CARTA 78

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Exhortación a la calma ante el escándalo.

Agustín saluda en el Señor a los hermanos amadísimos, al clero, a las autoridades y a todo el pueblo de la Iglesia de Hiponaa la que sirvo en el amor de Cristo.

Hipona. Entre el año 401 y el 408.

1. Ojalá resolvieseis con atención solícita las Escrituras de Dios y no tuvieseis necesidad de mi palabra en cualesquiera linaje de escándalos. Os consolaría Aquel que me consuela a mí. De antemano predijo El, de antemano se cuidó de consignar por escrito no sólo los bienes que ha de dar a los santos y fieles suyos, sino también los males en los que tenía que abundar el mundo. De este modo podremos esperar los bienes que vendrán, al acabarse este siglo, con mayor certidumbre que la que nos causa ver que se cumplen los males que tenemos anunciados para antes del fin del siglo. Por eso dijo el Apóstol: Todas las cosas que antes se escribieron, para nuestra edificación se escribieron; para que por la paciencia y la edificación de las Escrituras tengamos esperanza en Dios1. El mismo Señor Jesús dijo: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre2, refiriéndose a lo que acontecerá al fin del siglo. Pero también exclamó: ¡Ay del mundo por los escándalos!3 ¿Por qué habla así, sino para quitarnos la ilusión? No podemos llegar a la morada de la felicidad eterna sino resistiendo el combate de los males temporales. Necesario era advertir: Porque abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos; pero a continuación añadió: Quien perseverare hasta el fin, éste será salvo4. Habló de este modo para que los perseverantes, cuando ven que la caridad se enfría por la abundancia de iniquidad, no se turben, no se espanten, no desmayen como afligidos por acaecimientos inesperados e inopinados. Habló así para que, por el contrario, viendo que se cumple lo que fue prometido para antes del fin, perseveren con paciencia hasta el fin y de este modo lleguen a reinar con seguridad en aquella vida que no tiene fin.

2. Por eso, carísimos, no digo que no os entristezcáis por ese escándalo referente al presbítero Bonifacio, que ha turbado a algunos. Quien no se duela de ello, no tiene la caridad de Cristo. Y quien todavía se alegre del escándalo rebosaría de la malignidad del diablo. No digo esto porque en dicho presbítero se haya descubierto nada que merezca condenación, sino porque dos individuos de nuestra misma casa se hallan en tal situación que a uno de ellos se le considera perdido sin duda, y la fama del otro es para unos mala, para otros, dudosa, aunque guarde inmaculada su conciencia. Doleos de esto, porque es doloroso. Pero no de modo que con ese dolor se entibie vuestra caridad para vivir bien, sino de modo que se inflame para suplicar al Señor. Si vuestro presbítero es inocente, como yo me inclino a creer, orad para que la sentencia divina le declare tal y le conserve en su ministerio, pues al advertir la proposición deshonesta y torpe del otro no quiso consentir ni callar. Y si es consciente de haber obrado mal, lo que no me atrevo a sospechar, ha pretendido difamar al hermano por no haber podido mancillar su pureza, como dice ese otro con quien tiene el pleito: orad en este caso al Señor para que no le permita encubrir su malicia, para que cualquier género de juicio divino haga ver, respecto a ellos, lo que los hombres no pueden ya averiguar.

