CARTA 31

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Contestación a dos cartas de Paulino. Envío y petición de libros.

Agustín saluda en el señor a Paulino y Terasia, señores amadísimos y sincerísimos, hermanos en verdad beatísimos y eminentísimos por la abundante gracia de dios.

Hipona: Año 395/396.

1. Anhelaba yo que la carta con que respondí a la primera vuestra, si es que yo puedo responder en forma alguna digna de tal carta, llegase cuanto antes a las manos de vuestra caridad, para poder estar con vosotros aunque me hallase ausente. Cuando he aquí que mi tardanza contribuyó a enriquecerme con una nueva misiva vuestra. Bueno es el Señor, que con frecuencia nos niega lo que queremos para darnos después lo que hubiéramos preferido. Una cosa es que escribieseis después de haber recibido mi carta, y otra cosa distinta es que hayáis escrito sin recibirla. Cuando leí la misiva nueva, altamente complacido, me hubiese faltado un tal gozo si hubieseis ya recibido la mía, como yo deseaba y quería con el mayor interés. Mas ahora celebro recibir esta vuestra, y espero aún que contestéis a la mía; por donde se acumulan más satisfacciones. En esta forma, no se me puede considerar culpable, y la liberalidad del Señor logra lo que juzgó más útil para mi deseo.

2. He recibido con gran alborozo en el Señor a los santos hermanos Romano y Ágil, otra carta vuestra, que escucha y responde; una suavísima parte de vuestra presencia. Por ella nos ha entrado el mayor afán de veros. ¿Por qué motivo, o cómo, o cuándo nos hubierais brindado a nosotros, o nosotros os hubiéramos podido obligar a indicarnos por escrito acerca de vuestra vida cuanto hemos aprendido de labios de estos dos? Mostraban ellos tanto gozo en su narración, cosa que no puede reflejar el papel, que al través del semblante y de los ojos de los narradores os veía yo a vosotros con el mayor entusiasmo espiritual impreso en sus corazones. Más significa eso que lo que puede contener la página mejor escrita; nada se aprovecha ella, aunque sirva para el provecho ajeno. En cambio, esta vuestra epístola, es decir, el alma de los hermanos, la leí yo en su conversación, de manera que se me mostraba tanto más dichosa cuanto más generosamente estaba escrita por vosotros. Preguntándoles a ellos todas vuestras cosas, he ido copiando vuestra carta en mi corazón, para imitar vuestra felicidad.

3. Aunque habían de volver a vosotros, hemos sentido harto el dejarlos partir tan presto. Ved, os ruego, qué linaje de afectos nos torturaba. Había que despedirlos con tanta mayor prontitud cuanto mayor interés mostraban en obedeceros. Pero cuanto más lo deseaban ellos, tanto mejor nos presentaban vuestro retrato, pues así demostraban cuan queridas son vuestras entrañas. Por eso, tanto más nos negábamos a dejarlos partir cuanto con más justa insistencia deseaban irse. ¡Oh situación intolerable, si con esta partida nos apartásemos de veras, si no fuera cierto que «somos miembros de un mismo Cuerpo, tenemos la misma Cabeza, circula en nosotros la misma gracia, comemos el mismo pan, caminamos por la misma senda y habitamos la misma casa»! ¿Por qué no he de usar de vuestras mismas palabras? Porque ya os habréis dado cuenta de que esas sentencias están tomadas de vuestra carta. Mas ¿por qué han de ser vuestras más bien que mías, pues cuanto más verdaderas son tanto más son originarias de la misma común Cabeza? Si algo tenían esas frases que fuese propiedad y dote vuestra, tanto más las amé. Se situaron en los caminos de mi pecho y no dejaban subir las palabras del corazón a la lengua. Ellas querían salir adelante tanto más puras cuanto que son vuestras. ¡Oh santos hermanos, amados de Dios, miembros recíprocos nuestros! ¿Quién dudará de que un mismo espíritu nos anima, sino quien no advierta el amor que nos estrecha?

4. Quisiera saber si vosotros toleráis con mayor paciencia y facilidad que yo la ausencia corporal. Si así fuese, os confieso que no me gusta vuestra fortaleza. Aunque quizá yo soy tal, que no puedo ser tan deseado como lo sois vosotros para mí. En mí mismo me desagradaría que hubiese tranquilidad para tolerar vuestra ausencia, porque buscaría perezosamente un medio para veros. ¿Y qué mayor absurdo puede darse que ser perezoso a fuerza de fortaleza? Es necesario que vuestra caridad comprenda la preocupación que ahora tengo de la iglesia: el beatísimo padre Valerio, que conmigo os saluda y desea ver con el interés que os explicarán los hermanos, no ha soportado que yo siguiese siendo presbítero, y me ha impuesto la más pesada carga del episcopado.

He temido mucho excusarme, porque estimo que ésa es la voluntad de Dios, por la gran caridad y solicitud por el pueblo que Valerio tiene y, además, porque otros ejemplos anteriores me cierran la puerta a la resistencia. Aunque el yugo de Cristo es leve de por sí y su carga ligera1, si por mi debilidad y deficiencia me hiere este lazo y me abruma esta carga, me serán más llevaderos y tolerables por el exquisito consuelo de vuestra presencia. Oigo que vivís desembarazados y libres de tales preocupaciones, y no será imprudente rogaros, suplicaros y anhelar que vengáis al África, más atormentada por la sed de tales hombres que por su famosa aridez.

