Tema: La verdad de la escritura.
Agustín a Jerónimo, señor amadísimo, hermano digno de respeto y de ser abrazado en el cultivo sincerísimo de la caridad y compresbítero.
Hipona: A finales del año 397.
1. Celebro que, con tu saludo, me hayas enviado una carta. Viene llena, si bien es mucho más breve que la que yo espero de ti; siendo quien eres, tu palabra no puede ser prolija, por mucho tiempo que consuma. Me veo envuelto en graves preocupaciones de negocios ajenos y de carácter secular, pero no perdonaría fácilmente la brevedad de tu misiva si no pensara en las pocas palabras que han de componer mi contestación. Ea, pues, entabla conmigo correspondencia literaria para que la ausencia corporal no pueda distanciarnos gran cosa; bien es verdad que vivimos unidos en el Señor por la unidad del Espíritu1, aunque duerma la pluma y guardemos silencio. Además, los libros que has compuesto, utilizando el arsenal del Señor, me permiten conocerte casi del todo. Si para conocerte fuera preciso ver el semblante de tu cuerpo, ni tú mismo te conocerías, pues que no ves tu cara. Y si tú te conoces cabalmente, porque ves tu alma, también yo la he visto un poco en tus escritos, en los cuales bendigo a Dios, que te hizo como eres para ti, para mí y para todos los hermanos que leen tus escritos.
2. Poco ha cayó en mis manos un libro tuyo, entre otros. No sé todavía cómo se intitula, pues el códice no traía título en la primera página, como suele hacerse. El hermano que lo tenía dijo, sin embargo, que se llamaba Epitafio. Yo creería que te agradó el poner ese título si en el libro hubiese leído únicamente la vida de aquellos que ya finaron. Pero se recuentan allí obras de muchos que vivían cuando el libro fue compuesto y todavía viven. Me causa, pues, extrañeza que hayas elegido ese título o que se diga que tú lo has elegido. De todos modos, apruebo el libro, que encierra gran utilidad.
3. También en la exposición de la carta del apóstol Pablo a los Gálatas hallé algo que me causó harta extrañeza. Si en la Escritura santa se admiten mentiras obligadas del oficio, ¿qué autoridad tendrá en adelante? ¿Cómo podrá aducirse el testimonio de esa Escritura, de modo que con su peso quede aplastada la malicia de toda oposición? Tú podrás aducirlo, pero, si tu rival entiende otra cosa, dirá que el autor de ese testimonio dijo una mentira por obligación honesta de su oficio. ¿Y dónde no podría presentarse una mentira, si pudo creerse que el Apóstol mintió al decir a Pedro y Bernabé: Viendo que no caminaban según la verdad del evangelio2, en una narración que empieza diciendo: Dios es testigo de que no miento en esto que os escribo?3 Si ellos se conducían rectamente, Pablo mintió. Y si mintió, ¿cuándo dijo verdad? ¿Acaso dice verdad únicamente cuando el lector está conforme con lo que Pablo dice? ¿Hemos de creer que dice una mentira de oficio cuando dice algo con lo que no está conforme el lector? En efecto, no faltarían razones para concluir que no sólo pudo, sino que debió mentir si aceptamos esa norma. No será menester discutir eso por extenso, máxime tratándose de ti, cuya previsión sabia tiene bastante con lo dicho. No tengo la arrogancia de haber contribuido con mi óbolo a enriquecer tu ingenio, que es áureo por divina dispensación. Nadie más idóneo que tú para enmendar esa obra.
4. Tampoco voy a enseñarte cómo se ha de entender lo que el mismo Apóstol dice: Me hice como judío para los judíos con ánimo de ganar a los judíos4, y todo lo demás que allí se apunta, por compasión misericordiosa y no por simulación falaz. Se hace como enfermo el que sirve al enfermo, no diciendo falsamente que tiene fiebre, sino pensando con alma compasiva cómo quisiera ser atendido él si llegase a enfermar. Pablo era judío; al hacerse cristiano, no había abandonado los sacramentos judaicos, que el pueblo recibió legítimamente en un tiempo oportuno.
Por eso el Apóstol siguió celebrándolos cuando ya era cristiano, con intención de mostrar que tales sacramentos no eran perniciosos para los que, aun después de haber creído en Cristo, quisieran celebrarlos como los habían recibido de sus mayores por medio de la Ley, con tal de no colocar ya en tales sacramentos la esperanza de la salvación. Porque la salvación, que estaba simbolizada en esos sacramentos, había llegado ya por el Señor Jesús. Estimaba Pablo, sin embargo, que en modo alguno habían de ser impuestos a los gentiles con un peso tan grave como innecesario, pues eso les había apartado de la fe por su falta de costumbre5.
5. No corrigió, pues, Pablo a Pedro por observar las tradiciones de sus mayores; si lo hiciera, lo hubiese hecho sin mentira ni incongruencia, ya que tales sacramentos acostumbrados eran superfluos, pero no nocivos. Le corrigió porque obligaba a los gentiles a judaizar6. Se supone que Pedro practicaba tales sacramentos de manera que podían parecer necesarios aun después de la venida del Señor; eso es lo que la Verdad reprobó con vehemencia por medio del apóstol Pablo. No lo ignoraba Pedro, pero tenía miedo a los que venían de la circuncisión7. Fue corregido, pues, con toda verdad, y Pablo narró la verdad. La santa Escritura, escrita para mantener la fe de la posteridad, no puede quedarse en el aire, vacilante y dudosa, por haber admitido en ella la autoridad de la mentira. Tampoco puede ni debe expresarse por escrito cuántos y cuan inexplicables males han de seguirse si eso concedemos.
