Tema: Recomendación y poema de Licencio.
Paulino y Terasia a Romaniano, señor justo y loable y honorable hermano.
Nola: Año 395.
1. El día antes de entregar esta carta al correo llegaron de vuelta de África nuestros hermanos, cuya tardanza nos tenía nerviosos, como viste, ¡oh tú!, el más deseado de todos los santos y queridos varones. Con ellos recibimos diferentes cartas, a saber, de Aurelio, Alipio, Agustín, Profuturo y Severo, todos los cuales son ya obispos. Entusiasmados, pues, con las respuestas de tales y tan santos varones, nos hemos apresurado a manifestarte nuestro gozo para hacerte partícipe con estos indicios alegres, del gozo que se espera en ese viaje que nos preocupa. Si ya conoces esto, porque otras naves te hayan traído nuevas de esos venerables y amadísimos varones, ten a bien aceptar esta repetición y gózate otra vez con renovado placer. Si somos los primeros en darte la noticia, celebra el que en tu patria se nos haya ofrecido tanta caridad, por la gracia de Cristo; o somos los primeros o estamos entre los primeros que conocen lo que allí está realizando la divina Providencia, admirable siempre en sus santos1, como está escrito.
2. Escribimos esto no sólo para celebrar que Agustín haya recibido el episcopado, sino también que las Iglesias de África hayan merecido de Dios esa merced de recibir por boca de Agustín la celeste palabra. Para mayor gloria del oficio divino ha sido llamado de un modo nuevo: ha sido consagrado, no para suceder, sino para acompañar en la cátedra al obispo. De ese modo es Agustín obispo auxiliar de la iglesia de Hipona, estando sano Valerio. El bienaventurado anciano, en cuyo purísimo espíritu jamás ha caído una mancha de la lívida envidia, recoge ahora del Altísimo los frutos que ha merecido con la paz de su corazón; así, a quien deseaba tener simplemente como sucesor de su pontificado, ha merecido tenerle como colega. ¿Pudo esto creerse antes de acontecer? También en esta Providencia del Omnipotente pudo repetirse aquello del Evangelio: Para los hombres esto es arduo; mas para Dios todo es posible2. Alegrémonos, pues; regocijémonos en Aquel que es único en hacer maravillas3, que hace habitar unánimes a los hermanos una casa4, porque miró nuestra humildad5 y visitó con el bien a su pueblo6; lo levantó con su poder en la casa de David su siervo7y ahora lo ha reforzado con el poder de su Iglesia en estos selectos suyos, para reprimir el poder de los pecadores, esto es, de los donatistas y maniqueos, como lo prometió por el profeta8.
3. ¡Ojalá que ahora esa trompeta dominical que resuena en la boca de Agustín retiña en el oído de nuestro hijo Licencio, pero con aquel oído por el que entra Cristo y del que el enemigo no puede arrebatar la semilla divina!9 Agustín se sentiría de verdad sumo pontífice de Cristo, pues se sentiría escuchado por el Excelso, dando a luz en Cristo a un hijo digno de él, como en sus escritos lo engendró digno de ti. Porque ahora, créeme, acaba de escribirme con una ardiente preocupación por ese muchacho. Esperamos en Cristo omnipotente que los votos espirituales de Agustín superarán los votos carnales de nuestro adolescente. Será vencido a su pesar, créeme; será superado por la fe de su piadoso padre, para que no triunfe él con dañina victoria; mejor es ser vencido para la salvación que aventajar para perecer. Y para que nuestro deber de fraterna humanidad no parezca vacío, hemos remitido para ti y para nuestro hijo Licencio cinco panes: es el pan de la expedición cristiana, pues en esta batalla militamos para alcanzar la provisión de la frugalidad. No hemos podido separar de esta bendición a quien deseamos unir a nosotros por esa misma gracia. Pero vamos a decirle a él breves palabras, no sea que repute como no dicho a él lo que se te dice por él. A Esquino se dice lo que oye Micio. ¿Mas para qué hablar de lo ajeno, cuando podemos decirlo todo de lo propio y el hablar cosas ajenas no es propio de una cabeza sana? Por la gracia de Dios, nosotros la tenemos sana y salva, pues nuestra cabeza es Cristo. Deseamos que vivas en Cristo, incólume hasta una avanzada edad y siempre feliz con toda tu casa, señor y hermano, sumamente honorable y amado.
