CARTA 71

Traducción: López Cilleruelo, OSA

Tema: Defensa de los setenta.

Agustín saluda en el Señor a Jerónimo, señor venerable, santoy deseado hermano y copresbítero.

Hipona. Probablemente el año 403.

1 1. Desde que comencé a escribirte y apetecer tus escritos, nunca se me presentó mejor ocasión de comercio epistolar que ahora, que va a llevarte mi carta un siervo de Dios, ministro fidelísimo y carísimo para mí, como lo es nuestro hijo el diácono Cipriano. Por él espero tu misiva con tal seguridad, que no cabe mayor en este linaje de relaciones. Porque no le faltará a nuestro mencionado hijo ni solicitud para pedir la respuesta, ni gracia para merecerla, ni diligencia para custodiarla, ni agilidad para traerla, ni fidelidad para entregarla. Si de algún modo lo merezco, sólo falta que el Señor ayude e influya en tu corazón y en mi deseo para que ninguna voluntad superior estorbe el cumplimiento de nuestra voluntad fraterna.

2. Te he enviado ya dos cartas y no he recibido ninguna tuya. He decidido, pues, enviártelas de nuevo, en la creencia de que no te han llegado. Si llegaron, y son más bien las tuyas las que no han podido llegar a mí, remíteme de nuevo los escritos que me hubieres enviado, si por ventura los has conservado. En otro caso, dicta de nuevo algo para que yo lo lea. Pero no por eso te retardes en contestarme, pues ha ya largo tiempo que espero. La primera carta que te escribí, siendo todavía presbítero, te la envié por cierto hermano nuestro llamado Profuturo, quien más tarde fue colega mío y ha dejado ya la presente vida. No pudo él llevarla, pues, mientras se disponía a partir, fue retenido por la carga del episcopado, y murió poco tiempo después. Por eso he querido enviártela de nuevo. Ve si es viejo mi afán de conversar contigo y cuánto me pesa que estén tan lejos los sentidos de tu cuerpo; por ellos podría yo penetrar en tu espíritu, hermano mío dulcísimo y honorable entre los miembros del Señor.

2 3. En esta carta añado lo siguiente: más tarde supe que habías traducido del hebreo el libro de Job, cuando ya teníamos otra traducción tuya del mismo profeta, vertida del griego al latín. En ésta hacías notar con asteriscos las frases que había en el hebreo y faltaban en el griego, y con obeliscos las que se encontraban en el griego y faltaban en el original hebreo. Era tan meticulosa tu diligencia, que en algunos lugares hay una estrellita en cada palabra, para indicar que tales palabras se hallan en el hebreo, pero no en el griego. En cambio, en tu segunda traducción, vertida del hebreo, no se ve la misma fidelidad en las palabras. Esto turba no poco al que reflexiona: en la primera se colocan los asteriscos con la más escrupulosa puntualidad para indicar hasta las más mínimas partes de la oración que faltaban en los códices griegos y se encontraban en los hebreos; en cambio, en la segunda traducción, directa del hebreo, has sido más negligente en procurar que tales signos aparezcan en sus correspondientes lugares. Quería yo citarte algún pasaje como ejemplo, pero hasta este momento no he podido tener el códice con la traducción del hebreo. No obstante, puesto que tu ingenio es extraordinario, opino que entenderás de sobra no sólo lo que digo, sino también lo que quiero decir. Así tú explicarás lo que me causa extrañeza, exponiendo el motivo.

4. Cierto, mas quisiera yo que tradujeses tan sólo las Escrituras canónicas griegas, que corren bajo el nombre de los Setenta traductores. Si tu traducción del hebreo comienza a leerse con frecuencia en muchas iglesias, va a ser doloroso que las iglesias latinas no vayan de acuerdo con las griegas, máxime teniendo en cuenta que es fácil señalar con el dedo a un disidente con sólo abrir los códices griegos, es decir, en una lengua conocidísima. Por el contrario, supongamos que a alguien le cause extrañeza un pasaje insólito en la traducción del hebreo y quiera acusarte de delito de falsificación: no se hallarán casi nunca, o nunca, testimonios hebreos en defensa de dicho pasaje. Y aunque llegare a haberlos, ¿quién tolerará que condenes tantas autoridades griegas y latinas? Añádase a esto que los judíos consultados pueden contestar a su vez con otra traducción distinta; en ese caso, tú serás el único que podrás convencerlos. Pero será raro que puedas encontrar un juez que pueda fallar tu pleito con tales judíos.

3 5. Cierto obispo, hermano nuestro, dispuso que se leyese tu traducción en la iglesia que él gobierna. Extrañó al pueblo que tradujeras un pasaje del profeta Jonás de modo muy distinto del que estaba grabado en los sentidos y memoria de todos, y que se había cantado durante tan larga sucesión de generaciones. Hubo tumulto popular, máxime cuando los griegos protestaron y recriminaron el pasaje como falso. El obispo de Oea, que era la ciudad aludida, se vio obligado a acudir al testimonio de los judíos para defenderse. No sé si por ignorancia o malicia, contestaron ellos, en contra tuya, que los códices hebreos decían lo mismo que los griegos y latinos. ¿Qué más se necesitaba? El obispo fue obligado a corregir su presunta falsedad, si no quería quedarse sin el pueblo, después del gran conflicto. Me parece a mí que tú asimismo puedes algunas veces equivocarte. Y ya ves las consecuencias que se siguen por apoyarnos en códices que no pueden ser enmendados por cotejo de testimonios en lenguas conocidas.

4 6. Doy muchas gracias a Dios por el trabajo de tu traducción del evangelio del griego al latín, porque casi siempre se halla sin tacha cuando consulto la Escritura griega. Si alguien pretende acusar de falsedad la traducción antigua, se le instruye o se le refuta con suma facilidad, con sólo mostrar y confrontar los códices. Y si algunos pasajes extrañan con razón, ¿quién será tan inexorable que no excuse con facilidad un trabajo tan útil, al que nunca podemos alabar bastante? Quisiera que te dignases explicarme por qué razón, a tu juicio, no se hallan de acuerdo los códices hebreos y los griegos de los Setenta. Porque no tiene escasa autoridad aquella traducción que mereció difundirse tanto, aquella que usaron los apóstoles, como el Nuevo Testamento demuestra, y que tú mismo has ponderado, como bien recuerdo. Por lo dicho, gran beneficio nos harías si vertieses a la verdad latina la Escritura griega que hicieron los Setenta. Porque la latina ofrece tantas variedades en los diversos códices, que resulta intolerable. Así hay motivos para sospechar que en el texto griego haya otra lectura, que nos lleve a la duda de si debemos servirnos de él para citar o probar algo. Creí que iba a ser breve esta carta, pero, no sé por qué, el continuar escribiendo se me hizo tan dulce como si hablase contigo mismo. Te ruego, por el Señor, que no te duela contestar a esos puntos y proporcionarme, con todo el interés que puedas, ocasión de verte.