellas dos tribus y media que habían recibido tierras a la otra parte del Jordán, cuando creyó que ellas trataban de separarse de la unidad nacional65. En cuanto a los paganos, mejor podrán blasfemar contra nosotros por las leyes que los emperadores cristianos han promulgado contra los idólatras, y, sin embargo, muchos de ellos se han corregido y convertido al vivo y verdadero Dios, y siguen convirtiéndose cada día. Cierto, si los judíos y paganos creyesen que los cristianos son tan pocos como sois vosotros, que os arrogáis exclusivamente el nombre de cristianos, no se dignarían blasfemar contra nosotros. Nunca cesarían de reír. Debíais temer que os dijeran los judíos: «¿Dónde está lo que dijo vuestro Pablo acerca de esa Iglesia, cuando afirmó: Alégrate, estéril, que no das a luz; salta y grita, tú que no concibes; porque muchos son los hijos de la abandonada, más que los de la casada?»66 ¿No parecía indicar que la muchedumbre de los cristianos iba a ser mayor que la de los judíos, siendo así que la Iglesia de Cristo es tan sólo esa miseria vuestra? Vosotros les diríais: «Por eso somos más justos, porque somos pocos». Los judíos os contestarían: «Seáis lo que seáis, por mucho que digáis, no sois aquellos de quienes se dijo: Muchos son los hijos de la abandonada, si habéis quedado reducidos a tan poca expresión». ¿No lo veis?
27. Tú te defenderás con el ejemplo de aquel justo único que fue hallado digno de ser librado con su casa en el diluvio. Pero ¿no ves cuán lejos estás todavía de la justicia? Mientras te quedes con esos siete tuyos para ser el octavo, no te tendré por justo. Tengo, además, que suponer que no te arrebató la justicia algún otro que se adelantó al partido de Donato y se separó, sabe Dios a dónde, para librarse del diluvio de este mundo. No podéis averiguar si sucedió así. No ha llegado a vuestra noticia, pero tampoco ha llegado a noticia de muchos pueblos de cristianos, que están en apartadas regiones, el nombre de Donato. Por lo tanto, no sabéis con certidumbre dónde está la Iglesia. Seguramente estará allí donde se hizo por primera vez lo que más tarde hicisteis vosotros, suponiendo que pudo haber una causa justa para separarse de la comunión de todo el mundo.
9 28. Nosotros estamos ciertos de que a nadie le es permitido separarse de la comunión de todos los pueblos. Nosotros no buscamos la Iglesia en nuestra propia justicia, sino en las divinas Escrituras, y vemos que todo está cumplido según se prometió. De esa Iglesia se dice: Como el lirio en medio de las espinas, así mi allegada en medio de las hijas67. No se podría hablar de espinas sino por la malignidad de las costumbres, ni de hijas sino por la comunión de sacramentos. Esa Iglesia es la que dice: Desde los extremos de la tierra clamé a ti cuando se angustió mi corazón68. En otro salmo dice también: El hastío me retrajo de los pecadores, que abandonan tu ley69; y también: Vi a los insensatos y me consumía70. Ella es la que dice a su Esposo: ¿Dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía, para que no sea yo como una velada tras los rebaños de tus compañeros?71 Es lo mismo que se dice en otro pasaje: Dame a conocer tu diestra y los instruidos de corazón en la sabiduría72. Lo cual se interpreta así: en esos lugares refulgentes y como abrasados de caridad reposas tú, para que no sea yo como una velada, es decir, oculta e ignorada, y vaya a parar, no a tu rebaño, sino a los rebaños de tus compañeros, es decir, de los herejes. La Esposa los llama compañeros, como a las espinas las llama hijas, por la comunión de los sacramentos. A eso se refiere en otro lugar: Tú tienes un alma conmigo, mi guía, mi familiar, que tomabas conmigo dulces alimentos; en la casa del Señor hemos caminado de acuerdo. Venga la muerte sobre ellos y bajen vivos al infierno73, como bajaron Datán y Abirón, autores del impío cisma74.
29. Es a ella a la que al momento se le contesta: Si no te conoces a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!, vete detrás de las huellas del rebaño y apacienta tus cabritos en las tiendas de los pastores75. ¡Oh respuesta del dulcísimo Esposo! Si no te conoces a ti misma, dice, porque en realidad no puede esconderse la ciudad edificada sobre el monte76. Por eso añade: no eres una tapada con riesgo de dar en los rebaños de mis compañeros. Yo soy como una cumbre elevada sobre la altura de los montes, a la que vendrán todas las gentes77. Si no te conoces a ti misma, no por las palabras de los calumniadores, sino por las palabras de mis libros. Si no te conoces a ti misma, pues de ti se dijo: Alarga más los cordeles y clava estacas, alarga la tienda por la derecha y por la izquierda, porque tu linaje heredará a las gentes y habitarás las ciudades que quedaron desiertas. No tendrás que temer y prevalecerás, ni te avergüences porque fuiste odiada. Olvidarás para siempre tu confusión y no recordarás la ignominia de tu viudez. Porque yo soy el Señor, que te hago; Señor es su nombre. Y el que te salva es Dios de Israel, que será llamado de toda la tierra78. Si no te conoces a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!, ya que de ti se dijo: El rey codició tu hermosura79, porque de ti se dijo: Por tus padres te han nacido hijos, los constituirás príncipes sobre la tierra80. Si no te conoces a ti misma, sal tú. No te despido, sino sal tú, para que de ti se diga: Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros81. Sal por las huellas de los rebaños; no por mis huellas, sino por las de los rebaños, porque no se refiere a las de uno solo, sino a las de los divididos y errantes. Y apacienta tus cabritos, no como se le dijo a Pedro: Apacienta mis ovejas82, sino apacienta tus cabritos en las tiendas de los pastores, no en la tienda de un pastor, donde hay un solo rebaño y un solo pastor83. Luego se conoce a sí misma para que no le acaezca eso, pues eso les acaece a los que no se reconocen en ella.
