CARTA 82

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Controversia bíblica.

Agustín saluda en el Señor a Jerónimo, señor amadísimo, hermano santo digno de ser honrado en las entrañas de Cristo y copresbítero.

Hipona. Año 404/405.

1 1. Antaño remití a tu caridad una larga epístola contestando a la que, como dices, me enviaste por tu santo hijo Asterio, quien hoy es no sólo hermano, sino también colega mío. Todavía no sé si la mía mereció llegar a tus manos, si bien lo puedo conjeturar. Me recuerdas por el sincerísimo hermano Firmo que quien se adelantó a buscarte con la espada fue rechazado por tu estilete, y que debe ser propio de mi humanidad y justicia declarar responsable al que acusó y no al que se limitó a contestar. Por este solo y ligero indicio puedo conjeturar que ya leíste aquella epístola mía. Porque en ella deploraba yo que hubiese surgido entre ti y Rufino tan impresionante discordia, habiendo sido antes tan fuerte vuestra amistad, que la fama la había pregonado por doquier y en ella se regocijaba la caridad fraterna. No lo hice por reprender a tu fraternidad; no me atrevería a asegurar que he hallado culpa por tu parte en este episodio. Lo hice más bien lamentando la humana miseria, pues, por muy fuerte que la amistad sea, es siempre incierta la perseverancia en mantenerla con mutua caridad. Lo que yo buscaba principalmente era conocer por tus escritos si me otorgabas el perdón que te pedía. Deseo que me lo digas con mayor claridad, aunque me parece que el aspecto más risueño de tu nueva carta indica que ya lo he conseguido; eso suponiendo que la hayas enviado después de leer la mía, cosa que no se dice en la tuya.

2. Pides, o más bien, exiges con la confianza de la caridad, que juguemos juntos en el campo de las Escrituras sin causarnos mutuo dolor. Por lo que toca a mí, desearía discutir en serio estas cosas, más bien que por juego. Si te agradó poner esa palabra por comodidad, yo confieso que exijo más de tu capacidad tan benigna, de tu prudencia tan docta y de tu diligencia tan abierta, probada, anhelante e ingeniosa. Es justo que ayudes en estas grandes y difíciles cuestiones no sólo al que juega en el campo de las Escrituras, sino también al que suspira por las cumbres, puesto que el Espíritu Santo no sólo te regala, sino que te dicta la doctrina. Si quisiste usar esa palabra juego para indicar la alegría que debe reinar en la discusión de los íntimos amigos, ¡juguemos! Ya sea claro y fácil el problema que discutamos, ya sea arduo y difícil, te dejo la iniciativa de señalar la solución que hemos de adoptar. Así te lo ruego. Cuando yo encuentre algo que me cause reparo o que no me parezca probado (no porque sea más cauta mi atención, sino porque es más torpe mi inteligencia), me esforzaré en oponerte mi opinión contraria. Si esto lo hago con una libertad un tanto firme, no incurras en sospechas de mí, creyéndome jactancioso y pueril, como si yo buscase gloria para mi nombre acusando a los autores ilustres. Para que no se me escape alguna expresión un tanto áspera, por la necesidad de refutar, usaré de lenguaje delicado y me haré más tolerable. Así no parecerá que manejo un puñal engrasado de miel. Cuando discuto con un amigo más docto que yo, no me gusta el sistema de aprobar sistemáticamente todo lo que él dijere; espero que me sea lícito contradecirle un tanto, siquiera sea con ánimo de preguntar las causas, sin que por eso sea reo de ese doble vicio o sospecha de vicio.

3. Si yo incurriere en la mencionada servilidad pueril, parecería que jugábamos en dicho campo sin ningún peligro de molestar; pero eso sería dejarse alucinar. Confieso a tu caridad que sólo a aquellos libros de las Escrituras que se llaman canónicos he aprendido a ofrendar esa reverencia y acatamiento, hasta el punto de creer con absoluta certidumbre que ninguno de sus autores se equivocó al escribir. Si algo me ofende en tales escritos, porque me parece contrario a la verdad, no dudo en afirmar o que el códice tiene una errata, o que el traductor no ha comprendido lo que estaba escrito, o que yo no lo entiendo. Mas, cuando leo a los demás autores, aunque se destaquen por la mayor santidad y sabiduría, no admito que su opinión sea verdadera porque ellos la exponen, sino porque lograron convencerme, recurriendo a los autores canónicos o a una razón probable que sea compatible con la verdad. No creo, hermano, que tú opines otra cosa; no creo, digo, que tú quieras que se lean tus libros como los de los profetas y apóstoles, libres de todo error y acerca de los cuales sería abominable dudar. Lejos eso de tu piadosa humildad y del concepto veraz que tienes de ti mismo. Porque, sí no estuvieses dotado de esa humildad, no dirías: «¡Ojalá mereciera tu abrazo y con el mutuo forcejeo te enseñase algo o lo aprendiese de ti!»

2 4. Creo que no me dices eso por disimulo y doblez, sino por la conciencia que tienes de tu vida y costumbres. Pues ¿cuánto más justo será que yo crea que el apóstol Pablo no sintió cosa distinta de la que consignó refiriéndose a Pedro y Bernabé: Cuando yo vi que no caminaban según la verdad del Evangelio, dije a Pedro delante de todos; «Si tú, siendo judío, no vives a estilo judío, ¿por qué obligas a las gentes a judaizar?»1 ¿Cuándo podré estar seguro de que el Apóstol no me engaña al escribir o hablar, si engañaba a sus hijos, que le hacían sufrir dolores de parto mientras Cristo, es decir, la Verdad, se formaba en ellos?2 Empezaba diciéndoles: De estas cosas que os escribo, pongo por testigo a Dios que no miento3. Y, sin embargo, no les escribía con veracidad, sino que les engañaba con no sé qué simulación y dispensa; afirmaba que vio que Pedro y Bernabé no caminaban rectamente según la verdad del Evangelio y que se opuso a Pedro en su cara, no por otra cosa, sino porque obligaba a las gentes a judaizar4.

5. El creer que el apóstol Pablo escribió algo sin verdad, ¿será mejor que el afirmar que el apóstol Pedro hizo algo sin rectitud? En ese caso, deberíamos decir -Dios nos libre de ello- que es mejor que el Evangelio mienta, antes de afirmar que Pedro negó a Cristo5; decir que miente el libro de los Reyes sería mejor que admitir que el gran profeta David, elegido de un modo tan eminente por el Señor, cometió un adulterio al desear y robar la mujer ajena, y un horrendo homicidio al matar al marido de la misma6. Por el contrario, he de leer con absoluta certidumbre, seguro de su verdad, la santa Escritura, colocada en la suma y celeste cumbre de la autoridad, y por ella conoceré con verdad a los hombres, ya los apruebe, ya los corrija, ya los reprenda. Mejor es eso que el convertir en sospechosas las palabras divinas, por opinar que no son reprensibles ciertas obras humanas en alguna persona de laudable excelencia.

