Tema: Refutación de un escrito sobre el ayuno en sábado.
Agustín desea salud en el señor a Casulano, hermano amadísimo, deseadísimo y compresbítero.
Hipona: Después de abril de 397.
1. No sé cómo ha sido el no contestar a tu primera carta, pero sé que no dejé de hacerlo por desdén hacia ti, pues tanto me deleitan tus estudios y tu palabra y tanto deseo que en la flor de tu edad progreses en el conocimiento de la palabra de Dios y abundes para edificación de la Iglesia: a ello te exhorto. Al recibir ahora esta misiva, por la que con fraterno y justo derecho de caridad, en la que somos uno, me demandas que te conteste al fin, pensé que no podía ya diferir a tu dilección el cumplimiento de ese deseo, y entre mis estrechísimas ocupaciones tomo esta de contestarte debidamente para justificarme contigo.
2. Me preguntas si es lícito ayunar en sábado. Te contesto que, si no fuese lícito, ni Moisés, ni Elías, ni el mismo Señor hubiesen ayunado durante cuarenta días seguidos. Claro es que por esta razón se concluye que también es lícito ayunar el domingo, y, sin embargo, si uno juzga que debe ayunar el domingo como algunos guardan el ayuno sabático, causará con razón no pequeño escándalo en la Iglesia. En estos asuntos, en los que nada cierto se halla consignado en la Escritura divina, hay que mantener como ley la costumbre del pueblo de Dios o la observancia de los mayores. Si me pusiera yo a disputar sobre tales asuntos y a argüir a los unos con la costumbre de los otros, ocasionaría un litigio interminable; pero no hallaré documento alguno cierto de verdad, por mucho que charle; eso hay que evitarlo para no oscurecer con una contienda tempestuosa el sosiego de la caridad. Tal peligro no ha sabido evitarlo ese cuya prolija disputa te creíste en el deber de enviarme con tu primera carta para que yo la contestase.
3. No ando tan sobrado de tiempo, que pueda emplearlo en refutar cada una de sus sentencias, pues lo necesito para redactar otros tratados más urgentes. Pero tú me has mostrado en tus cartas gran ingenio, y yo amo en ti ese don de Dios. Considera, pues, con mayor diligencia ese tratado del Urbico y verás que no escatima las injurias a casi toda la Iglesia de Cristo, de levante a poniente. Mejor dicho, no hiere a casi toda, sino a toda ella, puesto que no ha perdonado a los mismos romanos, cuya costumbre cree él defender. En la impetuosidad de sus denuestos, ignora, por inadvertencia, que redundan también contra los romanos mismos. Cuando le faltan argumentos para probar que hay que ayunar el sábado, se lanza con insolencia a reprobar la torpe borrachera, el sibaritismo en las viandas y los festines licenciosos, como si el no ayunar fuese tanto como embriagarse. Y si eso es así, ¿de qué les sirve a los romanos ayunar el sábado? En los demás días no ayunas; por lo tanto, según los argumentos de éste, en esos días hemos de tenerlos por borrachos y sibaritas. Una cosa es recargar el corazón en la crápula y la borrachera, lo cual es siempre malo, y otra mitigar el ayuno, comiendo con modestia y templanza; esto es lo que no reprueba ningún cristiano cuando se hace el domingo. Distinga, pues, primero las comidas de los santos de la voracidad y embriaguez de los esclavos del vientre; así no incluirá entre éstos a los romanos cuando no ayunan. Y después pregunte, no si es lícito embriagarse el sábado, pues eso no lo es tampoco el domingo, sino si se debe suspender el ayuno el sábado como suele hacerse el domingo.
4. Y eso pregúntelo o afírmelo de modo que no blasfeme tan descaradamente contra la Iglesia, difundida por doquier, exceptuando a los romanos y a unos pocos orientales. Mas ahora, ¿quién podrá tolerar que ése diga que los demás pueblos orientales y muchos occidentales, en los que tantos y tan excelentes siervos y siervas de Cristo, y que comen sobria y modestamente en sábado, viven según la carne, que no pueden agradar a Dios1 y que de ellos está escrito: Inicuos, apartaos de mí, no quiero conocer el camino de ellos?2 ¿Quién podrá oír que estos siervos de Cristo son siervos del vientre; que anteponen la Judea a la Iglesia; que son hijos de la esclava; que miran por su vientre con una ley no justa, sino sensual; que no se someten a la disciplina; que son carne y saben a muerte, y cosas semejantes? Si eso se dijese de un solo siervo de Dios, ¿quién podría escucharlo y no debería reprobarlo? Puesto que él hace objeto de sus insultos y maledicencias a la Iglesia, que fructifica casi por todo el mundo3 y que come casi por doquier el sábado, le amonesto a que se contenga, sea quien fuere. Has querido que yo ignore su nombre, sin duda porque no quieres que yo lo juzgue.
5. Dice él: «El Hijo del hombre es Señor del sábado4. En el sábado es lícito hacer el bien, y no el mal». Pero, si obramos mal cuando comemos, ningún domingo vivimos bien. Y como confiesa que los apóstoles comieron en sábado, argumenta que entonces no era tiempo de ayunar, pues dijo el Señor: Vendrán días en que les será quitado el esposo, y entonces ayunarán los hijos del esposo5, y que hay tiempo de gozo y tiempo de luto6. Pero debió advertir primero que el Señor habla en ese pasaje del ayuno en general y no del ayuno sabático. Ese quiere identificar el luto con el ayuno y el gozo con la comida. Sea lo que sea lo que quiso dar a entender Dios al decir que descansó el día séptimo de todas sus obras7, no significa luto, sino gozo. ¿Por qué no repara en ello? A no ser que diga que ese descanso de Dios y santificación del sábado significa gozo para los judíos y luto para los cristianos. Cuando santificó el Señor el día séptimo, porque en él descansó de todas sus obras, no dijo nada del ayuno ni de la comida. Cuando habló al pueblo hebreo de la guarda del sábado8, tampoco mencionó los alimentos que habían de comer o no comer. Sólo prescribió la abstención de trabajos serviles. El pueblo hebreo aceptó ese precepto, que era un símbolo del descanso futuro9, y se abstuvo de trabajar: vemos que todavía se abstienen de trabajar en sábado los judíos, aunque no entienden los judíos carnales lo que entienden rectamente los cristianos. En aquel tiempo, en que así convenía, los profetas guardaron el reposo sabático, que los judíos creen todavía deber observar. Pues nosotros no entendemos estas cosas mejor que los profetas. Dios mandó apedrear a un hombre que recogió leña en día de sábado, pero no leemos que haya nunca apedreado o ejecutado de algún otro modo al que ayunó o al que comió en sábado. Cuál de estas dos cosas convenía al reposo y cuál al trabajo, véalo él, pues ha otorgado el gozo a los que comen y el luto a los que ayunan; mejor dicho, ha creído que así lo consideraba el Señor, cuando dijo del ayuno: No pueden llorar los hijos del esposo mientras está él con ellos10.