30. De ella se dice, con alusión al gran número de los pecadores, que es angosta y áspera la ruta que lleva a la vida, y pocos son los que marchan por ella84. Pero al mismo tiempo se dice de su muchedumbre: Tu linaje será como las estrellas del cielo y como las arenas del mar85. Porque los mismos fieles, santos y buenos, son escasos y pocos en comparación de los muchos malos, aunque considerados en sí mismos son muchos: Porque muchos son los hijos de la abandonada, más que los de la casada86. Y muchos vendrán del oriente y del occidente y se recostarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos87. Dios preparó para sí un pueblo numeroso, celoso de las buenas obras88. En el Apocalipsis aparecen muchos miles, que nadie puede contar, de toda tribu e idioma, dotados de estolas cándidas y palmas vencedoras89. Ella es la Iglesia, que a veces queda oscurecida y anublada por la multitud de los escándalos, cuando los pecadores tienden el arco y asaetean en la luna oscura a los rectos de corazón90. Pero aun entonces se destina por la solidez de algunos de sus miembros. En el caso de que tengamos que distinguir en estas divinas palabras, quizá se dijo con razón del linaje de Abrahán: Como las estrellas del cielo y como las arenas de la orilla del mar, entendiendo por estrellas del cielo a los selectos, firmes y notables, mientras que en la arena del mar entra toda la muchedumbre de débiles y carnales, que unas veces aparece quieta y sosegada, en las horas y circunstancias tranquilas, y otras se anega y turba con las olas de las tribulaciones y tentaciones.
31. A los malos tiempos se refería Hilario cuando escribía lo que tú insidiosamente aduces contra los testimonios divinos, como si hubiese perecido la Iglesia en el mundo. Según eso, podrías afirmar que no había muchas iglesias en Galacia, cuando decía el Apóstol: ¡Oh gálatas!, ¿quién os fascinó? Y: Habiendo comenzado en el espíritu, ahora os consumís en la carne. De ese modo calumniáis a un varón docto, que tanto increpó a los remolones y tímidos, a quienes otra vez daba a luz en Cristo, hasta que Cristo fuese formado en ellos91. ¿Quién ignora que muchos ignorantes fueron seducidos con palabras oscuras en los tiempos de Hilario, y se imaginaban que los arríanos creían lo mismo que ellos? ¿Quién no sabe que algunos otros cedieron o simularon que consentían y no caminaban rectamente por la verdad del Evangelio?92 Tú no querrías perdonarlos más tarde, por la sencilla razón de que su conversión es desconocida. En ese caso, no conoces las letras de Dios. Lee lo que Pablo escribió de Pedro y lo que sobre ese punto sintió Cipriano. No te desagrade la mansedumbre de la Iglesia, que recoge a todos los miembros dispersos de Cristo y no dispersa los que están recogidos. Los que en aquella ocasión fueron valientes y pudieron comprender las expresiones insidiosas de los herejes, eran muy pocos en comparación con los demás, pero los unos sufrían con fortaleza el destierro por la fe, mientras los otros permanecían en la sombra por todo el mundo. De este modo se conservó la Iglesia, que se extiende Por todos los pueblos en los graneros del Señor y se conserva hasta el fin, hasta que se apodere de todas las naciones, incluso las bárbaras. Porque ella está figurada en la buena semilla, que sembró el Hijo del hombre, anunciando que crecería entre la cizaña hasta el tiempo de la siega. El campo es este mundo, y la siega es el fin de este mismo mundo93.
32. Hilario, pues, reprendía a diez de las provincias de Asia, es decir, reprendía a la cizaña y no al trigo, o bien reprendía con tanta vehemencia como utilidad al mismo trigo, que por su cobardía peligraba. También las canónicas Escrituras tienen este modo de argüir, hablando a todos en general para que las palabras lleguen a algunos en particular. El Apóstol, por ejemplo, dice a los corintios: ¿Cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?94, manifestando que no todos lo dicen, pero que los que lo dicen están dentro de ellos y no fuera. Quiere evitar que sean seducidos por esos pocos todos los que sienten otra cosa, y así da el siguiente aviso poco después: No os dejéis seducir; corrompen las buenas costumbres las malas palabras. Sed sobrios, justos, y no pequéis; algunos viven en la ignorancia de Dios; os lo digo con respeto. Dice luego: Habiendo entre vosotros tanta envidia y discordia, ¿no es verdad que sois carnales y camináis según el hombre?95 Parece que habla a todos, y ya ves cuán grave es lo que dice. Y, sin embargo, leemos también en esa carta: Continuamente doy gracias a mi Dios por vosotros, en la gracia de Dios que se os ha dado en Jesucristo, porque en todo habéis sido enriquecidos en El, en toda palabra y en toda ciencia, como el testimonio de Cristo está confirmado entre vosotros, de modo que nada os falta en gracia alguna96. Si no leyésemos esto, pensaríamos que todos los corintios eran carnales y animales, que no percibían las cosas que son del Espíritu de Dios, disputadores, envidiosos, partidarios de los caminos de los hombres. Luego el todo el mundo se ha pasado al enemigo97 se aplica a la cizaña, que está por todo el mundo; pero Cristo es el intercesor por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo98; y esto se aplica al trigo, que también está por todo el mundo.