5. Bien sabe Dios que no sólo por mi gusto deseo que visitéis corporalmente estos países, ni por sólo el de aquellos que conocen vuestra profesión por mi palabra o por la fama que les ha llegado, sino por todos los demás que o no me oyen o no me creen y podrán luego amar la verdad conocida. Aunque vuestra conducta está empapada de misericordia y circunspección, vuestras obras deben lucir también ante los hombres de nuestro país, para que vean vuestros buenos hechos y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos2. Cuando el Señor llamó a unos pescadores y ellos dejaron sus barcas y sus redes, se regocijaron, recordando que lo habían dejado todo y habían seguido al Señor3. Y, en realidad, todo lo desdeña quien desdeña, no sólo lo que pudo tener, sino también lo que quiso tener. Claro es que de sus apetencias era testigo sólo Dios, mientras que de lo que realmente poseían son testigos también los hombres. Yo no sé por qué, cuando las cosas terrenas y superfluas se aman, coaccionan más si se poseen que si sólo se codician. ¿Por qué se marchó triste aquel joven que pedía al Señor un consejo para conseguir la vida eterna, cuando oyó que para ser perfecto tenía que vender todos sus bienes y distribuirlos a los pobres, para tener un tesoro en el cielo? Porque poseía grandes riquezas, como lo refiere el Evangelio4. Una cosa es no querer incorporarse lo que se echa de menos, y otra cosa es no querer arrancarse lo que se lleva incorporado: aquello se rehúsa como vianda, esto se corta como miembro propio. ¿Con qué gozo, por ende, ve la caridad cristiana en nuestros tiempos que por el Evangelio se realiza con gozo lo que el joven escuchó con tristeza de labios del Señor?

6. No puedo explicar con palabras lo que mi pensamiento concibe y alumbra. Mas vuestra cordura y piedad comprende que esto no es gloria vuestra, es decir, gloria humana, sino gloria de Dios en vosotros. Porque observáis con cautela al enemigo y os preocupáis con fervor de ser mansos y humildes de corazón como discípulos de Cristo5. Es más útil retener la opulencia terrena que abandonarla con soberbia. Y, pues entendéis que esta gloria no es vuestra, sino del Señor, advertiréis que he quedado corto en la ponderación, ya que se trata de alabanzas de Cristo, para las que son torpes las mismas lenguas de los ángeles. Esta gloria de Cristo es la que quiero presentar a los ojos de nuestras gentes al mostrar un matrimonio en el que ambos sexos hacen profesión de pisotear la soberbia y son modelos de una alcanzable perfección. No sé si podéis hacer actualmente mayor obra de misericordia que no ocultar que ahora de hecho sois tales, cuales antes quisisteis ser.

7. Recomiendo a vuestra benignidad y caridad al muchacho Vetustino, que es infeliz aun para los mundanos. El mismo os contará los motivos de su desgracia y viaje. El plazo de tiempo, la robustez de la edad y la tranquilidad recobrada nos certificarán acerca del propósito que abriga de servir a Dios. Envié a tu santidad y caridad tres libros, preocupándome del trabajo que te doy en leer tanto menos cuanto mejor veo tu deseo de amar. ¡Ojalá que esos libros sean tan buenos como largos expositores de una gran cuestión! Esta cuestión se refiere al libre albedrío. Sé que el hermano Romaniano no los tiene, o no los tiene todos. No le di cuanto he podido escribir, acomodado a todo linaje de oídos, para que él te lo llevase, pero se lo indiqué para que tú lo puedas leer. El ya tenía mis libros todos y los lleva consigo, y por él te envié mi primera contestación. Creo que tu santidad descubrirá, con la sagacidad espiritual que el Señor te da, la parte buena que Romaniano tiene y aquella de que adolece por debilidad. Habrás leído, como lo espero, con qué solicitud recomendé a tu humildad y caridad tanto a él como a su hijo, y qué familiaridad me une con ellos. El Señor los edifique por tu ministerio. Y eso más bien hemos de pedírselo a Él, pues bien sé cuánto lo deseas.

8. Me he informado por los hermanos de que estás escribiendo contra los paganos. Si algo merezco de tu buen corazón, envíamelo sin escrúpulo para que lo lea. Porque ese pecho tuyo es oráculo del Señor y puedo esperar de él argumentos sosegados y definitivos sobre ciertas cuestiones que airean los charlatanes. Creo que tu santidad tiene los libros del bienaventurado Ambrosio; yo codicio mucho los que escribió, con gran erudición y esmero, contra algunos individuos indoctos y soberbios en grado superlativo, que defienden que Jesús se ha beneficiado de los libros de Platón.

9. El beatísimo hermano Severo, condiscípulo mío y obispo de la iglesia de Milevi, a quien los hermanos conocieron muy bien en esa ciudad, saluda a vuestra santidad con justa deferencia. También os saludan y desean ver todos los hermanos que con nosotros sirven a Dios; os desean ver tanto como os aman, y os aman tanto cuanto buenos sois. El pan que os hemos enviado se convertirá en bendición copiosa por la caridad de vuestra benignidad, que ha de recibirlo. Guárdeos el Señor de esta generación para siempre, señores amadísimos y purísimos, realmente benignos y excelentes por la copiosísima gracia del Señor.