6. Dice ése que los Apóstoles comieron en día de sábado, porque aún no había llegado el tiempo de ayunar en tal día: estaba prohibido ese ayuno en la tradición de los antiguos. Pero ¿es que ya había llegado el tiempo de quebrantar el reposo sabático? ¿No prohibía también esto la tradición de los antiguos y obligaba a reposar? Sin embargo, según leemos, los discípulos de Cristo no sólo comieron en ese sábado, sino que arrancaron también las espigas, lo cual era ilícito, pues lo prohibía la tradición de los antiguos11. Cuide ése, pues, no le vayamos a contestar oportunamente, diciendo que por algo quería el Señor que sus discípulos ejecutaran en ese día ambas cosas: arrancar las espigas y tomar los alimentos; lo primero, contra aquellos que quieren descansar el sábado, y lo segundo, contra aquellos que obligan a ayunar el sábado; así daba a entender el Señor que lo primero era superstición, una vez cambiados los tiempos, y lo segundo era libre en todo tiempo. Naturalmente, no es que yo lo afirme, pero hago ver que podría afirmarlo así con mayor motivo que las proposiciones que él asienta.
7. Prosigue ése: «¿Cómo no vamos a ser condenados con el fariseo, pues ayunamos dos veces por semana?» ¡Como si el fariseo hubiese sido condenado porque ayunaba dos veces por semana y no porque se anteponía orgullosamente al publicano! Con la misma razón podría afirmar que aquellos que dan la décima parte de sus ingresos a los pobres, han de ser condenados con el fariseo, ya que éste alardeaba de eso entre otras obras. Ya quisiéramos que lo hiciesen muchos cristianos, pues apenas hallamos unos pocos que imiten a aquel fariseo. Igualmente, diríamos que quien no sea adultero, injusto o ladrón, será condenado con el fariseo porque él alardeaba de no serlo12. Seguramente que quien eso diga está loco. Estos bienes indudables que el fariseo se jactaba de poseer, no deben airearse con aquella orgullosa jactancia con que lo hacía él; pero hay que tenerlos con aquella piedad humilde que se echaba de menos en él. Del mismo modo, es inútil que ayune dos veces por semana quien es como aquel fariseo, pero es religioso que lo haga el hombre humildemente fiel o fielmente humilde. Aparte de que la Escritura evangélica no dijo que fuese condenado el fariseo, sino más bien que fue justificado el publicano.
8. Quizá ése quiere entender en ese sentido suyo lo que dijo el Señor: Si vuestra justicia no fuese mayor que la de los fariseos y la de los publícanos, no entraréis en el reino de los cielos13. ¡Como si no pudiésemos cumplir ese precepto si ayunamos tan sólo dos veces por semana! Son siete los días que en su revolución temporal constituyen el tiempo; si quitamos dos, el sábado y el domingo, para el ayuno, quedan cinco días, en los cuales puede un sujeto superar al fariseo que ayuna dos veces por semana. A mi parecer, si uno ayuna tres veces por semana, ya supera al fariseo, que sólo ayuna dos. Y si uno ayuna cuatro veces por semana o cinco, exceptuados el sábado y el domingo (muchos lo hacen durante toda su vida, especialmente en los monasterios), entonces no sólo aventaja en la fatiga del ayuno al fariseo, que ayunaba dos veces por semana, sino también al cristiano, que acostumbra a ayunar miércoles, viernes y sábado, como lo hace con frecuencia el pueblo romano. En cambio, ese discutidor llama carnal al que durante esos cinco días seguidos ayuna y no repara el cuerpo en absoluto.
¡Como si sólo en los otros días nada tuvieran que ver con la carne la comida y la bebida! Es más, estima ése que el que ayuna esos cinco días seguidos es siervo de su vientre, como si sola la comida del sábado fuese a parar al vientre.
9. No le basta a ése superar al fariseo, ayunando tres veces por semana, sino que obliga a ayunar seis días, exceptuando únicamente el domingo, pues dice: «Una vez suprimida la antigua mancilla y permaneciendo en una sola carne bajo la disciplina de Cristo, no deben ya entregarse (sin ley, juntamente con sus hijos, con los príncipes de Sodoma y con el populacho de Gomorra)14 a los festines sensuales del sábado; debemos legítimamente ayunar más y más, dentro del derecho solemne y eclesiástico, con los cultivadores de la santidad y con los consagrados a Dios, purificando así en las fuentes del ayuno, limosna y oración cualquier error, aunque leve, de los seis días; y así fortalecidos con la alogia dominical, podemos cantar todos con uniforme corazón y dignamente: Saciaste, Señor, al alma hambrienta y abrevaste al alma sedienta15. Al hablar así, y exceptuar del ayuno tan sólo el domingo, acusa ciega e incautamente no sólo a los pueblos cristianos de Oriente y Occidente, sino también a la misma Iglesia romana. Afirma que «permaneciendo bajo la disciplina de Cristo no deben ya entregarse (sin ley, juntamente con sus hijos, con los príncipes de Sodoma y con el populacho de Gomorra) a los festines sensuales del sábado, sino que deben legítimamente ayunar más y más, dentro del derecho solemne y eclesiástico, con los cultivadores de la santidad y con los consagrados a Dios. Luego explica qué es ayunar legítimamente, añadiendo: «purificando en las fuentes del ayuno, la limosna y la oración cualquier error, aunque leve, de los seis días». Es decir, que estima que los que ayunan menos de seis días a la semana no practican legítimamente el ayuno, ni son consagrados a Dios, ni purifican las manchas del error que heredaron en esta mortalidad. Vean, pues, los romanos lo que han de hacer, pues ése los trata tambiéna ellos con excesiva insolencia. ¿Quién se hallará que se ejercite en ayunos diarios en todos estos seis días fuera de unos pocos clérigos y monjes? Máxime teniendo en cuenta que, al parecer, en Roma no se ha de ayunar el jueves.