Podría yo demostrarlo con más oportunidad y menos peligro si de palabra lo tratásemos entre nosotros dos.
6. Pablo había desechado lo que los judíos tenían de malo. En primer lugar, ignoraban la justicia de Dios; querían establecer la propia, y así no se sometían a la justicia divina8.
Luego, aun después de la pasión y resurrección de Cristo, después de entregado y manifestado el sacramento de la gracia según el orden de Melquisedec9, pensaban que debían seguirse celebrando los sacramentos antiguos por necesidad y no por costumbre de solemnidad. Si en otro tiempo no hubiesen sido necesarios, en vano y sin fruto hubieran muerto mártires los Macabeos por ellos10. En fin, repudió Pablo que los judíos persiguieran a los cristianos, propagandistas de la gracia, como enemigos de la Ley. Pablo nos dice que condenó y reputó como estiércol estos y otros tales errores para ganar a Cristo11. Pero no repudió las observancias de la Ley mientras se celebrasen dentro de la costumbre tradicional, como él mismo las celebró, sin afirmar su necesidad para la salvación, no como creían celebrarlas los judíos ni por una simulación falaz, que es lo que reprendió en Pedro.
Si celebró tales sacramentos aparentando ser judío, para ganar a los judíos, ¿por qué no sacrificó con los gentiles, pues también se hizo como sin ley con aquellos que estaban fuera de la ley, para ganarlos también a ellos?12 Sin duda hizo lo primero porque era judío de nacimiento. Y habló así, no fingiendo falazmente que era lo que no era, sino sintiendo en su misericordia que debía socorrer a los judíos como si él mismo se encontrase en el error de ellos. Eso no era astucia de mentiroso, sino obra de misericordioso. En ese pasaje se expresó de un modo general: Me hice enfermo con los enfermos para ganar a los enfermos; y luego: Me hice todo para todos con el fin de ganarlos a todos13. Esta conclusión da a entender que por obra de la misericordia aparecen en él las enfermedades de cada uno: ¿Quién enferma y no enfermo yo?14, dice, queriendo dar a entender que se conduele con la enfermedad ajena y no que la finge.
7. Por lo tanto, haz uso, por favor, de una sencilla y verdaderamente cristiana severidad, llena de caridad, para corregir y enmendar esa obra, y canta la palinodia, como suele decirse. Incomparablemente más bella es la verdad de los cristianos que la Helena de los griegos. Por la verdad combatieron con mayor fortaleza nuestros mártires contra esta Sodoma que los héroes griegos contra Troya por su Helena. No digo esto para que recibas la vista del alma, pues estás muy lejos de haberla perdido, sino para que adviertas que, aun teniendo los ojos sanos y vigilantes, has desviado la mirada con no sé qué disimulo. Así, no has advertido las objeciones que se siguen si una vez se admite que un autor de los libros divinos pudo en alguno de sus escritos mentir honesta y piadosamente.
8. Tiempo ha te escribí desde aquí una carta que no llegó a ti porque no pudo realizar su viaje el correo a quien yo la entregué. De ella he tomado, al dictar ésta, lo que aquí no he debido pasar en silencio. Si tu opinión es distinta y mejor que la mía, perdona generosamente mi temor. Si tú lo ves de otro modo y ves la verdad (pues, si no es la verdad, no lo verás mejor que yo), mi error favorece a la verdad con una culpa bien pequeña, por no decir nula, si es que la verdad puede alguna vez favorecer de algún modo a la mentira.
9. Respecto a lo que te has dignado contestar sobre Orígenes, ya sabía yo aprobar y loar todas las cosas rectas y verdaderas que encontremos, no sólo en las letras eclesiásticas, sino en todo escrito; asimismo sabía reprender y reprobar todo lo falso y malo. Pero deseaba, y aún deseo, de tu prudencia y sabiduría que nos declares las equivocaciones por las que se vea cómo un varón tan notable se apartó de la fe en la verdad. En ese libro en que citas todos los escritos eclesiásticos y sus obras, en cuanto pudiste recordar, hubiese sido muy útil, a mi juicio, una cosa: al nombrar a aquellos que sabes fueron herejes, si es que no quieres pasarlos en silencio, podías haber detallado al mismo tiempo los puntos que nosotros no podemos admitir. Además, has pasado algunos por alto, y desearía yo saber por qué motivo. Quizá no quisiste recargar tu libro y te contentaste con nombrar a los herejes, sin concretar los puntos en que los condena la Autoridad católica. Pero te ruego ahora que incluyas en tu empresa literaria (con la que has inaugurado y promovido no poco, por la gracia de Dios nuestro Señor, los estudios de los santos en la lengua latina) lo que la caridad de los hermanos te recomienda por mi humilde persona, a saber: publica, si tus ocupaciones te lo permiten, reunidos brevemente en un volumen, los dogmas de todos los herejes, que por desvergüenza o malicia han pretendido corromper la fe cristiana hasta nuestros días. Así los darás a conocer a los que carecen de tiempo por otras ocupaciones o no pueden leer y conocer tantas cosas por estar en lengua extraña. Más insistiría en mi recomendación si eso no fuese indicio, por lo general, de poca confianza en la caridad. Entre tanto, recomiendo con calor y en Cristo a tu benignidad a nuestro hermano Pablo, de cuya buena opinión en nuestro país doy leal testimonio delante de Dios.