CARTA 54

Traducción: López Cilleruelo, OSA

Tema: Cuestiones litúrgicas.

Agustín saluda en el Señor a Jenaro, hijo amadísimo (Libro I).

Hipona. Hacia el año 400.

1 1. Quisiera que tú mismo contestaras a quien te preguntase eso que tú me preguntas a mí. De ese modo podría yo satisfacerte con mayor brevedad, aprobando o enmendando tus contestaciones, y así confirmarte o corregirte fácilmente. Lo preferiría, como digo. Mas, para contestarte de momento, hube de alargar esta carta, más bien que retrasar la hora de contestar. Ante todo, quiero que retengas lo que es principal en este debate, a saber: que Nuestro Señor Jesucristo, como El mismo dice en su Evangelio, nos ha sometido a su yugo suave y a su carga ligera1. Reunió la sociedad del nuevo pueblo con sacramentos, pocos en número, fáciles de observar, ricos en significación; así el bautismo consagrado en el nombre de la Trinidad, así la comunión de su cuerpo y sangre y cualquiera otro que se contenga en las Escrituras canónicas. Se exceptúan los sacramentos que recargaban la servidumbre del pueblo antiguo, acomodados a su corazón y a los tiempos proféticos, y que se leen también en los cinco libros de Moisés. Todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito; todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobreentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia. Por ejemplo, la pasión del Señor, su resurrección, ascensión a los cielos y venida del Espíritu Santo desde el cielo, se celebran solemnemente cada año. Lo mismo diremos de cualquier otra práctica semejante que se observe en toda la Iglesia universal.

2 2. Hay otras prácticas que varían según los distintos lugares y países. Así, por ejemplo, unos ayunan el sábado y otros no. Unos comulgan cada día con el cuerpo y sangre del Señor, otros comulgan sólo en ciertos días. Unos no dejan pasar un día sin celebrar, otros celebran sólo el sábado y el domingo, otros sólo el domingo. Si se consideran estas prácticas y otras semejantes que pueden presentarse, todas son de libre celebración. En todo esto, la mejor disciplina para el cristiano asentado y prudente es acomodarse al modo que viere observar en la iglesia en la que por casualidad se encontrare. Pues lo que se prueba que no va contra la fe ni contra las buenas costumbres, hay que tenerlo por indiferente y observarlo por solidaridad con aquellos entre quienes se vive.

3. Creo que alguna vez me lo has oído, pero voy a recordártelo de nuevo. Cuando mi madre fue en pos de mí a Milán, halló que aquella iglesia no ayunaba en sábado. Comenzó a turbarse y vacilar en su práctica. Yo no me preocupaba entonces de tales problemas, pero por ella fui a consultar sobre este punto a Ambrosio, de feliz memoria. Este me respondió que nada podía enseñar mejor que lo que él mismo practicaba, pues si hubiese conocido otra práctica mejor, la hubiera adoptado. Yo pensé que, al no darme ninguna razón, quería recomendarme, con su sola autoridad, que no ayunásemos el sábado. Pero él siguió diciéndome: «Cuando voy a Roma, ayuno el sábado; cuando estoy aquí, no ayuno. Del mismo modo, cuando vayas a una iglesia, observa sus prácticas, si no quieres servir de escándalo a otros o escandalizarte de otros». Cuando se lo comuniqué a mi madre, lo aceptó de buen grado. Yo, después de haber pensado detenidamente sobre esta opinión, siempre la he tenido como si la hubiese recibido por oráculo celestial. Porque he sentido con frecuencia, lleno de dolor y de pesar, que perturba mucho a los débiles la obstinación contenciosa o la asustadiza superstición de ciertos hermanos: no pueden demostrar con certidumbre ningún partido, ni por la autoridad de la Santa Escritura, ni por la tradición de la Iglesia universal, nipor la conveniencia de ajustar las costumbres. Lo único que tienen es una razón cualquiera subjetiva: que se observa en su tierra o que alguien la vio practicar en otra parte, y cree que en sus viajes se ha hecho tanto más docto cuanto más lejos estuvo de los suyos. Esos son los que promueven tales litigios; nada estiman recto sino lo que ellos hacen.