10. Luego pregunto yo: si un error, aunque leve, de cualquier día, se perdona y limpia por el ayuno de ese día, pues dice que «se purifica en las fuentes del ayuno cualquier error, aunque leve, de los seis días», ¿qué haremos de aquel error que se desliza en domingo, en cuyo día no puede ayunarse sin escándalo? O, si en ese día ningún cristiano yerra, vea ese hombre, que se las echa de gran ayunador, para tildar a otros de esclavos del vientre, el honor y la utilidad que atribuye a ese vientre, pues, según él, cuando se come no se yerra. ¿Es que pone en el ayuno sabático un bien tan eficaz, que sólo el ayuno sabático puede borrar el error leve de los otros seis días, incluido el domingo? ¿Sólo se evita el error el sábado, porque en él se ayuna enteramente? ¿Por qué antepone el domingo al sábado, como apoyándose en el derecho cristiano? He aquí que, según él, el sábado es mucho más santo que el domingo, pues en el primero no se yerra si se guarda el ayuno total; además, con el ayuno del sábado se borra el error de los otros seis días, incluido el domingo por lo tanto. Pienso que no te agrada esa postura.
11. Quiere pasar ése como hombre espiritual, y denuncia como carnales a los que comen en sábado. Pero mira cómo el domingo no se contenta con una parca refección, sino que se deleita en la alogia. ¿Qué es alogia, palabra tomada de la lengua griega, sino entregarse a la comida, desviándose de las normas de la razón? Los animales, que carecen de razón, se llaman álogos, y a ellos se asemejan los que se consagran al estómago. Por eso se denomina alogia el festín inmoderado, porque la avidez en la comida y en la bebida anubla la mente, en la que reina la razón. Además afirma ése que por razón de la comida y bebida, es decir, no de la mente, sino del vientre, hay que cantar en la alogia del domingo: Saciaste, Señor, al alma hambrienta y abrevaste al alma sedienta. ¡Oh varón espiritual! ¡Oh fiscal de los carnales! ¡Oh gran ayunador y no ventricultor! He aquí quien nos amonesta a que no corrompamos la ley del Señor con la ley del vientre y que no vendamos el pan del cielo por el alimento terreno, añadiendo «porque por la comida pereció Adán en el paraíso y por la comida perdió Esaú su primogenitura». Ved quien dice: «La tentación del vientre es la consabida artimaña de Satanás: aconseja un poco para quitarlo todo. La observancia de estos preceptos no consigue doblar a los ventrícolas».
12. ¿No parece que con esas palabras pretende que se ayune también el domingo? De otro modo, será más santo el sábado, en que el Señor descansó en el sepulcro, que el domingo, en que resucitó de entre los muertos. Más santo será el sábado si, en conformidad con las palabras de ése, el ayuno suprime cualquier pecado en sábado y, además, justifica de cualquier otro que se baya cometido en los demás días. Porque el domingo por la comida del vientre no se evita la tentación; queda lugar para la artimaña diabólica, se perece en el paraíso y se pierde la primogenitura. Y entonces, ¿por qué se contradice a sí mismo, amonestándonos, no a que restauremos las fuerzas el domingo con una comida modesta, sobria y cristiana, sino a que cantemos alborozados y radiantes en la alogia: Saciaste, Señor, al alma hambrienta y abrevaste al alma sedienta? Si no erramos cuando ayunamos, si nos purificamos de los errores de seis días cuando ayunamos el sábado, el peor día es el domingo, y el sábado es el mejor. Créeme, amado hermano, nadie, sino el que no entiende, entiende como éste la Ley. A Adán le perdió, no la comida, sino la comida prohibida16; a Esaú, nieto de Abrahán, no le dañó la comida, sino la comida codiciada hasta el desprecio del misterio que tenía en su primogenitura17. Los santos fieles comen piadosamente, como los sacrílegos ayunan impíamente. Y se antepone el domingo al sábado por la fe de la resurrección, no por la costumbre de comer en él ni por la licencia de una báquica canción.
13. Prosigue él: «Moisés no comió pan ni bebió agua durante cuarenta días»18. Luego explica por qué dice eso: «Ved ahí a Moisés, amigo de Dios, habitante de las nubes, ministro de la Ley y guía del pueblo, ayunando seis sábados; así logró el mérito y no la ofensa». Pero ¿no ve lo que puede oponerse a eso? Si nos presenta el ejemplo de Moisés que ayuna, porque durante aquellos cuarenta días ayunó seis sábados, como él dice, y de ahí quiere persuadirnos que se ha de ayunar el sábado, persuádanos de que debemos ayunar el domingo, pues en aquellos cuarenta días ayunó también Moisés seis domingos. Añade: «Y cuando el domingo estaba todavía reservado por Dios, juntamente con Cristo, para la Iglesia, a punto de llegar...» No sé para qué dice eso. Si quiere decir que después de llegado el domingo con Cristo hay que ayunar mucho más, entonces hay que ayunar también el domingo. Dios nos libre de ello. Quizá temió que, por ir seguidos los cuarenta días, se le podía poner la objeción del domingo, y por eso añadió: «cuando el domingo estaba todavía reservado por Dios, juntamente con Cristo, para la Iglesia», para que entendiésemos que, si Moisés ayunó el domingo, todavía no había llegado Cristo. Fue Cristo quien instituyó el domingo, en el que no conviene ayunar. Pero entonces, ¿por qué el mismo Cristo ayunó también cuarenta días?19 ¿Por qué no quebrantó el ayuno en aquellos seis domingos, y así nos hubiese recomendado con su ejemplo, antes de su resurrección, la comida del domingo, como nos dio a beber su sangre antes de la pasión? Ya ves que en el ayuno de cuarenta días, de que ése habla, no viene a cuento el ayunar en sábado, como no viene a cuento el ayunar en domingo.
