CARTA 87

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Controversia donatista.

Agustín a Emérito, hermano deseado y amado

Hipona. Año 405/411.

1. Cuando oigo que un hombre dotado de claro ingenio, instruido en las doctrinas liberales, aunque en ellas no resida la salud del alma, opina algo contra la verdad en un problema sumamente fácil, me causa maravilla. Y cuanto más crece ésta, tanto más apetezco conocer al tal hombre y hablar con él. Si no puedo hacerlo, deseo por lo menos llegar hasta su pensamiento por medio de las cartas, que vuelan muy lejos, y que él llegue hasta mí. Y como tengo oído que tú eres de ésos, lamento que estés separado y excluido de la Iglesia católica, que se halla difundida por todo el mundo1, como lo predijo el Espíritu Santo. Ignoro cuál puede ser la causa. Cierto es que el partido de Donato es ignorado en una gran parte del Imperio romano, para no hablar de los bárbaros, a quienes el Apóstol se consideraba igualmente deudor2 mientras que con todos ellos se forma la comunión nuestra de fe cristiana. Cierto es también que todos los mencionados ignoran cuándo o por qué motivos surgió este cisma. Si no confiesas que todos esos cristianos son inocentes de los crímenes que echáis en cara a los africanos, te verás obligado a confesar que todos vosotros estáis manchados y sois reos de las malas obras de todos, puesto que en vuestro partido tenéis algunos hombres perdidos, hablando con benignidad. No arrojáis a nadie de vuestra comunión, o no os apresuráis a arrojarlo, cuando hace por primera vez alguna cosa digna de expulsión. ¿Acaso no habéis expulsado alguno que fue denunciado y convencido, que ya antes era inicuo y permanecía oculto entre vosotros? ¿Es que os contaminó en el tiempo en que permaneció oculto? Responderás que no. Nunca os contaminaría, aunque durante toda su vida pecadora permaneciese oculto. Con frecuencia se descubren fechorías de los muertos, las cuales no dañan a los cristianos que comulgaron con esos muertos cuando vivían. Pues ¿por qué vosotros os apartáis con tan temerario y tan sacrílego cisma de la comunión de innumerables iglesias orientales, que siempre han ignorado y todavía ignoran lo que vosotros decís o suponéis que acaeció en África?

2. Otra cuestión muy distinta es si vosotros tenéis por verdaderas aquellas culpas que nosotros, con mucho más probables documentos, demostramos que son falsas. Nosotros afirmamos que están demostradas en vuestros partidos esas culpas que nos echáis en cara. Pero, como digo, ésta es otra cuestión, que habrá de plantearse y discutirse cuando fuere necesario. Por ahora, tu vigilante pensamiento debe sólo fijarse en que nadie puede ser contaminado por crímenes desconocidos de gente desconocida. Por donde es manifiesto que os habéis separado por un sacrílego cisma de la comunión del orbe, para quien son desconocidos, y siempre lo fueron, esos crímenes falsos o verdaderos que echáis en cara a los africanos. Por otra parte, hay que decir que tampoco los malos conocidos dañan a los buenos dentro de la Iglesia si se carece de potestad para separarlos de la comunión o lo impide el motivo de conservar la paz. ¿Quiénes son los que en el profeta Ezequiel merecieron ser señalados con honor antes de que fueran destruidos los impíos?3 Y ¿quiénes merecieron quedar ilesos cuando los impíos sucumbieron, sino los que lamentaban y deploraban los pecados y las iniquidades del pueblo de Dios, que tenían lugar en medio de ellos como allí claramente se expresa? Y ¿quién puede lamentar y deplorar lo que ignora? Por la misma razón, también Pablo el Apóstol tolera a los hermanos; no habla de gente desconocida cuando dice: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo4, manifestando que estaban con él. ¿A qué clase de gentes pertenecen los que sacrificaron incienso a los ídolos o entregaron los códices divinos en lugar de morir, sino a la de aquellos que buscan sus intereses, no los de Jesucristo?

3. Paso por alto muchos testimonios de las Escrituras para no alargar la carta más de lo necesario y dejo a tu erudición el considerar por ti mismo muchas cosas. Pero observa, por favor, esto que sería suficiente: si los muchos inicuos que vivían en el único pueblo de Dios no hicieron semejantes a sí a los que les reprochaban, si aquella muchedumbre de falsos hermanos no hizo que el apóstol Pablo buscase sus propios intereses y no los de Jesucristo5, aunque estaba con ellos dentro de la Iglesia, manifiesto es que el malo no contamina al bueno aunque se acerquen juntos al altar de Cristo, aunque el malo sea conocido. Basta que el malo no sea aprobado y sea separado de la propia conciencia con el disgusto. Es manifiesto, pues, que cooperar con el ladrón no es otra cosa que robar con él o aceptar su hurto con ánimo complaciente. Te digo esto para quitar de en medio las infinitas y superfluas cuestiones acerca de las acciones humanas, que nada afectan a nuestra causa.

