CARTA 64

Traducción: López Cilleruelo, OSA

Tema: Exhortación a la concordia.

Agustín saluda en el Señor a Quintano, señor amadísimo, hermano y copresbítero.

¿Hipona? Navidad del 401.

1. No tenemos a menos contemplar cuerpos menos hermosos, especialmente teniendo en cuenta que nuestras mismas almas no son tan hermosas como esperamos que lo serán un día, cuando aparezca ante nosotros el que es inefablemente hermoso, en quien ahora creemos sin verle. Porque entonces seremos semejantes a Él, porque le veremos como es1. Si me recibes grata y fraternalmente, te amonesto a que apliques este preámbulo a tu alma. No presumas de que es hermosa. Como el Apóstol mandó, gózate sólo en la esperanza, y haz lo siguiente, que el mismo Apóstol dijo: Gozando en esperanza, padeciendo en tribulación2, porque por la esperanza hemos sido salvados, y, como él mismo dice, la esperanza que se ve no es esperanza; pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Y si lo que no vemos esperamos, por la paciencia lo aguardamos3. No se menoscabe en ti esa paciencia, y en buena conciencia espera al Señor y obra varonilmente; corrobora tu corazón y espera en el Señor4.

2. Es manifiesto que, si vienes a mí y no estás en la comunión del obispo Aurelio, tampoco podrás estar en mi comunión; yo obraré con aquella caridad con que sin duda Aurelio obraría. No por eso sería gravosa para mí tu venida, ya que es menester que obres con ánimo pacífico por la disciplina de la Iglesia, quedando a salvo la conciencia patente a ti y a Dios. Si Aurelio dilató la discusión de tu causa, no lo hizo por odio a ti, sino por el apremio de sus necesidades. Si tú las conocieses, como conoces la tuya, no podrías admirarte ni contristarte. Lo mismo te ruego que creas de las mías, pues asimismo no puedes conocerlas. Hay obispos mayores que yo, más dignos por su autoridad y más cercanos a ti por su situación, de los cuales puedes servirte con mayor facilidad para resolver las causas que conciernen a la iglesia confiada a tus desvelos. No creas que por eso callé yo tu tribulación; hice constar los lamentos de tus cartas al anciano Aurelio, venerable colega mío y hermano acepto por la honra que le debo y por sus méritos; cuidé de defender tu inocencia, mostrándole el testimonio de tu misiva. Recibí la tuya en la víspera o antevíspera de la Navidad del Señor. Insinuabas que Aurelio iba a ir a la iglesia badesilitana, cuyo pueblo de Dios temías tú que fuese turbado y engañado. Por eso no me atrevo a dirigirme a tu pueblo por carta. Podría contestar a lo que me escribiesen. Mas ¿cómo podría dirigirme por propia iniciativa a un pueblo que no ha sido confiado a mi cuidado?

3. No obstante, lo que te digo a ti sólo, pues me escribiste, llegue por tu medio a aquellos a quienes es menester que se diga. Tú mismo no te adelantes a producir escándalo en la iglesia leyendo al pueblo escrituras que el canon eclesiástico no admite. Porque con ellas suelen los herejes seducir las inteligencias inexpertas, especialmente los maniqueos, que en ese país se deslizan a satisfacción, según me dicen. Me maravilla tu prudencia por la que me amonestas que mande no recibir a los que de ahí vienen con ánimo de entrar en el monasterio, para que se guarde lo que nosotros mismos establecimos en concilio. Y no recuerdas que establecimos en concilio cuáles son las Escrituras canónicas, que deben leerse al pueblo de Dios. Repasa, pues, el concilio y confía a la memoria todo lo que allí leas. Allí encontrarás que el canon establecido para que no sean recibidos en el monasterio los que vienen de otra parte se refería sólo a los clérigos y no a los laicos. Allí no se hace mención del monasterio, es verdad; se estableció en general para que nadie reciba a un clérigo ajeno. En un concilio reciente se ha establecido que los que se vayan de un monasterio o hubiesen sido despedidos no puedan ser ordenados en otra parte ni ser prepósitos en monasterio alguno. Si te extraña el caso de Privaciano, sábete que todavía no le he admitido en el monasterio; he remitido su causa al anciano Aurelio y me atendré a lo que él resuelva sobre el caso. Porque me extraña que pueda ser llamado lector quien leyó una sola vez las Escrituras, y cabalmente las no canónicas. Si por haber leído ya es lector eclesiástico, entonces aquella escritura será también eclesiástica. Pero si aquella escritura no es eclesiástica, cualquiera que la haya leído, aunque sea en la iglesia, no es lector eclesiástico. Con todo, es menester que yo me atenga acerca de ese adolescente a lo que determine el citado obispo.

4. Si el pueblo vigesilitano, a quien contigo amo en las entrañas de Jesucristo, se negase a recibir a su obispo, degradado en un concilio plenario de África, obrará con la mente sana; no debe ni puede ser forzado a recibirle. Y quien trate de conducirse con violencia con el pueblo dicho, mostrará quién es y hará comprender quién era ya antes, cuando quería que no se le tuviese por malo. Nadie pone en mayor evidencia la inmoralidad de su causa que el que recurre a los poderes seculares y con la violencia se empeña en recibir un honor que perdió, sin importarle la perturbación y la protesta. El tal no quiere servir a Cristo, que le busca, sino dominar a los cristianos, que le rechazan. Hermanos, sed cautos. El diablo es muy astuto, pero Cristo es la Sabiduría de Dios5.