Tema: Acuse de recibo
Jerónimo saluda en el Señor a Agustín, señor verdaderamente santo y beatísimo padre.
Belén. Año 402.
1. En el momento de partir nuestro santo hijo el subdiácono Asterio llegó la carta de tu beatitud. En ella te defiendes contra mi humildad, afirmando que no enviaste un libro a Roma. Tampoco yo había oído semejante cosa. Llegó, es verdad, la carta de un desconocido, que parecía dirigida a mí, en unas copias que me trajo nuestro hermano el diácono Sisinio. En ella me invitas a cantar la palinodia sobre un cierto capítulo del Apóstol y a imitar a Estesícoro, fluctuando entre las alabanzas y reproches a Helena; de este modo, el que perdió la vista reprochando debía recobrarla alabando. Yo confieso con sencillez a tu dignación que, aunque el estilo y la dialéctica me parecieron tuyos, no pensé que debía creer temerariamente a los ejemplares de la carta. Si te contesto resentido, podrías exigir con justicia que yo probase que la carta era tuya antes de contestar. Vino a aumentar la dilación la larga enfermedad de la santa y venerable Paula. Porque, mientras asistía durante largo tiempo a la enferma, casi me olvidé de tu carta, o de quien sea el que la escribió bajo tu nombre, pensando en aquel versillo: Una importuna narración es música en el llanto1. Por lo tanto, si la carta es tuya, dilo francamente o envía copias más auténticas, para que podamos entrar en la discusión de las Escrituras sin acidez de estómago; así corregiré mi error o demostraré que el crítico me ha reprendido en vano.
2. Estoy muy lejos de atreverme a tocar nada de los libros de tu beatitud. Tengo bastante con aprobar lo mío sin criticar lo ajeno. Por lo demás, sabe perfectamente tu prudencia que cada cual tiene sus gustos y que es propio de la jactancia pueril, cosa que solían hacer los adolescentes, el buscar fama para su nombre acusando a los varones ilustres. No soy tan necio que vaya a juzgarme ofendido porque discrepes de mí en tus opiniones; tampoco tú te ofenderás si las mías difieren de las tuyas. ¡Pero eso es lo verdaderamente reprensible entre amigos: no ver nuestra alforja y ponernos a contemplar la ajena, como dice Persio! Sólo resta que ames a quien te ama, y que, siendo joven, no provoques a un anciano, en el campo de las Escrituras. Yo tuve mi época y corrí cuanto pude. Ahora que corres tú y cubres largas etapas, debo yo reposar. Al mismo tiempo (lo diré con tu venia y honor), para que no creas que tú solo has de citar cosas de poetas, acuérdate de Daretes y Entelo y del refrán vulgar que dice: «El buey viejo hunde más la pezuña». He escrito esto con tristeza. ¡Ojalá mereciera yo tu abrazo y con el mutuo forcejeo te enseñase algo o lo aprendiese de ti!
3. Calpurnio, llamado Lanario, me ha enviado sus maledicencias con la temeridad acostumbrada; sé que por sus artes han llegado también al África. En parte he respondido a ellas brevemente, y te he enviado copia de su libelo. En la primera ocasión, cuando fuere oportuno, te enviaré una obra más larga. En ella me he guardado en absoluto de herir la estimación cristiana, contentándome con refutar la mentira y la bajeza de un ignorante y delirante. Acuérdate de mí, santo y venerable papa. Mira cuánto te amo, pues ni aun después de haberme provocado he querido responderte, y hasta me resisto a creer que sea tuyo lo que en otro quizá ya habría reprendido. El hermano Común te saluda suplicante.