Tema: la herencia del monje Honorato.
Agustín y los hermanos que están con él saludan a Alipio, señor beatísimo, hermano venerable, queridísimo y muy deseado, y compañero en el episcopado, y a los hermanos que le acompañan.
Hipona. Año 404/405.
1. La tristeza de la iglesia de Thiave no deja sosegar a mi corazón hasta que me digan que los de esa iglesia se han reconciliado contigo en la antigua concordia. Eso tiene que ser pronto. Sumo interés puso el Apóstol por un solo individuo cuando dijo: No se deje dominar por la tristeza quien hizo eso; y en el mismo lugar: Para que no nos domine Satanás, pues no ignoramos sus intenciones1. ¿Cuánta mayor vigilancia será preciso exigir para que no tengamos que lamentar eso en todo un rebaño, máxime tratándose de una grey que acaba de agregarse a la paz católica y a la que en modo alguno puedo abandonar? Ya que la premura de tiempo no permitió que nos juntásemos a deliberar con diligencia para sacar en limpio una conclusión, reciba tu santidad lo que he determinado después de separarnos y luego de haberlo madurado con reposo. Y si mi punto de vista te place también a ti, sea enviada ya sin dilación la carta que les escribí en nombre de los dos.
2. Tú decías que se les diese a ellos la mitad de los bienes, y la otra mitad yo se la compensaría del modo que fuese. Yo opino que, si les quitamos todo, confesarán con motivo que hemos trabajado tanto, no por el dinero, sino por la justicia. Si les cedemos la mitad, y en esa forma llegamos a un acuerdo pacífico con ellos, haremos ver demasiado que nuestra preocupación era ante todo pecuniaria. Y ya ves cuán perniciosa sería esa inconveniencia. A ellos les parecerá que nos hemos llevado la mitad de los bienes ajenos, y se creerán tratados indelicada e inicuamente por nosotros, cuando les cedemos la mitad de lo que era enteramente de los pobres. Tú dices: «Hay que evitar, al querer enmendar un pleito dudoso, causar mayores heridas». Pero eso tiene valor únicamente si les cedemos la mitad. Pensando en esa mitad, aquellos candidatos cuya conversión tratamos de ultimar, y cuyo caso se ha de ventilar como el presente, empezarán a dar largas dilaciones y excusas en la venta de sus bienes. Además, me extrañaría que llamases pleito dudoso a un gran escándalo para todo el pueblo; y lo será si, por no haberse evitado una apariencia mínima de murmuración, el pueblo llega a sospechar que están mancillados de sórdida avaricia sus obispos, a los que tanto estima.
3. Cuando uno se convierte para ingresar en el monasterio con intención pura, no se preocupa por sus bienes, máxime si sabe lo mala que es tal preocupación. Pero si la intención es maligna y el convertido busca sus intereses y no los de Jesucristo2, no tiene realmente caridad. ¿Y de qué le servirá todo, aunque distribuya sus bienes a los pobres y entregue su cuerpo a las llamas?3 Añádase a esto que el conflicto podrá solucionarse más tarde, como ya dejamos acordado; podremos tratarlo con el postulante si no puede ser admitido a la convivencia de los hermanos antes de desprenderse de todos los impedimentos ni disfrutar su ocio sagrado sino cuando los bienes hubieren dejado de ser suyos. Hemos de evitar la muerte de los débiles y un tan gran impedimento para la salvación de esos por quienes tanto hemos trabajado atrayéndolos a la paz católica. Para lo cual tenemos que hacerles entender claramente que nosotros no nos preocupamos del dinero en tales causas. Y eso no lo entenderán si no les dejamos aquellos bienes que a su juicio siempre pertenecieron al presbítero. Porque, aunque no eran de él, ellos debían haber sabido desde un principio que no eran propiedad de ese presbítero.
4. Me parece, pues, que en tales casos hemos de adoptar la siguiente norma: cuando alguien es ordenado clérigo, todo lo que tenga, con los títulos jurídicos que dan la efectiva posesión, pertenecerá a la iglesia en que se ordena. Esos bienes de que ahora tratamos son del presbítero Honorato por título jurídico, hasta el punto de que sus herederos le sucederían en la posesión de tales bienes si no los hubiese vendido ni los hubiese cedido por manifiesta donación a otro. Seguirían siendo suyos aunque hubiese muerto después de estar ya ordenado en otra iglesia, con tal de que permaneciese todavía en el monasterio de Tagaste. En iguales circunstancias, el hermano Emiliano heredó al hermano Privato en aquellos treinta sólidos. Estas cosas hay que precaverlas de antemano. Mas, si de antemano nada se estableció, hay que mantener en favor de los de Thiave los derechos que están establecidos en la sociedad civil para saber si se poseen o no se poseen tales bienes. Hemos de librarnos no sólo de toda realidad, sino de toda apariencia maliciosa4, y guardar nuestra buena fama, que es muy necesaria para el ministerio. Ya puede advertir tu santa prudencia cuál es esa apariencia maligna. Dejado a un lado el pesar que los de esa iglesia me han manifestado, temí equivocarme como suelo hacerlo cuando me inclino hacia mi opinión. Entonces expuse el caso a nuestro hermano y colega Samsucio, sin decirle lo que me parecía a mí, sino más bien lo que nos pareció a ambos cuando nos opusimos a las pretensiones de los de Thiave. Samsucio se quedó aterrado, extrañándose de que hubiésemos adoptado tal actitud. Lo que le impresionaba era la apariencia tan fea y tan indigna, no sólo de nosotros, sino de la vida y costumbres de cualquiera.
5. Por lo tanto, te ruego que remitas sin dilación y firmada por ti la carta que escribo a los de Thiave en nombre de los dos. Si lo que habíamos resuelto parece justo a tu aguda inteligencia, no obligues a los débiles a entender lo que yo todavía no entiendo. Atengámonos en esta causa de ellos a lo que el Señor dijo: Muchas cosas tengo que deciros, pero ahora no las podéis llevar5. Por tolerar esa debilidad, dijo el Señor acerca del tributo que debía pagar: Luego los hijos son libres, pero para que no los escandalicemos6, y todo lo demás que añadió cuando envió a Pedro a pagar las didracmas que le exigían. Conocía otro derecho por el que no debía pagar, pero pagaba por ese derecho antes mencionado, con que el heredero hubiese sucedido en la posesión al presbítero Honorato si hubiese muerto antes de donar sus bienes o venderlos. Por el mismo derecho eclesiástico, Pablo toleró a los débiles y no les exigió el estipendio debido, aunque tenía conciencia cierta de que podía exigirlo con justicia. Sólo trataba de evitar la suspicacia que podía alterar el buen olor de Cristo; se substrajo a esa apariencia maligna en aquellas regiones en que veía que era necesario7, y quizás aun antes de que los hombres le hubiesen manifestado su pesar. Corrijamos nosotros, aunque tarde y bajo el influjo de la experiencia, lo que debimos prevenir.
6. En fin, en todo temo. Recuerda lo que propusiste al partir yo, a saber, que los hermanos del monasterio de Tagaste me tengan por deudor en la mitad de dichos bienes. Si ves que eso es notoriamente justo, no me niego a pagar, pero con una condición: pagaré cuando tenga, es decir, cuando el monasterio de Hipona reciba una donación semejante, para que eso pueda realizarse sin estrecheces. Te aportaré la suma convenida, reservando para los de Hipona una cantidad igual y no inferior, según el número de los que en el monasterio de Hipona habiten.