CARTA 75

Traducción: López Cilleruelo, OSA

Tema: Réplica a las cartas 28, 40 y 71.

Jerónimo saluda en el Señor a Agustín, señor verdaderamentesanto y beatísimo padre.

Belén. Entre el año 403 y el 404.

1 1. Por el diácono Cipriano he recibido de tu dignación tres cartas juntas, o más bien tres folletos, que contienen diversos problemas, como tú dices, o reprimendas, como yo creo, de mis opúsculos. Si quisiera contestar a ellas, necesitaría el espacio de un libro. Procuraré, en cuanto pueda, no exceder la longitud de una carta larga y no detener al hermano lleno de prisas, que tres días antes de partir me exige que le entregue las cartas. Me veo, pues, obligado a improvisar lo que salga y a contestar en lenguaje atropellado, no con la madurez del que escribe, sino con la temeridad del que dicta. En tales casos, todo sale, no en provecho de la doctrina, sino al azar. Una batalla repentina espanta a los soldados más valientes, que se ven obligados a huir antes de que puedan empuñar las armas.

2. Por lo demás, mi armadura es Cristo y la doctrina del apóstol Pablo, que escribe a los Efesios: Empuñad las armas de Dios para que podáis resistir en el día del mal; y también: Mantened ceñidos vuestros lomos en la verdad, vestida la loriga de la justicia, calzados los pies con la preparación del Evangelio de paz; recibid ante todo el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del maligno; poneos la celada de la salud y empuñad la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios1. Armado con estos dardos salió en otro tiempo David a la batalla: tomó cinco cantos rodados del torrente, mostró que en sus sentidos no había ni aspereza ni impureza entre los torbellinos de este mundo al beber del torrente en el camino2. Elevado así, cortó la cabeza soberbia de Goliat con la misma espada del gigante, hiriendo en la frente al blasfemo3, hiriéndole en aquella parte del cuerpo en que fue castigado con la lepra el usurpador del sacerdocio Ozías: santificado David, se gloriaba en el Señor, diciendo: Se ha señalado sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor4. Digamos, pues, también nosotros: Preparado está mi corazón, Señor, preparado está mi corazón, y salmodiaré en mi gloria. Levántese el salterio y la cítara; me levantaré de mañana5 para que pueda cumplirse en nosotros aquello: Abre tu boca y yo la llenaré6; y también: El Señor dará palabras a los que predican con gran fortaleza7. No dudo de que también tú pides que la verdad triunfe entre nosotros en este debate, ya que no buscas tu gloria, sino la de Cristo: si tú vences, venceré yo también al superar mi equivocación; y si yo venzo, tú triunfas, porque no atesoran los hijos para los padres, sino los padres para los hijos8. Leemos en el libro de los Paralipómenos que los hijos de Israel salieron a pelear con mente pacífica9; en medio de las armas, derramamiento de sangre y de los cadáveres esparcidos, no pensaban en su victoria, sino en la de la paz. Voy a contestar, pues, a todo, resolviendo muchos problemas en pocas palabras, si Cristo lo dispone. Paso por alto los saludos oficiosos con que acaricias mi cabeza, me callo los mimos con que te esfuerzas en consolarme por tu reprensión y voy al asunto.

2 3. Dices que un cierto hermano te entregó un libro mío que no llevaba título; en él mencionaba yo a los escritores eclesiásticos, tanto griegos como latinos. Para emplear tus palabras, le preguntaste al hermano por qué la primera página no llevaba título o cuál se presumía, y él respondió que se llamaba Epitafio. Tú argumentas que llevaría con justicia ese título si hubieses leído en él únicamente las vidas y obras de los que ya murieron; pero que te admiras de que yo haya puesto ese título, cuando se citan las obras de muchos que vivían cuando el libro fue compuesto y aún viven actualmente. Pienso que tu prudencia entenderá que por la misma obra pudiste adivinar el título; has leído, sin duda, a los autores griegos y latinos que escribieron la vida de los ilustres varones, y nunca titularon su obra Epitafio, sino Los varones ilustres; por ejemplo, generales, filósofos, oradores, historiadores, poetas, épicos, trágicos y cómicos. Un epitafio se escribe propiamente de los muertos; yo recuerdo que antaño escribí uno sobre la muerte del presbítero Nepociano, de santa memoria. Por eso este libro debe titularse Los varones ilustres, o propiamente Los escritores eclesiásticos, aunque la mayor parte de los correctores ignorantes diga que se titula Los autores.