4. (Carta dirigida a Licencio.) Escucha, pues, hijo, la ley de tu padre, esto es, la fe de Agustín, y no rechaces el consejo de tu madre10, dulce nombre que también reclama por sí y con razón la piedad de Agustín. Cuando eras pequeñito, te llevó en su seno, te alimentó con la primera leche de la sabiduría secular, y ahora quiere amamantarte y nutrirte también en el Señor con pecho espiritual. Aunque ya eres adulto por la edad corporal, en el terreno espiritual te ve todavía balbuciendo en la cuna, todavía sin el habla de la palabra de Dios, arrastrándote en Cristo con los primeros pasos y piernas vacilantes: ojalá pueda la doctrina de Agustín, como mano de madre o de nodriza, sostener al pequeño vacilante. Si le escuchas y sigues, volveré a estimularte con las palabras de Salomón: Hijo, recibirás en tu cabeza una corona de gracias11. Y entonces serás, no ese pontífice y cónsul soñado en la imaginación, sino el formado por la misma Verdad: Cristo se encargará de llenar con los efectos de su sólida operación las hueras fantasías de una empresa falsa. Serás de verdad pontífice y cónsul, ¡oh Licencio! , si, siguiendo los vestigios proféticos y las disciplinas apostólicas de Agustín, te unes a él, como el beato Eliseo se unió al santo Elías12, o el adolescente Timoteo se unió al ilustre Apóstol. Sin separarte de él en la ruta divina, para que aprendas a merecer el sacerdocio con un corazón perfecto y a dirigir a los pueblos hacia la salvación con palabra de maestro.
5. Basta ya de avisos y exhortaciones. Pienso que con pocas palabras e insistencia, Licencio mío, puedes entusiasmarte con Cristo, ya que desde la infancia estás inflamado por el espíritu y palabra del venerable Agustín hacia la búsqueda de la verdad y sabiduría, que se cifran ambas en Cristo, sumo bien de todo bien. Y si él logró de ti y para ti poco fruto, ¿qué voy a lograr yo, que llego tan tarde y carezco de su abundancia? Mas, confiado en la eficacia de su acción y en la bondad de tu ingenio, y pensando que ya posees mejores y mayores bienes que los que te faltan todavía, he osado hablar por un doble motivo: para compararme con aquel gran varón en la preocupación por ti y para contarme, por mi afecto acreditado, entre aquellos que aman tu salud. Bien sé que en cuanto a la influencia en tu perfección hay que ceder la palabra a Agustín. Temo, hijo, haber ofendido tu oído con la aspereza de mi palabra temeraria y de haber producido por él en tu ánimo la herida de mi tedio. Mas me viene a la mente tu poema por el que vi que estás familiarizado con los modos musicales: a ese afán fui yo aficionado a tu edad. Si en algo te he ofendido, ya tengo en el recuerdo de tu carta el remedio para tonificar tu alma, para volverte, con las armonías de un cántico, hacia el Señor, artífice de la armonía uniforme. Ruégote, pues, que me oigas y no menosprecies en mis palabras la causa de tu salud. Aunque la palabra sea despreciable, acepta de buen grado la preocupación e intención paterna. El nombre de Cristo, que es sobre todo nombre13 y que mi canción lleva estampado, hará que se lea con veneración y que no pueda ser desdeñada por un creyente.
POEMA ELEGÍACO DE SAN PAULINO A LICENCIO
¡Ea, pues, fuera treguas. Desata los tenaces lazos del siglo;
no temas el plácido yugo del manso Señor.
Para el frívolo es bella y encantadora la gloria presente,
pero el alma del sabio no admira la gloria fugaz.
¡Ay, Roma, podía dominar a los fuertes,
ahora te solicita, mala consejera, con sus pompas!
Yo te pido, hijo mío, que en medio del fausto mundano
no olvides jamás el recuerdo del padre Agustín.
Frágil eres en medio del fiero trajín de la vida,
pero el grato recuerdo de un padre te hará invulnerable.
Una cosa te pido y mil veces la diré sin cansarme:
no sigas la lúbrica senda de la dura milicia.
¿No lo ves? Blando honor, recio yugo, término triste:
maldecirás mañana lo que codicias hoy.
Grato es subir al monte y es triste caer;
cuanto más alto subas, será el golpe mayor.
Hoy te placen las sombras y agita la ambición tu veleta,
y en sus brazos de vidrio y de aire te estrecha la Fama.
Si el cinto fatal te rodea, como lengua de fuego,
y un estéril trabajo te agota, verás, aunque tarde,
que los sueños en blanco, al cabo, caerán como flores,
y querrás escapar de las redes que tiendes ahora.
Y verás, con inútil dolor, que fue malo cerrarte
a los graves y sabios avisos del padre Agustín.
Si eres sabio y piadoso, muchacho, recuerda y medita
las voces del padre, la docta lección del anciano.
¡No sacudas el yugo! Cristo dijo que su carga es ligera
y su yugo agradable14. Dulce voz, cree al cielo.
Toma el yugo, acepta el ramal de la vida
y arrima los hombros al peso moderado de Dios.
