Tema: Respuesta a las consultas de la carta anterior.
Agustín saluda en el señor a Publícola, hijo amadísimo y digno de honor.
Hipona: Año 398.
1. Las perplejidades de tu alma se hicieron también mías en cuanto me enteré de ellas por tu carta. No es que me impresionen esas cuestiones, como confiesas que te impresionan a ti. Mi preocupación se refiere, lo confieso, al modo de quitarte la tuya. Máxime teniendo en cuenta que me pides que mi solución sea definitiva, para que no caigas en mayores incertidumbres que las que motivaron tu consulta. Porque veo que eso no está en mi poder.
De cualquier modo que te muestre lo que a mí me parece evidente, podrás caer en mayores angustias si no logro persuadirte. Porque no entra en mis atribuciones el convencer como entra el sugerir. Mas, para no negar a tu caridad mi modesto esfuerzo, he determinado contestarte después de reflexionar un tanto.
2. Dudas de si hemos de beneficiarnos de la fe o fidelidad de quien jura por los dioses, que la ha de mantener. Te ruego que consideres, ante todo, esto: ¿No te parece que peca dos veces quien por los dioses falsos jura que ha de mantener la fe y luego no la guarda? Si guarda la fe prometida con ese juramento, hemos de juzgar que peca tan sólo por haber jurado por tales dioses. Nadie le acusará con justicia por no haber mantenido la palabra dada. El que juró por quienes no debía y además hizo lo que no debía contra la fe prometida, pecó dos veces. En consecuencia, quien utiliza la fe del que juró por los dioses falsos, y la utiliza, no para el mal, sino para lo lícito y bueno, no participa en el pecado de quien juró por los demonios, sino en el buen propósito de quien guarda la fidelidad o fe. No digo que guarda aquella fe por la que son llamados fieles los que se bautizan en Jesucristo. Porque ésa es muy distinta y muy distante de la fe de los acuerdos humanos. Con todo, no cabe duda de que es menor mal jurar con verdad por un dios falso que jurar con mentira por el Dios verdadero. Pues cuanto es más santo aquello por lo que se jura, tanto es más punible el perjurio.
Otra cuestión es la siguiente:¿se peca cuando se exige que otro jure por los falsos dioses, porque el que ha de pronunciar el juramento adora a los dioses falsos? Para resolver esta cuestión valen los testimonios que citaste de Labán y Abimelec, si es verdad que Abimelec juró por sus dioses y Labán por el Dios de Nacor. Como digo, ésta es otra cuestión, que quizá me haría vacilar a mí si no considerase los ejemplos de Isaac y de Jacob y quizá otros que pudieran hallarse. Pero puede impresionar todavía lo que se dice en el Nuevo Testamento, a saber: que no juremos en absoluto1. Me parece que no se dijo eso porque el jurar con verdad sea pecado, sino porque el perjurio es un enorme pecado. Así, quien nos amonestó a no jurar jamás, nos quiso alejar del perjurio. Bien sé que opinas lo contrario, y no discutiré ahora sobre eso, sino que trataré del punto que motivó tu consulta. Por lo que a ti toca, igual que tú no juras, no obligues a otro a jurar cuando te plazca. Se dijo que no juremos; sin embargo, no recuerdo haber leído nunca en las Sagradas Escrituras que no recibamos el juramento de otro. Pero vengamos a la otra cuestión. ¿Podemos beneficiarnos de la paz que otros han pactado entre sí con juramento? Si no queremos utilizarla, no sé si podremos encontrar en la tierra lugar en que poder vivir. Porque no sólo en la frontera, sino dentro de las provincias, se ajustan las paces con juramentos bárbaros. De donde se seguiría que no sólo están mancillados los frutos custodiados por quienes juran por los falsos dioses, sino que están mancilladas también las cosas que la paz mantiene y que aquel juramento garantiza. Si es absurdo el decir eso, deje ya de maravillarte lo que te impresionaba.
3. Asimismo, si se toma algo de la era o del lagar para el sacrificio pagano o para los demonios, y un cristiano lo ve, peca si lo permite, con tal de que tenga poder para prohibirlo. Si descubre más tarde el hecho o no tiene poder para prohibirlo, puede utilizar los restantes frutos puros de los que se sustrajo lo sacrificado. Así podemos tomar agua de las fuentes a sabiendas de que allí se ha tomado agua para el uso de los sacrificios. La misma razón vale para los baños. No dudamos en tomar el aliento del aire aunque sepamos que recibe el humo de todas las aras y piras de los demonios. No podemos utilizar cosa alguna en honor de los dioses ajenos ni dar la impresión de que la utilizamos, tomándola de modo que, aunque la despreciemos en nuestro interior, contribuyamos a que la honren aquellos que ignoran nuestras intenciones. Por ejemplo, cuando se destruyen templos, ídolos, bosques sagrados o cosas semejantes con la debida autorización, no debemos apropiarnos nada para nuestro uso particular y propio, aunque sea manifiesto que, al hacerlo así, no honramos, sino que detestamos el objeto. Debe aparecer que destruimos por piedad, no por avaricia. Cuando dichos objetos se dedican a usos comunes, no propios ni privados, o al honor del verdadero Dios, ocurre con esos objetos lo que ocurre con los hombres cuando de sacrílegos e impíos se tornan a la verdadera religión. Se ve que eso es lo que enseña Dios en aquellos testimonios que tú mismo citas, cuando mandó emplear para el holocausto leña extraída de los bosques de los dioses extraños y convertir en tesoro del Señor todo el oro, plata y bronce de Jericó. Escrito está también en el libro del Deuteronomio: No codiciarás su oro ni su plata, ni la recabarás de ellos, para que no perezcas por tu conducta. Porque es abominación para el Señor Dios tuyo. Y no introducirás objeto execrable en tu casa, porque serás execrable como lo es él. Porque te ofenderás con ofensa y te mancillarás con mancilla en aquella abominación, porque es anatema2.