3 4. Alguien dirá que no debe recibirse cotidianamente la Eucaristía. Si le preguntas el porqué, contesta diciendo: «Deben elegirse los días en que se vive con mayor pureza y continencia, para acercarse con mayor dignidad a tan grande Sacramento, porque quien lo comiere indignamente, come y bebe su propia condenación2. Otro le replicará en sentido contrario, diciendo: «Si tan grande es la llaga del pecado y la fuerza de la enfermedad, que se deba diferir con esta medicina, la autoridad del obispo ha de apartar a la correspondiente persona del altar para que haga penitencia, y luego la misma autoridad ha de reconciliarla -el recibir el sacramento indignamente no significa otra cosa que recibirlo cuando ha de hacer penitencia- a fin de que no sea él quien se aleje o se acerque a la comunión según le plazca. Y si los pecados no son tan grandes como para merecer la excomunión, no se debe apartar de la medicina cotidiana del cuerpo del Señor». Quizá un tercero, más ponderado, pudiera dirimir la contienda entre ambos, amonestándoles a permanecer en la paz de Cristo, que es lo principal, y observar cada uno lo que crea que debe hacer, según su fe. Porque ninguno de los dos trata de menospreciar el cuerpo y la sangre del Señor; ambos tratan de honrar a porfía al salubérrimo Sacramento. No contendían propiamente Zaqueo y el Centurión, ni el uno trataba de anteponerse al otro, cuando el primero recibió gozoso en su casa al Señor3 y el segundo lo recibió diciendo: No soy digno de que entres en mi casa4. Ambos querían honrar al Salvador, si bien de un modo diverso y como contrario. Ambos eran míseros por sus pecados, y ambos consiguieron la misericordia. También vale como comparación aquel maná que en el antiguo pueblo sabía a cada uno según la propia voluntad5, como ahora sabe al corazón de cada cristiano aquel Sacramento, al que se ha sometido el mundo. Uno de los contendientes, para honrarlo, no se atreve a comulgar cotidianamente; y el otro, para honrarlo también, no se atreve a pasarse ningún día sin él. Esta comida rechaza únicamente el desprecio, como el maná rechazaba el hastío. He ahí por qué el Apóstol afirma que lo recibe indignamente quien no lo distingue de las otras viandas con una debida y singular veneración. Así, después de haber dicho: come y bebe su condenación, añade a continuación: por no distinguir el cuerpo del Señor6. Todo esto se ve claro en este mismo lugar de la carta primera a los Corintios si la examinas con diligencia.

4 5. Supongamos que un forastero se encuentra en un lugar en que todos perseveran en la observancia de la cuaresma y no interrumpen el ayuno ni se bañan el jueves. Ese tal puede decir: «Hoy no ayunaré». Cuando se le pregunte la causa, contestará diciendo que el ayuno no se observa ese día en su patria. ¿Qué es lo que pretende, sino anteponer su costumbre a la costumbre ajena? No me probará la obligatoriedad de su actitud por el libro de Dios, ni me dejará asegurado por la voz plena de toda la Iglesia universal, ni me hará ver que lo mío va contra la fe y lo suyo está más conforme con ella, o que las óptimas costumbres son violadas con lo mío y conservadas con lo suyo. Los que disputan sobre este punto, violan con sus disputas sobre cosas superfluas el sosiego y la paz. Yo preferiría que, en tales asuntos, ninguno de los dos se retrajese de la práctica que los demás observan, ni aquél en la patria de éste, ni éste en la de aquél. Pudiera suceder que uno viajase a una patria ajena donde es mayor, más asiduo y más fervoroso el pueblo de Dios, y ve, por ejemplo, que se ofrece dos veces el sacrificio en el jueves de la última semana de cuaresma, a saber, por la mañana y por la tarde. Después vuelve a su patria, donde es costumbre celebrar la ofrenda sólo al fin del día, y pretende que tal práctica es mala e ilícita, porque en otra parte ha visto cosa distinta. Es pueril este modo de sentir. Hemos de evitarlo nosotros, y tolerarlo y corregirlo en los nuestros.

5 6. Mira, pues, a cuál de estos tres géneros pertenece esa primera cuestión que me propones en el Commonitorio, Me preguntas con estas palabras: «¿Qué debe hacerse en el jueves de la última semana de cuaresma? ¿Hay que ofrecer el sacrificio una vez por la mañana y otra después de la cena, según aquel texto que dice: Asimismo después de cenar...?7 O bien, ¿hay que ayunar y ofrecerlo sólo después de la cena, o hay que ayunar y cenar después de la oblación, como solemos hacerlo?» A esto respondo, pues, que, para saber lo que hemos de hacer, es indudable que debemos ejecutar lo que está escrito, si la autoridad de la divina Escritura impone algo. En este caso ya no se disputa cómo hemos de hacer, sino cómo hemos de entender el sacramento. Del mismo modo, sería locura insolente el discutir qué se ha de hacer, cuando toda la Iglesia universal tiene ya una práctica establecida. Pero ni una cosa ni otra se da en lo que tú preguntas. Luego se sigue que pertenece al tercer género, en que hablé de variación según lugares y países. Haga, pues, cada uno lo que viere que observa aquella iglesia a la que llegó. Ninguna de esas prácticas va contra la fe ni contra las costumbres, ni éstas son, por lo uno o por lo otro, mejores. Sólo por estas causas, a saber, por la fe o por las costumbres, hay que enmendar lo que se hacía mal o hay que establecer lo que no se hacía. La sola mutación de la costumbre, aun de la que trae provecho, perturba por su novedad. Y la que no es provechosa es, por consiguiente, perjudicial por su perturbación infructuosa.

