Tema: Controversia donatista.
Agustín a Eusebio, señor eximio y digno de acogida y honorable hermano.
Hipona: Año 396.
1. Dios, a quien están patentes los arcanos del humano corazón, sabe que cuanto más amo la paz cristiana, tanto más me conmueven las hazañas sacrílegas de aquellos que perseveran indigna y perversamente en el cisma. Pero esa conmoción de mi espíritu es pacífica; no trato de que nadie sea obligado por la fuerza a entrar en la comunión católica, sino de que la verdad evidente se patentice a todos los que yerran, para que, por mi ministerio y con el auxilio de Dios, la misma verdad manifiesta se haga abrazar y seguir.
2. Por favor, ¿hay cosa más execrable que la acaecida poco ha, por callarme otras? Es corregido por su obispo un jovenzuelo que, demente, golpea repetidamente a su madre, que no retira sus manos impías de las entrañas que le dieron la vida, ni siquiera en esos días en que la severidad de las leyes perdona aun a los mayores criminales. Le amenaza él con pasarse al partido de Donato y acabar con ella en ese increíble frenesí con que la suele golpear. Después de amenazarla, se pasa al partido donatista, es bautizado en su furor, es revestido con la vestidura blanca del neófito, mientras se ensaña en la sangre de su madre. Se le coloca en un lugar eminente y destacado dentro del recinto, se le presenta como renovado a los ojos de todos los fieles que gimen, a ese hombre que está tramando el matricidio.
3. ¿Te gusta todo esto, varón gravísimo? Nunca lo creyera de ti, pues conozco tu cordura. Es golpeada la madre carnal en los miembros que engendraron y nutrieron al ingrato. La Iglesia, madre espiritual, se lo prohíbe. Es golpeada también ella en los sacramentos con que engendró y nutrió al ingrato. ¿No te parece como si el parricida hubiese dicho bramando: «Qué haré a la Iglesia, que me prohíbe maltratar a mi madre. Ya sé lo que he de hacer. Voy a herirla con los golpes que ella puede recibir: ejecutaré en mí algo de lo que tengan que dolerse sus miembros. Me pasaré a esos que saben expulsar de mí la gracia, por la que nací allí, y destruirme la vida que recibí en sus entrañas; torturaré a ambas mis madres con crueles tormentos; la que me dio la luz la última será la primera en sufrir. Con su dolor moriré espiritualmente, con sus heridas viviré carnalmente». ¿Qué podremos esperar, ¡oh Eusebio!, varón honorable? Le proporcionarán armas a este nuevo donatista contra una pobrecilla mujer, anciana, decrépita, destituida de vigor, cuyos malos tratamientos prohibía la Católica. ¿Qué otra cosa concibió él en su furibundo corazón al decir a su madre: «Me pasaré al partido de Donato y beberé tu sangre»? Ensangrentada ya su conciencia se ha vestido de blanco; ha ejecutado ya la mitad de su promesa; falta la segunda parte: beber la sangre de su madre. Si esto puede agradar, anímenle sus clérigos y santificadores a que cumpla enteramente su promesa dentro de la octava.
4. Poderosa es la diestra del Señor para apartar el furor de un malvado de esa triste y desolada viuda, para aterrarle con los modos que El sabe y obligarle a abandonar tan criminal disposición. Pero ¿qué he de hacer yo, sacudido por tamaño dolor, sino hablar por lo menos? Se comportan ellos así, y a mí me dicen: « ¡Calla!» Dios me libre de tal locura, pues El mandó por su Apóstol e intimó al obispo que refute a los que enseñan lo que no conviene1. No me hará callar el espanto de sus indignaciones. Hice ya consignar en acta pública ese horrendo delito, para que, mientras lo deploro, nadie se imagine que invento. Lo hice pensando sobre todo en otras ciudades en que hubiese lugar. ¿Acaso en la misma Hipona no se dice ya que Proculeyano no mandó lo que el registro público denuncia?
5. ¿Cabe mayor modestia en mí que tratar este asunto tan grave contigo, pues estás dotado de una clarísima dignidad y de una cordura tan reflexiva? Te rogué, por medio de los buenos hermanos y honrados varones que envié a tu eminencia, lo que te pido ahora: dígnate informarme si Víctor, el presbítero de Proculeyano, no recibió de su obispo ese mandato que las actas públicas pregonan. Quizá Víctor dijo ambiguamente otra cosa y las actas se lo atribuyan a Proculeyano, por ser de la misma comunión. Si Proculeyano admite el cargo, convengo en que podemos tratar plácidamente todo el asunto de nuestra disensión, para que el error, que ya es manifiesto, se ponga todavía más en evidencia. He oído que Proculeyano propuso un trato para ver dónde está la verdad, según las Escrituras, sin ruido popular, en presencia de diez graves varones de una y otra parte. Es completamente ridículo lo que algunos han hecho llegar a mis oídos como proposición de Proculeyano: que yo debí ir a Constantina, cuando allí se juntaron tantos obispos donatistas, o que debo ir a Milevi, porque allí, según dice, van a tener ellos en breve un concilio. No tengo otra misión propia que la de preocuparme por la iglesia de Hipona. Toda la razón de este pleito tengo que ventilarla con Proculeyano. Ahora, si él se juzga incapaz de discutir, solicite el auxilio de cualquiera de sus colegas. Cuando se trata de la Iglesia, yo no entro en otras ciudades sino con el permiso o requerimiento de los obispos de esas ciudades, hermanos y consacerdotes míos.
6. No acabo de entender cómo Proculeyano, que se llama obispo desde hace tantos años, ha de temerme a mí que soy un bisoño, cuando se trata de discutir. ¿Qué tiene que ver aquí la doctrina de las disciplinas liberales, si es que él no las aprendió o las aprendió flojamente? Esta cuestión ha de ser ventilada por la autoridad de las santas Escrituras o por los documentos eclesiásticos y públicos, que él maneja desde tantos años; en esto debe ser él más hábil que yo. En fin, aquí está mi hermano y colega Sansucio, obispo de la iglesia de Turres, quien no ha estudiado esas disciplinas que Proculeyano teme, según dice. Venga y discuta con él. Yo suplicaré a mi colega, y confío en el nombre de Cristo que accederá fácilmente. Sansucio me sustituirá a mí, y el Señor a él, en el combate por la verdad, como lo espero. El no es selecto en el hablar, aunque está instruido en la verdadera fe. Sobra, pues, esa excusa de traspasar a no sé quiénes el pleito, para evitar que lo tratemos entre nosotros, a quienes toca hacerlo. Pero, como te digo, tampoco los rehúyo a los otros, si Proculeyano solicita su auxilio.