Aparece claro, en tales casos, que se prohíbe el uso privado o bien se intima la prohibición para que no se tome de allí algo con ánimo de introducirlo y honrarlo en casa. Porque entonces es abominación y execración. El sentido del texto es que el honor sacrílego se proscribe con la pública destrucción de tales objetos.
4. Ten por cierto que acerca de las comidas de los ídolos no debemos observar otra cosa que la que nos ordenó el Apóstol. Recuerda, pues, sus palabras sobre este punto. Yo te las expondría si fuesen oscuras. No peca quien primero rechaza la comida como idolotito y luego la come sin saber que lo es. Las legumbres y cualesquiera otros frutos que nazcan en un campo, son de quien los creó; porque del Señor es la tierra y su plenitud, y toda criatura de Dios es buena3. Mas, si lo que nace en los campos se consagra a los ídolos o es sacrificado, entonces hemos de considerarlo como idolotito. Con todo, tengamos cuidado, no sea que, si no comemos legumbres nacidas en el huerto del templo de los ídolos, saquemos la consecuencia de que no debieron los apóstoles probar bocado en Atenas, porque la ciudad estaba consagrada a Minerva y a su numen. Lo mismo te diría acerca de un pozo o de una fuente que estuviese en un templo. Impresiona realmente un poco más el caso en que se arroja a una fuente o a un pozo algo del sacrificio. Pero lo mismo diríamos del aire que recibe el humo, como arriba se vio. Puede hallarse alguna diferencia, porque el sacrificio, cuyo humo va a confundirse con el aire, no se ofrece al aire, sino a algún ídolo o al demonio; en cambio, una parte del sacrificio se arroja al agua para ofrecer el sacrificio al agua misma. Pero no vamos a dejar de utilizar la luz del sol porque los sacrílegos no cesan de ofrecerle sacrificios donde pueden. Se hacen sacrificios en honor de los vientos, y nosotros los empleamos para tantas comodidades, aunque parece que ellos beben y devoran en cierto modo el humo de los mismos sacrificios. A veces se duda si la carne es sacrificada, aunque en realidad no proceda de inmolación. Si uno duda de si una carne ha sido sacrificada a los ídolos y en realidad no lo ha sido, y, pensando que no ha sido sacrificada, la come, no peca, porque en realidad no ha sido sacrificada y no lo cree ya, aunque antes lo hubiese creído. Es lícito torcer los pensamientos de falsos en verdaderos. Si alguien piensa que es bueno lo que es malo y lo hace, objetivamente peca. Tales son todos los pecados de ignorancia, en los que alguien cree obrar bien y obra mal.
5. Respecto al caso de matar a alguien para no ser muerto por él, no me agrada tu consejo. A no ser que se trate de un soldado, o esté obligado a ello por función pública, o no lo haga por egoísmo, sino en beneficio de otros o de la ciudad en que vive, por estar investido de una autoridad que le fue confiada por sus dotes personales. Quien infunde algún terror a otro para evitar que obre mal, le hace probablemente un beneficio. Porque, aunque se dijo que no resistamos al malo4, fue para que no nos deleite la venganza, que nutre al alma del ajeno mal, pero en ningún modo para que omitamos la corrección de otros.
No es culpable de la muerte ajena quien edificó una tapia en torno de su hacienda..., si otro perece aplastado por la caída de la tapia. Ni es culpable el cristiano si un buey suyo mata a un sujeto de una cornada o su caballo mata a un hombre de una coz. No digamos que los bueyes de los cristianos no deben tener cuernos, o sus caballos cascos, o su perro dientes. El apóstol Pablo se contentó con poner en conocimiento del tribuno que algunos fanáticos le habían puesto asechanzas en el camino5. Pero no vayamos a decir que, en el caso de que los fanáticos hubiesen caído bajo las armas de la escolta, Pablo se hubiese confesado personalmente responsable del derramamiento de sangre. Si cuando hacemos algo, o lo poseemos con buen fin, le acaeciese a alguien algún mal fuera de nuestra voluntad, no puede imputársenos. De otro modo, no debiéramos tener instrumentos de hierro en nuestra casa o campo, para que nadie se mate a sí mismo o mate a otro con ellos. Tampoco habríamos de tener árboles ni cuerdas, para que nadie se colgase de ellos. Ni habríamos de hacer ventanas, para que nadie se precipitase por ellas. ¿Para qué voy a citar más ejemplos, pues nunca acabaría de citarlos? ¿Hay alguna cosa, dentro del uso bueno y lícito de los hombres, de la que no pueda derivar algún daño?
6. Sólo nos falta hablar, si no me equivoco, de aquel viajero cristiano vencido por la necesidad del hambre, a quien tú citas; no puede hallar otro alimento que el colocado delante del ídolo, y ningún otro individuo está presente. Me preguntas tú si es mejor que muera de hambre antes de tomar el alimento. Pero, tal como presentas la cuestión, no se ve claro que el alimento sea un idolotito. Pudieron dejarlo olvidado, o adrede, otros que se apartaron del camino a reparar la fuerza o pudo ser colocado allí por cualquier otro motivo. Contesto, pues, con brevedad: o está cierto de que se trata de un idolotito, o de que no lo es, o no lo sabe con certeza. Si está cierto de que es idolotito, mejor es rehusarlo con fortaleza cristiana. Y si sabe que no es idolotito o lo ignora, puede tomarlo sin ningún escrúpulo de conciencia, para remediarse de la necesidad.