14. No ve ése la objeción del domingo cuando denuncia la comida del sábado (tal comida puede ser modesta y sobria), como deben denunciarse los festines incontinentes y la disolución de la embriaguez. No se le ha de contestar, pues, a cada punto, ya que combate la comida del sábado en lugar de los vicios de la suntuosidad; repite siempre lo mismo, sin hallar qué decir, sino lo que no viene a cuento. Lo que se pregunta es si debemos ayunar el sábado, no si debemos entregarnos el sábado a la concupiscencia; esto no lo hacen en el domingo los que temen a Dios, aunque tampoco ayunen ese día. ¿Quién diría lo que éste se atreve a decir? «¿Cómo —dice él— serán gratas y aceptas a Dios en nuestro favor o por nuestro ministerio las cosas que nos ayudan a pecar en el día santificado?» Confiesa que el sábado es día santificado, añadiendo que los hombres se ven obligados a pecar porque comen. Según eso, o el domingo no es día santo, y empieza a ser mejor el sábado, o, si el domingo es santo, nos obliga a pecar, porque en él comemos.
15. Pasa luego a probar con documentos divinos que se debe ayunar el sábado. Pero no halla medio. Jacob —dice— comió y bebió vino, y se sació, y se apartó de Dios, su salvador, y en un día cayeron veintitrés mil20; como si dijera: «Jacob comió en sábado y se apartó de Dios, su salvador». Cuando el Apóstol recordó que habían caído tantos miles, no dijo: «y no comamos el sábado, como ellos comieron», sino: y no forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil21. ¿Por qué añade: Se sentó el pueblo a comer y a beber y se levantó a retozar?22 El Apóstol citó este testimonio para prohibir la servidumbre de los ídolos, no la comida del sábado. Ese no prueba que eso sucediera en sábado, sino que lo sospecha a su talante. Puede suceder que uno ayune y, después de terminar el ayuno, se embriague, si es inclinado a la bebida; del mismo modo, puede uno no ayunar y, si es inclinado a la moderación, comer con modestia. Entonces, ¿por qué quiere ése traer por testigo al Apóstol, para inculcarnos el ayuno sabático con ese testimonio: No os embriaguéis de vino, en que reside toda lujuria?23 Parece como si dijera: «No comáis en sábado, porque en eso reside la lujuria». Ahora bien, este precepto apostólico de no embriagarse de vino, en el que reside la lujuria, lo cumplen los cristianos temerosos de Dios cuando comen el domingo y, del mismo modo, cuando comen el sábado.
16. Prosigue: «Voy a contradecir más claramente a los que yerran: nadie ofende a Dios con el ayuno, aunque no haga méritos; pero el no ofenderle es ya un mérito». ¿Quién dirá eso, sino quien no considera lo que dice? ¿De ahí se sigue que, cuando los paganos ayunan, no por eso ofenden más a Dios? Y, si quiere que eso se entienda solamente de los cristianos, ¿no ofenderá a Dios el que ayuna el domingo, con escándalo de la Iglesia universal? Después aduce testimonios de la Escritura, que nada valen para la causa que aquí se empeña en defender, diciendo: «Por el ayuno Elías fue llevado al paraíso y reina estando en su cuerpo»; como si no alabasen el ayuno los que no lo guardan el sábado tanto cuanto lo aprueban los que no lo guardan el domingo; o como si Elías hubiese ayunado en un tiempo en que el pueblo estaba acostumbrado a guardar el ayuno sabático. Lo que dijimos antes acerca de los cuarenta días de ayuno de Moisés, sirve de contestación a los cuarenta días de Elías24. «Por el ayuno —prosigue él—, Daniel salió ileso de las fauces de los leones, secas por la rabia»25; como si estuviese escrito que Daniel ayunaba el sábado o hubiese estado el sábado con los leones; por el contrario, en la Escritura leemos que comió. «Por el ayuno —sigue diciendo—, la hermandad confiada de los tres mancebos dominó la cárcel resplandeciente de llamas y adoró al Señor, admitida en la morada de fuego»26. Todos estos ejemplos de los santos no sirven para inculcar el ayuno en ningún día, ¿cuánto menos el del sábado? No sólo no se lee que los tres mancebos fueran arrojados en sábado al horno de fuego, sino que tampoco estuvieron tiempo suficiente para poder decir que ayunaron; su confesión e himno se canta en menos de una hora, y no sabemos que estuviesen paseando entre llamas inofensivas después de haber terminado su cántico. A no ser que ése estime suficiente el ayuno de una hora. Si es así, no tiene que enfadarse con los que comen en sábado, ya que hasta la hora de comer guardan un ayuno más prolongado que el del horno.
17. También saca a relucir aquel testimonio del Apóstol que dice: No es el reino de Dios comida y bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo27. Por reino de Dios quiere que se entienda la Iglesia, en la cual reina Dios. Pero, por favor, ¿acaso pretendía el Apóstol, al hablar así, que los cristianos ayunasen el sábado? Ni siquiera hablaba del ayuno en ningún día al decir eso. Hablaba contra aquellos que, dentro de la tradición judaica, pensaban que la pureza consistía, según la Ley antigua, en la abstención de algunos alimentos; amonestaba a aquellos hermanos que escandalizaban a los débiles por su desaprensión en tomar indiferentemente comidas y bebidas. Dice, pues: No quieras que se pierda por tu comida aquel por quien Cristo murió, y también: No sea, pues, blasfemado nuestro bien. Y entonces añadió: porque el reino de Dios no consiste en comida y bebida28. Se dice que el reino de Dios, que es la Iglesia, no consiste en comida y bebida. ¿Acaso consiste en el ayuno, como éste quiere dar a entender, según las palabras del Apóstol? En este caso, deberíamos no sólo ayunar el sábado, sino privarnos en absoluto de comer y beber, para no apartarnos nunca de ese reino de Dios. Imagino que ése conocerá que pertenecemos a la Iglesia los domingos, y hasta más religiosamente, cuando en ellos comemos, según su concesión.
