Tema: Controversia donatista.
A Crispín, obispo donatista
Hipona. Año 399/400.
1. Ya que los vuestros reprenden mi humildad, he señalado así el principio de mi carta, parecería que lo hice por injuriarte si no esperase tu contestación. ¿Para qué voy a recordar cosas acerca de tu promesa en Cartago o de mi insistencia? Sea lo que fuere lo que hicimos, dejémoslo pasar para que no nos impida continuar. Ahora no hay excusas, y creo que con la ayuda de Dios no me engaño: ambos estamos en Numidia y somos vecinos de localidad. Ha llegado hasta mí el rumor de que quieres probar suerte conmigo y entablar una discusión acerca del punto que separa nuestra comunión. Mira cuan de repente se suprimen todos los inconvenientes. Contéstame a esta carta, si te place, y quizá será bastante para mí y para todos los que desean oírnos. Y si no basta, repetiremos escritos y más escritos hasta que baste. ¿Puede ofrecernos mayor comodidad la cercanía de las ciudades que habitamos? Yo me he determinado a no tratar ese asunto sino por carta: primero, para que a ninguno de nosotros se nos caiga de la memoria lo que digamos; luego, para que no se vean privados de nuestra conferencia los estudiosos, que quizá no pueden asistir a ella. Tenéis costumbre de aducir todas las falsedades que queréis acerca de tiempos pasados, quizá no por afán de mentir, sino por error. Por lo tanto, si gustáis, aduzcamos cosas de actualidad. Sin duda sabes que en los tiempos del Israel antiguo se cometió también un sacrilegio de idolatría1 y un rey echó despectivamente al fuego un libro profético2. La malicia del cisma no hubiera sido castigada con más rigor que esos dos crímenes si no pasara más. Sin duda, recuerdas cómo la tierra entreabierta se tragó a los promotores del cisma, y el fuego que bajó del cielo abrasó a los que habían consentido con ellos3. Ni el ídolo adorado ni el libro abrasado merecieron un castigo tan duro.
2. Soléis echarnos en cara crímenes de nuestros partidarios, que no se han probado, más aún, que están probados en los vuestros, a saber: la entrega de los libros del Señor para ser arrojados al fuego, bajo el miedo de la persecución. ¿Por qué, pues, a aquellos a quienes condenasteis por crimen de cisma, por la boca verídica de vuestro concilio plenario, como en el mismo decís, los recibisteis después en el mismo episcopado del que los expulsasteis? Me refiero a Feliciano Mustitano y a Pretéxtate Assuritano. Estos no se contaban, como soléis decir a los ignorantes, en el número de aquellos a quienes el concilio prorrogó y señaló la fecha antes de la cual debían reincorporarse a vuestra comunión, bajo pena de sufrir el mismo castigo que los principales promotores. Estos fueron condenados sin dilación, en el mismo día en que prorrogasteis la fecha para los otros. Si lo niegas, lo probaré. Vuestro concilio habla; tengo en la mano las actas proconsulares, en las que lo alegasteis más de una vez. Prepara, pues, otra defensa, si puedes, para no hacerme perder tiempo por negar. Si Pretextato y Feliciano eran inocentes, ¿por qué fueron condenados de ese modo? Si eran criminales, ¿por qué fueron readmitidos? ¿No podemos creer que unos inocentes fueron condenados por falso crimen de traición por unos pocos de vuestros mayores, cuando trescientos diez sucesores suyos, con esa boca verídica de concilio plenario, como escribís ampulosamente, pudieron condenar a un inocente por un falso crimen de cisma? Y si pruebas que fueron condenados con razón, ¿qué defensa te queda para su readmisión en el episcopado, sino el exagerar la utilidad y las ventajas de la paz, para mostrar que tales cosas hay que tolerarlas por el vínculo de la unidad? ¡Ojalá discutieras eso, no con las fuerzas de la boca, sino con las del corazón! Verías, sin duda, que no ha de violarse con calumnia alguna la paz de Cristo en todo el mundo, si en África, por la paz de Donato, es lícito volver a recibir en el episcopado a los anatematizados por cisma sacrílego.