33. Sin duda se resfría la caridad de muchos99 por la abundancia de escándalos, cuando se propaga la glorificación de Cristo y crece más y más la muchedumbre de los que participan en la comunión de los sacramentos del mismo. Participan aun los malignos y perseveran en su perversidad, en concepto de paja de la era del Señor, que no puede ser separada hasta la última bielda100. Pero estos tales no sofocan el trigo dominical; éste es escaso en comparación con la paja, pero es mucho en sí mismo. No sofocan los malos a los elegidos del Señor, que han de ser congregados al fin del mundo, como dice el Evangelio, desde los cuatro vientos, desde la cumbre de los cielos hasta su último límite101. Es voz de los mismos elegidos: Sálvame, Señor, porque ya no hay tantos, porque han disminuido las verdades entre los hijos de los hombres102. De ellos dice el Señor, aludiendo a la abundancia de la iniquidad: Quien perseverase hasta el fin, ése será salvo103. En dicho salmo no es un hombre el que habla, sino que hablan muchos, como lo demuestra lo que dice a continuación: Tú, Señor, nos conservarás y nos guardarás de esta generación para siempre104. Por la abundancia de iniquidad, que el Señor nos tiene anunciada, se dijo también: Cuando venga el Hijo del hombre, ¿piensas que hallará je sobre la tierra?105 Esa duda del que todo lo sabe significa nuestra duda sobre El, defraudada tantas veces en personajes de quienes se esperaba mucho. Se descubre un buen día que son otra cosa de lo que se esperaba, y la Iglesia se siente tan perturbada en sus miembros, que ya se resiste a creer en el bien de alguno de ellos. Pero no es lícito dudar de que también crecen con la cizaña por todo el campo todos esos a quienes Cristo ha de encontrar en la tierra con fe.
34. Esta es la Iglesia. Va bogando con los malos peces en la red del Señor, pero está separada de ellos por el corazón y las costumbres y puede presentarse a su Esposo llena de gloria, sin mancha ni arruga106. Ella espera la separación corporal en la playa del mar, es decir, en el fin de los tiempos107, corrigiendo a los que puede, tolerando a los que no puede corregir. Pero no abandona la unidad de los buenos por razón de los malos, cuya maldad no puede corregir.
10 35. No te dediques, hermano, a recoger textos falsamente acusatorios contra tantos, tan claros e indudables testimonios divinos, en los escritos de los obispos, ni de los nuestros, como Hilario, ni de los anteriores al cisma de Donato, como Cipriano y Agripino. En primer lugar hay que distinguir este linaje de escritos de la autoridad del canon. Los mencionados autores no se alegan como testimonios a los cuales no sea lícito oponerse, si es que quizá se apartaron en algo de la verdad. Yo soy del número de ellos, y no juzgo indecoroso darme por aludido en aquella frase del Apóstol: Y si algo sabéis de otra manera, el Señor os lo revelará; pero, en conformidad con nuestra meta, caminemos por esta ruta108. Es decir, marcharemos por la ruta, que es Cristo, de la cual habla el Salmo diciendo: El Señor se compadezca de nosotros y nos bendiga; ilumine su faz sobre nosotros, para que en la tierra conozcamos tu ruta, en todas las gentes tu salvación109.
36. En segundo lugar, si es que tanto te complace la autoridad de San Cipriano, obispo y glorioso mártir, autoridad que nosotros distinguimos muy bien de la canónica, como te dije, ¿por qué no te complace su conducta? Mantuvo con amor y defendió de palabra la unidad del orbe terráqueo y de todas las gentes. A los que pretendían separarse de ella, teniéndose por justos, los tachó de arrogantes y orgullosos, burlándose de ellos porque querían reservarse lo que el Señor no concedió ni siquiera a los apóstoles, esto es, al recoger la cizaña antes de tiempo y separar la paja del trigo, como si se les hubiese otorgado privilegio de quitar la paja y limpiar la era110. Mostró que nadie podía mancillarse con pecados ajenos, que es el único motivo que presentan todos los promotores de vuestro impío cisma. En ese mismo punto, en que su opinión se diferenciaba de la de sus colegas, estimó que no debía juzgarlos ni separarlos del derecho a la comunión. La carta a Jubaiano fue leída por primera vez en ese concilio, a cuya autoridad os remitís vosotros para rebautizar. Pues bien, en esa carta confiesa que en el pasado eran admitidos en la Iglesia los que en otra parte habían sido bautizados, sin rebautizarlos de nuevo. Nadie creía que careciesen de bautismo. En fin, tanta utilidad y salud vincula Cipriano a la paz y salud de la Iglesia, que por esa paz cree que no se debe apartar a los pecadores, sus colegas.