3 4. Preguntas en segundo lugar por qué en los comentarios a la Epístola a los Gálatas he dicho que Pablo no pudo reprender en Pedro lo que él mismo ejecutaba, ni podía combatir en otro la misma simulación de que él era reo. Afirmas que la reprensión apostólica no la exigía la práctica del ministerio, sino que fue una verdadera reprensión. Anuncias que yo no debo enseñar la mentira, sino que todas las cosas que están escritas han de sonar tales cuales están escritas. Contesto al primer punto diciendo que tu prudencia debió recordar el prólogo a mis Comentarios, que dice en mi nombre: «¿Qué importa? ¿Soy necio o temerario al prometer lo que él no pudo cumplir? De ningún modo. Por el contrario, me parece que yo soy más tímido y cauto; pues sintiendo la debilidad de mis fuerzas, he seguido los Comentarios de Orígenes. Escribió él sobre la carta a los Gálatas cinco volúmenes colmados y completos, con una explicación o apéndice en el décimo libro de sus Stromata; compuso además varios tratados y extractos. que por sí solos podrían bastar. Paso por alto a Dídimo, mi vidente, y al Laodiceno, que ha salido poco ha de la Iglesia; a Alejandro, el viejo hereje; a Eusebio Emiseno, a Teodoro Heracleonte, los cuales dejaron también algunos comentarios sobre esta materia. Con sólo tomar un poco de ellos resultaría algo que no sería despreciable del todo. Hablando en puridad, los he leído todos; en mi mente he amontonado muchas cosas, y al notario le he dictado lo mío y lo ajeno, sin recordar el orden y a veces ni las palabras ni el sentido. Se debe a la misericordia del Señor el que no desaparezcan, a pesar de mi impericia, las cosas buenas que otros dijeron y el que pueda agradar a los extraños lo que agradó a sus compatriotas». Si pensabas que en mi comentario había algo que reprender, tu erudición debió averiguar si lo escrito por mí se hallaba escrito en los griegos; si no lo habían dicho ellos, entonces podías condenar justamente mi sentencia, máxime después de la abierta confesión, que puse en mi prólogo, de haber seguido los Comentarios de Orígenes y de haber dictado lo mío o lo ajeno. Al fin de ese mismo pasaje que tú reprendes, escribí: «Si a alguien no le place este sentido, según el cual ni Pedro pecó ni Pablo aparece reprendiendo con insolencia a su superior, debe exponer con qué lógica reprende Pablo en otro lo que él mismo ejecutó». Donde hice ver que no defendía yo como cosa absoluta lo que leí en los griegos, sino que había expresado lo que había leído, dejando al arbitrio del lector el aprobar o reprobar esa sentencia.

5. Para no atenerte a lo que yo demandaba, hallaste un nuevo argumento, afirmando que los gentiles están libres de la carga de la ley cuando creen en Cristo; en cambio, los judíos que creen en Cristo están sometidos a la ley. Atendiendo a ambas clases de personas, Pablo reprende con razón, como doctor de los gentiles, a los que guardaban la ley; y Pedro es reprendido con razón, porque, como príncipe de la circuncisión, impone a los gentiles lo que solos los judíos debían observar10. Si eso te place, o más bien, ya que eso te place, todos los judíos que creen en Cristo están obligados a observar la ley11. Tú, como obispo bien conocido en todo el orbe, debes promulgar esa norma y solicitar el consentimiento de todos tus coepíscopos. Yo, en mi humilde tugurio, rodeado de mis monjes, es decir, de mis compañeros en el pecado, no osaré promulgar grandes definiciones, sino confesar ingenuamente que leo los escritos de mis mayores; en mis Comentarios expongo varias explicaciones, según la opinión de todos, para que entre ellas elija cada cual la que guste. Pienso que habrás leído y aun aprobado esta conducta, tanto en la literatura secular como en los libros divinos.

6. Orígenes fue el primero que dio esa explicación que te sobresalta, en el libro décimo de sus Stromata. Allí explica la carta de Pablo a los Gálatas; y los demás expositores le siguen, principalmente con ánimo de responder a la blasfemia de Porfirio. Este denunció la procacidad de Pablo por haberse atrevido a reprender a Pedro, príncipe de los apóstoles, por haberle afrentado, por haber pretendido demostrarle su mala conducta; le acusa porque está en un error, en el que estuvo también ese mismo Pablo que se atreve a denunciar el delito ajeno. ¿Y qué diré de Juan, quien poco ha gobernó la iglesia de Constantinopla en su dignidad pontifical, y escribió un largo libro sobre este capítulo, siguiendo la sentencia de Orígenes y de los antiguos? Si me reprendes por mi error, permíteme errar con tales autoridades, por favor; y al advertir que tengo hartos compañeros en el error, deberás tú presentar por lo menos uno que avale tu verdad. Esto por lo que se refiere a la exposición del punto de la carta a los Gálatas.

