CARTA 65

Traducción: López Cilleruelo, OSA

Tema: El presbítero Abundancio.

Agustín saluda en el Señor al anciano Xantipo, señor beatísimo, padre digno de ser acogido con veneración y cosacerdote.

¿Hipona? Año 402.

1. Con la obligación debida a tus méritos saludo a tu dignación y me encomiendo mucho a tus oraciones. Pongo en conocimiento de tu prudencia que un tal Abundancio había sido ordenado presbítero en el campo estrabonianense, que pertenece a mi demarcación. No marchaba por los caminos de los siervos de Dios, y comenzó a tener mala fama. Sobresaltado yo, sin dar crédito temerario a nada, pero cuidadoso, traté de buscar algunos indicios ciertos, si podía, de su mala conducta. Comprobé en primer lugar que había empleado el dinero que le había confiado un labriego como depósito religioso, sin probabilidad de dar cuenta de ese dinero. Luego se le convenció, y se le obligó a confesar que el día de ayuno de la Natividad del Señor, en que la iglesia gippitana ayunaba como las demás, se despidió de su colega el presbítero gippitano como para marchar a su iglesia. Cerca de la hora quinta, y sin llevar consigo ningún clérigo, se paró en el mismo campo, comió y cenó en casa de una mujer de mala fama y se quedó en esa misma casa. Un clérigo nuestro de Hipona había sido retirado ya de esa casa, y como Abundancio lo sabía, ya no pudo negar. Lo que negó lo he dejado al juicio de Dios, y he juzgado lo que Dios no permitió que quedase oculto. Temí entregarle esa iglesia, especialmente porque se encuentra entre la rabia de los herejes que ladran en derredor. Me rogó que le diese cartas de recomendación, indicando su causa, para no hacer sospechar cosa peor, para el presbítero del campo armenianense, en la llanura bullense, de donde había venido aquí. Movido a misericordia, lo hice, para que viva allí, corregido y sin oficio de presbítero, si fuese posible. He creído deber avisar a tu prudencia, ante todo para que no te vaya por ahí con alguna falacia.

2. Conocí su caso cuando faltaban cien días para el domingo de Pascua, que cae el día seis de abril. Me interesa precisar esto a tu venerabilidad, pues no se lo oculté a él al informarle de lo que hay establecido: si dentro de un año descuida de tratar su causa, suponiendo que piense que debe hacer algo, después nadie escuchará su voz. Señor beatísimo y venerable acepto padre, si no pensamos que debemos castigar conforme a las normas conciliares estos indicios de mala conducta de los clérigos, especialmente cuando empiezan a tener una fama no buena, comenzaremos a vernos obligados a discutir lo que no puede averiguarse y así a castigar lo incierto o pasar por alto lo ignorado. He creído deber quitar el oficio por temor a entregarle la Iglesia de Dios a un presbítero que en día de ayuno, observado en la iglesia de ese lugar, se despidió de su colega y osó quedarse a comer, cenar y dormir en casa de una mujer de mala fama, sin llevar consigo ningún otro clérigo. Si los jueces eclesiásticos lo entienden de otro modo, ya que está establecido en concilio que la causa de los presbíteros sea definida por seis obispos, entréguele a ése, quien quiera, una iglesia confiada a su cuidado. Yo confieso que temo entregar a los tales cualquier pueblo, especialmente cuando la buena fama no los ampara, haciendo posible el perdón. No sea que, si ocurre algo más pernicioso, los débiles me hagan responsable a mí.