Tema: La visión de Dios.
Agustín, obispo, saluda en el Señor a Itálica, señora eximia y justamente distinguida, e hija digna de ser honrada en la caridad de Cristo.
Hipona. Poco antes del año 408.
1. Vi que deseabas con afán carta mía, no sólo por la tuya, sino también por referencias de quien me la trajo. Crees que por mi carta podrás recibir un gran consuelo. Tú verás lo que puedes sacar de ésta, pero yo no puedo negártela ni diferirla. Consuélente tu fe y tu esperanza y la misma caridad que se difunde en los piadosos corazones por el Espíritu Santo1, del cual hemos recibido ya algo como prenda2, para que nos animemos a desear la misma plenitud. No debes juzgarte desolada mientras, según el hombre interior, tengas presente a Cristo en el corazón por la fe3, o por lo menos no debes entristecerte como los paganos, que no tienen esperanza4. Bajo la más veraz promesa esperamos que de esta vida tenemos que emigrar. Sabemos que no perdemos, sino que enviamos por delante a nuestros familiares cuando ellos emigran. Sabemos, finalmente, que hemos de llegar a aquella vida en que nuestros familiares nos serán, cuanto mejor conocidos, tanto más queridos y amables. En aquella vida no habrá ya temor alguno de apartamiento.
2. Aunque conocías perfectamente a tu cónyuge, por cuya muerte te dices viuda, mejor se conocía él a sí mismo que le conocías tú. Y ¿por qué, siendo así que tú veías su semblante corporal, que él no podía ver, sino porque tenemos en nuestro interior una más cierta noticia de nosotros, allí donde nadie conoce las cosas que son del hombre, sino el espíritu del hombre que en él está? Mas, cuando viniere el Señor e iluminare los secretos de las tinieblas y manifestare los pensamientos del corazón5, entonces ninguna cosa del prójimo se ocultará en el prójimo; nadie tendrá nada que mostrar a los suyos y esconder a los extraños, puesto que nadie habrá que sea extraño. ¿Cuál y cuán grande será aquella luz que iluminará todos estos misterios que ahora se ocultan en los corazones? ¿Qué lengua podrá declararla o, por lo menos, qué pensamiento podrá tocarla? En realidad, aquella luz es el mismo Dios, porque luz es Dios y no hay en El tiniebla alguna6. Pero es luz de las mentes purificadas, no de estos ojos del cuerpo. Entonces será idónea para ver aquella luz esta mente que ahora no lo es.
3. Los ojos del cuerpo ni ahora pueden ni entonces podrán ver esa luz. Todo lo que puede verse con los ojos del cuerpo, debe necesariamente estar en un determinado lugar, y no todo en todas partes; debe ocupar con una menor parte de sí un menor espacio, y con una mayor parte de sí un mayor espacio. Mas no es así el Dios invisible e incorruptible, el único que tiene la inmortalidad y habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver7. El hombre no puede verle mediante el órgano corpóreo con que ve los cuerpos. Pero, si fuese inaccesible a las mentes piadosas, no se nos diría: Acercaos a Él y seréis iluminados8; si a las mentes piadosas fuese invisible, tampoco se nos diría: Le veremos como Él es. Repara en todo el pensamiento que nos presenta la carta de Juan: Carísimos, dice, hijos de Dios somos y todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es9. Luego en vano le veremos en cuanto seremos semejantes a Él, puesto que ahora en tanto no le vemos en cuanto que somos desemejantes. Nos permitirá verle aquello que nos asemeja a Él. ¿Y qué loco osará decir que somos o seremos semejantes a Dios por el cuerpo? Esta semejanza debe ponerse, pues, en el hombre interior que se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen de aquel que le creó10. Ahora bien, en tanto nos hacemos semejantes a Dios en cuanto progresamos más y más en su conocimiento y amor, porque, aunque nuestro hombre exterior se corrompa, el interior se renueva de día en día11. Por eso, aunque en esta vida vaya alguien espiritualmente muy adelantado, está siempre muy lejos de aquella perfección de la semejanza que es idónea para ver a Dios cara a cara12, como dice el Apóstol. Si en estas palabras quisiéremos entender el semblante corporal, se seguiría que también Dios tiene un tal semblante y que entre su semblante y el nuestro ha de haber algún espacio cuando le veamos cara a cara. Y sí hay un intervalo, hay también un límite y una figura que recorta los miembros y demás absurdos que sería impío decir o pensar, y con que el hombre animal se engaña en sus falacísimas vanidades, porque no percibe las cosas que son del espíritu de Dios13.
