CARTA 69

Traducción: López Cilleruelo, OSA

Tema: Invitación a aceptar la carga episcopal.

Alipio y Agustín saludan en el Señor a Castorio, señor justamente amadísimo, y hermano digno de ser honrado y acogido.

Hipona. Después del 27 de agosto del año 402.

1. El enemigo de los cristianos, arrastrando al medio a tu hermano e hijo nuestro carísimo y dulcísimo, ha tratado de promover un escándalo harto peligroso para la madre Católica, que a ambos os admitió a la herencia de Cristo en su piadoso seno cuando huisteis del cisma desheredado. Deseaba ese tal que se anublase con torpe tristeza la serenidad de nuestro gozo, nacido de la bondad de vuestra vida. Dios nuestro Señor, misericordioso y benigno1, que consuela a los afligidos, nutre a los párvulos y cura a los enfermos2, permitió que el perverso tuviese algún poder para que, al quedar arreglado el asunto, fuese nuestro gozo mayor que había sido nuestro pesar al desarreglarse. Porque es mucho más glorioso haber resignado la carga episcopal para evitar peligros a la Iglesia que el haber empuñado las riendas para regirla. Quien no defiende de manera indigna el honor recibido demuestra que hubiera podido recibirlo dignamente si lo consintiera la razón de la paz. Quiso, pues, Dios mostrar a los enemigos de la Iglesia, por medio de tu hermano e hijo nuestro Maximiano, que están en sus entrañas los que no buscan los intereses propios, sino los de Jesucristo3. No abandonó tu hermano el ministerio de la dispensación de los misterios de Dios vencido por alguna codicia secular, sino que lo depuso movido por piedad pacífica; no quiso que, por salvar su honor, se engendrase entre los miembros de Cristo un feo, amenazador y quizá desastroso cisma. ¿Hubiese habido conducta más ciega y digna de vituperio que el abandonar el cisma de Donato por la paz de la Iglesia católica, para turbar después la misma paz católica por un punto de honrilla propia? ¿Hay, en cambio, conducta más satisfactoria y recomendable a la cristiana caridad que el abandonar la loca soberbia de los donatistas y unirse a la herencia de Cristo, para que el testimonio de la caridad se pruebe con el amor a la unidad? Por lo que a tu hermano toca, celebremos haberle hallado tal, que la tempestad de esta prueba no haya destruido lo que edificó en su corazón la divina palabra. Por lo mismo pedimos y suplicamos a Dios que, con su vida futura y sus costumbres, demuestre más y más al pueblo cuán bien hubiese ejecutado lo que ejecutara, indudablemente, si hubiese convenido. Otórguele el Señor la paz eterna, que fue prometida a la Iglesia, por haber comprendido que no le convenía lo que no convenía a la paz de la Iglesia.

2. Pero tú, hijo carísimo y no pequeño gozo nuestro, no te ves impedido de aceptar el episcopado por ninguna necesidad semejante. Tu noble índole exige que consagres a Cristo en ti las dotes que te dio. Tu ingenio, prudencia, elocuencia, gravedad, sobriedad y demás prendas con que se adornan las costumbres son dones de Dios.¿A cuyo servicio pueden ponerse mejor que al de aquel que donó esos dones para que sean conservados, aumentados, perfeccionados y remunerados? No se pongan al servicio del siglo, para que no se desvanezcan con él y perezcan. Nos parece que no tenemos que insistir mucho en recomendarte que consideres el paradero de la esperanza de los hombres vanos, de sus insaciables apetitos e incierta vida. Arroja del ánimo todas las esperanzas de felicidad terrena que hayas concebido. Trabaja en el agro de Dios, donde el fruto es seguro, donde tantas cosas fueron prometidas antes de cumplirse, que sería locura desconfiar de las que faltan por cumplir. Por la divinidad y humanidad de Cristo, por la paz de aquella celeste ciudad, por cuya causa los peregrinos conquistamos un reposo eterno con un trabajo temporal, te suplicamos que seas el sucesor de tu hermano en el episcopado de la iglesia bagayense, pues no cayó él con ignominia, sino que se retiró con gloria. Que todos entiendan, al verte, que tu hermano hizo lo que hizo no por incuria, sino por la paz común; que lo entienda ese pueblo de quien esperamos magníficos progresos, cuando sea fecundado y enriquecido con los dones de Dios, que ha de valerse de tu entendimiento y lengua. Hemos mandado que no se te lea esta carta hasta que se hayan apoderado de ti quienes te necesitan. Nosotros te tenemos cogido ya en el vínculo del amor espiritual, pues eres muy necesario para nuestro colegio. Más tarde sabrás por qué no hemos exhibido ahí nuestra presencia corporal.