6. Los maniqueos pretenden que son falsas muchas de las divinas Escrituras. No les falta motivo, ya que en ella se denuncia con claridad meridiana tan sacrílego error, y no pueden interpretarlas en sentido favorable. Con todo, no atribuyen falsedad a los autores apostólicos, sino a no sé qué corruptores de los códices. Jamás pudieron probarlo, pues es notoria la abundancia y antigüedad de los ejemplares y la autoridad de la lengua original, de donde se vertieron los libros latinos. Por eso huyen vencidos por la verdad, perfectamente notoria a todos. ¿No descubre aquí tu santa prudencia el portillo que dejamos abierto a su malicia si decimos, no ya que otros corrompieron las Escrituras apostólicas, sino que los mismos apóstoles escribieron falsedades?

7. Dirás que no es creíble que Pablo denunciase a Pedro lo que él mismo había ejecutado. Ahora no discuto lo que Pablo hizo; discuto solamente lo que escribió: éste es el punto que atañe a la cuestión que ventilamos, a saber: que la verdad de las divinas Escrituras es por todas sus partes segura e indiscutible, puesto que los mismos apóstoles, y no cualesquiera otros, la encomendaron a nuestra memoria para edificar nuestra fe; por esa razón fue asimismo recibida en la cumbre canónica de la autoridad. Supongamos que Pedro hizo lo que debió hacer; en ese caso mintió Pablo al afirmar que vio que Pedro no caminaba rectamente según la verdad del Evangelio. Quien hace lo que debe hacer obra rectamente, y dice una falsedad quien asegure que ese tal no obra rectamente, a sabiendas de que hizo lo que debió. Pero, si Pablo escribió la verdad, es verdad que Pedro en aquella coyuntura no caminaba conforme a la verdad del Evangelio, puesto que hacía lo que no debía hacer. Si el mismo Pablo había hecho cosa semejante, en ese caso se había corregido, pero no podía rehuir por negligencia la corrección de su coapóstol; prefiero creerlo así antes de admitir que consignó una mentira en su carta. Eso aunque se tratase de cualquier carta. ¡Cuánto más tratándose de aquella que se introduce advirtiendo: De estas cosas que os escribo, pongo por testigo a Dios que no miento!7

8. En verdad creo que Pedro se condujo de modo que obligaba a los gentiles a judaizar, porque veo que eso lo escribió Pablo, quien no pudo mentir, a mi entender. Por lo tanto, Pedro no obraba bien. Era ir contra la verdad del Evangelio el dejar que los creyentes pensasen que no podían salvarse sin los sacramentos anticuados. Esto era lo que suponían en Antioquía los circuncisos convertidos, y contra ellos luchaba Pablo con perseverancia y valentía. Pablo circuncidó a Timoteo8, cumplió su voto en Cencres9 y se avino a celebrar ritos legales con aquellos que le conocían, cuando Santiago le amonestó en Jerusalén10. Pero no lo hizo para que se creyese que los sacramentos anticuados daban también la salvación, sino para que no se creyesen proscritos, como idolatría de gentiles. Dios mandó celebrarlos según convenía en los tiempos antiguos, como sombras que eran de acontecimientos futuros. Eso fue lo que Santiago le dijo, a saber: que se había oído decir que Pablo enseñaba el alejamiento de Moisés11. Sería abominable que los que creen en Cristo se alejen del profeta de Cristo12, como si abominasen y detestasen su doctrina, pues de Moisés dijo Cristo: Si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él13.

9. Fíjate ahora, por favor, en las mismas palabras de Santiago: Ves, hermano, cuántos miles hay en Judea que creyeron en Cristo. Todos ellos guardan con celo la ley, pero han oído decir de ti que enseñas que tienen que alejarse de Moisés todos los judíos que están entre los gentiles y que afirmas que no deben circuncidar a sus hijos ni conducirse según nuestras costumbres. ¿Qué es eso? Ahora se reunirá una gran muchedumbre, pues ya han oído que viniste. Haz, pues, lo que te decimos. Aquí tenemos cuatro individuos que tienen pendiente el cumplimiento de un voto sobre sus personas. Tómalos, santifícate con ellos y págales el gasto de raer sus cabezas; así sabrán todos que son falsas las cosas que corren a tu nombre y que sigues tú mismo guardando la ley. Un cuanto a los gentiles, hemos decidido ordenar que no guarden cosas semejantes, sino que se abstengan de lo inmolado a los ídolos, de lo ahogado y de la fornicación14. Es claro, en mi opinión, que Santiago hizo estas advertencias para demostrar que era completamente falso lo que habían oído decir de Pablo aquellos judíos que habían creído en Cristo y sentían el celo de la ley: éstos no podían admitir que lo que les fue impuesto a sus padres por ministerio de Moisés se creyese condenado por la doctrina de Cristo o como no escrito por mandato de Dios. De este modo habían acusado a Pablo los que interpretaban mal la intención con que debían los judíos observar sus ritos. Debían observarlos para atestiguar la autoridad divina y la santidad profética de tales sacramentos, pero no para alcanzar la salvación que ya se había revelado en Cristo y se confería por el sacramento del Bautismo. Propalaban esto de Pablo los que querían que se observaran los ritos judíos como si sin ellos no pudiese haber salvación para los que creen en el Evangelio. Esos malos intérpretes habían visto en Pablo un ardiente predicador de la gracia y un adversario de su opinión, pues enseñaba que el hombre no se justifica por los ritos, sino por la gracia de Jesucristo; enseñaba asimismo que las sombras fueron preceptuadas para servir de símbolos. He ahí por qué aquellos judíos se esforzaban en suscitarle envidias y persecuciones, acusándole de enemigo de la ley y de los mandamientos divinos. El mejor modo de evitar el odio suscitado por esa falsa acusación era celebrar esos mismos ritos que, según decían sus enemigos, condenaba como sacrílegos. Así insinuaba que ni los judíos debían alejarse por entonces de tales ritos, como si fuesen sacrílegos, ni los gentiles debían ser obligados a celebrarlos, como si fuesen necesarios.

