CARTA 33

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Controversia donatista.

Agustín a Proculeyano, señor honorable y amadísimo.

Hipona: Antes del año 396.

1. Por temor a las inepcias de los inexpertos, no debo explicarte ya el título de mi carta. Tratamos de convencernos mutuamente de error, y muchos ignorarán quién de nosotros yerra, mientras no llegue la plena discusión de la causa. Pero ambos nos prestaremos un servicio recíproco si obramos con buena intención para liquidar esta calamidad de la discordia. Aunque los más de los hombres no lo vean, Dios, para quien el corazón no tiene puertas, ve la sinceridad y el temblor de cristiana humildad con que obra el mío. Por otra parte, entenderás fácilmente qué es lo que yo quiero honrar en ti: yo no estimo digno de honor alguno el error del cisma, del que deseo curar a todos los hombres, en lo que esté de mi parte. Quiero, sin dudas ni vacilaciones, honrarte a ti, porque estás a mí unido con los vínculos de la sociedad humana y porque en ti se descubren indicios de un alma plácida; por ello, espero que abrazarás fácilmente la verdad una vez que la veas demostrada. Por lo que toca al amor, te debo cuanto nos exige aquel que nos amó hasta el oprobio de la cruz.

2. No te cause extrañeza el que durante largo tiempo no me haya dirigido a tu benevolencia: no pensaba yo que hubieses adoptado esa postura que ahora me ha descrito gozoso mi hermano Evodio, a quien no puedo dejar de creer. El me ha dicho que tuvo lugar en cierta casa una reunión casual de los vuestros; que entre vosotros surgió la conversación acerca de nuestra esperanza, es decir, de la herencia de Cristo, y que tu benignidad anunció que querías discutir conmigo en presencia de algunos hombres buenos. Celebro sobremanera que te hayas dignado ofrecer esa ocasión a mi humildad, y en modo alguno puedo desdeñarla; con todas las fuerzas que el Señor se ha dignado otorgarme, estudiaré contigo y discutiré la causa, el origen y la razón de tan lamentable y triste cisma en esta Iglesia de Cristo, a la que El dijo: Mi paz os doy, mi paz os dejo1.

3. He oído también que te has quejado de mi hermano Evodio, porque te contestó injuriosamente no sé qué. Te ruego que no tengas en cuenta la injuria, porque cierto estoy de que no nació de un ánimo orgulloso; conozco a mi hermano. Si, al defender su fe y la caridad de la Iglesia, dijo quizá con excesivo calor algo que tu gravedad no quisiera oír, no lo llames contumacia, sino confianza. Quería confrontar y discutir, no consentir y adular: este de la adulación es en realidad el aceite de pecador, que el profeta no quería para su cabeza, pues dijo: Me corregirá el justo con misericordia y me argüirá, pero el aceite del pecador no ungirá mi cabeza2. Es decir, prefiere ser corregido por la misericordia del justo antes que ser loado con el bálsamo suave de la adulación. Por eso dijo asimismo el profeta: Los que os llaman felices os inducen a error3. Bien dice el vulgo refiriéndose a quien se hace arrogante por las falsas lisonjas: «Le ha crecido la cabeza». Es que le ha ungido el aceite del pecador, del que le lisonjea con una dulce falsedad, no el aceite del que le corrige con una áspera verdad. No quiero que tomes esto como si yo quisiere decir que fuiste corregido por mi hermano Evodio como por un justo. Temo vayas a pensar que también yo estoy diciendo algo injurioso contra ti, lo cual trato de evitar a toda costa. Justo es aquel que dijo: Yo soy la verdad.

Cuando por boca de cualquiera se nos dice alguna verdad con cierta dureza, no es el hombre el que nos corrige, pues quizá es pecador, sino la misma Verdad, esto es, Cristo, el cual es justo. Así no ungirá nuestra cabeza el aceite de la blanda, pero ruinosa lisonja, es decir, el aceite del pecador. Si es que mi hermano Evodio habló con cierto desenfado, por tener alterado el ánimo y hallarse algo aturdido en la defensa de su comunión, es menester que tengas en cuenta su juventud y la urgencia de su causa.

