Tema: Invitación a marcharse.
A un presbítero maniqueo
Hipona. Año 404.
En vano tergiversas las cosas. Bien claro está quién eres. Los hermanos que debatieron contigo me han puesto al corriente. Aseguras que no temes la muerte. Bien está. En todo caso debes temer la muerte que a ti mismo te causas al blasfemar de Dios. Entiendes que esta muerte visible que todos los hombres conocen consiste en la separación entre el alma y el cuerpo. No se necesita para ello un gran talento. Pero añades por tu cuenta que la muerte es la separación entre el bien y el mal. Si opinas que la mente es un bien y el cuerpo es un mal, sin duda no era bueno quien los amalgamó. ¿Cómo decís, pues, que fue Dios quien los mezcló? De ahí se deduciría que o Dios era malo o temía al mal, si ese Dios que tú te finges tuvo tanto miedo que mezcló el bien con el mal. Y entonces, ¿cómo te glorías tú de no temer a los hombres? No te engrías tampoco de que te doy demasiada importancia, según escribes, cuando trato de impedir los resultados de tu ponzoña, y me cuido de que no se deslice entre los hombres vuestra pestilencia. Bien ves que el Apóstol no daba demasiada importancia a los que llamaba perros cuando dijo: Guardaos de los perros1. Ni estimaba gran cosa a aquellos cuyas palabras dice que se deslizan como el cáncer2. Por lo que ves, te envío esta intimación en el nombre de Cristo... si estás dispuesto, afronta la dificultad en que desmayó tu predecesor Fortunato. Huyó de aquí para no volver, aunque, una vez que estudió con sus amigos nuestra controversia y halló alguna justificación, se puso a discutir con mis hermanos. Y si no estás preparado para el debate, vete de aquí y renuncia a poner celadas y lazos en los caminos del Señor3 para envenenar con tu ponzoña a las almas débiles. No sea que, mediante el auxilio de la diestra de nuestro Señor, te veas corrido, como no pensabas.