37. Conozco tu ingenio y sé que adviertes que en este punto se desmorona y hunde totalmente vuestra causa. Supongamos que, como vosotros pensáis, la Iglesia universal hubiese perecido cuando vosotros os separasteis de ella porque ella comunicaba sus sacramentos con los pecadores. En ese caso ya había perecido toda anteriormente, puesto que, según el testimonio de Cipriano, todos eran admitidos en ella sin nuevo bautismo. Es más, ni siquiera Cipriano tenía Iglesia en que nacer. ¿Cuánto menos la tenía vuestro fundador y padre, Donato, que es muy posterior? Pero si en aquel tiempo en que se admitía sin rebautizar existía la Iglesia, que dio a luz a Cipriano y dio a luz a Donato, entonces es manifiesto que los justos no se contaminan con los pecadores cuando comunican con ellos los sacramentos. Por lo mismo, no tenéis pretexto alguno para justificar esa división, por la que os separasteis de la unidad, y se cumple en vosotros aquel oráculo de la Sagrada Escritura: El hijo malo se declara justo a sí mismo, pero no justifica su salida111.
38. No se equipara a Cipriano en méritos el que no se atreve a rebautizar ni a los mismos herejes porque admite la comunión de sacramentos; como se equipara a Pedro en méritos quien no obliga a los gentiles a judaizar. Las Escrituras canónicas refieren no sólo el hecho de la claudicación de Pedro, sino también su corrección. Del mismo modo, encontramos, no en las Escrituras canónicas, pero sí en las cartas de Cipriano y en las del concilio, que Cipriano tuvo acerca del bautismo una opinión algo diferente de la forma y costumbre que refiere la Iglesia. Es también cierto que no se hace constar que haya corregido su opinión. Pero es muy atinado suponer que un tal varón la corrigió, y que la corrección fue suprimida por los que se deleitaban en su error y no querían renunciar a un tal linaje de patrocinio. Hasta hay quienes dicen que ésa no fue nunca opinión de Cipriano, sino que la formularon bajo su nombre unos presuntuosos interpoladores. La integridad y legitimidad de un obispo, por muy ilustre que fuere, no puede mantenerse en pie de igualdad con la Escritura canónica, que está escrita en tantos idiomas, que se conserva en el orden y sucesión de la jerarquía eclesiástica. Y, no obstante, no faltaron quienes bajo el nombre de los apóstoles interpolaron hartas cosas contra ella. Trabajaron en vano, naturalmente, ya que es tan encarecida, celebrada y conocida. Pero este conato de audacia impía contra aquellas Escrituras, que están respaldadas con tal cúmulo de autoridades, aunque estaba condenado a frustrarse, demuestra lo que se pudo hacer contra unos libros que no estaban garantizados por la autoridad canónica.
39. Yo, sin embargo, no niego que Cipriano tuviese esa opinión, por dos motivos: su estilo tiene un cierto carácter por el que se le puede reconocer; además, nuestra causa se muestra en ese punto más invicta contra vosotros. Es fácil desvanecer con el citado testimonio la presunción de vuestro cisma, pues pretendisteis no mancillaros con pecados ajenos. En la carta de Cipriano se afirma que se participaban los sacramentos con los pecadores; pues eran admitidos dentro de la Iglesia los que, según vuestra sentencia y según la que le atribuís a él, carecerían del bautismo. Sin embargo, no pereció la Iglesia, sino que el trigo del Señor, esparcido por todo el mundo, se mantuvo en la dignidad que le corresponde. Si es que estáis perturbados y queréis refugiaros en la autoridad de Cipriano como en un puerto, ya veis que vuestro error choca contra ese gran escollo. Y si no pretendéis refugiaros ni siquiera en él, sin lucha naufragáis.
40. En realidad, o bien Cipriano no sintió en absoluto lo que vosotros le atribuís, o bien después lo corrigió conforme a la norma de la verdad, o bien este lunar de su inmaculado pecho quedó lavado en la fuente de la caridad, cuando defendió con generosidad la unidad de la Iglesia, que crecía por todo el mundo, y mantuvo con perseverancia el vínculo de la paz, pues está escrito: La caridad cubre la muchedumbre de los pecados112. A esto ha de añadirse que, por ser un sarmiento lleno de frutos, el Padre lo podó con la segur de la pasión, si algo tenía que corregir, como dice el Señor: Al sarmiento que en mí da fruto, le podará mi Padre para que dé más fruto113. Y ¿por qué, sino porque se mantuvo unido a la vitalidad de la vid y no perdió la raíz de la unidad? Porque, aunque hubiese entregado su cuerpo a las llamas, si no hubiese tenido caridad, de nada le hubiese servido114.