10. Si los hubiese reprobado, como se decía, y reprendiese el celebrarlos, para poder ocultar su pensamiento con una acción simulada, no le hubiese dicho Santiago: Así sabrán todos, sino: «Así se imaginarán todos» que los rumores que han oído acerca de ti son falsos. Máxime teniendo en cuenta que los apóstoles habían decretado en la misma Jerusalén que nadie obligase a judaizar a los gentiles. En cambio, no habían decretado que se prohibiese judaizar a los judíos, aunque ya la doctrina cristiana no les obligaba a judaizar. Por lo tanto, si, después del decreto de los apóstoles, Pedro se condujo en Antioquía con aquel disimulo que obligaba a judaizar a los gentiles, en ese caso no hay que extrañarse de que Pablo le obligase a afirmar libremente lo mismo que había decretado juntamente con los otros apóstoles en Jerusalén. Ni siquiera el mismo Pedro estaba obligado a judaizar, si bien tampoco se le prohibía15, pues con esa actitud de transigencia se garantizaba la bondad de las palabras divinas antiguamente confiadas a los judíos.

11. Y si Pedro hizo esto antes del concilio de Jerusalén, como yo me inclino a creer, tampoco hay que extrañarse. Pablo quería que no ocultase Pedro por miedo, sino que afirmase con valentía su opinión. Pablo conocía de antemano esa opinión de Pedro, ya por haber cotejado el Evangelio con él16, ya porque le constaba que Pedro había recibido aviso de lo alto en la vocación del centurión Cornelio17, ya porque antes de venir a Antioquía aquellos que le intimidaron se le había visto tratar con los gentiles. No niego que Pedro, en este asunto, opinara lo mismo que Pablo. Así, con esto no enseñaba Pablo a Pedro cuál era la verdad sobre el particular, sino que denunciaba la simulación con que se les obligaba a judaizar a los gentiles, y no por otro motivo sino porque toda aquella simulación se llevaba de manera que parecían tener razón los enemigos de Pablo, aquellos que creían que nadie podía salvarse sin la circuncisión del prepucio y sin aquellas observancias que eran figuras del futuro18.

12. Pablo circuncidó a Timoteo para que no les pareciese a los judíos, y principalmente a sus parientes maternos, que los gentiles creyentes tenían que detestar la circuncisión, como tenían que detestar la idolatría. La circuncisión la preceptuó Dios, mientras la idolatría la introdujo Satanás. En cambio, no circuncidó a Tito para no dar pie a los que creían que sin la circuncisión nadie podía salvarse, y pregonaban, para engañar a los gentiles, que Pablo opinaba lo mismo. Eso es lo que él indicó al decir: Ni siquiera Tito fue obligado a circuncidarse, siendo griego y estando conmigo; mas por algunos falsos hermanos, que se habían puesto a espiar nuestra libertad para reducirnos a servidumbres, no nos sometimos ni nos rendimos un momento, para que la verdad del Evangelio permanezca entre vosotros19. Aquí se ve que quiso dejarlos burlados, no haciendo con Tito lo que había hecho con Timoteo, y lo que podía hacer con aquella su libertad; así demostró que tales sacramentos ni debían ser apetecidos como necesarios ni condenados como sacrílegos.

13. En esta disputa, según dices tú, nos guardaremos de establecer, como los filósofos, un término medio entre el bien y el mal, de manera que ciertas acciones humanas no sean contadas ni entre las malas ni entre las rectas. Puesto que el observar las ceremonias de la ley no puede ser indiferente, nos veríamos obligados a decir que es bueno o que es malo. Y si es bueno, nos veríamos obligados a observarlas, mientras que, si es malo, tendríamos que admitir que los apóstoles las observaron en apariencia y no con sinceridad. En esta cuestión de los apóstoles no temo tanto que se recurra a la comparación con los filósofos, puesto que dicen alguna verdad en sus discusiones; más temo que se nos compare con los abogados forenses, que mienten al defender causas ajenas. ¿Crees tú que puede aducirse decentemente la comparación con éstos en la exposición de la Epístola a los Gálatas para defender la simulación de Pedro y Pablo? Pues ¿por qué he de temer yo que me cites el nombre de los filósofos? Estos son vanos, pero no porque todas sus afirmaciones sean falsas, sino porque dan crédito a muchas cosas falsas y, cuando descubren alguna verdad, son extraños a la gracia de Cristo, que es la misma Verdad.

14. Yo diría que aquellos preceptos de los sacramentos antiguos no eran buenos, pues los hombres no se justificaban con ellos, sino que eran sombras que simbolizaban esa gracia que nos justifica. Pero tampoco eran malos, pues fueron preceptuados por Dios para aquellos tiempos y personas. En mi apoyo puedo citar la sentencia profética, en la que Dios dice que dio a aquel pueblo preceptos no buenos20. Quizá por eso no dijo preceptos malos, sino preceptos no buenos, es decir, no tales que con ellos se hagan buenos los hombres o sin ellos sea imposible ser buenos. Pondré un ejemplo. Quisiera que me dijese tu benigna sinceridad si un santo oriental obra con disimulo cuando va a Roma y ayuna el sábado, exceptuada la vigilia pascual. Si decimos que es malo ayunar el sábado, condenamos a la iglesia romana y a otras, tanto cercanas como algo lejanas, en las que se tiene y guarda tal costumbre de ayunar el sábado. Pero si juzgamos que es malo no ayunar el sábado, ¿no seremos temerarios al acusar a tantas iglesias de Oriente y a casi la totalidad del orbe cristiano? ¿Te agrada, pues, que admitamos un término medio, que sea aceptable para quien se atreve a ella no por simulación, sino por acomodarse al uso de una comunidad? Y, sin embargo, no leemos en las Escrituras canónicas que tal cosa haya sido preceptuada a los cristianos. ¿Cuánto menos me atreveré a llamar malo a lo que Dios preceptuó? Tengo que admitir que lo preceptuó Dios, por esa misma fe cristiana que me enseña que soy justificado, aunque no por el rito, sino por la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor.