7. Mas para que no parezca que me apoyo en el número de los testigos frente a tu razón, y con la sombra de tan ilustres varones rehúyo la verdad, sin atreverse a venir a las manos, presentaré brevemente ejemplos de la Escritura. En los Hechos de los Apóstoles le dice a Pedro una voz: Levántate, Pedro; mata y come; es decir, todos los animales cuadrúpedos, y las serpientes de la tierra, y los alados del cielo12. Dicho lo cual, se muestra que ningún hombre está manchado por naturaleza, sino que todos en la misma forma son llamados al Evangelio de Cristo. A lo que respondió Pedro: Lejos de mí, puesto que jamás comí lo que es común e inmundo. La voz del cielo le replica de nuevo: Lo que Dios ha purificado no lo llames común13. Bajó, pues, a Cesárea y visitó a Cornelio y, abriendo su boca, dijo: «En verdad he comprendido que Dios no tiene acepción de personas, sino que todo pueblo que le tema y practique la justicia es acepto para El14. En fin, cayó el Espíritu Santo sobre él y se espantaron los fieles de la circuncisión que con él habían venido, porque la gracia del Espíritu Santo se había derramado en los gentiles. Entonces respondió Pedro: «¿Acaso puede nadie prohibirles el agua y negarles el bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» Y mandó que fuesen bautizados en el nombre de Jesucristo. Oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea que también habían recibido los gentiles la palabra de Dios, y cuando subió Pedro a Jerusalén, discutían contra él los que eran de la circuncisión, diciendo: «¿Por qué has entrado en casa de los incircuncisos y has comido con ellos?»15 Pedro les expuso la razón, y terminó su discurso con estas palabras: «Si Dios les ha dado a ellos la misma gracia que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner veto a Dios?» Oído esto, callaron y glorificaron a Dios, diciendo: «Luego Dios ha dado también a los gentiles penitencia para la vida»16. Sigamos. Mucho más tarde, Pablo y Bernabé vinieron a Antioquía y, reunida la iglesia, refirieron cuántas cosas había realizado Dios con ellos y que Dios había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Algunos que bajaron de Judea, enseñaban a los hermanos y decían: Si no os circuncidáis según la costumbre de Moisés, no podréis salvaros. Se provocó, pues, una sedición no pequeña contra Pablo y Bernabé, y entonces se determinaron, tanto los acusados como los acusadores, a subir a Jerusalén para consultar a los apóstoles y presbíteros sobre este punto. Llegados a Jerusalén, surgieron algunos de la secta de los fariseos que habían creído en Cristo, diciendo: Es necesario que se circunciden y que se les mande observar la ley de Moisés. Y como sobre ese problema se levantase una gran discusión, Pedro, con su acostumbrada libertad, dijo: Hermanos, bien sabéis que desde los días antiguos nos ha elegido Dios para que los gentiles oigan por mi boca la palabra del Evangelio y crean. Dios, que conoce los corazones, dio testimonio, entregándoles el Espíritu Santo como a nosotros, y no hizo diferencia alguna entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones, ¿por qué ahora tentáis a Dios, imponiendo sobre los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres pudimos llevar? Creemos salvarnos por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, lo mismo que ellos. Y toda la muchedumbre guardó silencio17, y Santiago el apóstol y todos los demás presbíteros se pasaron a su sentencia.

8. Todo esto no debe molestar al lector, sino que para él y para mí es útil: así admitiremos que, antes de presentarse el apóstol Pablo, ya sabía Pedro muy bien que la Ley no debe observarse después del Evangelio; él mismo había sido el promotor de ese decreto. Finalmente, tal era la autoridad de Pedro, que Pablo escribe en su carta: Después de tres años subí de nuevo a Jerusalén a ver a Pedro y me quedé en su casa quince días18. Sigue a continuación: Después de catorce años, subí de nuevo a Jerusalén con Bernabé, llevándome a Tito. Pero subí en virtud de una revelación y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles. Así da a entender que no tenía seguridad en la predicación de su Evangelio, si no lo veía confirmado por Pedro y los demás que con él estaban. Y luego prosigue: Separadamente a aquellos que tenían alguna representación, no fuera que yo corriese o hubiese corrido en vano19. ¿Por qué separadamente y no en público? Para que no sirviese de escándalo a los fieles judíos que creían que había que cumplir la ley, y sólo así se había de creer en el Señor Salvador. Luego también en aquel tiempo en que Pedro bajó a Antioquía, aunque esto no lo afirman los Hechos, sino que hayamos de creer a Pablo, que lo afirma, Pablo escribe que le hizo resistencia en su cara, porque era reprensible. Antes de que llegasen allá algunos del grupo de Santiago, comía con los gentiles; pero, al venir ellos, se retiraba y apartaba, temiendo a los circuncisos. Consintieron con él los otros judíos, de tal modo que hasta Bernabé fue inducido a esta simulación. Y continúa Pablo: Pero al ver yo que no caminaban rectamente, según la verdad del Evangelio, dije a Pedro delante de todos: «Si tú, siendo judío, vives a lo gentil y no a lo judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?»20 Nadie puede dudar de que Pedro fue el autor de esa sentencia de que ahora Pablo le acusa como prevaricador. Y la causa de la prevaricación fue el temor de los judíos. Porque dice la Escritura que antes comía con los gentiles, y cuando bajaron algunos de parte de Santiago, se apartó y retiró, temiendo a los que eran de la circuncisión21. Teme que los judíos, de quienes era apóstol, fuesen a apartarse de la fe de Cristo con ese motivo de los gentiles, y perdiese el rebaño a él confiado. Imitó al Buen Pastor.