41. Presta un poco más de atención todavía a la carta de Cipriano, para que veas lo inexcusable que, según él, es quien trata de separarse de la unidad de la Iglesia, que Dios prometió y realizó en todas las naciones. Ese tal se separa por causa de su propia justicia. Así comprenderás cuánta verdad hay en la sentencia que yo más arriba mencioné: El hijo malo se declara justo a sí mismo, pero no justifica su salida. Dice, pues, Cipriano en una carta que escribió a Antoniano una cosa decisiva para la cuestión que traemos entre manos. Pero mejor voy a ponerte sus mismas palabras: «Algunos de los obispos, nuestros antecesores en esta provincia, creyeron que no se debía dar la paz a los fornicarios, y cerraron del todo la puerta a la penitencia por los adulterios. Pero no se apartaron del colegio de sus coepíscopos ni rompieron la unidad de la Iglesia católica con su obstinación o censura. Puesto que en otras partes se les daba la paz a los adúlteros, quien no la daba era arrojado de la Iglesia. Mientras permanece el vínculo de la concordia y persevera indiviso el sacramento de la Iglesia católica, cada obispo gobierna y acomoda sus actos, pronto a dar cuenta de la conducta a su Señor». ¿Qué dices a esto, hermano Vicente? Ya ves que este gran varón, obispo pacífico y mártir pacientísimo, no combatió nada con mayor vehemencia que la ruptura de la unidad de los vínculos. Ya le ves dando a luz no sólo para que nazcan los pequeñuelos concebidos en Cristo, sino también para que los ya nacidos no se desprendan del regazo de su madre y mueran.
42. Atiende ahora a lo que dijo contra los separadores impíos. Si los que daban la paz a los adúlteros arrepentidos comulgaban con los adúlteros, ¿acaso mancillaba a los buenos la compañía de los que daban la paz? Si había razón para dar la paz a los adúlteros arrepentidos, como lo manifiesta la verdad y como lo manifiesta la Iglesia con razón, los que cerraban enteramente las puertas de la penitencia a los adúlteros obraban impíamente: negaban la salud a los miembros de Cristo, sustraían el poder de las llaves en beneficio de los que llamaban a la Iglesia, contradecían con su áspera crueldad la paciencia misericordiosa de Dios, que dejaba vivir a los adúlteros para que se curasen por la penitencia, ofreciendo el sacrificio del espíritu contrito y del corazón atribulado. Y, sin embargo, ya lo ves, el cruel error e impiedad de los pecadores no mancillaba a los misericordiosos y pacíficos que participaban con ellos de los sacramentos cristianos; los toleraban dentro de las redes de la unidad hasta que la barquilla llegase a la playa para proceder a la separación115. Si decís que los mancillaba, la Iglesia pereció por comulgar con los malos, y no pudo dar a luz al mismo Cipriano. Si la Iglesia subsistió, que es lo cierto, cierto es también que en la unidad de Cristo nadie se mancilla con los pecados ajenos, mientras no consienta en las acciones de los malos. Se mancillaría si participase en los mismos pecados, pero no se mancilla cuando por la sociedad de los buenos tolera a los malos, como se tolera la paja en la era del Señor hasta que llegue la última bielda116. Siendo esto así, ¿dónde queda la presunción de vuestro cisma? ¿No sois hijos malos cuando os decís justos y no justificáis vuestra separación?
43. Voy a recordaros lo que en sus escritos consignó Ticonio, cierto autor que pertenece a vuestra comunión. Parece haber escrito más bien contra vosotros en favor de la Iglesia católica. Y entonces, ¿por qué se separó de la Iglesia católica? Con sola esa pregunta le abate Parmeniano. ¿Qué podréis contestar a Ticonio, sino lo que el mismo Ticonio dijo de vosotros, lo que yo te cité antes, a saber, «lo que queremos, eso es lo santo»? Escribe, pues, ese Ticonio, un autor, como digo, de vuestra comunión, que son doscientos setenta obispos vuestros los que celebraron el concilio de Cartago. En ese concilio se estudiaron durante setenta y cinco días todos los sucesos pasados. Después de limar bien la sentencia, se decretó que se diese la comunión, como si estuviesen puros, a ciertos traidores reos de un inmenso crimen, aunque se negaban a dejarse rebautizar. Afirma también que Deuterio Macrianense, obispo de vuestra comunión, aceptó la multitud de traidores que estaba reunida en la iglesia; realizó esa unión con los traidores en conformidad con las normas del concilio celebrado por los doscientos setenta obispos vuestros. Añade, finalmente, que Donato otorgó más tarde la comunión a Deuterio, y no sólo a Deuterio, sino también a todos los obispos de Mauritania, durante cuarenta años. En resumen, afirma Ticonio que todos ésos comulgaron con vosotros sin nuevo bautismo hasta la persecución que Macario promovió contra los traidores.
44. Pero dirás: «¿Quién es este Ticonio?» Es aquel Ticonio a quien ataca en su contestación Parmeniano, amenazándole para que no escriba tales cosas. Pero Parmeniano no refuta lo que Ticonio escribe. Únicamente le amonesta, como dije arriba, porque dice esas cosas de la Iglesia católica, difundida por todo el mundo. Si dentro de ella nadie se mancilla por ajenos pecados, ¿por qué Ticonio se había separado del contagio de los africanos traidores y estaba en el partido de Donato? Sólo eso le echa en cara. Podía haber dicho Parmeniano que todo ello era mentira. Pero, como sugiere el mismo Ticonio, vivían todavía muchos que podían demostrar que las afirmaciones eran ciertas y notorias.