15. Digo, pues, que la circuncisión del prepucio y cosas semejantes las dio Dios a Israel por el Testamento que se llama Antiguo, para simbolizar lo futuro que debía cumplirse en Cristo. Al llegar el cumplimiento, les quedaron aquellas observancias a los cristianos para que las leyesen, para entender las profecías que tales observancias encerraban; pero ya no es necesario el observarlas, como si se esperase aún la llegada de la revelación de la fe que estaba profetizada en tales observancias. Y, sin embargo, aunque no habían de ser impuestas a los gentiles, no por eso debían proscribirse las costumbres de los judíos, como si fuesen detestables y condenables. Toda aquella observancia de las sombras debía terminar en verdad insensiblemente y poco a poco, según iba creciendo la predicación de la gracia de Cristo. Mediante la predicación debían saber los creyentes que no eran justificados y hechos salvos por los símbolos de unas realidades que un tiempo fueron futuras y ya eran llegadas y presentes. Todo había de terminar insensiblemente dentro de la época de aquella generación de judíos que alcanzaron la presencia corporal del Señor y los tiempos apostólicos. Esto bastaba para garantizar que no debían proscribirse las observancias como detestables, a semejanza de la idolatría. Pero no debían tampoco continuar con ellas, para que no se creyesen necesarias, como si de ellas viniese la salvación o no pudiese haber salvación sin ellas. Este juicio falso es el que mantuvieron los herejes; por querer ser judíos y cristianos a la vez, no pudieron ser ni judíos ni cristianos. Te dignas aconsejarme con la mayor benevolencia que evite la postura de los tales, aunque jamás estuve en ella. Pedro, en cambio, había incurrido no en la aprobación de esa postura, pero sí en la simulación por miedo. Por eso pudo escribir de él Pablo, con toda verdad, que le vio que no caminaba rectamente, según la verdad del Evangelio, y que le dijo, asimismo con toda verdad, que obligaba a los gentiles a judaizar. Pablo respetaba los ritos antiguos, observándolos con veracidad donde convenía, para mostrar que no eran vituperables; pero predicaba con insistencia que los fieles se salvan no por ellos, sino por la gracia revelada de la fe, para no inducir a nadie a observarlos como si fuesen obligatorios. Por lo tanto, creo que el apóstol Pablo se portó en todo esto con veracidad. Sin embargo, a cualquier judío que ahora se convierta al cristianismo, yo no le obligo a celebrar tales ritos ni le permito celebrarlos, como no le obligas tú a la simulación ni se la permites, aunque te parece que Pablo simuló tal observancia.

16. No te gustará que yo, a mi vez, afirme que toda esa cuestión, y tu propia sentencia entera, se reduce a lo siguiente: «Después del Evangelio de Cristo obran bien los judíos cuando ofrecen los sacrificios que ofreció Pablo, cuando circuncidan a sus hijos, como Pablo a Timoteo, y observan el sábado, con tal que lo hagan simulada e hipócritamente». Si esto fuese verdad, caeríamos no en la herejía de Ebión, o de los que el vulgo llama nazareos, o en cualquiera otra de las antiguas, sino en una herejía nueva más perniciosa, puesto que se incurre en ella no por error, sino por voluntad falaz e intencionada. Para librarte de esta postura, podrías replicar: los apóstoles simularon laudablemente en su tiempo estas observancias, como dispensadores que eran del Evangelio, para que no se escandalizasen los muchos judíos débiles que habían creído y seguían entendiendo que no se debían proscribir los ritos; en cambio, está loco quien ahora pretenda observarlos por simulación, una vez que está publicada en todas las naciones la doctrina de la gracia cristiana y está confirmada en todas las iglesias de Cristo por la lectura de la Ley y de los Profetas; en la Escritura se descubre que estas observancias hay que entenderlas, pero no hay que observarlas. Pero en ese caso también yo podré afirmar que el apóstol Pablo y los otros cristianos de recta fe debían garantizar los antiguos sacramentos, observándolos con veracidad durante algún tiempo, para que la posteridad supiese que no debía detestar como sacrilegios diabólicos las observancias de significación profética guardadas por los piadosísimos padres. ¿Por qué no? Al venir la fe, que estaba profetizada en aquellas observancias anteriormente y fue revelada después de la resurrección y muerte del Señor, habían perdido su vida y su misión, por decirlo así. Con todo, los deudos tenían la obligación de conducirlas al sepulcro, como si se tratase de cuerpos muertos, y eso no simulada, sino religiosamente. No podían de pronto ser abandonadas ni dejadas a la injuria de los enemigos, como si dijéramos, a la dentellada de los perros. Por lo tanto, si algún actual cristiano, aunque antes fuese judío, quisiese seguir celebrándolas, desenterrando las cenizas dormidas, no será ya un piadoso conductor o sepulturero de un muerto, sino un impío violador de sepulcros.

17. Realmente confieso que me expresé menos bien en lo que puse en mi carta, a saber: que Pablo, siendo ya apóstol de Cristo, había aceptado la celebración de los misterios judíos para mostrar que no dañaban a los que quisieran observarlos, puesto que los habían recibido de sus padres por la ley. Debí advertir: «sólo durante la generación en que fue revelada la primera gracia por la fe». Porque en aquel tiempo eso no era pernicioso. Con el progreso del tiempo, aquellas observancias serían abandonadas por todos los cristianos, mientras que, si entonces hubieran sido abandonadas, no hubiera aparecido la distinción entre lo que Dios mandó por ministerio de Moisés y lo que el espíritu inmundo estableció en los templos de los demonios. Por eso, mi negligencia en no haberte añadido esta explicación es más culpable que la reprensión tuya. Sin embargo, ya antes de recibir tu carta había aclarado mi pensamiento, al escribir contra el maniqueo Fausto, como podrá verlo tu benignidad si se digna consultar ese lugar. Allí no omití esa cláusula, aunque la expliqué brevemente. También podrán leerlo esos nuestros carísimos por quienes te envío esta carta, y podrás comprobarlo como quisieres. Por lo que toca a mi pensamiento, créeme, como te lo pido con derecho de caridad hablando delante de Dios: jamás supuse que los judíos convertidos al cristianismo debían celebrar ahora, con cualquier motivo o intención, aquellos sacramentos antiguos, ni que les sea lícito el hacerlo. Cabalmente siempre he entendido en la misma forma las palabras de Pablo desde que vinieron a mi conocimiento. Del mismo modo, tú no crees que se deban celebrar ahora los ritos, aun creyendo que los apóstoles lo hicieron.