18. Prosigue: «¿Por qué murmuramos al ofrecer al Dios principal un sacrificio caro, que el espíritu desea y el ángel alaba?» Y a continuación nos pone el testimonio del ángel: Buena es la oración con el ayuno y la limosna29. Ignoro por qué dice «al Señor principal». Quizá el amanuense erró, y te has olvidado de corregir el manuscrito que me has enviado. Quiere ése que se entienda por sacrificio caro al Señor el ayuno.
¡Como si aquí se tratase del ayuno, y no del ayuno sabático! No porque no se ayune se deja de ofrecer el domingo un sacrificio que es caro a Dios. Pero él sigue aduciendo testimonios completamente extraños a la causa que quiere defender, y dice: Inmola a Dios un sacrificio de alabanza30. Luego se trata de acomodar esta expresión, no sé cómo, a la cuestión que aquí se debate, diciendo: «En efecto, no es convite de sangre y embriaguez, en el que no se dan a Dios las debidas alabanzas, sino las blasfemias, que se multiplican con apoyo del diablo». ¡Oh incauta presunción! Luego el domingo no se inmola a Dios sacrificio de alabanza, pues no se ayuna, sino que se celebra un convite de embriaguez, y las blasfemias se multiplican con apoyo del diablo. Si es lícito el decir eso, entienda que no se refiere al ayuno lo que está escrito: Inmola a Dios sacrificios de alabanza, pues hay días en que el ayuno no se practica, especialmente en las fiestas; en cambio, el sacrificio de alabanza se celebra todos los días en toda la Iglesia universal. En otro caso, los cincuenta días que van desde la Pascua a Pentecostés, en los cuales no se ayuna, quedarán privados, según ése, del sacrificio de alabanza. No digo ningún cristiano, pero ni un loco se atreverá a decir tal cosa; en tales días exclusivamente se canta el aleluya, y todos lo cantan con profusión; y ningún cristiano, por muy ignorante que sea, ignora que tal vocablo es de alabanza.
19. Pero confiesa ése que también el domingo se come en alegría y no en embriaguez. Dice que nosotros, elegidos entre los judíos y los gentiles, somos muchos por el nombre cristiano y pocos en la elección de fe; que, al encender el incienso vespertino del sábado, hemos de inmolar con alabanzas, en lugar de las víctimas de animales, el ayuno agradable a Dios, y que con el ardor del canto perecen abrasadas las obras pecaminosas. Dice así: «Por la mañana nos escuchará, después de que le escuchemos a El, y tendremos casas para comer y beber, no en embriaguez, sino con alegría, consumando la celebridad dominical». Pero en tal caso se celebra la eulogia y no la alogia. Yo no sé qué le habrá ofendido ese sábado que el Señor santificó, para pensar que en él no se puede comer y beber con esa alegría exenta de embriaguez. Si podemos ayunar antes del sábado, como dice que se ha de ayunar el sábado antes del domingo, ¿acaso piensa que es pecado comer dos días seguidos? Vea, pues, la enorme injuria que hace a la Iglesia romana, en la que durante esas semanas se ayuna el miércoles, el viernes y el sábado, pero se come luego durante tres días, a saber, domingo, lunes y martes.
20. Sigue diciendo: «Cierto es que la vida de las ovejas pende de la voluntad de los pastores, pero ¡ay de aquellos que llaman bueno a lo malo, a las tinieblas luz y luz a las tinieblas, a lo amargo dulce y a lo dulce amargo!» No entiendo bien adónde va a parar con esas palabras. Tú me escribes que él quiere decir: «Allá en la Urbe, el pueblo depende de la voluntad del Pastor, y por eso ayuna el sábado con su obispo». Pero si te ha escrito eso, como tú me lo comunicas en tu carta, no te dejes convencer de que la ciudad cristiana alaba tanto al que ayuna en sábado, que te veas obligado a condenar al mundo cristiano, que come ese día. Dice: ¡Ay de aquellos que llaman bueno a lo malo, a las tinieblas luz y luz a las tinieblas, a lo amargo dulce y a lo dulce amargo!31 ¿Quiere decir que el ayuno sabático es lo bueno, lo luminoso y lo dulce, mientras que la comida es lo malo, lo tenebroso y lo amargo? ¿Quién duda de que así condena a todo el orbe terráqueo en los cristianos que comen el sábado? No se mira a sí mismo, ni considera a quienes dice, para dominar, al escribir, su audacia temeraria. Porque a continuación añade: Nadie, pues, os juzgue en la comida y bebida32. Es lo que hace él cuando arguye a los que en sábado aceptan la comida y bebida. ¿Cuánto mejor fuera que le viniese a las mentes lo que dice el Apóstol en otro lugar: El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, no juzgue al que come?33 Así hubiese guardado esa prudencia y templanza, para evitar el escándalo; no hablaría de los que comen o ayunan en sábado, para que ninguno que coma desprecie al que no come y para que el que no come no juzgue al que come.
21. Prosigue: «Pedro, cabeza de los apóstoles, portero del cielo y fundamento de la Iglesia, condenado Simón y en él el diablo, que debía ser vencido con el ayuno, les enseñó eso a los romanos, cuya fe es anunciada en todo el mundo». ¿Es que los demás apóstoles enseñaron en todo el mundo a comer contra la enseñanza de Pedro? Pedro y sus condiscípulos vivieron acordes entre sí; vivan, pues, acordes entre sí tanto los que ayunan en sábado, a quienes plantó Pedro, como los que comen en sábado, a quienes plantaron los demás apóstoles.