45. Pasemos eso por alto. Defiende tú que Ticonio mintió. Volvamos a Cipriano, cuyo recuerdo tú despertaste. De los escritos de Cipriano resulta que, si dentro de la unidad se mancillan todos con los pecados ajenos, ya pereció la Iglesia mucho antes de Cipriano, y él mismo no pudo nacer en ella. Decir eso es un sacrilegio, pues es cierto que la Iglesia subsiste. Luego nadie se mancilla con pecados ajenos dentro de la unidad. En vano, hijos malos, os llamáis justos, pues no justificáis ni excusáis vuestra separación.
11 46. Y tú replicas: «¿Pues por qué nos buscáis? ¿Por qué recibís a los que llamáis herejes?» Mira cuan fácil y brevemente te respondo. Os buscamos porque perecisteis, para gozarnos de vuestro encuentro, como antes lamentamos vuestra perdición. Decimos que sois herejes, pero antes de convertiros a la paz católica, antes de desnudaros del error en que estáis aprisionados. Pero cuando pasáis a nosotros dejáis lo que erais, para no pasar siendo herejes a nosotros. Pues «bautízame», dices tú. Lo haría yo si tú no estuvieses bautizado o si estuvieses bautizado con bautismo de Donato o Rogato y no con el de Cristo. No son los sacramentos cristianos los que te hacen hereje, sino tu cisma infame.
Por ese mal que procedió de ti no voy a negar el bien que se quedó contigo. Ese bien lo retienes para tu perjuicio si no lo tienes en el lugar de donde procede el que sea bueno lo que tienes. Porque de la Iglesia católica son todos los sacramentos del Señor, que tenéis y dais como se tenían y daban antes de que salieseis vosotros de la Iglesia. No dejáis de tenerlos porque ya no estáis en el lugar de donde ellos proceden. No os cambiaremos lo que tenéis de común con nosotros, pues en muchas cosas vamos de acuerdo. Por eso se dijo: En muchas cosas iban conmigo117. Corregimos aquello en lo que no estáis de acuerdo con nosotros, y queremos que recibáis las cosas que no tenéis en ese lugar donde estáis. Con nosotros estáis en el bautismo, en el símbolo de la fe, en los demás sacramentos del Señor. Pero no estáis con nosotros en el espíritu de unidad, ni en el vínculo de la paz118, ni en la misma Iglesia católica. Si recibís esto, no adquiriréis lo que no teníais, sino que os aprovechará lo que teníais. No recibimos a los vuestros como vosotros pensáis; al recibirlos, hacemos nuestros a los que se apartan de vosotros para ser recibidos por nosotros. Pero antes de empezar a ser nuestros, dejan de ser vuestros. No obligamos a unirse a nosotros a esos obreros de un error119 que es para nosotros detestable, sino que pretendemos que se unan con nosotros esos hombres para que no sean lo que nosotros detestamos.
47. «Pablo el Apóstol bautizó después de Juan»120, dirás tú. Es verdad, pero ¿bautizó acaso después de un hereje? Si tienes la audacia de llamar hereje a aquel amigo del Esposo121 y afirmas que no estuvo dentro de la unidad de la Iglesia, deseo que lo consignes por escrito. Y si es una locura el pensar o decir eso, ya puede tu prudencia comprender por qué Pablo el Apóstol bautizó después de Juan. Si se puede rebautizar después de bautizar un igual, debéis rebautizar a los bautizados por vosotros. Si después de bautizar un superior, debes tú rebautizar a los bautizados por Rogato. Si después de bautizar un inferior, debió Rogato rebautizar a los que tú bautizaste siendo presbítero. Y si el bautismo que ahora se da vale lo mismo en los bautizados, aunque los bautizadores tengan diferentes méritos, porque es de Cristo y no de los ministros, en ese caso ya entenderás que Pablo dio a algunos el bautismo de Cristo porque estaban bautizados con el bautismo de Juan y no con el de Cristo. Se llamaba bautismo de Juan, como se ve por muchos lugares de la divina Escritura, a aquel del que dijo el mismo Señor: el bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?122 En cambio, el bautismo que dio Pedro no era de Pedro, sino de Cristo; y el bautismo que dio Pablo no era de Pablo, sino de Cristo; y el que dieron aquellos que en tiempo de los apóstoles anunciaban a Cristo por envidia y no castamente123, no era de ellos, sino de Cristo; y el que dieron aquellos sujetos que en tiempo de Cipriano robaban las haciendas con fraudes y astucias y aumentaban el lucro multiplicando la usura, no era de ellos, sino de Cristo. Y porque era de Cristo, aprovechaba de igual modo a los bautizados, aunque no fuesen iguales los que lo administraban. Si tanto mejor es uno bautizado cuanto mejor sea el ministro del bautismo, no fue justo el Apóstol al dar gracias a Dios porque no había bautizado a nadie en Corinto sino a Crispo, a Gayo y a la casa de Estéfana; hubiesen sido los corintios tanto mejor bautizados cuanto mejor era Pablo, si él los hubiese bautizado. En fin, cuando dice: Yo planté, Apolo regó124, parece dar a entender que él evangelizó y Apolo bautizó. ¿Acaso era mejor Apolo que Juan? Pues ¿por qué no bautizó después de Apolo quien había bautizado después de Juan, sino porque aquel bautismo era de Cristo, fuese quien fuese el que lo administrara, y, en cambio, este otro bautismo era de Juan, aunque preparase a Cristo el camino, fuese quien fuese el que lo administrara?