9. He demostrado, pues, que Pedro estaba en lo cierto acerca de la abolición de la ley de Moisés, y que se vio obligado por su temor a simular que la observaba. Veamos ahora si Pablo, que acusaba a otro, hizo algo semejante. Leemos en el libro: Recorría Pablo la Siria y la Cilicia, fortaleciendo las iglesias, y llegó a Derbe y Listra. Había allí un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de una mujer creyente judía y de padre gentil. Todos los hermanos que estaban en Listra y en Iconio daban testimonio de él. Pablo le eligió para que se viniera con él. Y tomándole, le circuncidó por atención a los judíos que había en aquellos lugares, ya que todos sabían que su padre era gentil22. ¡Oh bienaventurado apóstol Pablo, que en Pedro habías reprendido esa simulación, cuando se apartó de los gentiles por miedo a los judíos que vinieron de la parte de Santiago! ¿Por qué te ves obligado a circuncidar contra tu doctrina a Timoteo, cuyo padre es gentil y él mismo es gentil? No era judío, pues no había sido circuncidado. Responderás: Por atención a los judíos que estaban en aquellos lugares. Pues ya que te perdonas a ti mismo el circuncidar a un discípulo que viene de los gentiles, perdona a Pedro, tu predecesor, el que haya hecho algunas cosas por miedo a los judíos fieles. También está escrito: Pablo, después de haberse detenido muchos días, se despidió de los hermanos y navegó hacia Siria con Priscila y Aquila. En Cencres se rapó la cabeza, pues habían hecho voto23. He ahí cómo por temor de los judíos se vio obligado a hacer lo que no quería. ¿Por qué se dejó crecer la cabellera por voto y después en Cencres se la cortó para cumplir la ley, que es lo que solían hacer los nazareos consagrados a Dios, según el precepto de Moisés?24

10. Mas esto es poco en comparación de lo que viene ahora. Refiere Lucas, escritor de la historia sagrada: Cuando llegamos a Jerusalén nos recibieron con agrado los hermanos. Al día siguiente, Santiago y los hermanos que estaban con él comprobaron su Evangelio y le dijeron: «Ves, hermano, que en Judea hay miles que han creído en Cristo, y todos ellos son observantes de la ley. Pero han oído que enseñas que deben separarse de Moisés aquellos judíos que están entre los gentiles, diciendo que no deben circuncidar a sus hijos ni conducirse según la tradición. ¿Qué hacer? Ciertamente se reunirá la muchedumbre, pues han oído que llegaste. Haz, pues, lo que te vamos a decir. Tenemos aquí cuatro hombres comprometidos con voto; tómalos y santifícate con ellos y págales la tonsura de su cabeza, y sabrán todos que lo que han oído acerca de ti es falso; que te conduces y mantienes dentro de la observancia de la ley. Entonces Pablo tomó a aquellos hombres y se purificó al día siguiente; entró con ellos en el templo, anunciando el cumplimiento de los días de la purificación, hasta que fue ofrecida por cada uno de ellos una oblación»25. ¡Oh Pablo! Vuelvo a preguntarte sobre esto. ¿Por qué te raíste la cabeza y fuiste descalzo, según las ceremonias de los judíos, y ofreciste sacrificios y permitiste que se ofrecieran hostias por ti según la ley? Seguramente responderás: «Para que no se escandalizasen los judíos que habían creído». Luego has simulado que eras judío para ganar a los judíos. Esta simulación te la han enseñado Santiago y los demás presbíteros; pero, no obstante, no has podido librarte de ella. Cuando surgió la sedición para quitarte la vida y te salvó el tribuno y te envió a Cesárea bajo una escolta vigilante de soldados, para que no te matasen los judíos como simulador y destructor de la ley; cuando llegaste a Roma, en la misma hospedería en que paraste, siempre predicaste a Cristo, tanto a los judíos como a los gentiles. Y tu sentencia fue confirmada por la espada de Nerón26.

11. Ya hemos visto que tanto Pedro como Pablo fingieron igualmente que guardaban los preceptos de la ley por miedo a los judíos. ¿Con qué cara y con qué audacia pudo reprender Pablo en otro lo que él mismo ejecutó? Yo, o mejor dicho, otros antes de mí, expusieron la causa que ellos pensaron. Pero no defendieron la mentira oficiosa, como tú escribes, sino que expusieron la honesta necesidad en el ejercicio de su ministerio. Así mostraban la prudencia de los apóstoles y reprendían la impudencia de Porfirio, pues afirma que Pedro y Pablo combatieron entre sí una pueril contienda; es más, afirma que Pablo se encendió de envidia por la virtud de Pedro y escribió por jactancia lo que no hizo, o, si lo hizo, fue una procacidad, a saber: reprender en otro lo que él mismo hacía. Dichos comentaristas expusieron el pasaje como pudieron. ¿Cómo vas a exponer tú ese pasaje? Sin duda dirás cosa mejor, pues comienzas por reprobar la sentencia de los antiguos.

