CARTA 35

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Controversia donatista.

Agustín a Eusebio, señor eximio y digno de acogida y amadísimo hermano.

Hipona: Año 396.

1. No fui yo el molesto que, con sugerencias y ruegos te impuse contra tu voluntad el juzgar, como dices, entre dos obispos. Si hubiera querido convencerte, hubiese podido mostrar, quizá fácilmente, cómo estás capacitado para juzgar entre nosotros en causa tan clara y manifiesta y qué es lo que haces; tú que tanto temes juzgar, no dudas en dictar sentencia en favor de una de las partes sin haber oído a la otra. Pero esto, como dije, lo paso por alto de momento. Yo no había pedido a tu honorable benignidad -¡ojalá lo comprendas al fin con esta carta!- sino que preguntases a Proculeyano si había dicho en realidad a su presbítero Víctor lo que la pública fama anunciaba como dicho por él. Quizá los emisarios no recogieron lo que oyeron de Víctor, sino que consignaron una falsedad en las actas. Finalmente, quería yo saber qué opinaba Proculeyano acerca de una discusión posible de todo este conflicto entre nosotros. Me parece que no es constituido juez quien es rogado que pregunte a alguien y se digne remitir la respuesta.

Vuelvo, pues, a rogarte que te animes a hacerlo, ya que Proculeyano rehúsa recibir mis cartas, como me consta por la experiencia. Si él las recibiese, no me valdría yo seguramente de tu eminencia. Mas, no accediendo él, ¿puedo intentar expediente más suave que consultarle por medio de un tal sujeto como tú, puesto que tú le amas, y a mí me prohíbe mi cargo el inhibirme? Dices que desagradó a tu gravedad el suceso de la madre golpeada por su hijo. Pero añades que, si Proculeyano lo supiese, separaría de su comunión a tan sacrílego joven. A eso contesto brevemente: ahora ya lo sabe; sepárelo.

2. Añadiré también otra cosa: un antiguo diácono de la iglesia hispaniense, que se llama Primo, recibió la prohibición de acercarse al convento de las monjas. Por haber menospreciado los sanos y ordenados preceptos, fue removido de la clericatura. Irritado él contra la disciplina de Dios, se pasó a los donatistas y fue rebautizado. Otras dos monjas, que pertenecían, como él, al campo de los cristianos católicos, fueron arrastradas, o ellas se fueron tras él. También fueron rebautizadas. Ahora están con las partidas de circunceliones, con esas manadas vagabundas de mujeres que no quieren tener maridos por no someterse a disciplina. Ahora se divierten con orgullo en regocijos báquicos y abominables embriagueces, celebrando que les hayan autorizado esa licenciosa y perversa conducta, que la Católica les prohibía. Y quizá Proculeyano lo ignora.

Deseo ponerlo en su conocimiento por medio de tu gravedad y modestia. Ordene él que sea separado de vuestra comunión todo aquel que la haya elegido exclusivamente por haber perdido la clericatura entre los católicos por su desobediencia y costumbres corrompidas.

3. Yo, mientras agrade a Dios, guardo esta norma: si alguien quisiese pasarse a la Católica y está degradado por la disciplina eclesiástica, le recibo y le humillo con la penitencia que le impondrían los mismos donatistas si quisiere permanecer en su secta. Mira, pues, por favor, cuan execrable es la conducta de ellos, cuando a éstos que, dentro de la disciplina eclesiástica, corregimos nosotros por su mala vida, los inducen ellos a que reciban otro bautismo; para merecer recibirlo les exigen que contesten que son paganos. ¡Cuánta sangre de mártires se derramó para que esa palabra no saliese de labios cristianos! Después los rebautizados se consideran renovados y santificados y, empeorándose en la disciplina que no pudieron tolerar, se alborozan en el sacrilegio de su nuevo furor bajo las apariencias de una nueva gracia. Si obro mal, cuide de corregirme este error tu benevolencia. Nadie se queje de mí si se lo hago saber a Proculeyano mediante acta pública, cosa que no me pueden negar en una ciudad romana, según creo. Dios manda que hablemos y prediquemos la palabra, que refutemos a los que enseñan lo que no conviene, que insistamos con oportunidad o sin ella1; puedo probarlo con palabras del Señor o de los apóstoles. Nadie piense que va a hacerme callar sobre estos puntos. Si los donatistas se juzgan bastante audaces para proceder como revolucionarios y salteadores, no dejará el Señor de proteger a su Iglesia. En su seno, dilatado por todo el orbe, ha sometido ya todos los reinos a su yugo.

4. Hay aquí un cierto colono de la Iglesia que tenía una hija catecúmena en nuestra comunión. Fue seducida a fin de que pasase a ellos, contra la voluntad de sus padres, para bautizarla, y adoptó la profesión de monja. Su padre quiso hacerla volver con la severidad a la comunión católica. Pero yo me negué a recibir a una mujer de mente corrompida, si no volvía espontáneamente, eligiendo lo mejor por su libre albedrío. El colono insistió en que la hija diese su consentimiento, incluso golpeándola. Al momento se lo prohibí con rigor. Sin embargo, al pasar yo por Spaniano, me salió al paso un presbítero donatista de esa ciudad, en medio del campo de una mujer católica y honorable, gritando con voz impudente tras de nosotros que yo era traidor y perseguidor. Tales injurias lanzó asimismo contra aquella mujer honorable en cuyo campo estábamos, y que pertenece a nuestra comunión. Cuando oí aquellos gritos, no sólo me contuve para no reñir, sino que frené a la multitud que me acompañaba. Con todo, si yo propongo: «Vamos a averiguar quiénes son los traidores y los perseguidores», se me contesta: «No queremos disputar, queremos rebautizar; nosotros nos dedicamos a despedazar vuestras ovejas a estilo de lobo, con insidioso diente; tú guarda silencio, si eres buen pastor». ¿Qué otra cosa ha ordenado Proculeyano, si es que lo ha ordenado? «Si eres cristiano, dice, deja este pleito al juicio de Dios, si nosotros no lo resolvemos; tú cállate». El mismo presbítero se tomó la libertad de amenazar al administrador que cultiva la heredad de la Iglesia.

5. Te ruego que todo esto llegue por tu medio a conocimiento de Proculeyano: modere él ese frenesí de sus clérigos, que me obliga a dirigirme a ti, honorable Eusebio. Dígnate darme a conocer, no lo que sientes tú de todo eso, para que no te imagines que te impongo la responsabilidad de juez, sino lo que ellos piensan. La misericordia de Dios te conserve incólume, señor eximio y justamente acepto.