18. Desde la oposición anuncias y escribes con voz libre que, aunque proteste el mundo, las ceremonias de los judíos son mortíferas y perniciosas para los cristianos, y que quien las observe recae en el abismo del diablo, ya venga de los judíos, ya venga de los gentiles. Pero yo no hago otra cosa que confirmar esa opinión tuya, y añado aún: recae en el abismo del diablo quienquiera que las observe; ya lo haga sincera, ya simuladamente. ¿Quieres más? Y como tú distingues entre la simulación de los apóstoles y la circunstancia de nuestro tiempo, distingo yo entre la conducta sincera del apóstol Pablo en su tiempo y la observancia sincera de las ceremonias judaicas en el nuestro. Entonces había que aprobarlas, mientras que ahora hay que detestarlas. Escrito está: La Ley y los Profetas hasta Juan bautista21; y también: por eso trataban los judíos de matar a Cristo, no porque desautorizaba el sábado, sino porque llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios22; y también: Hemos recibido gracia por gracia, porque la ley fue dada por Moisés, mas la gracia y la verdad fueron establecidas por Jesucristo23; y por Jeremías se hizo la promesa de que Dios daría un Testamento Nuevo a la casa de Judá, no según el Testamento establecido con sus padres24. A pesar de que leemos eso, no creo que el Señor haya sido circuncidado hipócritamente por sus padres. Y si dicen que la prohibición no le urgía, por razón de la edad, cuando fue circuncidado, tampoco creo que el Señor haya hablado con falacia a un leproso, a quien le urgía ciertamente tal observancia por precepto de Moisés, cuando le mandó: Ve y ofrece el sacrificio de Moisés, para que te sirva de testimonio25. Ni subió con falacia a celebrar el día de fiesta, pues ni siquiera había ese motivo de ostentación ante los hombres, ya que no subió con publicidad, sino a escondidas26.

19. Dijo también el mismo Apóstol: He aquí que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, de nada os servirá Cristo27. En ese caso, ¿engañó a Timoteo e hizo que Cristo no le sirviera de nada? ¿Acaso porque lo hizo con falacia se obvió el inconveniente? Esa circunstancia de la simulación no la sugirió él. No dijo: «Si os circundáis con sinceridad o con falacia», sino que dijo sin excepción alguna: Si os circuncidáis, Cristo nada os aprovechará. Tú quieres hacer lugar aquí a tu opinión y pretendes sobrentender «si os circundáis, a no ser que lo hagáis con falacia». Pues del mismo modo no soy un desvergonzado si te pido que en ese pasaje me dejes entender que se dijo: si os circuncidáis, a aquellos que se querían circuncidar porque pensaban que de otro modo no podrían salvarse en Cristo. A quien en aquel tiempo se circuncidaba con ese ánimo, con esa voluntad, con esa intención, Cristo no le aprovechaba en absoluto. Así lo dice el Apóstol claramente en otro lugar: Pues si por la ley se obtiene la justicia, en vano murió Cristo. Eso se dice en el mismo pasaje que tú citaste: Habéis quedado desconectados de Cristo los que os justificáis en la ley; os desprendisteis de la gracia28. Luego ataca a aquellos que creían justificarse en la ley, no a los que observaban tales ceremonias en honor de quien las preceptuó; porque éstos entendían que las observancias habían sido preceptuadas como anuncio de la Verdad y también hasta cuándo debían perdurar. Por eso dijo también: Si os guiais por el espíritu, no estáis ya bajo la ley29. Por donde es notorio, como tú deduces, que quien está bajo la ley carece del Espíritu Santo, ya obre por disimulo, como dices de nuestros mayores, ya sinceramente, como yo entiendo.

20. Estimo que es un gran problema el determinar qué significa estar bajo la ley, como dice el Apóstol en sentido peyorativo. No creo que lo diga por la circuncisión o por aquellos sacrificios que ofrecían los padres en su tiempo y ahora no ofrecen los cristianos, o por ritos semejantes. Baste decir que la ley también manda: No codiciarás30, y confesamos que también los cristianos deben observarlo. La ilustración evangélica lo pregona muy alto. El Apóstol dice que la ley es santa, y el mandato, santo, y justo, y bueno31. Además, añade: ¿Luego lo que es bueno se ha convertido en muerte para mí? No tal, sino que el pecado, para aparecer como tal pecado, se ha valido del bien para producirme la muerte, para hacerme sobremanera pecador o pecado por causa del mandato32. Eso mismo que dice aquí, que el pecado crece sobremanera por causa del mandato, lo dice en otra parte: La ley se implantó para que abundase el delito. Mas donde abundó el delito, sobreabundó la gracia33. Y en otro lugar, en que viene hablando de la donación de la gracia, que justifica, pregunta: ¿Qué decir, pues, de la ley? Y a esta pregunta responde a continuación: Ha sido establecida por motivo de prevaricación, hasta que llegase el linaje a quien fue hecha la promesa34.

Por lo tanto, dice el Apóstol que están puniblemente bajo la ley aquellos a quienes la ley convierte en reos, porque no la cumplen y presumen de sus propias fuerzas, con orgullo jactancioso, sin comprender el oficio de la gracia, necesario para cumplir los preceptos de Dios. Porque la plenitud de la ley es la caridad. Pero la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones, no por nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo, que se nos ha dado35. Mas para explicar suficientemente este problema se requiere quizá un tratado más prolijo y exclusivo. Cuando la ley dice no codiciarás, pone en evidencia al reo, si la humana fragilidad no es ayudada por la gracia de Dios. Esa ley condena al prevaricador, más bien que salva al pecador. Pues ¿cuánto menos podrá justificar a nadie la circuncisión y ritos semejantes, que fueron impuestos por motivo de simbolismo y figura, y que debían necesariamente ser abolidos al extenderse por doquier la revelación de la gracia? Pero no por eso debían las sombras ser proscritas como los sacrilegios diabólicos de los gentiles, aun después de revelarse la misma gracia, que estaba simbolizada proféticamente en tales sombras. Debían ser toleradas durante algún tiempo, especialmente entre los de aquel pueblo a quienes fueron confiadas. Sólo más tarde habían de ser sepultadas con honor y abandonadas irreparablemente por todos los cristianos.

21. ¿Qué es lo que quiere decir, por favor, eso que tú sugieres, «no por dispensación, como quisieron nuestros mayores?» ¿Es lo mismo que yo llamo mentira oficiosa u obligatoria, de modo que esa dispensación sea como una obligación de mentir honestamente, impuesta por el oficio? No veo en absoluto que pueda interpretarse de otro modo, a no ser que, al añadir ese mote de dispensación, resulte que la mentira deja de ser mentira. Si eso es absurdo, ¿por qué no dices claramente que se ha de defender la mentira oficiosa? Quizá te cause extrañeza el nombre, porque esa palabra oficio no es muy usada en los libros eclesiásticos; pero nuestro Ambrosio no halló inconveniente en su empleo, pues puso el título de Oficios a algunos de sus libros, llenos de preceptos provechosos. ¿Acaso cuando uno miente por oficio se le ha de culpar, y cuando miente por dispensación se le ha de aprobar? Por favor, ya puede mentir donde leyere el que así piense. Es un gran problema el saber si puede mentir en alguna circunstancia un justo y aun un cristiano. Lo cierto es que a éste se le dijo: Pon siempre en tu boca «sí, sí; no, no»36, y que él escucha con fe: Perderás a todos los que hablan mentira37.