3. Asimismo, soléis echarnos en cara que os perseguimos valiéndonos de los poderes civiles. En este punto no quiero discutir lo que merecéis por la crueldad de tan gran sacrilegio, o lo que a nosotros nos modera la mansedumbre cristiana. Sólo digo lo siguiente: si eso es un crimen, ¿por qué perturbáis a los maximianistas, valiéndoos de los jueces enviados por los emperadores, a quienes por el evangelio engendró nuestra comunión? Sin embargo, vosotros los perseguís con violencia, los arrojáis de las basílicas que tenían, y en posesión de las cuales los halló el cisma; los perturbáis con el estrépito de las controversias, con la violencia de las órdenes y con el ímpetu de las ayudas civiles reclamadas. ¿Por qué? Los recientes vestigios de los sucesos atestiguan, en los respectivos lugares, todo lo que los maximianistas han sufrido en esta contienda. Los papeles atestiguan las órdenes que se les dieron; lo que se hizo con ellos lo pregona esa misma tierra, en donde se venera la memoria de aquel vuestro tribuno Optato.
4. Igualmente soléis decir que nosotros no tenemos el bautismo de Cristo y que no se da fuera de vuestra comunión. Podría yo extenderme harto por ahí. Pero ya no es menester para vosotros, pues con Feliciano y Pretextato aceptasteis también el bautismo de los maximianistas. Con una incesante serie de juicios pretendisteis expulsar de sus basílicas, como lo atestiguan las actas, a cuantos comulgaban con Maximiano y nominalmente a los dichos, a saber, a Feliciano y a Pretextato. Pues bien, a todos los que en aquel tiempo bautizaron ambos, los tenéis actualmente, con Feliciano y Pretextato, con vosotros. No sólo los recibisteis en los peligros de la enfermedad, sino también durante las solemnidades pascuales, en tantas iglesias que pertenecen a sus ciudades; es más, admitisteis a todos los que en esas grandes ciudades fueron bautizados fuera de vuestra comunión, en el cisma criminal, aunque el bautismo de algunos haya sido iterado. ¡Y ojalá pudieseis probar que a todos aquellos a quienes Feliciano y Pretextato bautizaron en vano, por decirlo así, fuera de vuestra comunión cuando vivían en el cisma criminal, los han bautizado de nuevo dentro de ella últimamente, una vez admitidos! Porque, si los fieles debían ser rebautizados, los obispos debían ser reconsagrados. Al separarse de vosotros habían perdido el episcopado, si ya no podían bautizar fuera de vuestra comunión. Porque, si no habían perdido el episcopado, sin duda podían bautizar. Y si lo habían perdido, luego al volver debían ser consagrados de nuevo para recobrarlo. Pero no temas: como es cierto que volvieron con el mismo episcopado con que se fueron, así es cierto que reconciliaron con su persona, en vuestra comunión, al volver, a todos aquellos a quienes habían bautizado en el cisma de Maximiano, sin necesidad de repetir el bautismo.
5. ¿Qué lágrimas serán suficientes para lamentar que se admita el bautismo de los maximianistas y se rechace el bautismo del mundo entero? Condenasteis a Feliciano y a Pretextato justa o injustamente, después de oírlos o sin oírlos. Dime: ¿a qué obispo de los corintios ha oído o condenado alguno de los vuestros, o de los gálatas, efesios, colosenses, filipenses, tesalonicenses, o de las demás ciudades de que se dijo: Adorarán en su presencia todos los países de las gentes?4 Se admite el bautismo de los unos y se rechaza el de todos, cuando el bautismo no es ni de unos ni de otros, sino de aquel de quien se dijo: Él es el que bautiza5. Pero dejemos eso. Considera lo que tenemos cerca; mira las cosas que hieren aun a los ojos ciegos. ¡Los que fueron condenados tienen el bautismo, y los que no fueron ni interrogados no lo tienen! ¡Los que nominalmente fueron denunciados y expulsados por delito de cisma, lo tienen; y los desconocidos, muy distantes, nunca acusados y nunca juzgados, no lo tienen! ¡Los que fueron separados de una fracción ya separada de África, lo tienen, y las regiones de donde vino al África el Evangelio no lo tienen! ¿Para qué recargar? Contéstame a esto. Fíjate en el sacrilegio de cisma, que vuestro concilio exageró contra los maximianistas; fíjate en las persecuciones que desencadenasteis contra ellos valiéndoos de los poderes civiles; fíjate en su bautismo, que fue aceptado por vosotros, juntamente con aquellos a quienes condenasteis. Y responde, si puedes, si es que tenéis algo con que llenar de tinieblas a los incautos: ¿por qué estáis separados del mundo entero por un crimen cismático mucho mayor que ese que jactanciosamente condenasteis en los maximianistas? La paz de Cristo venza en tu corazón.