4. Si vosotros opináis otra cosa, todos seréis tales cual fue Optato dentro de vuestra comunión, puesto que todos le conocíais. Dios libre a Emérito de tales costumbres, y también a otros como tú, pues no dudo que entre vosotros los hay muy distantes de las fechorías de Optato. Sólo os echamos en cara el crimen del cisma, que por vuestra terquedad habéis convertido en una herejía. Cuan culpable sea ante el divino Juez este delito, lo verás, sin duda, si lees lo que ya habrás leído. Hallarás que Datán y Abirón fueron tragados por una hendidura de la tierra, y todos los demás que los seguían fueron consumidos por un fuego que salió de en medio de ellos6. El Señor Dios hizo anotar ese crimen, con su consiguiente castigo, para que los evitemos. Aunque a veces perdona con suma paciencia a los transgresores, mostró, al consignar el paradero de Datán y Abirón, lo que les reserva para el último juicio. No condenamos vuestras razones si no quisisteis excomulgar a Optato en aquel tiempo en que se jactaba de su loco y prepotente furor, cuando el gemido de toda el África le censuraba y vosotros mismos gemíais. Supongo, naturalmente, que eres tal cual la fama te pinta, lo que bien sabe Dios que creo y que deseo. No os echamos en cara el que os negasteis a excomulgar a Optato en aquel tiempo; temíais que arrastrase consigo a muchos otros excomulgados y disolviese en el furor de un cisma vuestra comunión. Pero ese mismo hecho es el que os arguye ante el juicio de Dios, hermano Emérito, pues sabéis que el dividir el partido de Donato es un mal tan grande, que antes de admitirlo es preferible tolerar a Optato dentro de la comunión, y, sin embargo, permanecéis en ese pecado que vuestros mayores cometieron al dividir la Iglesia de Cristo.

5. Quizá te sientas urgido por un afán de contestar y trates de defender a Optato. No lo intentes, hermano, por favor, no lo intentes. No está bien que Emérito defienda a Optato. No está nada bien que tú lo defiendas, aunque pudiese estar bien que otros lo defendieran, si es que los malos hacen alguna cosa bien. Quizá tampoco te atrevas a acusarlo. Sea así. Sitúate en una postura media y di: Cada uno lleve su propia carga7. ¿Tú quién eres, para juzgar al ajeno siervo?8 No osasteis nunca juzgar a Optato, a pesar del testimonio de toda el África, o más bien de todas las regiones por donde se extendió la fama de Gildón, pues él era igualmente conocido. Y todo que temíais juzgar temerariamente cosas desconocidas. ¿Crees que podemos o debemos pronunciar nosotros una sentencia temeraria sobre la conducta desconocida de aquellos que vivieron antes de nosotros por sólo vuestro testimonio? ¿Os parece poco vuestra acusación de delitos desconocidos, pues queréis que juzguemos nosotros también lo ignoto? Optato pudo ser víctima de una falsa envidia, y, por lo tanto, no defiendes a Optato, sino a ti mismo cuando dices: ignoro quién fue él. ¿Pues cuánto más ignoras cuáles fueron los africanos a quienes acusas sin conocerlos, a quienes tampoco conoce el mundo oriental? Y, sin embargo, estás separado, por un infame cisma, de esas iglesias cuyos nombres tienes y lees en los sagrados libros. Puedes comprender que a vuestro famosísimo, pésimamente famoso obispo Tamugadense, no le conoció bien, no digo su colega de Cesárea, sino el mismo de Sitifo. Pues ¿cómo pudo conocer a los traidores africanos, sean ellos quienes fueren, la iglesia de los corintios, la de los efesios, colosenses, filipenses, tesalonicenses, antioquenos, del Ponto, de la Galacia, de la Capadocia y de las demás regiones evangelizadas en Cristo por los apóstoles? ¿Cómo pudieron esas iglesias conocer a los traidores? ¿O cómo merecieron ser condenados si no pudieron conocerlos? Con todo, no estáis en comunión con ellas. Decís que los de esas regiones no son cristianos y pretendéis rebautizarlos. ¿Qué os diré? ¿Qué os preguntaré? ¿Qué sentencias pronunciaré? Si hablo con un hombre cuerdo, contigo siento el espolazo de la indignación. Ya comprenderás lo que yo diría si quisiese hablar.