22. Pero éste es, como he dicho, otro problema, gran problema. Los que eso opinan, elijan según les parezca y digan dónde pueden mentir, con tal que se crea y defienda resueltamente que en los hagiógrafos de las Sagradas Escrituras, máxime de las canónicas, no hay ninguna mentira en absoluto. No sea que esos dispensadores de Cristo, de los que se dijo: Aquí ya se busca que entre los dispensadores se halle alguno fiel38, se imaginen haber aprendido algo muy importante para su fidelidad cuando han aprendido a mentir, siendo así que la misma palabra latina fides lleva ese nombre, según se dice, porque se hace (fit) lo que se dice. Y donde se hace lo que se dice, no hay lugar de mentir. Por ende, aquel fiel dispensador, Pablo el Apóstol, nos es fiel cuando escribe, porque es dispensador de la verdad y no de la falsedad. Por lo tanto, escribió la verdad, a saber, que vio que Pedro no caminaba rectamente, según la verdad del Evangelio, y que se le opuso a la cara porque obligaba a los gentiles a judaizar39. Y Pedro recibió con la piedad de una santa y benigna humildad lo que Pablo ejecutó con la provechosa libertad de la caridad. De este modo dio Pedro ejemplo a la posteridad, para que todos se dignen dejarse corregir, aun por los que van detrás, si alguna vez se desvían del camino recto. Ese ejemplo es más raro y santo que el de Pablo, que invita a los menores a hacer frente con valentía a los mayores para defender la verdad evangélica, salva siempre la caridad fraterna. Mucho mejor es no desviarse en nada que desviarse un poco del camino recto. Pero es mucho más admirable y laudable recibir de buen grado la corrección que corregir con audacia al que se desvía. Tenemos, pues, la alabanza de la justa libertad en Pablo y de la santa humildad en Pedro. Por lo que yo puedo comprender, según mi capacidad, es mucho mejor defender eso contra las calumnias de Porfirio que darle pie para calumniar con mayor motivo. Sería mucho más mordaz en acusar a los cristianos porque escriben sus cartas con falacia o porque suprimen los sacramentos de su Dios.

3 23. Me pides que te señale siquiera un autor cuya sentencia haya seguido yo sobre este punto, pues tú has enumerado nominalmente tantos que te han precedido en esa postura que adoptas. Pides que, si tengo que reprenderte por error, admita que yerras con tales autores, a ninguno de los cuales he leído yo; lo confieso. Son seis o, si quieres, siete. Pero tú mismo invalidas la autoridad de cuatro de ellos. El de Laodicea, cuyo nombre callas, ha salido poco ha de la Iglesia, según dices. Alejandro es un viejo hereje, según afirmas. En tus recientes opúsculos leo que a Orígenes y a Dídimo les reprendes no poco, ni sobre cuestiones pequeñas, aunque anteriormente habías ponderado tanto a Orígenes. Me parece que no consentirás errar con éstos, aunque tú hablas suponiendo que no erraron en el punto que discutimos. Porque ¿quién es el que quiere errar, sea con quien sea? Sólo quedan, pues, tres: Eusebio Emiseno, Teodoro Heracleotes y Juan, a quien citas poco después, y que gobernó la iglesia de Constantinopla en su ministerio pontifical reciente.

24. Si inquieres o recuerdas qué opinó sobre esto nuestro Ambrosio o qué sintió nuestro Cipriano, hallarás que tampoco a mí me ha faltado a quien seguir en lo que afirmo. Sin embargo, como poco antes te indiqué, sólo debo a las Escrituras canónicas esa servidumbre ingenua con que puedo seguirlas a ellas solas, bien seguro de que sus autores no erraron absolutamente en nada ni mintieron absolutamente en nada. Voy a buscar un tercer autor, para oponer yo también tres autores a los tuyos. Podría encontrarle con facilidad según creo, si hubiese leído mucho. Pero se me presenta el mismo Pablo, que equivale a todos, o más bien que está por encima de todos. A él me atengo. A él apelo de todos los expositores de sus cartas que hayan sentido otra cosa. Preguntándole a él, le demando y requiero por qué dijo en su carta a los Gálatas que vio que Pedro no caminaba rectamente, según la verdad del Evangelio, y que se opuso a él en su cara porque con aquella simulación obligaba a los gentiles a judaizar40; le demando y requiero si escribió la verdad o si mintió por no sé qué falsedad que le permitía su oficio. Y oigo que un poco más arriba, en el mismo exordio de la narración, me grita con su voz religiosa: Sobre esto que os escribo, pongo por testigo a Dios que no miento41.

25. Perdonen todos los que opinen otra cosa. Yo creo a un Apóstol tan grande, que jura en y por sus cartas, mejor que a cualquier sabio que dispute acerca de cartas ajenas. Y no temo que se me diga que defiendo a Pablo de manera que ya no simula el error de los judíos, sino que está verdaderamente en un error. No simulaba el error quien recomendaba con su conducta y con libertad apostólica, donde era menester, lo que no fue instituido por la astucia de Satanás para seducir a los hombres, sino por la providencia de Dios para anunciar proféticamente realidades futuras. Pero tampoco consintió en el error de los judíos, pues no sólo sabía, sino que pregonaba con insistencia y denuedo que erraban los que pensaban imponer los ritos a los gentiles o juzgaban necesarios esos ritos para la justificación de cualesquiera fieles.

26. Cuando dije que Pablo se hizo como judío para los judíos y como gentil para los gentiles, no quise referirme a un ardid mentiroso, sino a un afecto misericordioso. Me parece que no te has fijado bien en mi modo de hablar. Es más, quizá yo no haya sabido expresarlo con suficiente claridad. No lo dije como si Pablo hubiese simulado sus acciones por misericordia; quise decir que no simulaba ni cuando obraba como los judíos ni cuando sus obras eran semejantes a las de los gentiles, que tú también citaste. Tú mismo viniste en mi apoyo, lo confieso con gratitud. Yo te preguntaba en mi carta cómo podría parecemos que Pablo se había hecho judío para los judíos, por haber aceptado falazmente los sacramentos judíos, cuando también se hizo gentil para los gentiles y, sin embargo, no aceptó falazmente los sacrificios gentiles. Y tú me contestaste que se había hecho gentil para los gentiles por haber aceptado el prepucio y por haber permitido el uso de ciertos manjares indiferentes que proscriben los judíos. Pero yo te pregunto si eso lo hizo simuladamente. Y ya ves que esto es completamente absurdo y falso. Luego en aquellos sacramentos en los que con una prudente libertad había que acostumbrarse a las costumbres de los judíos, tampoco obró con una necesidad servil o, lo que es peor, con una dispensación falaz, más bien que fiel.