48. Parece cosa de animosidad el decir: «Después de Juan se bautizó y después de los herejes no se bautiza». También se podía decir con la misma animosidad: «Después de Juan se bautizó y después de los borrachos no se bautiza». Prefiero mencionar el vicio de la embriaguez, porque no lo pueden ocultar los que lo tienen, y ¿quién ignora, aunque sea ciego, cuántos borrachos hay por todas partes? Y, sin embargo, entre las obras de la carne que impedirán la obtención del reino de Dios a los que las practican, menciona el Apóstol la embriaguez lo mismo que la herejía, diciendo: Manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicaciones, impurezas, derroches, idolatría, magia, enemistades, contiendas, emulaciones, animosidad, disensiones, herejías, envidias, embriagueces, comilonas y cosas semejantes; vuelvo a preveniros, como os previne, que los que tal hacen no poseerán el reino de Dios125. Se pudo bautizar después de Juan y no se bautiza después de un hereje, por la misma razón por la que se bautizó después de Juan y no se bautiza después de un borracho. Porque la herejía y la embriaguez se cuentan del mismo modo entre las obras que impedirán la obtención del reino de Dios a los que las practiquen. ¿Te parece intolerablemente indigno el que se bautizara después de aquel Juan que no bebía vino con sobriedad, porque no lo bebía en absoluto, y preparaba el camino del reino de Dios, y, en cambio, no se pueda bautizar después de un borracho, que no poseerá el reino de Dios? ¿Qué contestaremos, sino que era de Juan aquel bautismo, después del cual bautizó el Apóstol con el bautismo de Cristo, y, en cambio, es de Cristo el bautismo con que bautiza el borracho? Entre Juan y el borracho hay una gran diferencia por oposición; entre el bautismo de Cristo y el de Juan no hay oposición, pero hay una gran diferencia. Entre el Apóstol y el borracho hay una gran diferencia; entre el bautismo que dio el Apóstol y el que da el borracho no hay diferencia alguna. Del mismo modo, entre Juan y el hereje hay una gran diferencia por oposición; entre el bautismo de Juan y el bautismo de Cristo que da el hereje no hay oposición, pero hay gran diferencia. Entre el bautismo de Cristo que dio el Apóstol y el bautismo de Cristo que da el hereje no hay diferencia alguna. Se reconoce la misma clase de sacramentos aun cuando sea grande la diferencia de méritos del ministro.
49. Perdona. Me he equivocado al tratar de convencerte con el ejemplo del borracho que bautiza. Me había olvidado de que estaba tratando con un rogatista y no con un donatista cualquiera. Quizá entre tus escasos colegas y entre vuestros clérigos no se halle ni siquiera un borracho. Porque vosotros sois los que mantenéis la fe católica, no en cuanto es comunión de todo el mundo, sino en cuanto es observancia de todos los preceptos divinos y de todos los sacramentos; sólo en vosotros encontrará esa fe el Hijo del hombre cuando vuelva, cuando no encontrará fe en la tierra126; porque ya no sois tierra ni estáis en la tierra, sino que sois celestiales y habitáis en el cielo. Pero ¿no teméis y no reparáis en que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes?127 ¿Y no os impresiona aquel pasaje del Evangelio donde dice el Señor: Cuando viniere el Hijo del hombre, ¿piensas que hallará fe en la tierra?128 Porque a continuación, como adivinando que no habían de faltar quienes se arrogasen esa fe, dijo a algunos, que se tenían a sí mismos por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: Dos sujetos subieron al templo a orar, uno fariseo y otro publicano129, y todo lo demás. Contéstate tú mismo a esa parábola. Y examina con mayor diligencia a esos pocos compañeros tuyos, para saber si no hay entre ellos ningún borracho que administre el bautismo. Porque esta pestilencia ha invadido tan extensamente las almas y reina con tanta libertad, que me causará gran maravilla si no ha penetrado también en vuestra reducida grey; eso, aunque os jactéis de ser las ovejas que han sido separadas de los cabritos ya antes de la venida del Hijo del hombre, único buen Pastor130.
12 50. Escucha por ministerio mío la voz del trigo del Señor que entre la paja se fatiga dentro de la era del Señor hasta que llegue el tiempo de la última bielda131; es decir, del pueblo que trabaja en todo el mundo, porque Dios llamó a la tierra desde el nacimiento del sol hasta el ocaso132, y en la cual hasta los niños alaban al Señor.