3. Este pleito me atormentó durante largo tiempo. No podía dejar convicto a ninguno de los dos, aunque me inclinaba a creer al presbítero. De momento había pensado dejarlos al juicio de Dios hasta que uno de ellos, sobre el que recaía mi sospecha, me diese algún motivo para arrojarlo de nuestra compañía sin hacerle manifiesta injuria. Pero él se empeñó con ahínco en ser promovido a la clericatura, ya fuese aquí por mi autoridad, ya fuese en otra parte por mis testimoniales. Yo no me dejé inducir en modo alguno a imponer las manos de la ordenación a un sujeto del que sospechaba tan mal, y tampoco me avine a colocárselo a un colega con una recomendación. Entonces él comenzó a portarse como rebelde, pidiendo que, si no le promovía a él a la clericatura, tampoco permitiese al presbítero Bonifacio mantenerse en su grado jerárquico. Ante esta provocación, observé que Bonifacio quería evitar la ocasión de escándalo a los débiles y predispuestos a la suspicacia, que pondrían en tela de juicio su vida; estaba dispuesto a sufrir mengua de su honra ante los hombres, más bien que a discutir sobre ese tema, en el que no podría demostrar su inocencia ante los ignorantes, prevenidos e inclinados a recelo maligno; pensó, pues, que se llegaría a causar en vano una perturbación a la Iglesia. Yo propuse una solución media, a saber: por mutuo convenio, ambos habían de obligarse a ir a un lugar santo, en el que la tremenda intervención de Dios pudiese manifestar más fácilmente la conciencia sana de cada uno, o arrancarle, por el castigo o por el miedo, una confesión. Es verdad que Dios está en todas partes; es verdad que no está incluido o encerrado en lugar alguno el que todo lo creó, y que los verdaderos adoradores deben adorarle en espíritu y en verdad5, para que, ya que escucha en lo escondido, justifique y galardone también en lo escondido. Pero por lo que toca a estas cosas que los hombres comprobamos con los sentidos, ¿quién puede conocer el divino consejo y explicar por qué los milagros se realizan en unos lugares y en otros no se realizan? A muchos es notoria la santidad del lugar en que está sepultado el cuerpo de Félix de Nola. Allí quise yo que fuesen, porque desde allí nos podían certificar con mayor facilidad y fidelidad cualquiera manifestación divina que se hiciese sobre alguno de ellos. Yo sé que ante el sepulcro de los santos en Milán, en donde los demonios confiesan la verdad aparatosa y espantablemente, vino un cierto ladrón con ánimo de engañar a todos con un falso juramento; pero se sintió forzado a confesar su robo y a devolver lo robado. ¿Acaso no está también el África llena de cuerpos de los santos mártires? Y, sin embargo, no sabemos que aquí se realicen aquellas maravillas. Porque, como dijo el Apóstol, no todos los santos tienen el don de curaciones ni todos tienen la discreción de espíritus6. Del mismo modo, no en todos los sepulcros de los santos permitió que tales milagros se verificasen aquel que reparte sus dones a cada uno según quiere7.

4. No quería yo que llegase a vuestra noticia este gravísimo dolor de mi corazón; no quería turbaros y entristeceros atroz y vanamente. Quizá Dios ha permitido que llegaseis a saberlo para que insistáis con nosotros en la oración; quizás así se digne el Señor manifestarnos en este pleito lo que El conoce y nosotros no podemos conocer. No he osado suprimir o borrar el nombre del presbítero del número de sus colegas, para que no parezca que hacemos injuria a la divina potestad, de cuyo juicio pende todavía la causa; no quiero sentar prejuicio con mi sentencia a la sentencia divina. Ni siquiera los jueces hacen esto en los negocios seculares; cuando una causa dudosa se remite a un tribunal superior, nadie osa cambiar nada mientras no se reciba relación. Además, en el concilio de los obispos se ha establecido que ningún presbítero pueda ser apartado de la comunión sin estar convicto, excepto el caso en que no se haya presentado a discutir su causa.

Bonifacio se sometió a esta humillación y no admitió cartas para defender su honor en el viaje propuesto por mí; así, en aquel lugar en que ambos eran desconocidos, ambos estaban en igualdad de condiciones. Y si ahora os place que su nombre no sea citado, para que, como dice el Apóstol, no demos ocasión a los que la buscan8, es decir, a los que no quieren acercarse a la Iglesia, yo no saldré responsable de ello; serán responsables los causantes de la supresión. ¿Qué mal puede causarle a este hombre el que la humana ignorancia rehúse citarle en la tablilla, con tal de que no lo borre del libro de los vivos la mala conciencia?