4 12. Me escribes en tu carta: «No tengo yo que enseñarte cómo se entiende lo que el Apóstol dice: Me hice para los judíos como judío, para ganar a los judíos27, y lo demás queallí se dicepor compasión de misericordia, no por simulación de falacia. Quien sirve a un enfermo no se hace como el enfermo por fingir la fiebre, sino porque con ánimo compasivo piensa cómo desearía él ser servido si estuviese enfermo. Pablo era judío. Al hacerse cristiano, no abandonó los ritos judaicos, convenientes al debido tiempo en que su pueblo los recibió. Siendo apóstol de Cristo, siguió recibiéndolos y celebrándolos. Así mostró que no eran perniciosos para quien quisiere observarlos tales cuales los había recibido de sus padres por medio de la Ley, aunque ahora creyese en Cristo. Únicamente nadie podía ya colocar en ellos la esperanza de salud, puesto que por medio de Cristo había llegado ya la salud misma, que estaba simbolizada en esos ritos». El sentido de todo tu discurso, en el que te has extendido a discutir sin tasa, es: Pedro no erró creyendo que debían observar la ley los judíos que habían creído; pero se desvió de la línea recta, porque obligaba a los gentiles a judaizar. Y los obligaba no por una orden de mando, sino por el ejemplo de su conducta. Pablo, en cambio, nada dijo en contradicción con su conducta; dijo simplemente que Pedro obligaba a judaizar a los gentiles convertidos.

13. Este es el resumen de la causa, o mejor dicho, de tu sentencia. Según eso, después del Evangelio de Cristo, hacen bien los judíos convertidos si guardan los preceptos de la ley, es decir, si ofrecen los sacrificios que ofreció Pablo, si circuncidan a sus hijos y guardan el sábado, como Pablo lo observó respecto a Timoteo, y todos los judíos lo observaron. Si esto es verdad, caemos en la herejía de Cerinto, que cree en Cristo, pero fue anatematizado por los padres, porque mezcla las ceremonias de la ley con el Evangelio de Cristo, porque profesaba lo nuevo sin abandonar lo antiguo. ¿Qué diré de los ebionitas, que simulan ser cristianos? Por todas las sinagogas del Oriente hasta hoy hay una herejía que se llama de los mineos; la condenan hasta el presente los mismos fariseos, que les llaman nazareos; creen en Cristo, Hijo de Dios, nacido de la Virgen María; confiesan que es el mismo que padeció bajo Poncio Pilato y resucitó, en quien nosotros creemos; pero quieren ser judíos y cristianos a la vez, y así no son ni judíos ni cristianos. Ya que pensaste que debías curar mi pequeña herida, un pinchazo o un punto de aguja, como suele decirse, cura, por favor, la llaga de esa sentencia, que ha sido abierta por una lanza falárica, por decirlo así. Cuando se exponen las Sagradas Escrituras, no es igual delito el presentar las diversas sentencias de los mayores que el introducir de nuevo en la Iglesia una herejía criminal. Y si es que tenemos obligación de recibir a los judíos con todos sus ritos y va a serles lícito el observar en las iglesias de Cristo lo que hicieron en las sinagogas de Satanás, te digo lo que siento: no los haremos cristianos, sino que nos harán judíos.

14. ¿Qué cristiano oirá con paciencia lo que dice tu carta: «Pablo era judío; una vez hecho cristiano, no abandonó los sacramentos de los judíos, que aquel pueblo había recibido oportunamente y en el tiempo debido. Por lo tanto, aceptó y celebró esos sacramentos cuando ya era apóstol de Cristo; así demostró que no eran perniciosos para aquellos que quisieran guardarlos, tales como los habían recibido de sus padres por la ley»? Vuelvo a suplicarte que atiendas a mi dolor en paz tuya. Pablo observaba las ceremonias de los judíos cuando ya era apóstol de Cristo, y dices tú que «no eran perniciosas para aquellos que quisieran observarlas tales cuales las habían recibido de sus padres según la ley». Yo, por el contrario, hablaré y diré con voz libre, aunque proteste el mundo entero, que las ceremonias de los judíos son perniciosas y mortíferas para los cristianos, y que cualquiera que las observare, sea judío o gentil, recae en el abismo del demonio, porque el fin de la ley es Cristo, que justifica a todo creyente, judío o gentil28. No será ya Cristo el fin que justifica a todo creyente si se exceptúa el judío. También leemos en el Evangelio: La ley y los Profetas hasta Juan Bautista29. Y en otro lugar: Por eso se empeñaban los judíos más en matarle, porque no sólo anulaba el sábado, sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios30. Más: De su plenitud todos hemos recibido, gracia por gracia; porque la ley fue dada por Moisés; pero la gracia y la verdad fueron otorgadas por Jesucristo31. En lugar de la gracia de la ley que feneció, hemos recibido la permanente gracia del Evangelio; en sustitución de las sombras e imágenes del Antiguo Testamento, ha sido otorgada la verdad por Jesucristo. También Jeremías vaticina en nombre de Dios: He ahí que vienen días, dice el Señor, y consumaré con la casa de Israel y con la casa de Judá un testamento nuevo, no según el testamento que dispuse con sus padres en el día en que tomé la mano de ellos para sacarlos de la tierra de Egipto32. Observa que aquí se dice que promete la nueva alianza del Evangelio, no a los gentiles, con quienes antes no había establecido ninguna alianza, sino al pueblo de los judíos, a quienes había dado la ley por Moisés, para que ya no vivan en la vejez de la letra, sino en la novedad del espíritu. Y el mismo Pablo, en cuyo nombre se ventila todo este problema, pone sentencias frecuentes en el mismo sentido. Por amor a la brevedad, relacionaré unas pocas: He aquí que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo nada os aprovecha33. Y también: Habéis quedado separados de Cristo los que os justificáis en la ley; habéis sido podados de la gracia. Y más abajo: Si os guiais por el espíritu, ya no estáis bajo la ley34. Por donde se ve que quien está, no ya simuladamente, como sugerían nuestros mayores, sino realmente, como quieres tú, bajo la ley, no tiene el Espíritu Santo. Dios nos enseña para que aprendamos cuáles son los preceptos legales: Yo les di preceptos no buenos y justificaciones en las que no han de vivir35. Hablo así sin pretender destruir la ley, como Manes y Marción; porque sé que la ley es santa y espiritual, según el Apóstol, hablo así porque, una vez que ha llegado la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo hecho de mujer, hecho bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción de hijos36, para que ya no vivamos bajo el pedagogo, sino bajo el Señor y heredero adulto37.