Es opinión de muchos, aunque la mayor parte de los romanos ya tengan por falsa, que el apóstol Pedro discutió con Simón Mago el domingo; ayunó la víspera con la Iglesia de Roma, por el riesgo de la gran prueba; al conseguir tan próspero y glorioso triunfo, mantuvo esa costumbre, que luego han imitado algunas iglesias de Occidente. Pero si Simón Mago era la figura del diablo, como dice él, ese tentador es cotidiano, no sabatino o dominical. Y, sin embargo, no se ayuna cada día contra él, pues no se ayuna los domingos; tampoco se ayuna en los cincuenta días que siguen a la Pascua; en varias comarcas no se ayuna en las solemnidades de los mártires y en cualesquiera fiestas. Sin embargo, se le vence al diablo, con tal de que nuestros ojos se dirijan siempre al Señor, para que El libre del lazo nuestros pies34. Y ya comamos, ya bebamos, ya hagamos cualquiera otra cosa, hagámoslo todo para gloria de Dios; y en cuanto podamos, no sirvamos de tropiezo a los judíos, a los gentiles y a la Iglesia de Dios35. Poco piensan en eso los que comen o ayunan, sirviendo de tropiezo; con ambas intemperancias se promueve el escándalo, y con el escándalo no se le vence, sino que se le deleita al diablo.
22. Responderá que Santiago en Jerusalén, Juan en Éfeso y los demás apóstoles en otros lugares, enseñaron lo mismo que enseñó Pedro en Roma, a saber: que se ayune el sábado; pero que todas las demás regiones se desviaron de esa doctrina, mientras se conservó en Roma. Otros dirán, por el contrario, que son más bien algunos lugares de Occidente, y entre ellos Roma, los que no han conservado la tradición apostólica, mientras las regiones de Oriente, desde que comenzó la predicación apostólica, han mantenido sin alterar la tradición que todos los apóstoles, incluso Pedro, establecieron, a saber: que no se ayune el sábado. Interminable será la contienda; plantea pleitos y no resuelve cuestiones. Tenga, pues, una sola fe la Iglesia universal, como si dijéramos, dentro de sus entrañas; aunque esa unidad de fe se celebre con ciertas observancias distintas, ellas no impiden en modo alguno la unidad de esa fe: Toda la hermosura de la hija del rey está en su interior. Las observancias variadas que se celebran quedan en su vestido. Por eso dice: Rodeada de variedad, con orlas de oro36. Pero la vestidura ha de admitir las diversas observancias de modo que no se desconcierte con las opiniones opuestas.
23. Prosigue: «En fin, si el judío niega el domingo por observar el sábado, ¿por qué observa el sábado el cristiano? Seamos cristianos y guardemos el domingo, o seamos judíos y guardemos el sábado, ya que nadie puede servir a dos señores»37. ¿No habla aquí ése como si fuese uno el Señor del sábado y otro el del domingo? Ya no recuerda el texto que el mismo citó: porque el Hijo del hombre es Señor del sábado38. Cuando quiere que seamos tan enemigos del sábado, como los judíos del domingo, ¿no parece decir que no debemos recibir la Ley ni los Profetas, como los judíos no reciben el Evangelio ni los Apóstoles? Si eso siente, ya ves qué gran mal siente. Añade todavía: Todo lo antiguo pasó y en Cristo ha sido renovado39, lo cual es verdad. Porque no observamos el reposo sabático como los judíos: nos desligamos del vínculo del ayuno y guardamos la sobriedad cristiana y la frugalidad, para simbolizar el reposo que significa el sábado. Si algunos hermanos nuestros no creen que el desligarse del ayuno simbolice el reposo sabático, no discutimos sobre la variedad de la real vestidura, no sea que perjudiquemos a los miembros interiores de la Reina, en la que retenemos una sola fe, aun en ese punto del reposo.
Pasó lo antiguo y con ello pasó también el carnal reposo sabático, pero por comer el sábado y el domingo, sin el descanso supersticioso, no servimos ya a dos señores, pues uno es el señor del sábado y del domingo.
24. El afirma de ese modo la abolición de lo antiguo, para que «en Cristo el ara ceda el sitio al altar, la espada al ayuno, el fuego a las preces, los animales al pan, la sangre al cáliz». Pero ¿no sabe que el nombre de altar es más usado en las Escrituras de la Ley y de los Profetas, y que ese altar fue levantado a Dios primeramente en el tabernáculo, construido por Moisés40, y que también se cita el ara en las letras apostólicas cuando los mártires claman bajo el ara de Dios?41 Dice ése que la espada ha dejado el sitio al ayuno. No recuerda que tiene dos filos la espada utilizada por los soldados apostólicos42, armados con ambos Testamentos. Añade que el fuego cedió el puesto a las plegarias, como si antes no se hubiesen elevado plegarias en el templo, como si Cristo no hubiese arrojado fuego sobre el mundo43. Dice que el pan ha sustituido a los animales, sin tener en cuenta los panes de la proposición, que entonces se solían poner en la mesa del Señor44, y el actual cuerpo del Cordero inmaculado, del que él mismo participa.
Termina afirmando que el cáliz ha reemplazado a la sangre, sin pensar que él recibe ahora la sangre en el cáliz. ¿Cuánto mejor y más oportunamente hubiese dicho que lo antiguo pasó y se renovó en Cristo, de modo que cedió altar a altar, espada a espada, fuego a fuego, pan a pan, víctima a víctima, sangre a sangre?45 Porque en todas estas cosas vemos que ha cedido la antigüedad carnal a la novedad espiritual. Luego hay que entender que el sábado carnal ha cedido al sábado espiritual. Ya se coma en esta época o día séptimo y voluble, ya guarden algunos el ayuno, cuando en este sábado carnal se añora el descanso eterno y auténtico, por el sábado espiritual se desdeña la holganza temporal supersticiosa.