5. En resolución, hermanos míos, que teméis a Dios, acordaos de lo que dice el apóstol Pedro: Porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, busca a quien devorar9. Si no puede devorar a un individuo induciéndole a la maldad, procura mancillar su fama, para que, si es posible, desmaye ante la detracción de las malas lenguas y ante los oprobios de los hombres y así venga a caer en sus fauces. Y si no puede mancillar la fama del inocente, trata de inducirle a juzgar a su hermano con malévolas sospechas; así, enredado en ellas, le devora. ¿Quién sabrá entender o calcular todas sus diabólicas asechanzas o circunvoluciones? En lo que toca a estas tres tentaciones que se refieren antes que nada al presente pleito, así os habla Dios por medio del. Apóstol, para que no seáis inducidos a la maldad, imitando los malos ejemplos: No llevéis el yugo con los infieles. Pues ¿qué participación tiene la justicia con la iniquidad? ¿O qué relación tiene la luz con las tinieblas?10 Y en otro lugar: No os dejéis seducir. Las malas palabras corrompen las buenas costumbres. Sed sobrios y justos y no queráis pecar11. Para que no desmayéis bajo las lenguas de los detractores, os dice así el profeta: Oídme los que conocéis el juicio, pueblo mío, en cuyo corazón está mi ley. No temáis el oprobio de los hombres y no os dejéis vencer por la detracción de ellos, ni tengáis por grandes a los que os desprecian. Porque, como un vestido, así serán gastados con el tiempo, y serán devorados como lana por la polilla. En cambio, mi justicia permanece para siempre12. Y para que no perezcáis, sospechando cosas falsas con intención malévola de los siervos de Dios, recordad aquello del Apóstol, donde os dice: No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor e ilumine los secretos de las tinieblas y manifieste los pensamientos del corazón, y entonces Dios dará alabanza a cada uno13. Y también aquello que está escrito: Las cosas manifiestas son para vosotros, pero las ocultas son para el Señor vuestro Dios14.

6. Realmente es notorio que estas cosas no acaecen en la Iglesia sin grande tristeza de los santos y fieles. Con todo, consuélenos el que todo lo pronosticó y nos dejó su aviso para que por la abundancia de la iniquidad no nos enfriemos, sino que perseveremos hasta el fin para poder salvarnos15. Por lo que toca a mí, si en mí hay alguna caridad de Cristo, ¿quién enferma que no enferme yo con él? ¿Quién se escandaliza que no me abrase yo?16 No queráis, pues, aumentar mis tormentos, desmayando por las falsas sospechas o por los pecados ajenos. No lo hagáis para que yo no tenga que decir de vosotros: Y el dolor de mis heridas aumentaron17.

Aquellos que se deleitan en estos nuestros dolores, no son difíciles de tolerar; de ellos se dijo por adelantado en la persona de Cristo: En contra de mí lanzaban insultos los que se sentaban en la puerta, y contra mí componían salmos los que bebían vino18. Pero hemos aprendido que también por ellos tenemos que orar y quererles bien. ¿Por qué razón se sientan éstos a juzgar, o qué otra cosa procuran averiguar sino la caída de algún obispo, clérigo, monje d monja? En seguida creen, discuten, pregonan que todos son lo mismo, aunque no en todos se pueda averiguar. Mas cuando alguna casada ha caído en adulterio, esos mismos no despiden a sus mujeres ni acusan a sus madres. Sólo cuando se inventa falsamente o se descubre algún pecado verdadero, en alguno que ostenta una profesión santa, insisten, se interesan, se fatigan para que se crea que todos son lo mismo. Puesto que sacan de nuestros dolores cierta suavidad para su mala lengua, podemos compararlos con propiedad a los perros; son, si hemos de entenderlos en mal sentido, aquellos perros que lamían la llaga del pobre Lázaro, tirado ante la puerta del epulón. Pero Lázaro toleró todas las indignidades y fatigas hasta llegar al descanso del seno de Abrahán19.