27. Para los fieles y para aquellos que conocieron la verdad, toda criatura de Dios es buena, y no se ha de arrojar nada de lo que se recibe con acción de gracias42, como el mismo Apóstol atestigua. A no ser que también aquí nos engañe. Luego, para el mismo Pablo, que no sólo es varón, sino también dispensador fidelísimo, y no sólo conocedor, sino también doctor de la verdad, toda criatura de Dios, incluidos los alimentos, era no simulada, sino verdaderamente buena. ¿Por qué, pues, sin aceptar simuladamente ninguna ceremonia sagrada de los gentiles, por sólo creer y enseñar la verdad acerca del prepucio y de las comidas, pudo convertirse en un gentil para los gentiles, y, en cambio, para convertirse como en judío para los judíos, tuvo que aceptar falazmente los sacramentos de los judíos? ¿Por qué guardó la fe veraz de la dispensación para el oleastro injerto43, y, en cambio, a las ramas naturales, que no estaban fuera del árbol sino en él, se la encubrió con no sé qué velo de dispensación simulada? ¿Por qué, cuando se convierte como en gentil para los gentiles, dice lo que piensa y como piensa obra, y, en cambio, cuando se convierte como en judío para los judíos, guarda una cosa en el pecho y expresa otra en las palabras, en las obras y en los escritos? Dios nos libre de entenderlo así. A judíos y gentiles debía la caridad de corazón puro, conciencia buena y je no fingida44. Por eso se hizo todo para todos, para ganarlos a todos45, no por ardid mentiroso, sino por afecto misericordioso; es decir, no haciendo falazmente todas las acciones de los hombres, sino procurando con diligencia la medicina misericordiosa para todos los males de todos los demás, como si fueran propios.

28. Cuando celebraba él también aquellos sacramentos del Antiguo Testamento, no engañaba misericordiosamente, sino que no engañaba en absoluto. De este modo garantizaba que habían sido prescritos por el Señor Dios como dispensación hasta un cierto tiempo. Así los distinguió de los sacrificios sacrílegos de los gentiles. Pero no se hacía como judío para los judíos por un ardid mentiroso, sino con su afecto misericordioso, cuando deseaba librarlos (como si él mismo hubiese incurrido en el error) del error aquel de los que o no querían creer en Cristo o creían que se podían purificar de sus pecados y conseguir la salvación por sus antiguos sacramentos y observancia de ceremonias. Porque entonces, en realidad, amaba al prójimo como a sí mismo y hacía aquello que él hubiese deseado que le hiciesen a sí propio, si fuese menester. Al dar el Señor esa consigna, añadió: Porque ésta es la ley y los Profetas46.

29. Ese afecto compasivo es el que intima en su carta a los Gálatas cuando dice: Si el hombre se encontrase enredado en algún delito, vosotros, que sois espirituales, instruid al tal con espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no seas tentado tú también47. Mira si no dijo que te hagas como él para ganarle. No dice que tratemos con disimulo a aquel a quien amamos o que finjamos tener su espíritu. Dice que en el delito ajeno miremos lo que nos puede acaecer a nosotros mismos, y dice también que socorramos misericordiosamente al caído, como quisiéramos que él nos socorriese, es decir, no con un ardid mentiroso, sino con un afecto misericordioso. Así se hizo Pablo todo para todos para ganarlos a todos48, al judío, al gentil y a cualquiera otro constituido en error o pecado, no simulando lo que no era, sino teniendo compasión porque podía llegar a serlo, ya que se conocía como hombre.

4 30. Mírate, por favor, a ti mismo, si te place. Mira lo que tú me escribiste a mí. Recuerda o, si tienes los escritos, lee tus palabras en aquella breve carta que me enviaste por nuestro hermano, y ahora colega mío, Cipriano. Con qué verdad, auténtico y pleno afecto de caridad, al reclamar solemnemente por ciertas inconsideraciones que yo había cometido contra ti, añadiste: «Con eso se ofende la amistad; con eso se vulneran los derechos de la familiaridad. No aparezcamos como luchando puerilmente y demos a nuestros respectivos parciales y a nuestros detractores materia de contienda», Siento que estas palabras no sólo las dijiste con el alma, sino con benigna intención, para mirar por mi bien. Luego añades, y se deducía aunque no lo añadieses: «Esto escribo porque deseo amarte pura y cristianamente y no retener en mi corazón nada que diste de los labios». ¡Oh varón santo, para mí veraz, como Dios ve mi alma, y cordialmente amado! Eso mismo que has puesto en tu carta, eso mismo que sin duda me has manifestado, eso mismo creo en absoluto que lo manifestó el apóstol Pablo en las suyas, no a un solo hombre, sino a los judíos, griegos y a todos los gentiles hijos suyos, a quienes había engendrado en el Evangelio y por quienes sufría dolores de parto hasta darlos a luz49; y después a tantos miles de fieles cristianos venideros, en cuyo favor se escribió aquella carta. Nada retenía en su mente que distase de los labios.

31. También tú te has hecho como yo, no por ardid mentiroso, sino por afecto misericordioso, cuando pensabas que no se me podía abandonar en la culpa en que me creías caído; del mismo modo que no quisieras tú verte abandonado si a tu vez hubieses caído. Por eso, al darte las gracias por tu benévola intención para conmigo, te ruego no te enojes contra mí por haberte manifestado mí extrañeza cuando algunas cosas de tus opúsculos me la han causado. Como yo me he conducido respecto a ti, quiero que se conduzcan todos respecto a mí; de modo que todo lo que hallen inadmisible en mis escritos, ni lo oculten en su corazón falso ni lo reprendan delante de otros, mientras lo callan delante de mí. Estimo que es más bien esto lo que lesiona la amistad y viola los derechos de la familiaridad. No sé si podrán ser consideradas como amistades cristianas aquellas en las que el proverbio: «El obsequio allega amigos, la verdad produce odios», se cumple mucho mejor que el proverbio eclesiástico: Más fidelidad muestran las heridas causadas por el amigo que los besos espontáneos del enemigo50.