15. Sigue diciendo tu carta: «No corrigió Pablo a Pedro por observar las tradiciones paternas; si intentara eso, no lo hiciera mentirosa e inoportunamente». Vuelvo a decir: ya que eres obispo y maestro en las iglesias de Cristo, puedes tratar de probar que es verdad lo que dices; toma a un judío que se haya hecho cristiano, pero que circuncide a un hijo que le ha nacido; que guarde el sábado, que se abstenga de las viandas que Dios creó para que usemos de ellas con acción de gracias38, que en el día decimocuarto del primer mes mate un cordero al anochecer. Cuando esto hicieres (mejor dicho, no lo harás, pues sé que eres cristiano y no has de cometer un tal sacrilegio), quieras o no quieras, reprobarás tu sentencia. Entonces aprenderás que es mucho más difícil demostrar lo propio que reprender lo ajeno. Por si yo no te creía y por si no te entendía bien, ya que el discurso largo peca con frecuencia de oscuro y con su misma oscuridad escapa a la reprensión de los inhábiles, insistes todavía en tu réplica: «Pablo había desechado solamente lo que los judíos tenían de malo». ¿Cuál es ese mal de los judíos que Pablo desechó? A continuación lo declara: Ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se subordinaban a la justicia divina39. Además, después de la pasión y resurrección de Cristo, se había manifestado y comunicado el sacramento de la gracia según el orden de Melquisedec40; pero ellos creían que los antiguos ritos se habían de celebrar por necesidad, para salvarse, y no por costumbre, para dar solemnidad; si nunca hubiesen sido necesarios, los Macabeos hubiesen sufrido por ellos un martirio vano y estéril. En fin, les echa en cara Pablo que persiguen a los predicadores cristianos de la gracia como enemigos de la Ley. Estos y otros tales errores y vicios dice que los tuvo por ruina y estiércol, para ganar a Cristo.

16. Sabemos ya por ti cuáles son esos males de los judíos que Pablo abandonó. Enséñanos ahora, para que nos enteremos, qué bienes de los judíos retuvo. Dirás: «Las observancias de la ley, que los judíos celebraban por tradición de sus padres, sin tenerlas como necesarias para la salvación, como el mismo Pablo las celebró». No entiendo bien qué quieres decir con ese «sin tenerlas como necesarias para la salvación». Porque si no dan salud, ¿para qué se observan? Y si hay que observarlas, luego acarrean salud, principalmente aquellas cuya observancia hace mártires. No se observarían si no dieran salud, ya que no son indiferentes entre el bien y el mal, como disputan los filósofos. Un bien es la continencia; un mal es la lujuria; entre ambas cosas es indiferente el pasear, defecar, echar fuera por la nariz las inmundicias de la cabeza, escupir los humores de un constipado; esto no es ni bueno ni malo; lo hagas o lo omitas, no por eso adquieres justicia o injusticia. Pero el observar las ceremonias de la ley no puede ser indiferente, sino que ha de ser o bueno o malo. Tú dices que es bueno. Yo afirmo que es malo; y no sólo para los gentiles, sino también para los judíos que creyeron. En este lugar, si no me engaño, por evitar una cosa, caes en otra: por temor al blasfemo Porfirio, caes en el lazo de Hebión, cuando decías que han de observar la ley los judíos que creen en Cristo. Entendiendo que es peligroso lo que dices, te empeñas en volver a templarlo con palabras superfluas: «sin considerarlas necesarias para la salvación, como las consideraban algunos judíos, y sin celebrarlas por simulación falaz, como Pablo lo había reprendido en Pedro».