25. Los demás puntos con que prosigue y concluye ése su disputa, como algunos otros que no he creído conveniente recordar, tienen todavía mucho menos que ver con este pleito del ayuno o de la comida en sábado. Pero los resolverá tu consideración y criterio, especialmente si te ayudas de esas sugerencias que te he indicado. Pienso que te he contestado suficientemente, según mis fuerzas. Pero, si demandas mi opinión, te diré lo que entiendo, después de meditar sobre ello. Veo que está prescrito el ayuno en las letras evangélicas y apostólicas. Pero no encuentro definido, con precepto alguno del Señor o de los apóstoles, en qué días conviene ayunar y en cuáles no conviene. Y por eso entiendo que más conviene desatar que mantener la traba del ayuno en sábado; pero no para alcanzar con ello el descanso eterno, en que consiste el sábado verdadero46, sino para simbolizarlo. Se alcanza por la fe y por la justicia, en la que consiste la hermosura interior de la hija del rey.
26. Con todo, en este ayuno y comida del sábado nada me parece tan seguro y pacífico de guardar como la norma del Apóstol: El que coma, no desprecie al que no come47; y el que no come, no juzgue al que come; porque ni abundaremos si comiéremos, ni escasearemos si no comemos48. Es decir, hay que mantener la concordia, que en tales asuntos es inofensiva, con aquellos entre quienes vivimos, y con los que vivimos para Dios. La verdad es lo que dice el Apóstol: Malo es al hombre el comer, sirviendo de tropiezo49. Del mismo modo es malo ayunar sirviendo de tropiezo. No seamos, pues, semejantes a aquellos que, al ver que Juan no comía ni bebía, dijeron: Demonio tiene. Pero tampoco seamos semejantes a aquellos que, al ver que el Señor comía y bebía, dijeron: He ahí un hombre glotón y bebedor, amigo de publícanos y pecadores. El Señor añadió a tales palabras un comentario, diciendo: Justificada ha quedado la sabiduría en sus hijos50. Si me preguntas quiénes son éstos, lee lo que está escrito: Los hijos de la sabiduría son la congregación de los justos. Estos son los que, cuando comen, no desprecian a los que no comen; cuando ayunan, no juzgan a los que comen, sino que desprecian o juzgan a los que no comen o comen sirviendo de tropiezo.
27. Sobre el punto del sábado, el pleito es más fácil, porque ayunan la iglesia romana y algunas otras, ya próximas, ya lejanas de Roma. En cambio, es un gran escándalo ayunar el domingo, máxime una vez que se ha conocido la detestable herejía de los maniqueos, muy contraria a la fe católica y a las divinas Escrituras; ellos han impuesto a sus oyentes el domingo como día legítimo para ayunar; por eso se tiene como horrible el ayuno del domingo. A no ser que uno sea capaz de prolongar el ayuno durante más de una semana sin probar alimento, para acercarse todo lo posible al ayuno de los cuarenta días, como sé de algunos que lo han ejecutado. Porque, así como en los antiguos tiempos de los padres, Moisés y Elías nada hicieron contra la comida del sábado, cuando ayunaron los cuarenta días, así ahora, quien puede tolerar siete días de ayuno no elige el domingo para ayunar, sino que se lo encuentra en esos muchos días que se ha comprometido a ayunar. Pero si durante la semana hay que romper el ayuno, aunque sea continuado, ningún día es más a propósito para romperlo que el domingo. Quien repara el cuerpo, después de una semana de ayuno, no eligió el domingo para ayunar, sino que se lo encontró en el número de los días que propuso según su voluntad.
28. No te cause extrañeza que los priscilianistas, muy parecidos a los maniqueos, suelan ayunar el domingo y citen el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, cuando el apóstol Pablo estaba en Tróade. Allí se lee: En el primer día de la semana nos reunimos para la fracción del pan, y Pablo discutía con ellos, preparado para partir al día siguiente; y la conversación se prolongó hasta la media noche51. Pablo bajó del cenáculo, en que estaban todos reunidos, para resucitar al adolescente que, cargado de sueño, se había caído de una ventana y le llevaban muerto; después continúa la Escritura hablando del Apóstol: Al subir, después de haber partido Pablo el pan y haberlo gustado, siguió hablando hasta el amanecer, y así partió52. Dios nos libre de entender el texto como si los Apóstoles hubieran tenido costumbre de ayunar solemnemente el día del Señor.
Es cierto que se llamaba primer día de la semana a lo que hoy llamamos domingo, lo cual se ve más claramente en los Evangelios. En efecto, el día de la resurrección del Señor es llamado por San Mateo primer día de la semana, y por los demás evangelistas, uno de la semana53; y consta que ese día es el que llamamos domingo. Quizá se habían reunido al principio de la noche, después de transcurrido el sábado, en cuyo caso esa noche ya pertenece al domingo, es decir, al primer día de la semana. En tal hipótesis se partió el pan en esa noche, como se parte en el sacramento del cuerpo de Cristo; se prolongó la conversación hasta la media noche y luego siguió Pablo hablando a los allí reunidos hasta el amanecer. Pablo tenía prisa, por tener que marchar al alba del domingo. O quizá, si se habían reunido durante el día y no durante la noche del domingo, se expresa la causa de haberse prolongado la conversación, a saber, que tenía que partir y quería dejarlos suficientemente instruidos, cuando se explica: Pablo disputó con ellos, pronto a partir al día siguiente. En este caso no ayunaban solemnemente el domingo, sino que no les pareció conveniente interrumpir con la cena una conversación necesaria, que todos escuchaban con ardor y afán entusiasta; tenía que partir el Apóstol, que nunca o rara vez podría visitarlos, por atender a otros viajes por el mundo. Especialmente hemos de tener en cuenta que Pablo tenía que irse de aquella región para no verles más en la carne, como lo prueba el contexto siguiente. Luego más bien parece que no tenían costumbre de ayunar los domingos, y, para que se le creyese, cuidó el autor del libro de expresar la causa de haberse prolongado la conversación. Así nos enseña que, cuando surge una necesidad, no se ha de anteponer la comida a una actividad más urgente. Este auditorio tan ávido, pensando que iba a alejarse la fuente misma, tan atento a beber lo que de ella fluía, en saciar su gran sed, no de agua, sino de la palabra, no sólo desdeñó la comida carnal, sino también la cena.