7. ¿Debe creerse que en muchas partes se estableció el ofrecer aquel día después de la refección, porque está escrito: Asimismo tomó el cáliz después de la cena...?8 No. Pudo también llamar cena al cuerpo, que ya habían recibido los apóstoles para luego recibir el cáliz. El Apóstol dice en otra parte: Cuando os juntáis en unidad, no es ya para consumir la cena del Señor9. Llama, pues, cena a la misma recepción dominical de la Eucaristía.

Más podía impresionar a los hombres, respecto a si habían de ofrecer o habían de recibir la Eucaristía en ese día después de cenar, lo que se dice en el Evangelio: Después de haber comido ellos, tomó Jesús el pan y lo bendijo10. Antes había dicho: Cuando se hizo tarde, se hallaba recostado con los doce, y mientras ellos comían, les dijo: Uno de vosotros me ha de entregar11. Después les repartió el Sacramento. Y bien claro se ve que, cuando los discípulos recibieron por primera vez el cuerpo y sangre del Señor, no los recibieron en ayunas.

6 8. Pero ¿hemos de reprochar por eso a la Iglesia, porque ahora se recibe en ayunas? Plugo al Espíritu Santo que, en honor de tan gran Sacramento, entrase en la boca del cristiano el cuerpo de Cristo antes que los otros alimentos. Esa es la razón de que tal costumbre se guarde en todo el orbe. El Señor lo ofreció después de comer, pero no por eso deben reunirse los hermanos para recibir el Sacramento después de comer o cenar, o mezclarlo con las otras viandas en sus mesas, como lo hacían aquellos a quienes reprende y enmienda el Apóstol. El Salvador, para recomendar con mayor interés la excelsitud del Sacramento, quiso que fuese lo último que se grabase en el corazón y en la memoria de los discípulos, de quienes se iba a separar para ir a la pasión. Pero no mandó que en adelante se guardase un orden fijo, reservando esa función a los apóstoles, por quienes iba a organizar las iglesias. Si Cristo hubiese mandado que el Sacramento se recibiese siempre después de los alimentos, creo que nadie hubiese cambiado tal costumbre. El Apóstol, al hablar de este Sacramento, dijo: Por lo cual, hermanos, cuando os reunáis a comer, guardaos recíproca deferencia. Si alguien tiene hambre, coma en casa, para que no os reunáis para vuestra condenación. Y en seguida añade: Lo demás, yo lo dispondré cuando llegue12. Por donde hemos de entender que él impuso lo que no varía con diversidad de costumbres; era ya demasiado querer establecer en una carta todo aquel orden de práctica que guarda la Iglesia universal.

7 9. A algunos les ha satisfecho esa mencionada norma digna de elogio, a saber, que se les permita ofrecer y recibir el cuerpo y la sangre del Señor, después de cenar, un solo día al año. Es el día en que el Señor instituyó esa misma cena. De este modo ponen de relieve su significación. Mas yo creo que se celebra con mayor piedad haciendo de modo que también los que ayunan puedan acercarse al Sacramento después de la comida, que se hace a la hora de nona. Por lo tanto, a nadie obligamos a comer antes de la cena del Señor, pero tampoco osamos oponernos a nadie. Y estimo que esto no está establecido, pues muchos o casi todos acostumbran en ese día a ir a los baños, mientras algunos mantienen todavía el ayuno. Se ofrece el sacrificio por la mañana por razón de los que han de comer, puesto que no pueden tolerar en un mismo día el baño y el ayuno. Y se ofrece por la tarde para los que ayunan.

10. Si me preguntas por qué ha nacido esa costumbre de ir a los baños, no se me ocurre, después de pensarlo, sino esta razón muy probable: los cuerpos de los bautizandos, sucios por la observancia de la cuaresma, no podrían venir a la fuente bautismal sin repugnancia de los sentidos si no se lavasen antes algún día. Para esto se eligió, como más apropiado, el día en que se celebra el aniversario de la cena del Señor. Y por concederse el baño a los que habían de recibir el bautismo, muchos quisieron lavarse con ellos, interrumpiendo el ayuno. Discutido esto, según mis alcances, te amonesto a que guardes lo que te he dicho, como conviene a un prudente y pacífico hijo dela Iglesia. En otra ocasión, si el Señor quiere, trataré los otros puntos que me consultas.