4. Dicen algunos de esos que parlotean tales tonterías, según ha llegado a mi noticia, que ahora vemos a Dios con la mente y entonces le veremos con el cuerpo. Y hasta aseguran que los mismos impíos verán a Dios de igual modo. Mira cuánto van progresando de mal en peor; sin límite de sonrojo ni cautela, se abandonan ya a su locuacidad impune, vagando de acá para allá. Antes decían que su propia carne había recibido de Cristo ese privilegio de poder ver a Dios con los ojos del cuerpo. Luego añadieron que todos los santos, al recuperar sus cuerpos en la resurrección, verán a Dios del mismo modo. Ahora ya han regalado también a los impíos esa posibilidad. Pero regalen cuanto quieran a quienes quieran, pues ¿quién se atreverá a oponerse a unos hombres que regalan de lo suyo? Ahora que quien habla mentira, de lo suyo habla14. Tú, en comunión con aquellos que tienen la sana doctrina, no oses apropiarte nada de lo de ésos. Cuando lees: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios15, entiende que los impíos no lo verán, porque los bienaventurados y limpios de corazón no son los impíos. Igualmente, cuando lees: Ahora le vemos por espejo y en enigma y entonces le veremos cara a cara16, entiende que entonces le veremos faz a faz, con el mismo órgano con que le vemos ahora por espejo y en enigma. Ambas son funciones del hombre interior, tanto en esta peregrinación, en la que se camina por la fe, en la que utilizamos el espejo y el enigma, cuanto en aquella patria en la que le veremos por visión, pues en lugar de visión se dijo: faz a faz.
5. Oiga la carne embriagada de carnales pensamientos: Dios es espíritu, y por eso los que adoran a Dios deben adorarle en espíritu y en verdad17. Si deben adorarle en espíritu, ¿cuánto más si se trata de verle? ¿Quién osará afirmar que la sustancia de Dios se ve corporalmente, en tanto que se resiste a adorarla corporalmente? Pero se imaginan que son agudos cuando dicen y presionan preguntando: «¿Pudo Cristo otorgar a su carne el privilegio de ver corporalmente a su Padre o no lo pudo?» Si decimos que no lo pudo, pregonan que suprimimos la omnipotencia de Dios. Y si decimos que pudo, entonces de nuestra respuesta coligen su argumentación y conclusión. Pero es más tolerable la necedad de aquellos que afirman que la carne se convertirá en sustancia de Dios y que llegará a ser lo que Dios es; por lo menos hacen idónea para ver a Dios esta carne, que no es tan desemejante y diversa. Creo que estos de que ahora tratamos arrojarán de sus creencias y tal vez de sus oídos esa bobería de la conversión de la carne en sustancia de Dios. Y, sin embargo, podemos urgirles con su misma pregunta: ¿Puede Dios o no puede hacer tal cosa? Suprimirán la divina omnipotencia si contestan que no puede, o confesarán que eso sucederá si contestan que Dios puede. Pues en la misma forma en que se desenredarían del lazo ajeno, desenrédense del propio. Además, ¿por qué sólo a los ojos de Cristo pretenden atribuir ese privilegio y no también a los demás sentidos? ¿Tendrá, pues, Dios que ser sonido para que pueda ser percibido por los oídos? ¿Y también hálito para que pueda ser percibido por el olfato? ¿Y será también licor para que pueda ser bebido? ¿Y tendrá corpulencia para que pueda ser tocado? «No», dicen ellos. Pero ¡cómo! ¿Acaso puede Dios hacer aquello y no puede hacer esto? Si dicen que no puede, ¿cómo osan menoscabar la omnipotencia de Dios? Si contestan que puede y no quiere, ¿por qué favorecen a solos los ojos y menosprecian los demás sentidos de Cristo? ¿Por ventura deliran hasta donde quieren? ¡Cuánto mejor obramos nosotros, que no ponemos límite a su falta de cordura, pero que no queremos que deliren del todo!
6. Mucho podría decir para refutar esa demencia. Pero, si alguna vez osan ellos ofender tus oídos, léeles esto entre tanto, y no tardes en comunicarme, como puedas, lo que te contestaren. Para eso se purifican nuestros corazones mediante la fe18, porque se nos ha prometido la visión de Dios como un premio de la fe. Si la visión ha de obrarse por los ojos del cuerpo, en vano se ejercita el alma de los santos para poder percibir a Dios; y un alma que abriga tan perversos sentimientos no se ejercita en sí misma, sino que está totalmente sumergida en la carne. Porque ¿dónde habitará el alma con más constancia y fijeza que en aquel órgano con que presume ha de ver a Dios? Es mejor dejar considerar a tu entendimiento la enormidad de ese desatino que esforzarse en explicarlo con un largo tratado. Habite siempre tu corazón en la protección del Señor, señora eximia, justamente eminente y honorable hija en la caridad de Cristo. Presento mis saludos a los nobles hijos que tienes a tu lado, para mí carísimos en el Señor, con la deferencia debida a vuestros méritos.