29. Aunque en aquel tiempo no tuviesen costumbre de ayunar el domingo, tampoco se le ofendía gran cosa a la Iglesia al descuidar la restauración del cuerpo en una tal necesidad como la que acuciaba al apóstol Pablo, durante todo el domingo hasta la media noche y aun hasta el amanecer. En cambio, ahora los herejes, especialmente los infames maniqueos, han comenzado a ayunar el domingo sin necesidad alguna y a exigirlo, como si se tratase de un precepto solemnemente sancionado, y eso lo saben los cristianos. Por eso estimo que, aunque ocurriese una necesidad como la que tuvo el Apóstol, no se debe hacer lo que él hizo, para no causar un espectáculo más pernicioso que el beneficio que se obtiene de la conversación. Y, sea la que sea la causa que obligue a un cristiano a ayunar el domingo, es indudable que ese domingo no ha de ser contado entre los días de ayuno cuando se ha prometido ayunar durante muchos días; así, por ejemplo, hallamos en los Hechos de los Apóstoles que durante un peligro de naufragio, en que se encontró también el Apóstol, ayunaron durante catorce días, y, por ende, ayunaron dos domingos54.
30. ¿Por qué ayuna la Iglesia principalmente el miércoles y viernes? El motivo parece ser que, según el Evangelio, el día cuarto de la semana, que vulgarmente llamamos feria cuarta, reunieron consejo los judíos para matar al Señor. Intercalamos un día, en el cual comió el Señor la pascua con sus discípulos. Al atardecer de ese día, que llamamos quinto de la semana, fue entregado en la noche, que ya pertenecía al sexto, que es claramente el de la pasión55. Pero el evangelista Mateo dice que el jueves fue el primero de los ázimos, porque al anochecer iba a celebrarse la cena pascual y en esa cena se empezaba a comer el pan sin levadura con el cordero pascual. De donde se colige que fue el miércoles cuando dijo el Señor: Sabéis que dentro de dos días será la Pascua y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado56; por eso se le ha considerado día de ayuno, pues añade el evangelista: Entonces se reunieron los príncipes de los sacerdotes y de los ancianos del pueblo en el atrio del príncipe de los sacerdotes, que se llamaba Caifás, y tuvieron consejo para secuestrar a Jesús y matarle57. Intercalemos ahora el día de que dice el Evangelio: El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: «¿Dónde quieres que dispongamos para celebrar la Pascua?»58 Padeció el Señor, sin duda alguna, en viernes. Por eso el viernes se considera también día de ayuno, ya que el ayuno simboliza humildad, y por eso se dijo: Y en el ayuno humillaba mi alma59.
31. Sigue el sábado, día en que la carne de Cristo reposó en el sepulcro, como en los primeros días del mundo descansó el Señor de todas sus obras60. De aquí se originó esa variedad en el vestido de la Reina: unos, principalmente los pueblos de Oriente, prefirieron dejar el ayuno, para simbolizar el descanso; otros, como la iglesia romana y algunas otras de Occidente, ayunaron para simbolizar la humildad de la muerte del Señor. Pero el sábado víspera de la Pascua, para renovar la memoria del acontecimiento en que los discípulos lamentaron humanamente la muerte del Señor, todos ayunan, todos celebran con suma devoción el ayuno en ese sábado, aunque coman en todos los demás sábados del año. De este modo simbolizan las dos cosas: en el aniversario celebran el llanto de los discípulos, y en los demás sábados el beneficio del descanso. Porque dos son las cosas que nos permiten esperar la bienaventuranza de los justos y la terminación de toda miseria: la muerte y la resurrección de los muertos. La muerte es el descanso de que habla el profeta: Pueblo mío, entra en tus escondrijos, escóndete un poco hasta que pase la ira del Señor61; y en la resurrección del hombre entero, es decir, en carne y espíritu, consiste la perfecta felicidad. Por esas dos cosas se estimó mejor la alegría de la refección que la fatiga del ayuno, excepto en el sábado pascual, en que, como dijimos, había que simbolizar el llanto de los discípulos con un ayuno más prolongado en memoria de aquel acontecimiento.
32. Dije antes que no hallamos en las letras evangélicas y apostólicas que pertenecen propiamente a la revelación del Nuevo Testamento un precepto claro de guardar el ayuno en días determinados. Por lo tanto, este punto, como muchos otros que sería largo de enumerar, pertenece a la variedad en el vestido de la hija del Rey, esto es, de la Iglesia. Voy a indicarte lo que me contestó a mí, cuando yo le consulté sobre este punto, el venerable Ambrosio, obispo de Milán, que fue quien me bautizó. Mi madre estaba conmigo en la ciudad; nosotros, como catecúmenos, no nos cuidábamos de esto, pero ella se preguntaba con ansiedad si debía ayunar el sábado, según la costumbre de nuestra ciudad, o si había de comer según la costumbre de los milaneses. Para sacarla de dudas, pregunté yo a Ambrosio, y él me dijo: «No puedo enseñar sobre ese punto más de lo que yo practico». De ahí conjeturé que mandaba comer en sábado, pues sabía que tal era su práctica; pero él añadió: «Cuando estoy aquí, no ayuno el sábado; cuando voy a Roma, ayuno; a cualquier iglesia que vayáis, ateneos a sus costumbres, si no queréis causar ni padecer escándalo».
Llevé la respuesta a mi madre; le bastó y no vaciló en obedecer. Eso mismo hemos mantenido nosotros. Pero acaece, principalmente en África, que en una iglesia, o en las iglesias de una región, hay quienes ayunan y quienes comen el sábado. Por eso me ha parecido siempre bien seguir la costumbre de aquellos a quienes ha sido confiado el gobierno del pueblo. Atente con docilidad a mi consejo, máxime teniendo en cuenta que por tu petición y urgencia me he extendido en este punto quizá más de lo justo. No hagas resistencia a tu obispo sobre ello: lo que él haga, imítalo tú sin escrúpulo ni contienda.