6. ¿Es que por ventura formaron entre sí un concilio vuestros mayores y en él condenaron a todo el orbe? El criterio sobre este punto ha llegado a grandes extremos: llegáis a creer que el concilio de los maximianenses (que fueron arrojados de vuestro cisma) no tiene valor contra vosotros, porque en vuestra comparación ellos eran pocos; y, en cambio, tiene valor vuestro concilio contra todos los pueblos que son la herencia de Cristo y su posesión hasta los términos de la tierra9. Me maravillaría que tuviese sangre en el cuerpo quien no se ruboriza ante esto. Contéstame al asunto, por favor. Algunos a quienes no puedo no creer, me han dicho que me contestarías si yo te escribía. Ya antes te envié una carta, y no sé aún si la recibiste o si me has contestado, y yo quizá no he recibido la respuesta. Ahora, te suplico que no te resulte molesto darme tu juicio. Pero no te deslices hacia otros problemas: el origen de una metódica investigación es saber por qué se consumó el cisma.

7. Cuando los poderes terrenos persiguen a los cismáticos, se defienden con aquella norma que estableció el Apóstol: Quien resiste a la potestad, a la ordenación de Dios resiste; y los que resistan, a sí mismos se sentencian a juicio. Porque el príncipe no es temible por la buena acción, sino por la mala. ¿Quieres no temer la potestad? Obra bien y ella te alabará. Porque es ministro de Dios, que te conduce al bien. Pero, si obras mal, teme, pues no en vano se ciñe la espada. Es ministro de Dios y vengador justiciero contra aquel que obra mal10. Así, toda la cuestión estriba en saber si el cisma es un mal, si vosotros hicisteis un cisma, si resistís a la autoridad por una obra buena o por una mala, que os ha de acarrear condenación. Por eso, con toda providencia no dijo Dios tan sólo: Bienaventurados los que padecen persecución, sino que añadió por la justicia11. Si es justicia lo que hicisteis al consumar el cisma en que permanecéis, eso es lo que quiero saber de ti, como te he dicho. Y si el condenar al orbe cristiano sin haberle interrogado es una iniquidad, bien porque ese mundo no oyó lo que vosotros oís o bien porque no se ha demostrado ante él lo que vosotros temerariamente creéis o denunciáis sin documentos fehacientes; si es inicuo el pretender rebautizar a tantas iglesias fundadas por la predicación y las fatigas del mismo Señor, mientras estaba todavía en carne, y de sus apóstoles; si a vosotros os es lícito ignorar a vuestros malos colegas africanos, que viven con vosotros y participan de los mismos sacramentos; si os es lícito conocerlos y tolerarlos para que no se divida el partido de Donato, ¿por qué no ha de serles lícito a todos los demás, que están esparcidos por el orbe lejano, ignorar lo que vosotros sabéis, creéis, oísteis o fingís acerca de los africanos? ¿No es enorme perversidad abrazar la propia iniquidad y denunciar la severidad de las autoridades?

8. «Pero a los cristianos no les es lícito perseguir a los malos». Supongamos que no es lícito. ¿Se puede objetar eso a las autoridades constituidas cabalmente con ese fin? ¿Podremos borrar lo que escribió el Apóstol? ¿O es que vuestros códices no traen el pasaje que he citado anteriormente? Tú dirás: «Vosotros no debéis comulgar con los malos». ¿De veras? ¿No comulgasteis vosotros con Flaviano, aquel antiguo vicario general de vuestro partido, que al servicio de la ley mataba a todos los culpables que caían en su poder? Y tú dirás: «Es que vosotros provocáis contra nosotros a los príncipes romanos». Pero en realidad sois vosotros los que los provocáis contra vosotros mismos, pues os atrevéis con pertinacia a rebautizar y a ensañaros contra la Iglesia, de la cual ellos son ya miembros. Eso hace ya mucho tiempo que está profetizado, pues de Cristo se dijo: Y le adorarán todos los príncipes de la tierra12. Los nuestros se contentan con solicitar protección de las autoridades constituidas contra las violencias ilícitas y privadas de los vuestros, violencias que deploráis y lamentáis los mismos que no las cometéis; los nuestros recurren a las autoridades pidiendo protección, no para que os persigan, sino para que los defiendan. El apóstol Pablo gestionó que se le proporcionase una protección de hombres de armas contra los judíos conjurados para darle muerte13 antes de que el Imperio romano fuese cristiano. Esos príncipes, cualquiera que sea la ocasión por la que conocen la perversidad de vuestro cisma, se organizan contra vosotros y obran conforme a su propia diligencia y poder. No se ciñen en vano la espada, pues son ministros de Dios y vengadores justicieros contra aquellos que obran mal. En fin, si algunos de los nuestros obran como vosotros pensáis, saliéndose de la moderación cristiana, somos los primeros en lamentarlo; pero no vamos a abandonar por ellos la Iglesia católica. No podemos limpiar de paja la era antes del último tiempo14, lo mismo que vosotros no abandonasteis el partido de Donato por la presencia de Opiato, a quien no os atrevisteis a expulsar.

