CARTA 38

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: La muerte del primado Megalio.

Agustín al hermano Profuturo

Hipona Año 397.

1. Estoy bien por lo que toca al espíritu, cuanto place al Señor y según las fuerzas que se ha dignado infundirme; pero en cuanto al cuerpo, estoy en cama. Ni puedo caminar, ni mantenerme en pie, ni sentarme, por la hinchazón y dolor de las hemorroides. Pero, aun así, ¿qué otra cosa he de decir sino que estoy bien, pues le plugo esto al Señor? Si no queremos nosotros lo que quiere Dios, culpa nuestra será; no hemos de pensar que El hace o permite cosa alguna contra razón. Todo esto lo sabes; pero, puesto que para mí eres otro yo, ¿qué te podré decir con mayor placer que lo que me digo a mí mismo? Encomiendo, pues, a tus santas oraciones mis días y mis noches. Ora por mí, para que utilice con temperancia los días y para que tolere con buen ánimo las noches; así, aunque camine en medio de la tiniebla de la noche, será conmigo el Señor y no temeré mal alguno1.

2. No dudo que habréis oído ya que ha fallecido el anciano Megalio. Cuando escribo esto, han pasado veinticuatro días desde el sepelio de su cuerpo. Quisiera yo saber en cuanto sea posible, si has visto ya a su sucesor en el primado, pues estabas en ello. No faltan escándalos, pero tampoco socorros. No faltan tristezas, pero tampoco consolaciones. Sabes muy bien, óptimo hermano, cuánto hay que vigilar entre tantos peligros para que el odio no se apodere del corazón; no nos permitiría orar a Dios dentro del sagrario del corazón a puertas cerradas2, por haber cerrado la puerta contra Dios. Y como a ningún airado le parece injusta su ira, ella se desliza. Luego la ira inveterada se convierte en odio, y, mientras una cierta satisfacción se mezcla al justo dolor, el interesado la retiene largo tiempo en el vaso, hasta que el contenido se avinagra y el vaso se contamina. Por eso, el no airarse contra nadie, ni siquiera con motivo, es mucho mejor que el resbalar hacia el odio por esa misteriosa lubricidad de la ira cuando nos airamos con justicia aparente. Solemos decir, al recibir huéspedes desconocidos, que es mejor tolerar a un mal individuo que, por miedo de recibir al malo, excluir quizá al bueno sin saberlo. Pero en los sentimientos del alma sucede lo contrario. Pues incomparablemente es mejor no abrir el sagrario del corazón a la ira justa que llama, que admitirla, pues no se irá fácilmente, sino que se convertirá de rama en viga. Tiene suficiente audacia e impudencia para crecer antes de lo que se piensa. No se ruboriza en las tinieblas cuando el sol se ha puesto sobre ella3. Ya advertirás con qué cuidado y con cuánta solicitud te escribo todo esto, si recuerdas lo que hablaste poco ha conmigo en el viaje.

3. Saludo al hermano Severo y a los que con él están. Quizá les escribiría si lo permitiese la prisa del correo. Te ruego que intercedas con tu petición ante el hermano Víctor, a quien doy las gracias por haberme comunicado que iba a Constantina. Veamos si se anima a regresar por Calama, como lo prometió. Tenemos que tratar el asunto que él sabe. Gran carga tengo que llevar por las peticiones insistentes de Nectareo el mayor en favor de esa causa. Adiós.