17. Pedro, pues, simuló la guarda de la ley. En cambio, Pablo, el reprensor de Pedro, observó los ritos audazmente, puesto que tu carta continúa: «Si celebró aquellos sacramentos y simuló ser judío para ganar a los judíos, ¿por qué no sacrificó también con los gentiles, pues también se hizo como sin ley con aquellos que estaban fuera de la ley, para imponerla también a ellos? Sin duda hizo lo primero porque era judío de nacimiento. Y habló así no fingiendo falazmente que era lo que no era, sino sintiendo en su misericordia que debía socorrer a los judíos, como si él mismo se encontrase en el error de ellos. Eso no era astucia de mentiroso, sino obra de misericordioso». Bien defiendes a Pablo. Resulta que no simuló el error de los judíos, sino que verdaderamente estuvo en el error. No quiso imitar a Pedro, que disimulaba y obraba por miedo a los judíos, sino que dijo con toda libertad que era judío. ¡Gran novedad esa tu clemencia con el Apóstol! Mientras trataba de hacer cristianos a los judíos, él se hizo judío. No podía reducir a frugalidad a los derrochadores si no demostraba que él era derrochador, ni podía socorrer a los míseros misericordiosamente, como tú escribes, si no se sentía miserable. Verdaderamente son desventurados y dignos de una lástima misericordiosa los que, por sus ganas de contender y su amor a la ley abolida, hicieron judío al Apóstol de Cristo. No hay gran diferencia entre tu sentencia y la mía, después de todo: digo yo que tanto Pedro como Pablo cumplieron la ley por miedo de los judíos, o más bien simularon su cumplimiento; afirmas tú que ejecutaron eso mismo por clemencia, «no con la astucia del que miente, sino con el afecto del que se compadece». Parece, pues, que consta que simularon ser lo que no eran, por miedo o por misericordia. Y aun habla a mi favor ese otro argumento que utilizas contra mí, a saber, que Pablo debía haberse hecho gentil para los gentiles, como se hizo judío para los judíos; porque, como en realidad no fue judío, tampoco fue en realidad gentil; y como no fue realmente gentil, así tampoco fue realmente judío. Pero se hizo imitador de los gentiles, porque admitió el prepucio en la fe de Cristo y permitió comer indiferentemente las viandas que condenan los judíos, y no por el culto de los ídolos, como tú piensas. Porque, en Cristo Jesús, ni la circuncisión es algo ni el prepucio, sino la observancia de los sacramentos de Dios41.

18. Te suplico, pues, y te pido una y otra vez que perdones esta mínima disputa mía y que te eches a ti la culpa de haberme excedido en mi costumbre, pues me obligaste a responderte y, según insinúas, me privaste de la vista con Estesícoro. No creas que soy maestro de la mentira, pues sigo a Cristo, que dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida42. Ni puede suceder que, siendo adorador de la verdad, someta el cuello a la mentira. No lances contra mí al populacho de los indoctos, que a ti te veneran como obispo y te reciben con el honor del sacerdocio cuando declamas en la iglesia, y, en cambio, me tienen en poco a mí, ya viejo y casi decrépito, metido en los escondrijos del campo y del monasterio. Búscate otros para enseñarlos o para reprenderlos, ya que a mí, separado de ti por tan largas distancias de mar y tierra, apenas llega el sonido de tu voz. Y si acaso escribes cartas, las recibirán Italia y Roma antes de que me lleguen a mí, a quien hay que enviarlas.

5 19. Sea dicho en paz tuya, me parece que no entiendes lo que pides en las otras cartas. Mi primera traducción de los libros canónicos tiene asteriscos y vírgulas bien anotados; después he publicado otra traducción sin tales signos. La primera traducción se hizo del texto de los Setenta; dondequiera que hay vírgulas, es decir, obelos, se entiende que los Setenta dicen algo que no se halla en el texto hebreo, y dondequiera que hay asteriscos, es decir, estrellitas iluminadoras, ha sido añadido al texto griego por Orígenes, tomándolo de Teodoción. Y como allí traducía del griego, aquí traduzco del hebreo mismo, expresando lo que entiendo, conservando más bien a veces la verdad del sentido que el orden de las palabras. Me choca que leas los libros de los Setenta traductores, no puros, sino como Orígenes los corrigió, con obelos y asteriscos, y, en cambio, no admitas la humilde traducción de un hombre cristiano, especialmente si tienes en cuenta que las adiciones hechas las ha tomado Orígenes de la traducción de un judío blasfemo, nacido después de la pasión de Cristo. ¿Quieres ser auténtico amante de los Setenta traductores? No leas todo lo que caiga bajo los asteriscos, o más bien, ráelo de los códices, para demostrar que sigues a los antiguos. Sí eso haces, te verás obligado a condenar todas las bibliotecas de las iglesias. Porque apenas se verá uno u otro ejemplar que no tenga esos signos.