9. «¿Pero por qué nos queréis unir a vosotros si somos tan criminales?». Porque todavía estáis vivos y podéis enmendaros, si queréis. Cuando os unís a nosotros, esto es, a la Iglesia de Dios, a la herencia de Cristo, cuya propiedad son todos los términos de la tierra15, os corregís para poder vivir en la raíz. De las ramas truncadas dijo así el Apóstol: Poderoso es Dios para injertarlas de nuevo16. Cambiaos, pues, en el punto en que disentís de nosotros, aunque sean santos los sacramentos que tenéis, pues son comunes a todos. Queremos que os desviéis de vuestra perversidad, esto es, que se arraigue de nuevo vuestra escisión. Aprobamos los sacramentos que no habéis cambiado, según los tenéis. Cuando tratamos de corregir vuestra maldad, no pretendemos cometer una injuria sacrílega contra aquellos misterios de Cristo que en vuestra corrupción no han sido corrompidos. Saúl no corrompió la unción que había recibido, y a la cual rindió tales honores el piadoso siervo de Dios y rey David17. Por eso no os rebautizamos nosotros que tratamos solamente de volveros a la raíz. Aprobamos la forma del sarmiento separado si no ha sido trocada, aun sabiendo que en modo alguno es fructuosa, por más que se conserva íntegra. Un problema es el de las persecuciones, que vosotros decís que toleráis, siendo tanta la generosidad y mansedumbre de los nuestros, cuando en realidad los vuestros hacen privada e ilícitamente cosas más graves. Y otro problema muy distinto es el bautismo: aquí no preguntamos dónde está, sino dónde aprovecha. Dondequiera que esté, siempre es el mismo. Pero no es también siempre el mismo el que lo recibe, dondequiera que esté. Lo que detestamos es, pues, la impiedad privada de los hombres en el cisma, mientras veneramos en todas partes el bautismo de Cristo. Si los desertores se llevan consigo los estandartes del emperador, se castiga a los desertores con la pena o se les corrige con indulgencia, pero se reciben íntegros los estandartes si quedaron íntegros. Y si se quiere investigar con mayor diligencia este punto, siempre será verdad que se trata de otro problema. En estos asuntos hay que observar lo que observa la Iglesia de Dios.

10. Se pregunta si la Iglesia de Dios es la vuestra o la nuestra. Para ello hay que averiguar desde el principio por qué consumasteis el cisma. Si tú no me contestas, yo tengo delante de Dios una fácil justificación, en cuanto creo; porque he enviado cartas pacíficas a un sujeto de quien oí que, aparte el cisma, era bueno y estaba instruido en las disciplinas liberales. Tú verás lo que has de responder a aquel cuya paciencia es actualmente digna de alabanza, pero cuya sentencia final es digna de ser temida. Y si me contestas con la diligencia que yo he empleado en escribirte, como ves, no faltará la misericordia de Dios para que desaparezca algún día el error que nos separa, por el amor a la paz y la razón de la verdad. No olvides que no he querido mencionar a los rogatistas, quienes, según dicen, os llaman firmianos, como vosotros nos llamáis macarianos. Tampoco he dicho nada de vuestro obispo de Rusica, quien, al parecer, estipuló con Firmo la seguridad de los suyos para que se le abriesen las puertas y de ese modo se pudiera proceder a la destrucción de los católicos, y mil otras cosas. Acaba, pues, de exagerar con tópicos las acciones de los hombres que tengas oídas o conocidas. Ya ves que yo me callo las de los vuestros para que se discuta de frente la cuestión del origen del cisma, porque en eso estriba toda la causa. El Señor Dios te inspire un pensamiento pacífico, hermano deseable y dilecto.