4. Recuerda, pues, la promesa que te has dignado hacer; ventilemos en concordia un asunto tan importante y tan urgente para la salvación de todos, en presencia de los que tú eligieres. Claro está que no hemos de discursear en vano, sino que todo se ha de escribir, para que podamos entendernos con más tranquilidad y orden y pueda luego corregirse lo que quizá dijimos equivocadamente, por la fragilidad de la memoria, cuando nos lo lean. O, si es que te place, tratémoslo primero entre nosotros directamente, ya por carta, ya por conversación y lectura donde gustes. Porque quizás algún sujeto intemperante del auditorio atienda a la marcha de nuestro certamen más que a su interés espiritual en el mismo. Así, las conclusiones que juntos hubiéremos sustanciado las daremos después a conocer al pueblo. O, si es que te gusta tratarlo por cartas, éstas se leerán a las feligresías para que al fin no hablemos de feligresías, sino de feligreses. En fin, acepto complacido lo que quieras, lo que mandes, lo que gustes. Respecto a la intención de mi beatísimo y venerable padre Valerio, ahora ausente, te puedo prometer con toda seguridad que lo recibirá con harto regocijo: yo sé cuánto ama la paz y que no alardea frívolamente de fausto vano.

5. Por favor, ¿qué tenemos que ver nosotros con las antiguas disensiones? Concedamos que han durado hasta hoy las heridas que la animosidad de ciertos hombres orgullosos infligió a nuestros miembros, y que por la gangrena de esas heridas hemos perdido la sensibilidad y el dolor, que suele obligar a recurrir al médico. Ya ves cuan grande y miserable fealdad deshonra las casas y familias cristianas. Mujer y marido están de acuerdo acerca de su tálamo y disienten acerca del altar de Cristo. Se hacen los juramentos por Cristo para tener paz entre sí, y no pueden tenerla en El. Hijos y padres tienen una casa común, pero no tienen una casa de Dios común. Desean los hijos suceder a los padres en la posesión de la herencia, mientras disputan con ellos acerca de la herencia de Cristo. Siervos y señores se dividen cuando se trata del Señor común, que recibió la forma de siervo4 para dar libertad a todos con su servidumbre. Nos honran los vuestros, os honran los nuestros. Por nuestra corona nos conjuran los vuestros; por la vuestra os conjuran los nuestros. Aceptamos las fórmulas de todos y a nadie queremos ofender. ¿Por qué sólo nos ofende Cristo, cuyos miembros despedazamos?

Los hombres desean traer a nuestra presencia los pleitos seculares en la medida en que tienen necesidad de nosotros para terminarlos; entonces nos llaman santos y siervos de Dios, para que activemos los negocios de su interés terreno. Activemos nosotros, al fin, el negocio de nuestra salvación y de la de ellos; no se trata de oro ni de plata, de campos ni de ganados, cosas todas por las que cada día nos saludan con la cabeza inclinada, para que dirimamos sus humanas contiendas; se trata de nuestra misma Cabeza en este torpe y dañino pleito que hay entre nosotros. Por mucho que bajen la cabeza los que nos saludan para que los llevemos a un arreglo en este mundo, no llegarán a la humildad de nuestra Cabeza, que se abatió desde el cielo a la cruz; y, sin embargo, no estamos de acuerdo en esa Cabeza.

6. Por favor, si tienes ese natural bondadoso que muchos te atribuyen, aquí se ha de ver, a no ser que lo simules pensando en honores pasajeros; remueve en ti las vísceras de misericordia; decídete a discutir el asunto, insistiendo con nosotros en la oración y tratándolo todo pacíficamente, no sea que ese desventurado pueblo, que nos colma de honores, nos abrume con ellos en el juicio de Dios; sea apartado de sus errores y contiendas por nuestra sincera caridad y dirigido por los caminos de la paz. Deseo que seas feliz en la presencia de Dios, señor honorable y dilectísimo.