Hoy es tiempo: eres libre; no arrastras cadena,
no llevas ni cruz de familia ni cruces de honores.
Libre, pues, selo en Cristo. Quien sirve a tal Amo
está por encima de todo. No sirve a los hombres,
no sirve a los vicios, ni sirve a los reyes soberbios
aquel que se acoge a la libre milicia de Dios.
¿Son libres acaso esos nobles que van por la calle en su carro,
y que Roma contempla asombrada como una visión?
Los muy necios se creen tan libres en su fantasía,
que rehúsan doblar la vacía cabeza ante Dios.
Pero sirven a muchos mortales, incluso a los siervos
y siervas que compran para ser señores.
Quien se avenga a llevar en los hombros la clámide de Roma
tendrá que aguantar al eunuco y al noble palacio.
¿A qué precio de afanes y torpes afrentas de rostro
se compran en Roma la clámide y el ácido fausto?
Hasta el César Augusto, que está por encima de todos,
y compró el privilegio supremo de no obedecer,
mientras va pregonando su orgullo por toda la Urbe,
obedece al demonio y adora a los ídolos falsos.
¡Qué dolor! ¿Y por éstos te quedas en Roma
y adulas al necio y desdeñas el reino de Cristo, ¡oh Licencio!?
Te buscas tiranos y doblas la frente a su paso,
mientras ellos se dicen esclavos de estatuas sin vida.
Bajo un nombre divino, adoran la plata y el oro,
esos pálidos dioses que llena de interés la avaricia.
¡Que los amen aquellos que no aman al dulce Agustín,
que se aparten de Cristo aquellos que adoran al momo!
Dijo Dios: no es posible en la vida servir a dos amos15,
pues tenemos un alma sola destinada al Señor.
Una fe, sólo un Dios, sólo un Cristo16, nacido del Padre,
¿por qué dos servidumbres, si servimos a un solo Señor?
¡Cuanto dista la tierra del cielo, así el César de Cristo,
ya se trate de normas y leyes, o ya de intereses!
Álzate de la tierra hoy, ya que el alma rige los miembros;
alza al cielo la mente, sin que ponga estorbos la carne.
Muera ya ese hombre viejo, y, en cambio, contempla
con ánimo limpio de afanes los bienes del cielo.
Espíritu eres, aun dentro de tu cuerpo, si vences,
si, con mente piadosa, reprimes la acción de la carne.
Escribo esto, hijo mío, lleno de un amor confiado:
que Dios te reciba en su gracia si tú me recibes.
Escucha a Agustín, cuyo doble para ti represento
y así tienes dos padres unidos en la misma piedad.
Si rehúsas, tú mismo te privas por tu mal de los dos;
si aceptas, serás para ambos la mejor recompensa.
Por ti sudó alegre el cuidado común de dos padres,
y serás un buen hijo si quieres a los dos complacer.
Al juntarme a Agustín, no me jacto de méritos pares,
me comparo tan sólo con él en amor paternal.
¿Qué podría yo darte? Un menguado rocío de pobre,
cuando ya antes de mí pasaron por tu alma dos ríos.
Alipio, el pariente, y Agustín, el sabio maestro:
el uno es tu hermano, y el otro dejó su semilla en tu ingenio.
¿Y teniendo esa sangre y ese magisterio, Licencio,
rehúsas con ágiles alas subir a los astros?
Puedes ir donde quieras: nunca convendrás con el mundo:
No te des a la tierra, sabes que te debes a Cristo.
¿Por qué quieres casarte y anhelas cargarte de honores?
Dirige tus pasos a casa del divino Señor.
Está bien que dos justos te hagan desistir de tu insania;
sus plegarias ardientes y puras matarán tus deseos.
Vuelve. La voz del padre y la sangre fiel del hermano,
que hoy son ya dos obispos, te piden que vuelvas a casa.
Te ofrecen la patria, pues vives en país extranjero,
y la tierra en que viven los tuyos es tu país.
Repite, medita estas cosas. No pierdas el tiempo en futesas;
si tiras lo tuyo, no esperes que nadie te brinde lo ajeno.
Ya no estás en ti mismo. Saliste desterrado del alma
y serás proscrito, esclavo del afán del sentido.
Mucho tiempo ha cantado el padre por la suerte del hijo;
para ti y para mí es todo esto que temo o que anhelo.
Si me escuchas, mi página un día te dará la victoria;
si rehúsas, mi página un día servirá de testigo.
Que Cristo te guarde, hijo mío, sin mengua ni daño,
y que te abra la puerta dorada del santo servicio!
Te deseo la vida, la auténtica. Que el vivir para el mundo
es lance de muerte. La vida sólo es vida por Dios.