No me complace a mí quien os persigue a vosotros con ocasión de la actual ley imperial, no por amor de vuestra corrección, sino por afán de combatiros. Realmente, nadie posee con justicia bien alguno terreno sino o por un derecho divino, por el cual todas las cosas pertenecen a los justos, o por un derecho humano, que está a merced de los reyes de la tierra. Por eso llamáis falsamente vuestros esos bienes que no poseéis en virtud de vuestra justicia, y os son sustraídos en conformidad con las leyes de los reyes terrenos. En vano decís: «Nosotros hemos trabajado para reunir estos bienes», ya que leéis: Los justos comerán las fatigas de los impíos133. Pero, no obstante todo eso, me desagrada todo aquel que se aprovecha, para apetecer codiciosamente vuestros bienes, de esa ley que los reyes de la tierra, al servicio de Cristo, han promulgado para corregir vuestra impiedad. Me causa desagrado, finalmente, todo el que retiene, no por justicia, sino por avaricia, los bienes de los pobres y las basílicas de las asambleas (cristianas) que vosotros ocupabais bajo el nombre de Iglesia, y que a nadie se deben entregar sino a la que es verdadera Iglesia de Cristo. Me desagrada todo el que recibe a un sujeto a quien vosotros habéis expulsado por una deshonestidad o crimen, y le admite y le equipara a los que son admitidos sin haber cometido entre vosotros otro pecado que el del error que nos separa. No es fácil que probéis que se ha obrado así con vosotros. Pero, si lo probáis, nosotros toleramos a los que no podemos corregir o castigar. No abandonamos por causa de la paja la era del Señor134. Por causa de los peces malos no rompemos la red del Señor135. Por causa de los cabritos, que al fin quedarán excluidos, no abandonamos la grey del Señor136. Por causa de los vasos fabricados para deshonra no abandonamos la casa del Señor137.
13 51. Por lo que creo entender, hermano, tú pasarás a nuestra Iglesia, que, al parecer, ya tienes por verdadera, si no atiendes a la gloria vana de los hombres y desprecias las injurias de los insensatos, que dirán: «¿Por qué ahora?» No tengo que ir a buscar muy lejos los testimonios en que manifiestas tu inclinación, ya que al principio mismo de esta carta a la cual estoy contestando pones estas palabras: «Sé perfectamente que estás todavía muy apartado de la fe cristiana; que en otro tiempo te dedicaste al estudio de las letras y cultivaste la quietud y la honestidad; después, según he llegado a saber por la relación de muchos, te convertiste a la fe cristiana y te dedicaste a las disputas legales». Si tú me has enviado esta carta, tales palabras son tuyas sin duda. Confiesas, pues, que me convertí a la fe cristiana, siendo así que yo no me convertí a los donatistas ni a los rogatistas. Con eso confirmas, indudablemente, que aun fuera de los rogatistas y donatistas vive la fe cristiana. Como te digo, ésta es la fe que se dilata en todas las regiones, que son bendecidas en el linaje de Abrahán138, según la promesa de Dios. ¿Por qué vacilas en abrazar lo que ya piensas, sino porque te abochornas de no pensar ahora lo que pensaste en otro tiempo? Pero ¿te avergonzarás de corregir el error y no te causará vergüenza el permanecer en el error, cosa que sin duda es harto más vergonzosa?
52. Esto es aquello que la Escritura no pasó por alto, al decir: Hay una confusión que lleva al pecado y hay una confusión que lleva a la gracia y a la gloria139. Lleva al pecado la confusión cuando alguno se avergüenza de cambiar de parecer para que no le tachen de inconstante o se vea obligado a confesar que estuvo mucho tiempo en el error; así bajan al infierno vivos140, es decir, sintiendo su perdición; símbolo de los tales fueron ya hace tanto tiempo Datán, Abírón y Coré, al ser tragados por una quebrada de la tierra141. Pero la confusión lleva a la gracia y a la gloria cuando uno se avergüenza de su propia iniquidad y se hace mejor con el arrepentimiento. Eso es lo que no haces por pereza, porque te domina aquella perniciosa confusión; temes que los ignorantes reprochen tu conducta con aquella apostólica sentencia: Si lo que destruí lo vuelvo a edificar, me hago a mí mismo prevaricador142. Si eso pudiera alegarse contra los que se corrigen y predican la verdad, que antes por perversidad combatían, se hubiera aplicado primero al mismo Pablo, en quien las Iglesias de Cristo glorificaban a Dios cuando oían que evangelizaba la fe aquel que antes la arruinaba143.
53. Piensa que nadie puede pasar sin penitencia del error a la verdad, ni del pecado, grande o pequeño, a la corrección. Pero sería un error descarado calumniar a la Iglesia, que es la Iglesia de Cristo, como consta por tantos testimonios divinos, porque trata de un modo a los apóstatas que corrigen su pecado con la penitencia y de otro modo muy distinto a los que nunca estuvieron en ella y reciben por primera vez su paz. A los primeros los humilla más, a éstos los recibe con mayor blandura, pero a ambos los ama, a ambos los sirve con materna caridad para que se curen. Aquí tienes una carta más larga probablemente que tu deseo. Hubiese sido mucho más breve si, al contestarte, sólo hubiese pensado en ti. Pero, aunque a ti no te aproveche, pienso que aprovechará a los que procuren leerla con temor de Dios y sin acepción de personas. Amén.