7. Los que tenéis alguna esperanza en Dios, no me atormentéis más. No queráis multiplicar las heridas que esos otros lamen; vosotros, digo, por los que estoy en peligro a cada momento, sosteniendo fuera luchas y dentro temores20, riesgo en la ciudad, riesgo en el desierto, riesgo de parte de los gentiles, riesgo de parte de los falsos hermanos21. Sé que os duele, pero ¿acaso más que a mí? Sé que estáis turbados y temo que entre las lenguas de los maldicientes desmaye y perezca algún débil por quien Cristo murió22. No crezca mi dolor por culpa vuestra, puesto que no ha sido culpa mía el que mi dolor haya llegado a serlo vuestro. Justamente eso es lo que yo trataba de evitar; tuve gran interés en arreglar esa calamidad, si era posible, sin que llegase a vuestro conocimiento; porque en todo esto sufren inútilmente los fuertes y se turban con grave riesgo los débiles. Pero Dios, que permitió que fueseis tentados al saber el escándalo, os dé fuerzas para tolerar y os instruya mediante su ley. El os ilumine y modere, librándoos de los días malos, hasta que se le abra la hoya al pecador23.

8. He oído que algunos de vosotros han mostrado mayor pesadumbre ahora que cuando cayeron aquellos dos diáconos venidos de los donatistas, después de rebelarse contra la disciplina de Proculeyano. En aquella ocasión os jactabais de mí, porque, en conformidad con nuestra disciplina, nada semejante se daba entre nuestros clérigos. Os confieso que los que así hablasteis no lo hicisteis bien. He ahí cómo el Señor os dio una lección: Para que el que se gloríe, se gloríe en el Señor24. No echéis en cara a los herejes sino que no son católicos. No seáis semejantes a ellos; ellos nada tienen que defender en esa su causa del cisma, y así se dedican a recoger pecados personales y luego a pregonar falsamente que tales pecados son muy numerosos. No pueden desautorizar ni oscurecer la misma verdad de la divina Escritura, en la que se recomienda la Iglesia católica universal, y así tratan de hacer odiosos a los hombres que la predican. Porque nada cuesta fingir todos los pecados personales que se quiera. Mas vosotros habéis conocido a Cristo de otro modo, si es que le habéis oído, y en El os habéis instruido25. Cristo dejó asegurados también a sus fieles contra los malos ministros, que obran el mal de ellos, pero hablan el bien de Cristo, cuando dijo: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, porque dicen y no hacen26. Orad por mí, no sea que, predicando a los otros, yo sea réprobo27; y cuando os gloriéis, no os gloriéis en mí, sino en el Señor. Por muy vigilante que sea la disciplina de mi casa, hombre soy y entre hombres vivo. No osaré jactarme de que mi casa sea mejor que el arca de Noé, en la que se encontró un réprobo entre solas ocho personas28; o mejor que la casa de Abrahán, en la que se dijo: Arroja a la esclava y a su hijo29; o mejor que la casa de Isaac, de la que se dijo por solos dos mellizos: A Jacob amé; a Esaú, en cambio, cobré odio30; o mejor que la casa del mismo Jacob, en la que un hijo deshonró el lecho de su padre31; o mejor que la casa de David, en la que un hijo yació con una hermana y otro se rebeló contra la santa mansedumbre de su padre32; o mejor que la compañía del apóstol Pablo, quien, si hubiese habitado entre solos buenos, no hubiese dicho lo que antes cité: Fuera luchas, dentro temores33, ni hubiese dicho al tratar de la santidad y fe de Timoteo: A nadie tengo que se preocupe generosamente por vosotros. Todos buscan sus cosas, no las de Jesucristo34; o mejor que la compañía del mismo Cristo, en la que once buenos toleraron al pérfido y ladrón Judas; o, finalmente, mejor que el cielo, de donde cayeron los ángeles.

9. Os confieso ingenuamente delante de Dios, que es testigo de mi sinceridad desde que empecé a servir a Dios: difícilmente hallé personas mejores que las que adelantan en el monasterio, pero no las he encontrado peores que las que en el monasterio cayeron, hasta el punto de que pienso que a esto se refiere lo que está escrito en el Apocalipsis: El justo justifíquese más, y el corrompido corrómpase más aún35.

He ahí por qué me entristezco por lo que queda por enmendar, pero me consuelo por las numerosas bellezas que me rodean. Por la amurca, que ofende vuestras miradas, no vayáis a detestar el lagar, que llena las bodegas divinas con el aceite más refinado. La misericordia de Dios nuestro Señor os guarde contra las asechanzas del enemigo, amadísimos hermanos.