CARTA 85

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: reprensión a un obispo de nombre Pablo.

Agustín saluda en el señor a Pablo, señor sinceramente amabilísimo, hermano a quien todos desean felicidad, y cosacerdote.

Hipona. Año 405/407 probablemente.

1. No me acusarías tanto de inexorable si no me tuvieses también por mentiroso. Pues ¿qué es lo que crees de mis intenciones, cuando tales cosas me escribes, sino que me he dejado sorprender por una rencilla calumniosa y por un odio detestable hacia ti? ¿Piensas que en un punto tan evidente no evito el ser tenido por réprobo mientras predico a los demás?1 ¿O que quiero arrojar la mota de tu ojo para abrigar en el mío la viga?2 No es lo que piensas. Nuevamente te repito, poniendo por testigo a Dios, que, si tú quisieses para ti mismo lo que yo quiero para ti, ya haría tiempo que vivirías seguro en Cristo y serías el regocijo de la Iglesia en la gloria de su nombre. Mira que ya te he escrito diciendo que no sólo eres mi hermano, sino también mi colega. Porque no puede suceder que no sea colega mío cualquier obispo de la Iglesia católica, sea quien sea, con tal que no esté condenado por ninguna sentencia eclesiástica. Ahora bien, para no estar en comunión contigo no tengo otro motivo que la imposibilidad de adularte. Te debo a ti, más que a ningún otro, la saludable mordacidad de la caridad, y he de reprenderte sinceramente, pues yo te engendré en Cristo Jesús por el Evangelio. Celebro que muchos hayan sido recogidos por ti dentro de la Iglesia católica, con la ayuda de Dios, pero no tanto que no deba lamentar que sean más los que has dispersado fuera. Porque malheriste a la iglesia de Hipona de modo que, si el Señor no te hubiese descargado de las preocupaciones y cargas seculares y no te hubiese implantado en la verdadera vida y trato episcopales, tal herida no hubiese tenido cura.

2. No cesas de enredarte más y más, y después de la renuncia te has entrometido en las ocupaciones que renunciaste. Eso no puede defenderse en modo alguno, ni siquiera ante las leyes mismas humanas. Y se dice que vives en tal forma que no puede bastarte ya la frugalidad de tu iglesia. ¿Para qué buscas mi comunión, pues nunca quisiste escuchar mis recomendaciones? ¿O por qué quieres que me hagan a mí responsable de tu conducta los hombres, cuyas quejas no puedo tolerar? En vano sospechas que te persiguen tus difamadores porque siempre se opusieron a ti en tu profesión anterior. No es así. No me extraña que ignores muchos datos. Pero, aunque fuese verdad, no debían haber hallado en tus costumbres nada que reprender ni motivo para blasfemar de la Iglesia. Quizá crees todavía que digo esto porque no he recibido satisfacción de tu parte. Realmente lo digo para no verme en la imposibilidad de satisfacer a Dios por mis pecados si te callo estas acusaciones. Sé que tienes corazón, pero el corazón más obtuso está seguro cuando se apoya en el cielo, mientras que el más agudo no es nada cuando se apoya en la tierra. El episcopado no es un arte de pasar bien esta vida falaz. Estas cosas que te digo te las enseñará el Señor Dios, quien quiso cerrarte todas las veredas en las que quisiste emplear el corazón, para dirigirte, si es que tienes inteligencia, por ese camino; para que camines por él, te ha impuesto esa carga tan santa.