Tema: retención del diácono Lucilo.
Agustín y los hermanos que están con él saludan a Novato, señor beatísimo, hermano venerable y muy deseado y consacerdote, y a los hermanos que le acompañan.
Hipona. Año 397/411.
1. Yo mismo siento cuan duro he de parecerte; apenas me soporto a mí mismo al no enviar ni dejar ir a mi hijo el diácono Lucilo, hermano de tu santidad. Pero, cuando tú mismo comiences a desprenderte, por las necesidades de iglesias lejanas, de algunos de los más queridos y dulces de tus deudos, entonces comprenderás qué linaje de punzadas de deseos me hieren cuando se alejan también corporalmente de mí algunos de los que me están unidos con una máxima y dulcísima amistad. Dejando a un lado tu parentesco, la hermandad de la sangre, por mucho que valga, no supera el lazo de la amistad con el que estamos unidos estrechamente yo y el hermano Severo. Y, con todo, bien sabes cuan rara vez puedo verle. Esta amistad no es fruto de la voluntad, ni de la mía ni de la suya, sino que nació cuando antepusimos a nuestras necesidades ocasionales y temporales las de la madre Iglesia por el siglo futuro, en el que convivimos inseparablemente. ¿Cuánto es más justo que te resignes tú a tolerar por la utilidad de la misma iglesia la ausencia de este hermano, con quien no has gustado la comida del Señor durante tanto tiempo como la he gustado yo con mi dulcísimo conciudadano Severo? Ya ves que conmigo apenas habla alguna que otra vez por cortas misivas; y ésas, en casi su totalidad, van llenas de otras ocupaciones y negocios sin traer nada de nuestros prados en la suavidad de Cristo.
2. Quizá dirás aquí: «¡Cómo! ¿Acaso no será mi hermano útil a la Iglesia entre nosotros? ¿Por ventura quiero yo tenerle conmigo por otra razón? Francamente, si su presencia te fuese tan útil cuanto me es útil a mí, para ganar o regenerar las ovejas del Señor, nadie dejaría de inculpar con razón, no digo mi dureza, sino mi iniquidad. Pero maneja bien la lengua latina, y en nuestras regiones sufre mucho la dispensación evangélica por falta de hablistas latinos, mientras que por ahí el uso de esa lengua es corriente. ¿Piensas que nos preocuparíamos por la salud del pueblo del Señor si enviamos ahí este hombre capacitado y le quitamos de aquí, donde son requeridas sus dotes con gran afán del alma? Perdóname, pues, por hacer lo que me obliga a hacer la solicitud de mí cargo, no sólo contra tu deseo, sino también contra mi sentimiento. El Señor, en quien estriba tu corazón, hará que tus trabajos sean tales, que salgas remunerado por este beneficio que nos haces. Porque fuiste más bien tú quien cediste el diácono Lucilo a la sed ardentísima de nuestro país. No me harás pequeño servicio si no me fatigas en adelante con una nueva petición sobre este punto. Así no pareceré cruel ante tu santa benevolencia, que es venerable para mí.