6 20. Añades que yo no he debido traducir después de haberlo hecho los antiguos, y me enderezas un silogismo harto nuevo: «O era oscuro lo que tradujeron los Setenta o claro. Si oscuro, hay que creer que también tú pudiste equivocarte; si claro, es notorio que no pudieron ellos equivocarse». Yo te contestaré con tus palabras: todos los expositores antiguos que nos han precedido en el Señor, y que han expuesto las Santas Escrituras, han expuesto cosas oscuras o claras. Si oscuras, ¿cómo te has atrevido tú a exponer después de ellos lo que ellos no pudieron explicar? Si claras, es superfluo tratar de exponer lo que a ellos no se les pudo ocultar, especialmente en la explicación de los Salmos, que entre los griegos tiene tantos cultivadores. Empezó Orígenes, siguió Eusebio de Cesárea, luego Teodoro de Heraclea, Asterio de Escitópolis, Apolinar de Laodicea, Dídimo Alejandrino; corren opúsculos de varios autores para algunos salmos, pero ahora me estoy refiriendo a la totalidad del salterio. Entre los latinos, Hilario Pictaviense y Eusebio de Vercelli, ambos obispos, tradujeron a Orígenes y a Eusebio; al primero de éstos les siguió también en algunos puntos nuestro Ambrosio. Respóndame tu prudencia por qué, después de tantos y tales traductores y expositores de los Salmos, tú los interpretas de otro modo. Si los Salmos son oscuros, hemos de creer que también tú pudiste equivocarte en ellos; si son claros, no hemos de creer que ellos se pudieron equivocar; por lo tanto, en ambos casos será superflua tu interpretación. En conformidad con esa ley, nadie debe atreverse a hablar después de otro y nadie tendrá licencia de escribir sobre un punto que otro se haya reservado ya. Pero será muy propio de tu humanidad que, como a ti te concedes el perdón, nos lo concedas a los demás. Yo no he pretendido abolir lo antiguo al traducir del griego al latín para la gente de mi lengua, sino más bien sacar a plaza los testimonios que los judíos han pasado por alto o corrompido, para que sepan los nuestros lo que contiene la verdad hebrea. Si a alguno no le place leerme, nadie le forzará a leer. Beba el vino viejo con suavidad y desdeñe mi mosto, que fue sacado a plaza para explicar a los antiguos; cuando no entienda a éstos, llegará a entenderlos por lo mío. Respecto al género de interpretación que hay que seguir para las Escrituras santas, lo explican el libro que escribí sobre El mejor modo de traducir y todas las Introducciones a los divinos libros que puse en mi edición. Y si, como dices, admites mi corrección del Nuevo Testamento y hasta expones las causas de tu benevolencia, a saber, porque son muchos los que conocen la lengua griega y podrán juzgar mi trabajo, esa misma integridad debías desear en el Antiguo Testamento, ya que yo no he inventado nada mío, sino que he traducido lo divino tal como lo he encontrado en el hebreo. Si por ventura dudas, pregunta a los hebreos.

21. Dirás quizá: ¿Y si los hebreos no quieren contestar o quieren mentir? ¿Por ventura todos los judíos guardarán silencio respecto a mi traducción? ¿Nadie, si puede hallarse alguno que conozca la lengua hebrea, me apoyará? ¿O imitarán todos a los judíos que se hallaron en esa aldea de África que mencionas y calumniaron de común acuerdo mi traducción? Porque eres tú quien tejes esa fábula en tu carta: «Cierto obispo, hermano nuestro, dispuso que se leyese tu traducción en la iglesia que él gobierna. Extrañó al pueblo que tradujeras un pasaje del profeta Jonás de modo muy distinto del que estaba grabado en los sentidos y memoria de todos y que se había cantado durante tan larga sucesión de generaciones. Hubo tumulto popular, máxime cuando los griegos protestaron y recriminaron el pasaje como falso. El obispo de Oea, que era la ciudad aludida, se vio obligado a acudir a los judíos para defenderse. No sé si por ignorancia o malicia, contestaron ellos, en contra tuya, que los códices hebreos decían lo mismo que los griegos y latinos. ¿Qué más se necesitaba? El obispo fue obligado a corregir su presunta falsedad, si quería quedarse con el pueblo, después del gran conflicto. Me parece a mí que tú asimismo has podido algunas veces equivocarte».

7 22. Dices, pues, que he traducido mal una frase del profeta Jonás y que un obispo casi ha perdido la dignidad por sedición de su pueblo, ya que éste empezó a protestar por la disonancia de una sola palabra. Pero no dices qué es eso que yo he traducido mal, y así me quitas la posibilidad de defenderme; digas lo que digas, yo no puedo resolver nada con mi respuesta. A no ser que salga a plaza de nuevo la calabaza, como antaño, cuando aquel famoso Cornelio Asinio Polión afirmaba que yo había traducido yedra en lugar de calabaza. Sobre este punto ya he contestado ampliamente en el comentario al profeta Jonás. Aquí será bastante decir que los Setenta traductores traducen calabaza, mientras Aquila y los demás traducen yedra; en el original hebreo se dice kitton, ciceyon, y los sirios llaman vulgarmente ciceia a esa planta. Es un linaje de arbusto de hojas anchas, a modo de sarmiento; a poco de plantado se convierte en un arbolito apoyado en su propio tronco, sin necesidad de las cañas o varas que necesitan las calabazas o yedras. Al traducir verbalmente esta palabra, nadie me hubiese entendido si hubiese preferido transcribir ciceion. Si traducía calabaza, hubiese dicho lo que no se dice en el hebreo. Puse yedra, acomodándome a los demás traductores. Y si, como tú afirmas, esos vuestros judíos, por malicia o ignorancia, aseguran que en los originales hebreos se dice lo mismo que en el griego y en el latín, es manifiesto que ignoran la lengua hebrea, o quisieron mentir para burlarse de los calabaceros. Te ruego al fin de esta carta que no obligues a pelear y poner de nuevo en riesgo la vida a un anciano retirado, que fue hace ya mucho tiempo veterano. Tú, que eres joven y estás situado en la cumbre pontifical, enseña a los pueblos y llena los almacenes de Roma con los nuevos frutos del África. A mí me basta susurrar al oído de un pobrecillo oyente o lector en un rincón del monasterio.