32. Por eso, con la mejor intención que podamos, demos a nuestros amigos, a los que se interesan con sinceridad en nuestros trabajos, este ejemplo: que sepan que entre los amigos cabe una recíproca oposición en las palabras, sin que se disminuya por eso la caridad ni produzca odio la franqueza que se debe a la amistad. Nada importa que tenga razón nuestro contendiente o que mantengamos con sinceridad de corazón nuestro juicio, con tal de arrojar del corazón lo que está distante de los labios. Crean, pues, mis hermanos, amigos tuyos y vasos de Cristo, que contra mi voluntad llegó mi carta a manos de otros muchos antes de que pudiera llegar a ti, para quien fue escrita. Siento por esa desgracia un gran dolor en mi corazón. Largo sería de contar, y, si no me engaño, superfluo, cómo acaeció eso. Bastará que se me crea que no fue ejecutado con la intención que se supone y que no dependió de mi voluntad, disposición o beneplácito, ni siquiera de mi pensamiento, el que esto sucediese. Si no creen esto que digo, poniendo por testigo a Dios, ningún otro remedio me queda. Muy lejos estoy de creer que hayan sugerido a tu santidad esas sospechas con intención malévola, para crear enemistad entre los dos. La misericordia del Señor la aparte de nosotros. Lo que sucede es que se sospechan con facilidad vicios humanos en el hombre, aun sin ninguna intención de perjudicar. Es justo que yo crea eso, si ellos son vasos de Cristo, y no de los fabricados para afrenta, sino de los aderezados para honor y colocados por Dios en una casa grande para una obra buena. Si después de este testimonio, suponiendo que lleguen a conocerlo, persisten en su opinión, tú mismo verás que no obran rectamente.

33. Te dije en verdad que yo no había enviado a Roma libro alguno contra ti. Escribí eso suponiendo que la palabra libro no se refería a la carta; imaginaba yo que tú habías oído quién sabe qué otras cosas. Tampoco envié a Roma, sino a ti, dicha carta. Ni pensé que iba contra ti lo que tenía conciencia de haber dicho con sinceridad de amigo, o para avisarte o para corregirnos mutuamente. Dejando a un lado a los que te son cercanos, te suplico, por la gracia con que fuimos redimidos, que no pienses que esas prendas que Dios te ha otorgado, y que yo te he atribuido en mis cartas, te las he atribuido por adulación insidiosa. Y si he faltado en algo contra ti, perdóname. No te apliques más allá de lo que pretendía mi intención aquellas palabras que yo cité de la vida de no sé qué poeta con más pedantería que erudición. Ya ves que añadí que yo no quería decir eso, como si tuvieses que recobrar los ojos del corazón -lejos de ti, digo, el haberlos perdido-, sino para que te dieses cuenta de que estaban sanos y alerta. Pensé que debía poner esa cita para imitar aquella otra de la palinodia en caso de que hubiésemos escrito algo que debiéramos revocar en escritos posteriores, pero no para aludir a la ceguera de Estesícoro, pues nunca temí ni soñé que la tuviera tu corazón. Te vuelvo a rogar que me corrijas con toda confianza cuando vieres que lo necesito. Aunque el episcopado sea mayor que el presbiterado, según la nomenclatura jerárquica que el uso de la Iglesia ha consagrado ya, con todo, Agustín es menor que Jerónimo en muchas cosas, y, en todo caso, no se ha de rehuir ni rechazar la corrección de un inferior, cualquiera que sea.

5 34. Por lo que atañe a tu traducción, me has convencido de la utilidad que pretendes conseguir al verter las Escrituras del hebreo, a saber: hacer público lo que los hebreos han suprimido o corrompido. Pero te pido que te dignes decir a qué hebreos te refieres, si a los que la tradujeron antes de la venida del Señor, y en este caso a quién o quiénes de ellos, o si te refieres a los posteriores a Cristo, que podrían haber pensado suprimir o corromper algunos pasajes de los códices griegos para no verse convencidos ante el espectáculo de la fe cristiana por aquellos testimonios. No veo por qué podrían haberlo hecho los anteriores a Cristo. Además, te ruego que me envíes tu traducción de los Setenta, que no sabía hubieses publicado. Deseo leer también ese libro tuyo Sobre el mejor modo de traducir que mencionaste. Deseo conocer asimismo cómo se han de conjugar en el escritor la pericia en las lenguas con las conjeturas de los expositores que comentan las Escrituras. Porque es inevitable que, aunque todos tengan la misma y recta fe, propongan varias sentencias en la oscuridad de algunos pasajes, mientras esa misma variedad esté de acuerdo con la unidad. Es más, un solo expositor y dentro de la misma fe podrá explicar, ya de un modo, ya de otro, un mismo pasaje, pues la oscuridad del pasaje lo permite.

35. Anhelo tu traducción de los Setenta para que podamos suprimir en lo posible la turba de los traductores latinos, pues un cualquiera se ha atrevido aquí a traducir. Los que piensan que yo tengo envidia de tus provechosos trabajos, deberán comprender finalmente, si es posible, esto: no quiero que se lea tu traducción del hebreo en las iglesias para no turbar a los pueblos de Cristo con un escándalo grave contra la autoridad de los Setenta al presentar una cosa nueva. Todos tienen los oídos y el corazón acostumbrados a aquella traducción, que fue, por añadidura, aprobada por los apóstoles; aunque aquel arbusto que se menciona en Jonás no sea en el hebreo ni yedra ni calabaza, sino quién sabe qué otra planta que se apoya en su propio tronco y no necesita de ayuda ajena para trepar, yo querría que en todas las iglesias latinas se leyese calabaza. No creo que los Setenta pusiesen esa palabra en vano. Seguramente sabían que esa planta era muy semejante a la citada en el hebreo.

36. Creo que he contestado largamente, y aun quizá más que largamente, a tus tres cartas: dos las recibí por Cipriano, una por Firmo. Contesta lo que te pareciere para instruirme a mí o a otros. Tendré mayor cuidado, si Dios me ayuda, para que las cartas que te escribo lleguen a tus manos antes que a las de ningún otro que las difunda por doquier. Confieso que no quisiera que me sucediese a mí con las tuyas eso que con razón lamentas, porque te sucedió a ti. Pero congratulémonos mutuamente, no sólo en la caridad, sino también en la libertad de amigos: no nos callemos, ni tú a mí ni yo a ti, lo que nos cause extrañeza en nuestras cartas, mientras obremos con aquella intención que no desagrada a los ojos de Dios en el amor fraterno. Si crees que esto no puede darse entre nosotros sin dañina ofensa de la misma caridad, dejémoslo. La caridad que deseo tener contigo es la mayor; pero la menor es preferible a ninguna.